Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

La luz azul

Romo revisa la corteza de los árboles y las marcas en el piso, el olor de los alrededores y mira atentamente desde un árbol, tratando que los ojos se le adecúen a la poca luz de la penumbra. Asiente, y junto a Nadi levantan campamento en un sector de altos matorrales, rodeado de troncos y rocas que entregan algo de cobertura. Enciende unas pocas ramas con la ayuda del pedernal, y como siempre hace se aleja del lugar para asegurarse que nada se mueve a lo lejos ni hay sonidos sospechosos. Nadi se sienta a piernas cruzadas cerrando los ojos, dando inicio al ritual.

Respira y se concentra en su cuerpo y alma, dejando que el aire fluya lentamente, que los males se alejen y los miedos se quedan atrás. Piensa en su familia y en el resto, siendo consciente del amor a su alrededor. Ama, con ese amor que sólo tienen ellas, y se lo entrega a todos buscando protegerlos. Abre los ojos y mantiene ese amor latente, mirando fijo a las pequeñas llamas, y en un instante éstas crecen e iluminan el lugar con reflejos de luz amarilla, con un calor abrigador y la promesa de un nuevo día, ese que por demasiado tiempo se ha negado a aparecer. Los envuelve en su amor y su luz, y respira tranquila.

Sandi la mira con ojos enormes, quedándose quieta por fin, y entre ambas parece crearse un lazo invisible que sólo ellas entienden, que es saca una sonrisa cómplice.

Romo prepara la comida y lleva a Sandi a dormir, dejando que Nadi lance una exhalación sonora haciendo que las llamas vuelvan a ser sólo eso, pequeñas e indefensas. Ambos padres miran a Sandi acomodarse y caer rendida enseguida, tosiendo de vez en cuando sin perder el sueño; la miran un rato más mientras la urgencia les llena el pecho, pues saben que deben ir deprisa para poder salvarla. No hay medicinas ni conocimientos suficiente, sólo la esperanza de llegar pronto a GranFuegoy que ahí puedan ayudarla. Necesitan llegar con ella y hacerlo pronto, porque si las historias son ciertas Sandi tiene esa luz de esperanza que traerá el nuevo día.

—¿Qué pasará con ella si llegamos? —pregunta Romo mirando el suelo con las cejas enarcadas.

—No lo sé, pero tenemos que ser fuertes —Nadi lo mira de vuelta con las mandíbulas tensas, porque ambos temen lo mismo.

—¿No hay otra opción?

—No lo sé, pero tenemos que seguir adelante, no importa qué.

Romo respira y traga saliva, mirando a Nadi algunos segundos como si pidiera clemencia, pero después suelta el aire que tenía y asiente lentamente— No importa qué.

Siguen hacia el oeste, ahí donde el sol se escondió por última vez y no volvió a salir, acarreando lo que pueden en las mochilas con la esperanza latente. Siguen sabiendo que es peligroso, que podría ser una trampa, pero no tienen otra alternativa. Se internan en el gran bosque, ya restaurado después de años sin el hombre, entregándoles alimento y agua lo que aumenta el peligro de cruzarse con otros grupos, pero tienen que hacerlo si buscan sobrevivir.

El hambre y la sed aumenta cada día, el cuerpo pide recuperarse pero no hay tiempo para ello, porque la respiración entrecortada de Sandi y su fuerte tos les recuerda que no pueden perder el tiempo. Avanzan un poco más antes de un nuevo descanso, comen deprisa y siguen adelante, porque deben moverse rápido y GranFuego es lo único que tienen en la cabeza, a pesar que todo lo que saben de ella es por las historias que se cuentan. ¿Pero qué es la vida sin una esperanza de mejora, sin un destino que alcanzar, sin eso que los mueve a seguir adelante con tal de recuperar lo que habían perdido?

La urgencia y el cansancio los hace ser más descuidados, entre turnos para dormir y vigilar con tal de seguir sin demora. Cruzan ríos caudalosos, roqueríos peligrosos y terrenos resecos que hacen el avance muy lento, pero que es la forma más directa de avanzar hacia el oeste. A veces Romo cree escuchar las olas a lo lejos o la brisa salina en el rostro, pero pronto la ilusión se desvanece al ver que el camino sigue sin cambios. Cada día que pasa hay menos comida y agua, más cansancio y confusión, y sólo la entereza de Nadi los mantiene unidos, recordándoles que no lo hacen por ellos sino por los que vienen después. Esa noche le cortaron el pelo a Sandi, por si acaso.

Fue por el cansancio excesivo que Romo no notó las hojas crujir ni el ritmo de respiraciones ajenas acercarse. Los cazadores llegaron de un lado y el otro en patrones irregulares, y cuando aparecieron lo hicieron lentamente, con los rostros sucios y los ojos muy abiertos.

—Entrégala —dijo uno de ellos, con un largo cuchillo en mano, dando la impresión de ser el líder.

—No sé de qué hablas —Romo tragó saliva, tratando de controlar la respiración mientras lo apuntó con arco y flecha.

—No seas imbécil, sabemos que llevas una contigo.

Eran cuatro, desde distintos flancos, y las risas ansiosas le hicieron ver que había dos más en las sombras. Romo los miró uno a uno con cuidado, buscando tal vez algún punto débil, pero antes que pudiera encontrar algo la tos de Sandi cortó el largo silencio. Extendió un brazo hacia el lado por inercia, como queriendo bloquear el paso hacia la carpa.

—No los dejaré.

El líder hizo un gesto como su hubiese dicho un chiste— No es elección tuya.

Sonidos de forcejeo llegaron desde atrás, y antes que se diera cuenta el grito de uno de los cazadores llenó el ambiente. Nadi apareció entre las sombras con su cuchillo ensangrentado en mano.

—Vuelvan de donde vinieron. Déjennos tranquilos —dijo ella con los dientes apretados y la mirada ardiente en cada uno de ellos.

Romo vio los rostros de los cazadores pasar por diversos estados, la sorpresa de ver a uno de los suyos vencido, la rabia por vengarlo y el miedo por sus capacidades, pero todo fue cubierto por un brillo en los ojos que sólo ellos tenían junto a ligeros jadeos, eso que había transformado el mundo y a ellas en presas: el hambre y la desesperación.

—Se los advierto —intentó Romo, marcando la rabia en cada una de sus palabras mientras apuntaba con su flecha en el pecho del líder—, un paso más y me lo llevo conmigo.

—Inténtalo —dijo éste, sin apenas dirigirle la mirada por estar pendiente de Nadi—, no eres tan rápido como para acabar con nosotros antes que la tomemos a ella —sólo entonces lo miró directamente, con los ojos muy abiertos— Y al niño también, una excelente moneda de cambio.

No fue necesario que se miraran para saberlo, buscar alguna alternativa para librarse de ellos, escapar como fuese posible y seguir hacia el oeste, donde la luz prometía un nuevo día. Romperle la cara y a todo su grupo. Pero eran sólo dos contra cinco cazadores hambrientos, y aunque doliera sabían que no podrían contra ellos tan fácilmente.

—Sólo si los dejan ir —soltó Nadi, con la voz firme a pesar de todo.

Romo se tensó completo, mientras los cazadores reían a bajo volumen saboreando la posibilidad que tenían en frente. No podía creerlo. Los miró con odio, rabia y repulsión, recordando las historias que rondaban los caminos y que hacían que todos estuviesen alertas, que cada vez que se juntaban para algún trueque se dieran noticias en caso que los vieran, porque era el enemigo común de todo grupo sin importar sus intenciones.

—¿Ah sí?, ¿y por qué habría de hacerlo? —dijo el líder acompañado de ruidos de acierto del resto.

—Ya maté a uno, y antes que se acerquen caerán unos cuantos más. Acepten la oferta y bajaremos las armas —Nadi apretaba el cuchillo con fuerza, sin haber perdido tensión en ningún momento.

El líder cerró un poco los ojos y miró al cazador que tenía a un lado, quien le devolvió una mirada desesperada y empezó a hablarle en susurros. El resto, sin embargo, no hizo gesto alguno por bajar sus armas.

—Romo, tienes que seguir —dijo Nadi en voz baja, aprovechando los ruidos, y antes que él girara a verla le hizo un gesto con la mano—. Sabes que no tenemos opción.

—No, eso nunca —Romo apretaba los dientes más aún, respirando agitado mientras seguía apuntando con la flecha, que temblaba ligeramente.

—Tienes que hacerlo, lo sabes. No podemos con ellos, y Sandi es más importante.

—Pero...

—Lo sé.

—Pero... —Romo tragó saliva, luchando contra los ojos que se le humedecían.

—Sabíamos que este momento llegaría, que tarde o temprano nos enfrentaríamos a ellos. Sólo no sabíamos cuándo.

Romo miró al suelo un segundo, sin poder creer lo que escuchaba, pensando en todo el tiempo que llevaban juntos, lo que habían luchado por seguir adelante y sobrevivir, el amor gigante que se tenían mutuamente y que ahora se veía puesto a prueba. ¿Por qué tenían que llegar a eso?, se preguntó mientras trataba de buscar alguna forma de mantenerse juntos. ¿Podrían escapar si peleaban contra ellos?, ¿y si no lo lograban y perdían también a Sandi?

—Está bien —dijo el líder mientras mostraba los dientes chuecos y amarillentos—. Te vienes con nosotros y nos entregan las armas. Ahora.

Un coro de risas recorrió el lugar, como si de un ritual se tratara y ellos estuviesen al centro, como el sacrificio a algún dios que ya no importaba.

—Deja despedirme primero —dijo ella y, sin aceptar un no por respuesta, dio un paso hacia Romo.

—Mierda, mierda, mierda. No, Nadi, no puedo —le dijo él suplicándole con todo el rostro y la voz temblando.

—Lo siento, pero tenemos que hacerlo. Soltemos las armas —y dejó caer el cuchillo hacia un lado, que uno de los cazadores tomó enseguida.

—Nadi, yo... —la miró implorando que todo fuese un mal sueño.

—Yo también —ella tomó el arco de sus manos y lo lanzó a otro lado, con el mismo resultado que el cuchillo—. Dale un abrazo apretado a Sandi. Dile que mamá estará siempre ahí, en su luz —y lo tomó de la cintura, como si fuese la primera vez.

—Díselo tú —él apretó los dientes, pero no pudo sostenerle la mirada a los ojos claros de Nadi, ante su sonrisa que no mostraba miedo y la seguridad que irradiaba. Se abrazaron tan fuerte que por poco se hacen uno, y se besaron con la misma ternura de antaño, cuando sus vidas aún no corrían peligro—. Hazles pagar caro.

—Lo intentaré. Ahora ve y sálvala.

—Agg, suficiente —soltó el líder de los cazadores después de un sonoro escupitajo a un lado, y entonces Nadi dio media vuelta para enfrentarlos—. Te trataremos como el trofeo que eres, no dudes de eso.

Risas sombrías y juguetonas acompañaron el momento, con Nadi avanzando lentamente directo al líder. Romo la miró sin poder controlar el temblor en la mandíbula, sintiéndose un estúpido indefenso en aquel mundo tan peligroso. Los cazadores que estaban detrás se movieron siguiendo una media luna, despejándole el camino y acercándose a ella. Ahí estaba, atrapado en una decisión que no era suya, sin poder hacer nada que las pusiera a salvo a ambas, que les permitiera salir corriendo y luchando como habían hecho hasta ese momento. Caminó de espaldas hasta que llegó a la carpa, sintiendo adentro los jadeos de miedo de Sandi. Dio un último vistazo hacia adelante, notando cómo dos cazadores le afirmaban los brazos, y ella lo miró por última vez modulando un «Te amo».

—Rápido, antes que me arrepienta —le dijo el líder, justo antes de pasar un sucio dedo por las mejillas de Nadi junto a una ligera sonrisa.

No podía dejar de pensar en ella y en el objetivo al mismo tiempo, sin poder encontrar una salida, pero al sentir la mano de Sandi en la suya giró por acto reflejo a verla. Hizo el gesto de guardar silencio con los ojos muy abiertos, y ella asintió enarcando las cejas, tosiendo sin entender qué pasaba. Con habilidad desarmó la carpa y metió todo en la mochila, confirmando que aún tenía su cuchillo y que la daga improvisada de Nadi no estaba en ningún lado.

Escuchó pasos alejándose, y sin poder evitarlo volteó en su dirección, notando cómo las siluetas se perdían entre los árboles con la escaza luz que había. La de Nadi, en medio, sobresalía por su caminar firme y su piel pálida, y se mordió la lengua para no hacer ningún ruido, para que ese momento pasara.

—Vamos, hija —le dijo a Sandi en voz baja, escondiendo la pena mientras se ajustaba la desgastada mochila al hombro.

—Pero mamá...

—Te lo explicaré luego. Vamos.

Apoyó una mano en su espalda y la guió entre las raíces y rocas, tratando que no se notara el temblor de los brazos. Avanzaron unos pasos mientras su cabeza daba vueltas, sin poder ignorar su entorno, cómo la espalda se mantenía tensa y las dudas se materializaban en cada instante. Un tonto, un cobarde, eso es lo que siempre había sido, alguien que no sabía cómo actuar enseguida, cómo evitar que los suyos sufrieran, y todo por su culpa. Las hojas se movieron con una pequeña brisa, como si nada pasara, y por un instante creyó escuchar forcejeos y gemidos de dolor, que no eran de ella.

—¿Mami?

—No, hija, no es nada. Sigamos.

—Se quedó atrás, se va a perder —giró para mirarlo a la cara, y el brillo en sus ojos terminó de apretarle el pecho.

—Ya vendrá, hija, vamos —juntó los dientes, sacando fuerzas que ya no tenía, pero Sandi no pretendía seguirlo.

Otro ruido lejano, como de rabia, se coló entre las ramas y rocas, y Sandi hizo el amago de correr en esa dirección.

—No, hija, ¡no! —dijo demasiado fuerte, y sin pensarlo demasiado le dio la vuelta y la tomó en brazos. Ella trató de zafarse pero él no se lo permitió, y comenzó a avanzar como bien pudo para no chocar con alguna rama suelta.

Tenía que seguir, no había otra opción. Puso la cabeza de Sandi en su pecho mientras ella seguía forcejeando, y mantuvo la marcha bordeando los árboles en dirección al norte, esperando encontrar un camino para volver a girar hacia el oeste. Creyó escuchar de nuevo sonidos lejanos pero decidió ignorarlos, pidiendo que fuesen de ella que seguía peleando, y se concentró en Sandi que luchaba con menos fuerzas, en sus pies que esquivaban obstáculos, sin poder evitar que su mente fuera un mar de culpa y dolor.

—Vamos hija, cierra los ojos. Papi te llevará —le dijo casi en un susurro, con la garganta seca y los párpados pesados, mientras le acariciaba el pelo corto para que se tranquilizara.

Encontrará la forma, se dijo, sabrá cómo vencerlos y escapar, seguirá hacia el oeste y llegará a GranFuego. Siguió avanzando mientras Sandi se calmaba de a poco, pensando en cómo los tres habían evitado tantos peligros hasta que llegaron a ese, el definitivo. Y entonces de sus brazos comenzó a brotar muy lento una luz azulada, en los pómulos y párpados cerrados de Sandi, y no pudo evitar que las lágrimas cayeran pesadas en las mejillas. Tenía que seguir, tenía que lograrlo para que valiera la pena, para que una luz de esperanza se alzara y permitiera que el nuevo día llegara. Mantuvo el ritmo a pesar que el cuerpo apenas aguantaba, a pesar que el dolor amenazaba con consumirlo, y sólo la esperanza que sostenía en sus brazos le dio la energía para seguir adelante. Ella estaría bien, encontraría la forma de lograrlo, sí, y llegaría con ellos al final del camino, al oeste del mundo, donde las historias decían que estaba su destino.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro