Polvo Marciano
La casa de madera falsa y fibrosa del anciano Sulbander brillaba; incluso de noche con los bordes azulados de la barrera de hiperfuerza que le cubría al igual que un domo. Tal barrera impedía la necesidad de salir y regular un filtro de radiación, simplemente esta pasaba al interior pero se reducía al punto de ser solo ondas de radio.
También había espacio suficiente para cosechar y hacer un cobertizo. Las cosechas sobre todo eran abundantes si previamente se esparcía sobre el terreno la arcilla marciana y el agua con una regadera. Todo el lugar bajo la barrera era tranquilo y los soplidos del viento levantaban pequeñas nubes de arena naranja, luego la luz solar era simulada o recibida cuando aún llegaba de día, y eso ayudaba a las plantas a crecer tersas y naranjas como el suelo y el desierto exterior.
Sulbander se levantó con la luz natural del Sol. Era un nuevo día de veinticuatro horas. Se acercó al límite del lugar, la barrera, y verificó los parámetros de densidad de ésta y que tan bien la alimentaban las baterías atómicas semi-estables. Sacudió los colectores de luz solar y barrió los cristales de hielo en el oxigenador.
No había mucho que hacer en Marte, y menos para Sulbander que, al ser un anciano, no tenía ningún trabajo a parte de limpiar su casa y mantener las máquinas funcionales. A veces, también fumaba una pipa de neutrones en la mecedora frente a su casa sin preocuparse de que ningún vecino lo observara espantado por una supuesta contaminación radiactiva. Pero era el vacío marciano, no había que preocuparse por pequeñeces típicas de la Tierra. Tampoco había ningún marciano cerca que robara sus pipas.
Sacudió la cabeza dejando caer unos cuantos cabellos blancos, sostuvo el vaso de agua al lado suyo y lo bebió como una última sensación de frescura después de que el oxigenador terminase estropeado. No se culpó a sí mismo, ni siquiera al gobierno marciano por vender chatarra espacial. Pero era hora de dormir, y no había que preocuparse por ello, no por morir asfixiado aquella noche. De todas formas iba a hacerlo pronto y no le harían un funeral hasta después de unos años cuando esperaba a visitantes recién llegados que, al igual que él, pensaban arrendatarse con el gobierno. Era el gusto por la soledad y el silencio del aire.
Dejó la pipa a un costado luego de exhalar la última nube de iones desde sus labios y se recostó a dormir en la mecedora de madera. Ya nadie iría a verlo aunque la casa siguiera allí. Nadie volvería a tocar la sólida barrera azul brillante de hiperfuerza que separaba su silencio del silencio exterior. Nadie volvería a tocar la radio de pulsos que antes usaba para hablar con sus vecinos, cuando estos aún vivían con una vejez casi igual a la suya. Nadie, ni siquiera un extraño, tocaría sus plantas de arcilla.
Los brotes entre la tierra marciana se movían lentamente como cuando se les regaba con gotitas de agua y cuando por fin demostraban su naturaleza de atracadoras de oxígeno subterráneo. Los poros se abrieron, limpiando el aire de a poco y devolviendo la frescura al interior de la casa de Sulbander.
Él aún dormía.
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