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El encandenado de Michalema


Hoy era la última luna llena del mes de octubre y con los sonidos de los tambores, bailes, cantos y oraciones exigían mi presencia en el pequeño pueblo de Michelena. Era uno de esos
grandes días en el que todos los dioses hacían de las suyas en la tierra, y yo no sería la excepción, ¿cómo perderme tal manjar?, pues era la noche en la que tendría la oportunidad de conseguir un trato de favor por parte de fuerzas poderosas, pero aquellos planes se esfumaron
por completo en cuanto escuche las peticiones de unas de mis niñas.

—Oshún…

—¿Me escuchas, Oshún?

Su llamado se escucha en la distancia, su voz se encuentra tan cargada de desesperación y angustia que acude hacia mí, a la diosa malévola del inframundo.

Por más que lo intentara no podía hacerme de oídos sordos, me decido por acudir a ellos, y me olvidó de mis planes.

—¡Oh!, oh… Oshún, diosa de las aguas, ¡Escuchad de mis plegarias!, Hoy me acerco a ti con
humildad para pedirte un favor.

Al escuchar esa plagaría me dirijo discretamente a ella en mi forma de pavo real. La joven
envuelta en angustia pide una y otra vez mi presencia. María Eugenia me había adoptado
como su deidad personal.

Aunque por mucho que me rehusara en ayudarla, para poder cumplir así con mi principal objetivo de esta noche, simplemente no podía. Yo, Oshún no solo era la diosa del
inframundo, sino también la encargada de conceder protección a las mujeres y brindarle ayuda a todas las que acuden a mi buscando auxilio. Podría ser fría y malévola, pero cuando se trata de unas de mis protegidas tenía un deber que cumplir antes de mis necesidades.

—¿En qué puedo ayudarte, mi niña? — Aparecí detrás de ella en mi forma humana, pillándola
por sorpresa. La chica al percatarse de que le he respondido con mi presencia sonríe y suspira de alivio.

—¡Oh!, madre de las rocas, hoy pido vuestra ayuda. —, expresa entre suplicas. Veo en sus ojos
tristeza y capitán mi atención—Mi padre ha asesinado a José, mi novio. Lo asesino a golpes al
enterarse que me ha sido infiel, y pidió que dejaran su cadáver a algún lugar de Michelena, sin
asegurarse que le dieran un entierro digno. —su voz se quiebra a pronunciar tales palabras. — Temo que José no haya encontrado descanso digno. — la joven comienza a llorar entre llantos y con dificultad me revela el favor que espera de mí. Pero antes de que esto sucediera saco de uno de los bolsillos de su vestido una cruz de plata y me la extendió. — Gran diosa, pido que
encuentres su cuerpo y coloques esta cruz en su pecho. A cambio prometo regresarte el favor.

Sin tener más opciones acepté ayudarla, pues la abrumadora historia de la muerte de su
amado me había conmovido por completo. Entre pensamientos fue como inicio mi recorrido
por las solitarias calles de Michelena, en busca de un cuerpo que jamás tuvo una sagrada sepultura desde los siglos anteriores.

Cuando volví a Michelena después de años: las calles empedradas habían desaparecido, las casas y la plaza estaban diferentes, el tiempo lo había cambiado todo. En mi tiempo como diosa había visto muchas cosas extrañas en mi vida, pero cuando estaba a punto de llegar al cementerio local note que todos los pueblerinos comenzaron a cerrar  de la nada las ventanas de sus hogares.

Sabía que estaba prohibido celebrar Halloween en aquel lugar, pero jamás imagine
cual sería la razón. De pronto la luna llena se ocultó detrás de unas nubes y el cementerio se oscureció. Sentí un terrible escalofrío al escuchar que en la parte alta llegaba un ruido como de algo que arrastraba.

Se acercaba… en las calles desiertas se oyó un fuerte ruido preciso, parecía que alguien
arrastraba cadenas, luego se fue alejando. Al menos eso pensé hasta que con sonidos de
tormento y gritos desgarradores de esos que resuenan en tus tímpanos por el resto de tu vida,
me invadió en cuanto puse un pie sobre una pequeña zanja oxidada que se ubicaba frente del cementerio. Entonces lo supe; el cuerpo de José fue colocado en aquella zanja como un acto
de burla por parte del padre de María Eugenia, se pudrió ahí hasta que los gusanos hicieron lo
suyo y el viento se llevara lo que quedaba de sus huesos.

Me coloque en cuclillas y coloqué encima de una pequeña placa con su nombre aquella cruz,
estas misteriosamente de la nada se habían convertido en unas cadenas ensangrentadas. En el
momento en el que decido levantarme, siento una brisa en la nuca forzándome alzar la mirada, y lo que veo me corta la respiración unos segundos:

Era una figura fantasmal de capucha vestida con una túnica negra. Sus ojos refugian como
luces y de sus brazos en cruz pedían unas largas y pesadas cadenas que se arrastraban
chocando con el empedrado. Cuando llego hasta aquí fue creciendo y tomando grandes
dimensiones. Detrás de el espectro venían encadenado niños, jóvenes y adultos rogando entre gritos que los ayudara a liberarse de aquellas cadenas que les pesaban, mientras que sus pies estaban cubiertos de salpicadura de sangre.

No sentí ninguna sensación de compasión con ninguno de ellos.

—Gracias por tu ayuda, Oshún. —Aparece de la nada aquella joven que decidió pedir mi ayuda. —Cómo gratitud de tu ayuda, hoy en noche de Halloween el encadenado de Michelena te
ayudara a recolectar cada alma que necesites.

Tras esas palabras sonrió ampliamente por que a final de cuentas pude cumplir mi objetivo. Así fue como la figura gigantesca se perdió en la noche junto con el fantasma de María Eugenia y de todas las almas en pena siguiéndoles. En busca de almas para ofrécemelas como obsequio de gratitud por haberlos reunido después de tanto tiempo.

Así que, si escuchan cadenas ser arrastradas por las calles solitarias, no se sorprenda al saber de quién se trata, recuerden que el encadenado de Michelena ira pronto por ustedes...

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