~•2•~
4 años después
El norte era mejor de lo que esperaba, las personas eran cálidas, amables, no recibían muchos ataques así que no debía usar sus poderes seguido.
Todos los días salía a pasear, a veces sola, otras veces acompañada de Tatsuki, quien después de todo ese tiempo juntos comenzó a tener sentimientos románticos hacia ella.
Por todos los medios trató de no darle esperanzas, pero tal parecía que con solo respirar era suficiente para enamorarlo, le explicó de varias maneras que ella no podría jamás estar en la intimidad con él, pero Tatsuki aseguró que eso no era importante, con tenerla junto a él y Seichi era suficiente.
No pudo negar que le gustaba como la trataba, era amable, cariñoso, respetuoso, pero por sobre todo un buen padre, terminó aceptando su propuesta, así que en menos de una semana todo el Sengoku sabía del compromiso del Lord del Norte.
Muchos viajaron para dar sus felicitaciones, al principio se sorprendieron cuando vieron que era una humana, pero después no les importó, después de todos, ellos no eran quien para mandar en sus gustos.
–Kagome, han venido más visitas– informa el youkai llegando al jardín donde la ojiazul trataba de jugar con el pequeño Seichi–¿vamos?
–¿Más?– cuestiona con un puchero, hace muchos días le había prometido jugar todo el día con él, aun le era irreal pensar que con solo cuatro años, el pequeño se portara como si tuviera siete u ocho años, admiraba la diferencia de youkai's con humanos– está bien.
Seichi se quedó solo, suspiró desanimado antes de seguir jugando con los animales de madera que el carpintero de la aldea le había hecho.
Tatsuki la guiaba feliz, según le decía, conocía a este youkai desde pequeños, eran grandes amigos aún cuando la actitud del otro era tosca, sin sentimientos, Kagome sintió su mundo caer cuando frente a ella apareció el dueño de sus desgracias.
–Kag, te presento a Sesshomaru Taisho, Lord del Oeste y un viejo amigo– la tensión era palpable en el ambiente, Tatsuki no lo notaba o al menos, no deseaba hacerlo– y viene en compañía de...su...mujer.
La ojiazul estudio a la demonio, cabello dorado, piel blanca, uñas largas, ojos verdes que tenían parecido con Seichi, no hacía falta ser un genio para saber que ella era la madre. Se rió para sus adentros ante la ironía, si ellas cambiaban de lugar, estarían con sus verdaderas familias.
–Un placer– dice haciendo la mejor reverencia, formal, elegante– gracias por venir a saludarnos por nuestra pronta unión.
–Para ser una humana te comportas muy bien– habló la mujer youkai viéndola de pies a cabeza con desprecio– yo sabía que los tuyos eran analfabeta.
–Ya ve que no es así– le mostró una sonrisa para hacerla enojar más-.
–¡Mamá!– Seichi entró corriendo, Shizuka, la demonio que llegó con Sesshomaru, se quedó perpleja creyendo le hablaba a ella, pero el pequeño llegó a Kagome– acompáñame, encontré algo que te gustará.
–Vamos– le hizo cariño en el cabello antes de tomar su mano– si me disculpan, debo atender a mi hijo.
Tatsuki sonrió antes de girarse a Sesshomaru, quien miraba atento a la miko, los llevó a otro lugar donde pudieran charlar tranquilos, Shizuka por su parte decidió ir a pasear por allí.
•••
Kagome sentía que algo no iba bien, Sesshomaru llevaba dos semanas allí, parecía que no deseaba irse, por suerte no se había acercado a ella en ningún momento, se sintió aliviada, pero ese sentimiento de que algo malo pasaría no la dejaba en paz.
Notó los azules cabellos de Seichi, corría feliz mientras el padre lo sigue riendo y cuando lo alcanza ambos caen al suelo, el mayor haciendo cosquillas y causando qué una sonora carcajada escape del menor.
Kagome mostró tristeza en su rostro, su hijo no estaba allí, el youkai peliplata lo había dejado en el Oeste, se preguntaba como sería, ¿estaría igual de grande que Seichi? Tenían prácticamente la misma edad.
–Ven aquí– los ojos morados de Tatsuki la estudiaron, siempre le parecieron hermosos, debía ser sincera, era muy apuesto, alto, cabello azul atado en una alta coleta, ojos morados qué brillaban siempre que la veían y piel trigueña, pero su maldita mente sólo mostraba a otro demonio que no hizo más que dañarla– Mañana volveremos a estar solos, en dos meses es la boda y solo puedo decir, que realmente soy feliz Kagome.
–Yo también lo soy– era verdad, se sentía muy bien junto a él, quizá, solo quizá, podría llegar a tener algún tipo de sentimiento de amor hacia él, pero jamás estarían en intimidad, no podrían tener hijos y eso le hacía sentir lastima por él, quien merecía realmente a alguien que pudiera darle esa felicidad-.
–Se lo que estas pensando, así que basta– le dio un cálido y muy tierno beso en su frente– con que solo estés a mi lado soy feliz– Seichi hizo un puchero, tiró de la manga de su padre y se apuntó– perdón, con que estés a nuestro lado.
Kagome los abrazo, cerró sus ojos tratando de calmarse, nada pasaría, todo estaba bien. Se levantó diciendo iría con la costurera para que le tomara las medidas del kimono, insistió en ir sola, pronto era la hora de dormir de Seichi y probablemente volvería tarde.
Tatsuki la dejó ir, él y su pequeño entraron para ir a comer, Kagome tardó diez minutos en llegar a su destino, fue recibida por una hanyo de largos cabellos dorados, ojos granate y una bella sonrisa.
Le mostró todas las telas que llegaban al Norte, colores y estampados únicos, eran hermosas, difícil decidir una sola, le ayudó a probarse algunos vestidos que tenia hechos para ver que color le gustaba más.
Se decidió por una tela blanca brillante qué tenía estampado de pájaros y flores, era muy linda y elegante, le tomó las medidas, también le informó que podía ayudarla con su peinado, antes de llegar allí se encargaba de peinar a una Lady, Kagome aceptó feliz la ayuda.
La Hanyo le invitó a beber un poco de té y comer pastelillos, no pudo negarse, charlaron felices sin notar que el cielo oscureció dando paso a la luna, para cuando Kagome se fue, toda la aldea estaba en silencio, eso daba un poco de miedo, pero tenía el palacio a solo unos pasos, en la entrada los guardias la saludaron como siempre, pensó encontrar a Tatsuki en la puerta esperando por ella, como lo hacía siempre que tardaba, pero no fue así.
Se dijo a si misma que estaba cansado, había pasado la mayor parte del día fuera ayudando, respondiendo cartas qué enviaban, entró esperando encontrar aunque fuera a uno de los sirvientes, pero nada, la corazonada que tuvo aquella tarde volvió a hacerse presente.
Corrió escaleras arriba para ir con Seichi, entró al mismo tiempo que un youkai soldado apuntaba una daga a su corazón, usó su poder espiritual para purificar al infame qué trató de acabar con la vida de un niño, Seichi despertó asustado, su cuerpo le alertó de peligro pero se calmó al ver a Kagome.
–Debemos irnos– decía Kagome tomando al pequeño con mucho cuidado– iremos por tu padre y nos iremos lejos.
Llegando a la puerta escuchó pasos, lentos, calculados, el corazón de Kagome se aceleró, conocía esos pasos, un miedo recorrió su cuerpo mientras caía sentada y apretaba a Seichi contra su pecho.
Sesshomaru llegó a ella, sus ojos irradian enojo, su respirar sigue calmada, sin arrepentimiento.
–¿Que...que hiciste?– logra decir con el miedo a flor de piel, su cuerpo completo tiembla– Tatsuki...donde...¿donde está?
La sonrisa tétrica que le da hace que por instinto proteja más a Seichi, el peliplata lanza algo a sus pies, Kagome grita asustada y llora cuando ve la cabeza del que sería su esposo, ¿cuando Sesshomaru se había vuelto esa clase de Youkai? ¿Siempre fue así y ella no lo vio?
–Te dije– se agachó a su altura para tomarla de las mejillas con fuerza, manchando de sangre en el proceso– qué tu me perteneces, eres mi juguete.
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