Mar de polvo
Los ojos no alcanzaban como para ver la totalidad del paisaje, en su llanura gris de regolito lunar. Y no, no es tan simple caminar. De hecho, esa es la peor parte de venir a la Luna. Ir a la Estación Espacial Internacional debería de haberme servido como entrenamiento, pero no es lo mismo. Para lo único que te has preparado es para estar en un lugar con gravedad, en otro con nada de gravedad y uno como la Luna así que espero que entiendas qué tan difícil puede llegar a ser estar en un lugar donde es mitad y mitad. Pero el endemoniado paso al que vamos hacia la base es recompensado por la vista entre colinas, dunas y rocas. Forman un paisaje formidable que solo podrías disfrutar de estar aquí. La mayoría de éstos fragmentos se encuentran regados en el suelo, pero no por ello dejan de ser peligrosos. Una de esas pequeñas rocas puede causarte una hemorragia interna si respiras una parte del desierto como todo un adicto al polvo lunar, y ya que está cargado, éste se pega a tu traje espacial como ratón al queso, y no hay forma de evitar que el ratón venga a tí, excepto por quitarte el traje espacial. Pero entonces moriría, ya me entiendes. El equipo y yo atravesamos con el cohete una buena parte de la llanura hasta que nos precipitamos descontroladamente hacia el suelo, claro que pudimos aterrizar más suavemente y cerca a la base, pero créeme, no es nada fácil llegar a suelo firme y menos si no hay resistencia de aire ni la misma gravedad que en la Tierra. Desde allá abajo todos esperan que estemos vivos, claro que lo sabrán, pero hasta entonces hay que arreglar la radio la cual se averió en el aterrizaje. Al menos llegamos vivos y sin ningún desgarro cerebral, no digo que sea posible, solo que llegamos intactos. Identificamos el lugar a unos cuarenta cortos metros de distancia, y la gravedad lunar es tu mejor amiga como dije. Sobretodo cuando se trata de llegar rápidamente de un lugar a otro. Si quisieras, podrías dar un salto que con gravedad lunar sería uno de seis metros si es que eres atleta. La caída no te mataría a menos que rompieses tu casco, y la radiación solar tampoco es muy tu amiga que digamos. Nos dimos prisa, sobretodo porque yo estaba perdiendo oxígeno a un ritmo considerado alarmante. No un pequeño agujero, ni un corte fino, sino una manguera rota. La noticia me llegó desde el casco con cinta dorada del traje espacial. Me era casi imposible encontrar la fuga, y solo faltaban unos veinte metros para poner un pie en la base. Tana, una astronauta del equipo, usó la milagrosa cinta aislante que casi siempre funciona en éstos casos. La milagrosa cinta aislante se enredó por el aire que escapaba desde la manguera como cuando una bandera se estremece con el viento. Según mi medidor de aire, pues, ya se me habían escapado tres litros de oxígeno líquido que se habían vuelto gas apenas tuvieron contacto con el vacío del espacio. Sentí que mi propio aire era succionado por el exterior, prácticamente me sentía como un globo que se desinfla. Tomé todo el aire que pude antes de siquiera desmayarme. De hecho eso fue lo que pasó antes de que se me acabase el aire. La misma astronauta cubrió la manguera con cinta, creo, y alguien más usó goma de vacío que luego se expandió al exterior por la obvia diferencia de presión de mi tanque de aire y el vacío. Un par del equipo me arrastró hasta la esclusa, o eso dijeron, luego nos inundamos de aire fresco y entramos. Claro que recuerdo las luces blancas de la esclusa, pero no mucho antes de desmayarme. Es bueno saber que me dieron mi propia habitación médica, aún más amplia que lo que sería mi propia habitación de astronauta en la base lunar.
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