El paisaje que contemplaba le causaba un deja vu constante. Era tan familiar, y aun así no había estado allí nunca. Pero sabía que lo había visto. Había visto esa escena en sus sueños. Del mismo modo contempló el claro que se abría frente a ella. Se giró y miró el espeso bosque del que había salido guiada por una cálida mano que ahora no lograba alcanzar. Levantó la vista para ver el vuelo agitado de dos pajarillos que se entrelazaban y separaban haciendo piruetas imposibles. Era una de esas escasas personas que nunca había deseado volar libre como un pájaro. Era un animal de costumbres y que anhelaba poco más de lo que ya tenía.

Cuando la pareja que sobrevolaba el claro se perdió en la profundidad del oscuro bosquezuelo, miró al centro del claro. El sentimiento de haber vivido ese mismo instante anteriormente la abrumaba. Sabía lo que iba a pasar y aun así... Realmente estaba allí de pie dónde sabía que estaría. Miraba al cielo azul desproveído de nubes con los brazos lánguidos a cada costado. Poco a poco fue bajando la mirada hasta que se encontró con la suya. Habían pasado tantos años desde la última vez... Ya no se acordaba cómo hablaban, cómo reían y como se buscaban antes. Todo era diferente antes.

A paso ligero se pusieron cara a cara, mirándose la boca y comiéndose en los pensamientos. No podían tocarse, no debían tocarse, y aun así... Se quedaron allí, levantó una mano para intentar alcanzar su rugosa mejilla arrepintiéndose en el último segundo. Hasta que se hizo insoportable, se necesitaban. No les bastaba quererse para ellos, ni mirarse las bocas deseando encontrarse y fundirse en uno lejos de las miradas. Y bajo el cielo, tan claro que todo podía verlo bajo él, se reencontraron como dos amantes adolescentes. Aunque ellos nunca fueron amantes y hacía tiempo que debían haber muerto como los demás. Pero les pudo el deseo de amarse.