Capítulo Dos: El Profesor Snape
Micaela había descubierto que Slytherin no era tan malo como lo pintaban. La sala común y las habitaciones estaban iluminadas por lámparas de techo de color verde, con sillones de cuero negro, sillas y mesas de madera tallada cubiertas de elaborados manteles. La sala se extendía parcialmente bajo el Lago Negro, lo que le daba a la sala una luz verdosa.
En Hogwarts habían 142 escaleras, amplias y estrechas. Algunas cambiaban de lugar y otras te podían llevar a lugares diferentes dependiendo del día. Habían puertas que no se abrían y cuadros molestos y Micaela estuvo a punto de hechizar a uno con uno de los hechizos que había aprendido.
Los fantasmas tampoco ayudaban... y a pesar de que casi ninguno se acercaba a los chicos, Micaela había descubierto que a su hermana tampoco se le acercaban. La única cosa parecida que se les acercaba era Peeves, el duende. Molestaba a los alumnos gastándoles bromas y jodiéndolos a diario. Les tiraba cosas a las personas a la cabeza y hacía que se cayeran de una manera que Micaela describiría como genial y al mismo tiempo, cruel.
Pero aún peor que Peeves, si eso era posible, era el celador, Argus Filch. Filch tenía una gata llamada Señora Norris, una criatura flacucha y de color polvoriento y ojos saltones iguales a los de Flich. Si uno infringía una regla delante de ella, o ponía un pie fuera de la línea permitida, se escabullía para buscar a Filch, el cual aparecía dos segundos más tarde. Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto tal vez los merodeadores), y podía aparecer tan súbitamente como cualquiera de los fantasmas. Todos los estudiantes lo detestaban, y la más soñada ambición de muchos era darle una buena patada a la Señora Norris.
Las clases eran una tortura para la mala habilidad de prestar atención de Micaela y Venus era la única de los chicos que la entendía.
Había mucho más que magia, como Micaela descubrió muy pronto, mucho más que agitarla varita y decir unas palabras graciosas.
Tenían que estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios, cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana iban a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendían a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debían utilizarlas.
Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.
El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio.
La profesora McGonagall era siempre diferente. Micaela había tenido razón al pensar que no era una profesora con quien se pudiera tener problemas. Estricta e inteligente, les habló en el primer momento en que se sentaron, el día de su primera clase.
―Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderéis en Hogwarts ―dijo―. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrá volver. Ya estáis prevenidos.
El profesor de defensa contra las artes oscuras era Daniel Colligan, un joven de 30 años que tenía cabello negro y ojos azules. Micaela se enteró que varias chicas de su misma generación se estaban "enamorando" del profesor Colligan. La primera clase que tuvieron, el profesor Colligan les explicó todo lo que tenía relación con la defensa contra las artes oscuras. Y, a pesar de que Micaela estaba segura que a ella le iba costar mucho esa clase, entendió casi todo lo que decía el profesor... era como si estuviera en su sangre.
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El viernes llegó más rápido de lo que Calypso esperaba y en cuanto pudo, se levantó con más ánimos que nunca y se duchó con rapidez. En cuanto ella, Albus y Scorpius abandonaron la sala común, se apresuraron en encontrar a Venus y a Rose.
Hedwig, la lechuza de Albus vino con la respuesta de los padres de Albus al saber que su hijo estaba en Slytherin. No decía nada largo, eran pocas palabras. «Tranquilo: yo también estuve a punto de quedar en Slytherin», nada más. La verdad es que Micaela se había esperado que Annabeth le hubiera escrito, pero no lo hizo...
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Las clases de Pociones se daban abajo, en un calabozo. Hacía mucho más frío allí que arriba, en la parte principal del castillo, y habría sido igualmente tétrico sin todos aquellos animales conservados, flotando en frascos de vidrio, por todas las paredes.
―Vosotros estáis aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones ―comenzó. Hablaba casi en un susurro, pero se le entendía todo. Como la profesora McGonagall, Snape tenía el don de mantener a la clase en silencio, sin ningún esfuerzo―. Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de vosotros dudaréis que esto sea magia. No espero que lleguéis a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente,con sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos...Puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte... si sois algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.
Micaela pensó que su discurso hubiera sido genial, de no ser por el final. Más silencio siguió a aquel pequeño discurso. Venus y Rose intercambiaron miradas con las cejas levantadas.
―¡Sparks! ―dijo de pronto Snape―. ¿Qué obtendré si añado polvo de raíces de asfódelo a una infusión de ajenjo?
¿Raíz en polvo de qué a una infusión de qué? Micaela miró de reojo a Albus, que parecía tan desconcertado como él. Las manos de Rose, Venus y Scorpius se agitaban en el aire.
―No lo sé, señor ―contestó Micaela, con la cabeza levemente gacha.
Los labios de Snape se curvaron en un gesto burlón.
―Bah, bah... es evidente que la fama no lo es todo.
¿Qué fama? Snape no hizo caso de las manos de los tres chicos.
―Vamos a intentarlo de nuevo. Scamander, ¿dónde buscarías si te digo que me encuentres un bezoar?
―En el estomago de una cabra, señor ―respondió Venus.
Snape seguía haciendo caso omiso de las manos temblorosa de Rose y Scorpius.
―¿Cuál es la diferencia, Potter; entre acónito y luparia?
Ante eso, Rose se puso de pie, con el brazo extendido hacia el techo de la mazmorra.
―No lo sé ―dijo Albus con calma―. Pero creo que Rose lo sabe. ¿Por qué no se lo pregunta a ella?
Unos pocos rieron. Micaela le guiñó un ojo a Albus. Snape, sin embargo, no estaba complacido.
―Siéntate ―gritó a Rose―. Para tu información, Sparks; asfódelo y ajenjo producen una poción para dormir tan poderosa que es conocida como Filtro de Muertos en Vida. Un bezoar es una piedra sacada del estómago de una cabra y sirve para salvarte de la mayor parte de los venenos. En lo que se refiere a acónito y luparia, es la misma planta. Bueno, ¿por qué no lo estáis apuntando todo?
―Porque ―dijo Venus― fue completamente injusto que usted le preguntara esas cosas a los chicos.
―Diez puntos menos para Gryffindor, Scamamder ―siseó Snape.
Venus se sonrojó de furia contenida.
―Maldita sea ―musitó más para ella que para el resto.
―Y la próxima vez que se atreva a contradecir algo que yo diga, me veré obligado a bajar veinte puntos a Gryffindor ―añadió Snape.
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―Tenía razón ―dijo Venus después de la clase―. Fue completamente injusto que nos preguntara esas cosas.
―Es verdad ―apoyó Rose―. Solo tengo una pregunta, ¿cómo sabías eso sobre el bezoar? ―preguntó.
―Mi padre me enseñó ―respondió con simpleza
―¿Vamos a ver a Hagrid? ―preguntó Albus―. Mi papá me dijo que él nos podría ayudar.
Algo que nadie sabía, era que Micaela había empezado a tener sueños sobre una extraña piedra roja. Algo peligroso estaba pasando en Hogwarts.
Cuando llegaron a la cabaña de Hagrid, éste les abrió con una esplendida sonrisa.
―Vaya, lo que dicen es verdad. Cinco chicos, dos Gryffindor y tres Slytherin son amigos ―dijo al verlos―. Y yo que creía que era falso el rumor... como todos los de Hogwarts. Pasen, pasen.
Entraron y se sentaron un sillón que estaba junto a una chimenea.
―Chicos... tengo algo que decirles... ―dijo Micaela de repente. Suspiró―. He empezado a tener unos sueños extraños sobre una piedra roja extraña...
―La piedra filosofal ―susurró Hagrid, sin embargo, Albus lo oyó, pero prefirió dejarlo solo para él... por ahora―. Debe ser algo normal...
―No lo sé, Hagrid. Hemos tenido varias cosas raras. Por ejemplo, que Snape diga que Micaela es famosa y que nos hayan dicho que debemos cuidar a nuestros amigos ―suspiró Albus―. Esto no puede ser normal.
Dejando el tema de lado, estuvieron una hora charlando acerca de las cosas de Hogwarts. Cuando llegaron, se fueron a un pasillo que estuviera vacío y Albus dijo:
―Es la piedra filosofal.
―¿Y eso qué es?
Albus tardó diez minutos en explicarle que era la piedra filosofal.
―¿No que Dumbledore la destruyó?
―Pero, ¿qué tal si jamás la destruyó? ―preguntó Venus―. Es decir, no hay testigos de que haya destruido la piedra. Tal vez sí sea eso.
Micalea suspiró.
―No sé qué está pasando.
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