Era otra vez el mismo chico, el que siempre estaba solo y escondía su rostro de vez en cuando detrás de un tapabocas negro. El mismo que usaba suéteres negros o franelas blancas, escuchaba música durante todo el viaje para evitar hablar con otros y le sonreía a la ventana algunas veces.

Siempre era él, Jeon Jungkook. Por casualidad descubrí su nombre cuando una de las chicas del tren lo llamó una de las tantas veces que viajó en el mismo vagón que yo.

Quería acercarme a él o quizás sentarme a su lado pero... siempre parecía tan solitario, tan ajeno y solo, que tenía miedo de romper su burbuja y que me odiara por ello.

Así que hoy a pesar de que no me acerqué para conocerlo por lo menos di un paso pequeñito. Le tomé una foto dormido.

¿No luce como un ángel...? Y es que este ángel que siempre viaja una vez al mes a Busán en tren es una de las coincidencias que quisiera repetir una y otra vez y por eso más de una vez me he encontrado a mí misma pidiéndole al destino que el tren se detenga y yo pueda mirarlo para siempre.

Porque Jeon Jungkook es una obra de arte. Solitaria sí, pero arte.