Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capuccino brillante

Vania siempre fue una chica tranquila que hacía bien su trabajo, preocupada de seguir todos los pasos y entregar el pedido con una sonrisa. Siempre alegre a pesar de las ojeras por una larga noche de estudio, por llegar corriendo de clases o tener que irse justo a la hora para ellas, sabiendo que necesitaba de ambas cosas en su vida. Llevaba años en esto y había aprendido cuánto echarle de cada cosa para satisfacer a cada cliente. «Basta con mirarlos y simplemente lo sabes», decía cada vez que le preguntaba, con una naturalidad envidiable y que al menos yo no tenía.

En los descansos me contaba que soñaba con terminar sicología y ayudar a quienes no encontraban una salida, a los que se sentían agobiados por la vida y necesitaban a alguien que los escuchara, aunque faltaban muchos años para que eso pasara, y eran los únicos momentos en que no sonreía. Pero al llegar la hora se levantaba, estiraba los brazos, alisaba el delantal y después de un largo respiro volvía a su rostro habitual, como si en un abrir y cerrar de ojos se llenara de energía infinita. Entraba y daba su mejor esfuerzo, siempre con una sonrisa.

Sin embargo, ese día dio un respiro más largo que de costumbre con los ojos cerrados, y cuando los abrió su rostro pareció más bello, sus ojos más claros y su sonrisa más amplia, con una decisión más intensa en su mirada, como si nada pudiese dañarla.

El primero de los clientes fue un joven de terno con las cejas bajas que miraba a todos lados como si buscara algo. Sé que Vania lo miró y encontró algo distinto en él, como si se comunicara sin palabras diciendo todo lo que necesitara saber, y comenzó a armar el pedido incluso antes que él terminara de pagarlo. Fue veloz marcando la cantidad de shots mientras llenaba con la leche necesaria el jarro de aluminio, calentándolo mientras lo mantenía en ángulo y generando la espuma. Parecía sumida en otro lugar pues su rostro estaba tenso, mirando con ojos muy abiertos cada movimiento que hacía, hasta que ambas cosas estuvieron listas. Tomó el vaso mediano con el pedido y debajo del nombre escribió algo, echó el café, la salsa de caramelo que agarró sin mirar de un costado, y luego la leche con un movimiento sutil para que cayera como un delgado chorro, sosteniendo el tacho de aluminio con un par de dedos agregando el resto de espuma con forma de hoja en el centro. Movía el vaso con ligeros giros de muñeca y el tacho de aluminio con la otra, y después de un par de pestañeos tenía lista la preparación, terminando con una línea vertical en el centro.

«Sergio, caramelo mediano», dijo mientras volvía a su rostro alegre de siempre, y el aludido se acercó tragando saliva, tomando el vaso con un temblor en las manos. Murmuró las gracias y fue a sentarse a una de las mesas en el otro costado, mientras el resto de pedidos llegaban y los otros baristas continuaban llenando de cafeína y azúcar las vidas del resto. La gente pedía, retiraba y se iba, otros se sentaban a conversar con amigos, a trabajar en algún proyecto o sencillamente a pasar el rato esperando su siguiente compromiso, pero sólo algunos notaron cómo el rostro de Sergio se calmaba y el temblor de las manos paraba, cómo se puso de pie más erguido de lo que había llegado y cruzó la puerta de vidrio con paso firme, incluso una ligera sonrisa. Un día normal para el resto, pero para él uno de los mejores de su vida.

Más tarde le pregunté qué le había escrito, pero respondió que sólo le deseó un buen día.

Dos días después un padre llegó con su familia a cuestas, un hijo revoltoso y su mujer al lado, tan pendiente del celular como si nada más importara en su vida, y después de hacer el pedido los dejó en una mesa. Recibió las porciones de queques y tortas mientras Vania lo miró andar, como si algún detalle del pelo o la espalda hubiese llamado su atención, y después de escribir en su vaso se movió entre las máquinas como si nada, echó salsas y calculó medidas al ojo, armando distintos pedidos en paralelo sorprendiendo hasta a sus colegas, y después de llamarlo por su nombre le dedicó una sonrisa tan radiante que pareció envolverlo en ella. Él se sentó con su familia y hablaron un par de cosas, y luego de fijarse en lo escrito en el vaso miró a la barra con los ojos ligeramente cerrados. Volvió a su familia forzando una sonrisa para hablarles, y veinte minutos después salieron los tres más juntos con sonrisas cómplices. Vania sólo sonrió y siguió trabajando.

Su rostro, siempre sereno, parecía más animado que de costumbre, aunque en los momentos de ocio se le veía especialmente preocupada de que todo estuviese en orden. Cuando le pregunté si pasaba algo me dijo que nunca había estado mejor, sólo cansada por los estudios pero que no era un impedimento. Prometió contarme si algo le pasaba, y por supuesto, le creí.

Pero cuando una pareja pidió que sus cafés los prepara sólo ella comencé a sospechar. Vania no tuvo reparos, trabajando con sumo cuidado, y cuando los dos tomaron sus vasos le agradecieron efusivamente antes de salir. «Tómalo con calma», me dijo que escribió antes de seguir con lo suyo, pero se veía tan satisfecha con ello que no pude dejarlo pasar. Así, cuando llegaban clientes preguntando por ella traté de estar más cerca, de ver sus movimientos y notar aquellas cosas distintas que hacía, aunque no encontraba más que un trabajo perfectamente hecho y una amplia sonrisa. Al otro lado de la barra, sin embargo, parecían satisfechos con lo que recibían, y todos ellos salían con un poco más de luz que con la que entraban.

A las pocas semanas el café se fue llenando. Detrás de la barra trabajábamos a toda máquina, con más personal de lo habitual, tratando de sacar los pedidos a tiempo y limpiar las mesas más seguido, mientras los sonidos de platos y murmullos opacaban la música ambiente. Pero los topes de público eran cuando Vania estaba de turno, con gente pidiéndola por su nombre o requiriendo a «la barista estrella», cosa que nos habría molestado si fuese mentira, y ante cada demostración de afecto, petición especial o preparación detallada podría jurar que ella se iluminaba, su piel se tornaba más acaramelada y su ojos se aclaraban.

Pero un día un señor de traje fino llegó con el rostro rígido a pedir un café doble, con el mejor grano y preparado por la mejor barista, y pude notar que el rostro de Vania se puso tenso como no recordaba en mucho tiempo. Esperó junto a la barra de brazos cruzados mirando la hora constantemente, mientras Vania hacía un trabajo perfecto escribiendo algo al final. Él tomó su vaso con dos dedos, entrecerrando los ojos mientras la miraba como si la retara a un duelo, y luego de leer el vaso le dio el primer sorbo sin pestañear.

«Esto no es lo que yo quería», dijo más fuerte de lo normal, y en un segundo el lugar adquirió un silencio sepulcral.

«Es lo mejor que podemos hacer», respondió Vania, con ojos serenos pero sin separarlos de él, haciéndole notar que si quería podría prepararle otro sin costo alguno. Él alzó los hombros, dio media vuelta y le dio un segundo sorbo mientras caminaba a la salida, y antes de cruzar la puerta de vidrio botó el vaso en el basurero, sin terminar su bebida.

Le pregunté qué había pasado y ella le quitó importancia, volviendo a limpiar las máquinas con un paño como si nada. Más tarde, sin embargo, hablamos sobre el buen trato en un trabajo como el nuestro. Algunos esperan sólo una sonrisa, me dijo, una experiencia distinta que mejore su día, que les de la inspiración que necesitan o los despeje para encontrar lo que querían, aunque de seguro alguno prefiere que le digan directamente lo que necesitan. Sus palabras, por otro lado, eran como saludar a un desconocido con un gesto y una sonrisa, haciéndoles ver que aunque todo en sus vidas sea un infierno no sería completamente un mal día. Dijo esto con tanto entusiasmo que los ojos se le iluminaron, y no pude más que confiar en ella, contagiándome de buenas vibras.

Pronto los noticieros llegaron buscando el secreto de la cafetería. Celebridades hicieron fila junto a mastodontes con caras largas, esperando las preparaciones de Vania. Personas nerviosas, otras confiadas, bien o mal vestidas, todos por igual se juntaban en este lugar que de pronto pasó a ser donde las parejas se juntaban y los tratos se realizaban, donde los indecisos encontraban valor y los cansados un empujón. Hubo que poner plazos para que la gente desocupara las mesas si no estaba consumiendo, pero en vez de aumentar el flujo lo hicieron las ventas, ya que nadie quería irse y prefería pedir una segunda o tercera ronda con tal de quedarse en el lugar. Éramos el centro de atención, el escenario de un espectáculo social que no entendía completamente, pero que a pesar del cansancio todos aprendimos a querer y valorar.

No esperamos que todo cambiara tanto como lo hizo en esos días, con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina. Nuestra burbuja de música ambiente y cafeína no pasó desapercibida, y la gente se juntaba a discutir de política, preocupada por los debates y cómo afectaría en la economía. Más y más gente fue llegando y recibiendo su café con una sonrisa, pero el día anterior fue sin duda el más concurrido y uno que nadie olvidaría. La gente llegó en masa incluso antes de subir las cortinas, teniendo que ordenarlas en una fila que llegó hasta la esquina. Pedimos refuerzos para mantener el orden y resguardar las mesas, y nos pusimos a trabajar a toda máquina en seguida, con los hornos encendidos, las máquinas limpias, las salsas y cajas de leche a mano, y Vania a la cabeza.

Los pedidos fueron saliendo lo más rápido posible, con los trozos de torta, queques, magdalenas, sandwhich y bebidas frías, mientras Vania se movía con una elegancia y eficiencia que impactaba, manteniendo su sonrisa hermosa y los ojos de un azul cada vez más claro.

«Dinos, ¡dinos!», decían algunos detrás de la barra.

Sus movimientos fueron tan sutiles como los de una bailarina.

«¡Queremos saber!»

Su sonrisa tan radiante no dejó a nadie indiferente, como si su alma estuviese puesta en cada movimiento y no hubiese maldad alguna en su corazón.

«Otro más por favor, pero más concentrado»

Lanzó una risita mientras mezclaba salsas y ponía la cantidad justa de espuma para no sobrepasar el borde, haciendo un dibujo con caramelo de simetría perfecta.

Pero muchos de los que recibían su bebida caliente la tomaban con cara larga, entornando las cejas mientras bebían. A medida que salían los pedidos murmuraban y apretaban los dientes, a diferencia de otros que se retiraban más conformes, pero sin dar su brazo a torcer se acercaron algunos a la barra, empujando a quienes esperaban su café. Una cosa llevó a la otra y de pronto comenzaron a gritarse entre sí, apuntando a todos lados y alzando la voz por sobre la música ambiente.

Los forcejeos se iniciaron junto a la barra, mientras la gente sentada y en la fila miraba alarmada, y nosotros, de piedra, no entendíamos nada. «No es lo que yo quería» gritaban unos, «Está bien así» respondían los otros, y aunque parecían ser la misma cantidad pronto los más enardecidos aumentaron en número. Gente de la fila se unió, porque no podían atenderla, los de las mesas fueron al centro, porque no los dejaban tranquilos, y cada uno tomó una postura sobre el café y su significado, mientras detrás de la barra nos mirábamos asustados. A nuestro lado Vania negaba en silencio, con el cabello brillando y los ojos claros como el cielo.

Los gritos eran cada vez más fuertes, los tironeos más bruscos, y pareció que en un punto toda la cafetería estaba sumida en esa pelea sin sentido. Los encargados de mantener la fila y las mesas trataron de separarlos, pasando a ser parte del conflicto, y pronto las mesas dejaron de ser importantes, también los pedidos y vasos junto al olor del café recién molido, y en su lugar los golpes llegaron lanzando algunos al piso, con empujones cada vez más fuertes, y las miradas se incendiaron en formas imposibles con espuma en la boca ante cada grito.

Vania brillaba completa, pero se me apretó el pecho al ver que no sonreía, que sus ojos mostraban una pena desgarradora que le rompería el corazón a cualquiera. Y mientras la turba cruzó la barra por arriba del mesón o junto a las cajas nos quedamos de piedra al ver que nosotros no les importábamos, sólo ella. De un empujón nos movieron a un lado y la rodearon, enfurecidos, y fue como si encendieran un fósforo en medio de una cueva, donde por un momento sólo se podía ver su rostro mirándolos con las cejas caídas. Y su propia luz mostró los rostros de quienes estaban a su lado, monstruos enardecidos sin una pizca de humanidad, que sin pensarlo dos veces lanzaron sus garras sobre ella, cubriendo su luz, entre gritos de rabia e impotencia.

Entre lágrimas vi cómo las zarpas se tornaban rojizas junto a sonidos de colmillos rompiendo y masticando, y toda la cafetería era una cueva oscura, un infierno en vida. Pero un gran destello nos dejó a todos paralizados, deteniendo todos los gritos y forcejeos, y de pronto una esfera de luz comenzó a brillar entre medio de ellos, elevándose lentamente hacia el cielo. Una luz que no tenía formas conocidas, que traspasaba la materia con sus alas invisibles, pero que en el corazón me decía quién era, y se iba. Se elevó tan alto que parecía imposible, hizo resplandecer las caras enajenadas de los monstruos, que volvían a ser hombres y mujeres, y después de perderse en lo alto volvió la música ambiente, las luces cálidas en cada mesa y el olor de café caliente.

Vi que sus rostros no eran tan amenazantes, sus miradas buscaban algo que no podían encontrar, y sin palabras se movían de un lado a otro, apretando los dientes y refunfuñando, mientras algunos miraban hacia arriba con la angustia esculpida en la cara. Los más enardecidos lanzaron maldiciones, culpando al de al lado, a nosotros y a la mala suerte por no recibir lo que querían, y salieron a buscar tal vez el siguiente objetivo de su odio, la próxima luz en sus vidas que tratarían de hacer suyos. En el lugar donde había estado Vania no quedaba nada, ni su risa, sus ojos, ni su piel color caramelo, sólo una soledad que comenzó a invadirnos desde entonces y que fue formando parte nuestra. Porque sola llegó un día a cambiar caras largas por sonrisas, a dar esa palabra de apoyo y ese consejo desinteresado que necesitábamos sin saberlo, y quiero creer que los que quedamos ahí supimos todo lo bueno que hubo un día, todo lo que pudimos tener y perdimos, todo el consuelo y amor que simplemente no merecimos. Ahora sólo nos queda confiar en que el siguiente día será mejor, que encontraremos la forma de salir adelante sin tanto temor, porque de esa forma ella seguirá dentro de todos nosotros, y esa luz que irradiaba nunca se va apagar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro