Medusa
No había motivos para negarlo o dejarlo en secreto a voces: Nellie era uno de ellos. Sus números crecieron sin control, su dolor fue palpable por toda una nación, y cuando por fin todo terminó fueron los más recordados, tratando de enmendar el error de todas las formas posibles aunque muchos mantuvieron la rabia y el miedo. Ella, en cambio, eligió cambiar su vida, aprovechando esa nueva oportunidad que ahora tenía.
Por eso hizo todo lo que antes no podía o que no se atrevía. Siguió trabajando arduamente, acostumbrándose a girar más para llegar al otro lado, adecuando su entorno para la falta de profundidad hasta que todo pudo seguir como antes. Así los papeles se volvieron a llenar, las reuniones se gestionaron sin problemas, el personal volvió a tratarla como una igual y la vida de Nellie se acercó lo más posible a lo que podría llamar normalidad, palabra que nadie usaba cerca de ella.
Pero no sólo de trabajo vivía, porque desde ese momento descubrió que podía hacer lo que quisiera. Aprendió a coser a máquina y se unió a unas amigas para levantar una pyme, se concentró en criar a su pequeño Beto con más ganas, dándole todo su tiempo libre y asegurándose que no le faltara nada, que aprendiera todo, jugara tranquilo y no tuviese miedo, porque mamá no lo tenía. Así iba de un lado al otro, todos los días, siempre buscando algo que hacer cuando por arte de magia se le desocupaba un rato libre.
No quería parar pues sentía que no debía, porque la vida le había dado una segunda oportunidad y no podía desaprovecharla, porque cualquier momento esperando la micro podría ser el último.
Se hizo íntima amiga del café y las energéticas, siempre compartiendo con otros para no parecer una adicta, pero viendo la necesidad constante de un impulso extra, de un poquito más para seguir a toda máquina, lo que hacía que cada noche llegara a casa a hacer más cosas, compartiera con Beto, preparaba la colación y la ropa para el día siguiente, y cayera rendida en la cama, en esas noches sin sueños que reponían un poco las fuerzas, lo suficiente para partir la siguiente mañana temprano con toda la energía que podía, junto a su fiel cafeína.
Iba de aquí para allá, siempre contenta, demostrándoles a todos que podía darle otro significado a la tragedia, que aunque su mundo estuvo a punto de irse a la mierda alcanzó a aferrarse de un borde, tomar aire y pararse, mirar el mundo que se desarmaba pero seguir adelante. Y cuando todo terminó y por fin algunas manos se estrecharon todo se fue tranquilizando, los cambios de ambiente y ánimo se notaron en las calles, paraderos y en la oficina. Sin embargo, a Nellie aún la saludaban con una sonrisa acompañada de una condescendencia escondida, pero ella sólo se reía y les aseguraba que nada pasaba, que era la misma de siempre e incluso más fuerte, aunque tenía cuidado de no decirlo tan fuerte para que no fueran a pensar que agradecía lo que había pasado.
Siguió tanto tiempo así que ya era rutina. El cuerpo se acostumbró a la cafeína, las horas de sueño, el ir y venir de reuniones y las tareas de Beto en el colegio. La pyme le permitía llegar bien a fin de mes, poner queso y mantequilla a la mesa para la once y ahorrar un poquito, por si acaso. Conoció a un par de tipos que no duraron mucho, porque la mayoría se enfocaba en lo que le faltaba en vez de lo que tenía, pero aprendió a aceptarlo, a quererse a pesar de eso, y comenzó a disfrutar más saliendo con amigas que esforzándose con uno que otro que tal vez no la querría.
Aprendió a aceptar lo que la vida le entregara, no desearle mal a nadie y sonreírle a la vida, aunque no podía evitar cruzar la calle apenas veía a quienes debían cuidarlos a todos. Ya se irían, todos lo sabían, pero era un proceso lento y por mientras tendrían que vivir con ellos, unos con el reproche eterno, otros aún con miedo. Nellie ya no culpaba, su psicóloga le ayudó a eso, porque de nada le servía juntar más odio y miedo adentro. Pudo respirar tranquila y seguir caminando, en vez de buscar la esquina más cercana para salir corriendo, llegando pronto a su destino y siguiendo con su vida. Porque es la única que tenía.
Y cuando le ofrecieron tomarse vacaciones no supo qué decir, porque llevaba tanto tiempo sin eso que parecía una mentira. Alguien cubriría su puesto, su mamá malcriaría a Beto por mientras, y sus amigas se organizaron para ir juntas a un lugar tranquilo y lejano, sin las micros y taxis chillando, lejos del aire contaminado y cambiándolo por la brisa salada, la arena entre los dedos, el agua helada y las palmeras en la playa. Al principio se negó por costumbre, pero después se dio cuenta que se lo merecía, porque llevaba demasiado tiempo corriendo, preocupada de todo excepto de ella.
El sol tostándole las piernas y las gaviotas a lo lejos fueron un buen cambio al smog y bocinazos, y entre todas disfrutaron la tranquilidad de la playa. No hablaron de trabajo, de hijos, de la calle y la casa, sino que se dieron el tiempo de hablar de su vida, de sus problemas, de lo que les hacía reír y sobre todo llorar. Compartieron grandes momentos, confesaron cosas horribles, dándose cuenta que todas habían vivido algo parecido pero ninguna se había atrevido a decirlo. "¿Por qué será que callamos?", se preguntaban tragando saliva con fuerza, y en una nube de entendimiento se prometieron que nada malo pasaría de nuevo, que estarían juntas velando porque nadie más les hiciera daño. Nellie sintió alivio, como si la fuerza corriera de nuevo por sus venas, y creyó que todo mejoraría aunque sus secuelas eran eternas. Le preguntaron por eso, como era esperable, y sonriendo les aseguró que estaba bien, que no quería que eso la diferenciara de otras sino que la trataran como una más. Su ojo de piedra seguía ahí, y estaría por siempre no importando lo que hiciera, por lo que prefería dar vuelta la página y simplemente seguir con su vida.
Pero esa noche el trago fue creciendo sin control, y no sólo Nellie cayó rendida en la cama sin saber nada hasta el día siguiente. Despertaron todas cansadas y malhumoradas, aunque riendo por los excesos y las canciones cantadas a todo pulmón. Pasaron el día bajo el sol, tomando algo fresco, descansando, pero ella se sintió extraña por no estar de aquí para allá, por no tener un itinerario pues nunca se dejaba llevar. La convencieron que aprovechara, que dejara las agendas y compromisos de lado, y con mucho esfuerzo se quedó ahí sentada, sin nada que hacer más que esperar que el dolor de cabeza pasara. Estaba bien, se repetía, y eso era lo que merecía.
Esa noche, después de tanto tiempo, se fue a dormir tranquila, sin el cuerpo agotado de tantas cosas ni la mente fundida por ello. Se dejó absorber por la comodidad del colchón, la suavidad de las sábanas, lo mullido de las almohadas, y con una sonrisa cedió a ese descanso que nunca se daba. Pero cuando la visitó el sueño se sumió en un tipo especial de letargo, pues al cerrar su ojo bueno el de piedra se abrió por dentro. Vio de inmediato la silueta a unos cuantos metros, un brazo extendido y el otro codo hacia un lado, el arma lista y detrás el casco y chaleco, el pecho que nunca tuvo nombre, una pierna más adelante, el cañón al frente, y ese último segundo se repitió una y mil veces cuando su mirada se cruzó con la suya, en plena consciencia de lo que hacía, apretando el gatillo y quitándole la mitad de la vida. No era su mente jugando con ella, creando escenarios imposibles para despertar grandes miedos. Ojalá lo fuera, ojalá fueran sólo pesadillas, porque al final eran recuerdos que, después de tanto tiempo y por más que lo intentaba, nunca se iban.
El estallido le hizo saltar el corazón y gritar con fuerza, abrir nuevamente su ojo bueno en mitad de la noche, sudando frío y sin control. Llegaron sus amigas de las otras piezas y trataron de consolarla, pero ella apenas las veía, con suerte las sentía, porque sólo podía mirarse las manos con las que se tapó los ojos como acto reflejo. "No estoy bien", les dijo entre jadeos, porque a pesar de tanto tiempo ahí seguía su ojo de piedra, recordándole constantemente quién era, qué había pasado, llorando sangre cada vez que soñaba, como en el primer día.
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