Jueves, 22:47
Qué tontería, si los fantasmas no existen, son alucinaciones de la gente ante casualidades que coinciden, que llevado por el morbo y los miedos hacen pensar que es otra cosa. Se los dije pero ellos realmente creían y evitaban esa esquina, y para demostrarles lo equivocados que estaban decidí ir a comprobarlo.
De una cuadra a la otra ya no volaba una mosca, se apagaron los sonidos de las casas, las conversaciones afuera, los gatos cruzando y perros ladrando, y sólo quedaron mis pasos en el pavimento. Seguí a paso firme, con las manos en los bolsillos, pero faltando muy poco el aire dejó de estar fresco, y sin motivo alguno el calor fue subiendo.
Paré en la esquina tragando constantemente mientras el calor aumentaba. Intenté dar un paso pero mi cuerpo se puso de piedra al escuchar un sollozo, pequeño y terrible. Las luces eran escazas en esa noche sin luna, pero aún así pude notar una silueta pegada al muro de la casa-esquina, no había duda alguna. Mi mente no respondía, mis manos sudaban sin control, y sin detenerme a buscar explicaciones di media vuelta, caminando por inercia para alejarme sin apenas pestañear.
El llanto siguió en mi cabeza sin control, cubriendo y bloqueando cualquier explicación. Caló profundo en mis recuerdos y sacó cosas que creía ocultas, esas que esperaba haber dejado atrás. Se mezcló entre los besos y tragos, los abrazos y promesas no cumplidas, entre la rabia y los actos reflejo que trataba de olvidar. Estaba ahí y me remecía por dentro, sacando a la luz lo peor de mí. ¿Qué es esto, qué pasa?, si los fantasmas no existen.
Volví al día siguiente y no había nada, ni una marca, ni calor, sólo una casa abandonada, pero mi respiración se puso agitada en seguida, las ganas de alejarme crecieron, y necesitando un escape entré al sucucho más cercano pidiendo un trago para calmar el pulso, o más bien unos cuantos.
Seguro se me notaba en la cara porque un viejo llegó a sentarse a mi lado, saludando con la gracia de la gente de campo. Le llegó un chopito y lo bajó de un trago, acompañado de un sonido de satisfacción antes de seguir hablando. Me preguntó si había pasado por la casa y sólo asentí, clavado en mi vaso, sin saber que decirle, sin saber nada. Con su acento cantadito me contó mil historias, todas explicando de distinta forma lo que había pasado, todas coincidiendo en que la casa se quemó hace mucho, aunque nadie sabe el porqué, y que adentro había una mujer abajo y un niño en el segundo piso, que no alcanzaron a salir. Me dijo que el tipo la engañaba y estaba con otra, que traficaban drogas y algo salió mal, que una chispa encendió las cortinas mientras él estaba de viaje, pero independiente de la historia siempre terminaba en llamas que nadie pudo apagar, en gente calcinada sin poder escapar, y en un niño que lloraba desconsolado todos los jueves a la misma hora. Se fue hablando solo sin pagar, como si no hubiese pasado nada, dejándome ahí mirando mi vaso, temblando con el pecho apretado.
Un niño solo, un niño llorando y esperando, un niño perdido sin oportunidad alguna.
Vagué los siguientes días tratando de pensar en otra cosa, de conectarme con el trabajo y justificar mi estadía. La vida seguía su curso como si nada pasara, con los vecinos recorriendo esa esquina sin preocuparse mientras yo la miraba de lejos, sin poder sacarme de la cabeza ese sonido terrible y todo lo que implicaba. Traté de ahogarlo varias veces pero era peor, porque en vez de ocultar cosas las sacaba más a la luz, y todo dolía. Tenía que hacer algo, porque por más que intentaba evitarlo no podía.
Con el pulso subiendo, el sudor en la frente, las manos temblando y los recuerdos latentes salí ya de noche, aunque aún con tiempo. Caminé a paso lento tomando desvíos, mirando el cielo, buscando excusas y pensando en volver, pero luego de cruzar calles desconocidas y doblar por inercia terminé donde no quería llegar. Paré en seco, helado, mientras lentamente aquel sonido volvió a cubrirlo todo, en esas calles desiertas, en esa noche seca.
Sintiendo mis latidos en las sienes avancé sin quitarle los ojos de encima a esa esquina, sintiendo el calor aumentar de a poco, el sonido más fuerte y terrible, y la silueta pegada al muro, que de a poco fue tomando forma. Tenía las mejillas calientes, los vellos de los brazos chamuscados, la garganta seca, ¿por qué no paraba? Un paso y luego otro, casi sin pestañear, y los sollozos fueron tan claros que casi podía deducir su edad. Estaba ahí en el muro, acurrucado, abrazando algo que extrañamente podía notar. Di otro paso y volteó hacia mí, con el calor aumentando de forma inconcebible, haciéndome notar el libro que tenía en las manos.
Fantasías de hace tiempo surgieron, ideas vagas y cosas no cumplidas, momentos donde todo estuvo bien y pudimos soñar tranquilos, antes que todo se desvaneciera, antes que yo lo rompiera. Lo miraba sin saber qué hacía, por qué no corría a pesar del calor, del dolor del pecho, de la inseguridad extrema, de la culpa suprema y de cómo esos sollozos fueron los de otro, los que no alcanzaron a salir, los que rompí. El libro me llamaba sin saber por qué, y mientras lo miraba absorto la sombra se puso de pie. Sus ojos de oscuridad se clavaron en los míos y sólo entonces noté que lloraba, que ambos lo hacíamos, que todo se quemaba sin llamas, que todo dolía.
Me entregó el libro y lo tomé sin dudar, con el calor tan grande y doloroso que nada peor podría pasar. No merecía nada, ni siquiera escapar, y mientras mi cuerpo se rompía poco a poco bajé la vista a ese libro abierto. Se habían evaporado las lágrimas, la saliva para tragar, pero con una certeza desconocida y fuerzas imposibles comencé a hablar. Era la historia de un niño que quería volar, que se asomó por la ventana pidiéndole a las nubes una oportunidad, y a pesar que se lo negó en un principio terminó cediendo, cuando aceptó dejarlo todo atrás. No habían palabras saliendo de mi boca pero aún así hablaba, y mientras lo hacía la oscuridad del niño se fue disipando para salir a la luz. Vi su boca, sus ojos castaños y el pelo enmarañado, sus dientes chuecos y los hoyos en cada lado, igual a los míos. El calor lo cubrió todo, y cuando terminé el cuento ambos volamos.
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