Cósmica
Rutters, la encargada de la supervisión de la nave madre que cruzaba en aquel momento el sistema solar más cercano a una velocidad casi ultralumínica, se sostenía a sí misma en uno de los cristales cercanos al lugar de pilotaje. Se dirigió al lugar en que las máquinas trabajaban con brazos alargados en el mantenimiento del equipo humano, como trajes u otros implementos parecidos a pequeños robots con ruedas.
Pasó de largo el lugar, accediendo al piso inferior en que las anteriores cápsulas usadas en el viaje ahora estaban siendo cambiadas de cristal y circuitos de criogénesis. Aún habían personas, claro. La mayoría se ocupaba de trabajar en la bahía médica o el taller de ingeniería.
Rutters caminaba junto a los robots que llevaban barras de combustible a los propulsores y volvían algo chamuscados.
Llegó por fin a la sala de mando donde los pilotos humanos controlaban cada desplazamiento astronómico por la Andrómeda.
Algunos no se conocían, la mayoría sí que eran desconocidos pero Rutters conocía más que a nadie en el lugar a Rinem. Había sido en el pasado una gran compañera cuando ambas recorrían como la luz del universo cada rincón junto a los escuadrones de cazas atómicos.
Los cohetes surcaban la negrura del vacío mientras que de un salto, una de ellas iba a rescatar a la otra.
Rutters y Rinem eran ex-pilotos de la fuerza exo-espacial. Eran, porque la oportunidad de volver a volar en la ingravidez juntas no incluía estar siempre al mando de un general o comandante gruñón.
Rinem volvía la vista a los controles luego de observar a su compañera de vuelo extraplanetario detrás suyo.
-¿Cómo va todo?-preguntó Rutters, sacudiendo los hombros de su amiga.
-Todo podría ir mejor. He hecho números, y al parecer nos hubiese costado menos energía el esquivar aquel cinturón de asteroides que trataste de explotar.
-El espacio no puede ser siempre oscuro, compañera mía. A veces hay que encender una cerilla que nos alumbre el camino. ¿Que tal si te tomas un descanso? Acompáñame a la cubierta.
-Esta bien, dejaré un reemplazo. Sólo déjame llamar a alguien...
-¡Ven de una vez!-Jaló de su brazo corriendo junto a ella por los pasillos iluminados de luz estelar.
Los hombres y robots sentados al lado de Rinem sólo siguieron haciendo su trabajo sin inmutarse. Routers más bien les había echado un ojo antes de irse por la seriedad de éstos.
-Con que a cubierta...
-Sí. No es que seamos un barco o algo así. Ahora ponte un traje espacial antes de salir.
-Es extraño que si un robot sale use traje espacial.
-Es extraño que sigas hablando de trabajo.-gruñó Rutters.
-Bueno, tú solo eres una administradora de misión. No es un trabajo muy pesado.
-A veces lo es. Debo vigilar que nadie cometa un error. Pero se notaría de inmediato en cuanto estuviésemos muertos.-acomodó el traje en sus hombros-¿Lista?
-Sí. Bueno, sal tú primero.
Una persona de igual tamaño al de una antena de comunicación exterior salió por una escotilla, y luego de ella una silueta más delgada con un cable de seguridad.
-Ya que no estamos en movimiento, es seguro caminar aquí.-le transmitió a Rinem por el radio.
-Solo hasta que determinen hacia donde ir. Es mejor vagar por ahí a estar días varados en medio de la nada que te vuelvan contradictoramente claustrofóbica.
-Entonces concéntrate en tu trabajo o haz otra cosa, como yo.
-Por cierto, ¿como pasas tu tiempo libre? Casi no te veo en la sala de mando y tampoco cuando voy al módulo de energía con los propulsores y robots.
-No son los únicos lugares con cosas interesantes. A veces voy a las cápsulas de criogénesis y me divierto durmiendo una siesta de media hora. Lo mejor es que no puedes envejecer durmiendo allí.
-Vaya gasto insulso de energía, compañera.-respondió Rinem, observando los bordes lejanos de la nave.
-Y no sólo duermo en esas cosas, a veces voy al gimnasio que está al costado de mi habitación.
-Pensé que ya nisiquiera funcionaba. Por eso no iba.
-De vez en cuando paso por tu lugar de trabajo y no encuentro otra cosa que personas sentadas mirando pantallas azules y el cristal gigante que es como un televisor.
-Podría gustarte mi rutina una vez que te la pases más seguido allí. Es reconfortante.
-Y otras veces hago esto.-Rutters dio un salto hasta una antena brillante y redonda sujetándose de ésta-Me hace sentir como una pirata, ya sabes, esos antiguos cuentos de hombres del océano.
-Sé a qué te refieres, pero un pirata no está tan alto en su navío. Además, de vez en cuando debe arrojar a alguien por la borda.
-Por eso te traje aquí.
-Muy buena broma.
-No estaba bromeando. En serio.
Planeaba empujarte y cortar el cable. Sólo me faltaba el soporte.
Ambas rieron hasta caminar por un borde metálico hacia otra escotilla.
-Me impresiona lo grande que llega a ser la luz de un quásar.-dijo Rinem.
-No te confundas mirando hacia todos lados. Una luz puede hasta ser una estrella, incluso una que ya no existe.
Es luz antigua y muerta, compañera. Pero una luz estelar cercana es mucho más realista y reconfortante aparte de abrasadora.
Las astronautas pisaron el blindaje suponiendo que hiciera algún ruido allí afuera. Un toque. Nada.
Caminaron en dirección hacia los propulsores que no brillaban a menos que las barras de combustible hiciesen fisión. Los robots allá abajo ardían pero eran raramente felices a su manera. Cada movimiento de fibra ligada a un inyector eléctrico hacía vibrar a los trabajadores, mientras que en un lugar menos cálido, los humanos hacían de exploradores mirando luces lejanas e interpretándolas con ardua esperanza de viaje interestelar.
Rutters sonreía cada vez que recordaba lo poco común de un viaje altamente tripulado en una nave así. El aire caliente y el metal naranja brillante también sonreían a su trabajo cuando caminaba por pasillos naturalmente iluminados por un vacío oscuro, pero lleno de fulgor profundo en la plana llanura de un horizonte desconocido y completamente negro.
-Me pasaría todo el día aquí fuera-dijo Rinem, con un tono cansado.
Rutters se sentó en un bloque ignífugo de poco más de medio metro de lado. Se estrecharon los brazos mientras saltaban para llegar al otro extremo oscurecido por la noche.
-Si fuésemos piratas, ¿donde estarían nuestras armas?-preguntó la más pequeña, obviamente Rinem.
-Interesante pregunta. Pues no lo sé, imagina que los bordes están oscurecido por la humedad de madera común y corriente de la Tierra. Finge esperar una botella de vino que viene en manos de un robot de parche y ropa tosca. Podríamos ser excelentes piratas, pero sin armas, pues...
-Un cañón en cada lado. Los propulsores no son realistas en una época de corsarios ahora que lo pienso.-volvió la mirada a Rutters.
-Podemos ser piratas y tú serías el segundo al mando.
-Sujeta mi traje, trataré de llegar al otro extremo de un solo salto.
-Tranquila, pirata espacial de uno sesenta. Nadie salta de su barco porque sí.
-Pensaba ver el timón, capitana Rutters.
-Te doy permiso de llevar la nave hasta lo profundo del océano, segunda al mando.
El tiempo pasaba rápidamente sobre la superficie amalgamada de metal, luego lo hizo lento.
-Oye, creo que deberíamos volver.-esta vez Rinem miraba a la esclusa por la que ambas habían salido.
-¿Por qué?
-Creo que olvidamos algo en toda ésta misión. Por cierto, ¿no eras la administradora de todo este viaje?
-Casi, pero había otra persona que debía hacer el trabajo junto a mí.
-Y...
-Oh, demonios.
-Tranquila...-dijo Rinem, dándole unas palmadas en el traje espacial-dejar a alguien congelado no es algo por lo que te puedan meter a un calabozo junto a los barriles de pólvora y los demás marinos.
-De hecho, es un gran lío. ¿Como pude olvidarlo?
-Capitana, se suele ser imprudente cuando se bebe demasiado.
-Es cierto, volvamos a la esclusa.
Ambas volvieron a tomar aire y colgaron los trajes en cajones metálicos.
Rinem daba pasos acelerados al igual que la supervisora de misión. Luego se dirigió a ella.
-Cada cápsula de criogénesis gasta lo mismo que un refrigerador en tres días. No creo que se lo expliques a la supervisora, es decir, a la segunda supervisora.
-Al menos aproveché todo lo que pude mientras descansaba.-respondió Rutters.
Los robots circulaban más que en ningún otro momento del día. Era el cambio de turno y los servidores de metal ennegrecidos por la radiación se dirigían a sus cubículos estrechos donde recargaban su energía y otros iguales iban a ocupar su lugar en la cadena de mantenimiento espacial.
-Aquí es.-la mano de Rutters empujó una puerta metálica de seguro magnético, y dentro, la temperatura baja se mezcló con la exterior. Aire caliente por el paso agitado de unidades.
Observaron las cápsulas de criogénesis, luego asomaron sus rostros por cada una hasta encontrar el rostro pálido a punto de enrojecerse y volver sus mejillas rosadas. El cuerpo tenía una etiqueta como una pulsera de goma en la muñeca. Era el nombre de la mujer.
-Supervisora de labores espaciales-
-Nauver Clish-
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