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Capítulo 5

Luego de decirle todas las razones por las cuales esa es una pésima idea, el abogado accede a la decisión de su mejor amigo. Apenas. Y en el momento que el ruso acepta la misión, Percy exhala todo el aire de sus pulmones visiblemente aliviado. Es una locura que Marcus pretenda hacerle partícipe de sus planes, pero a largo plazo, puede ver que no les ha quedado otro remedio. Solo resta probar su valía. Para saber si Kolia es digno de ser conocedor del secreto de La Sombra.

Nikolai es un soldado clave. Casi tanto como el mismísimo Ewan, el segundo al mando y antiguo guardaespaldas en la embajada británica.

Ewan también viajaba en el vehículo el día del atentado y la muerte de Nastya. Pero fue expelido del vehículo cuando comenzaron a virar fuera de control luego de la explosión. El soldado no salió ileso, pero tampoco se llevó la peor parte. Cuatro costillas rotas, fractura craneal y un fémur de titanio, fueron las consecuencias de su eyección. Sin embargo, tras dos meses en coma, el gobierno no le permitió volver a la fuerza, dándole la baja con supuestos honores. Desde entonces, le acompaña donde sea que Marcus o La Sombra se encuentre.

Los asuntos en Los Oscuros están tomando otro cariz, la organización esta ganado poder. Tres personas controlándolo todo no son suficientes para cubrir el amplio rango de dominio. Nikolai Vorobiov es necesario, y desde hace años, ha demostrado ser uno de los hombres más fieles. Cumpliendo cada orden sin rastro de duda, superando cada una de las pruebas con creces, y que además de sus capacidades de asesino, el ruso es una especie de científico loco con un cerebro de grandes proporciones. La perfecta máquina de muerte.

Marcus no está dispuesto a que nadie más se encargue de todas las responsabilidades que están por venir. Kolia es la opción más viable. Es la única opción.

La Sombra se levanta de su asiento y se dirige al ruso;

—Por el momento te daré algo fácil —le mira—, permanecerás cerca de la prisionera. Te asegurarás de que no tenga contacto con nadie además de los aquí presente. No le hablarás más de lo necesario y debes estar con ella cada segundo del día, a menos que yo, y solo yo, te ordene lo contrario. ¿Ha quedado claro?

—Sí, mi señor. —responde sin rastro de duda.

—Es todo. Puedes retirarte.

El ruso asiente. Y en cuestión de segundos, ya no está con ellos. —Eres un jodido loco. —es Percy quien rompe el silencio.

—Pensé que eso había quedado claro hace años, mi amigo —se burla Marcus quitándose la máscara y pasándose las manos con vigor por todo el rostro y el cuello—. ¡Buen Dios! Ya no aguanto más la comezón que me produce esta maldita cosa.

—¿Puedo saber qué sucede aquí? —pregunta Ewan. No entiende por qué Percy está tan irritable, pero hasta ahora se había negado a preguntar.

Antes de que Marcus tuviese la oportunidad de hablar, Percival vuelve a tomar la palabra.

—Sencillo, Rambo. Tu jefe aquí, ha decidido que Kolia forme parte de nuestro club "que-hay-detrás-de-la-máscara-de-cuero"

—No me jod... ¿Es en serio? ¿Cree que puede confiar en el ruso? —Ewan da un paso al frente perturbado por la noticia.

Nunca pensó que su jefe algún día confiaría en nadie más que no fuesen ellos dos y el fantasma; la última persona en saber su secreto.

—¿Tienes algún problema al respecto? —La mirada que Marcus le dirige a su primer soldado es de advertencia. Pues a pesar de los años de servicio y confianza entre ambos. Nunca le permite cuestionar una orden suya.

Y hoy no será la primera vez.

—No, hombre. Ninguna. responde levantando las manos en señal de rendición.

—Eso pensé.

Él detesta hacer eso con su hombre de confianza, pero si las cosas deben mantenerse a flote, nadie además de su mejor amigo puede debatir o dudar de sus decisiones.

Así no es cómo funcionan las cosas entre ellos. Los Oscuros.

—No obstante. —Continúa Marcus— No es algo que vaya a ocurrir esta misma noche ni dentro de los próximos días. Su confianza será probada a un nivel diferente.

»Conozco la única debilidad que tiene ése hombre. Y pienso utilizarla para romper su voluntad. Solo así estaré seguro de que su lealtad me pertenece y es digno de guardar el secreto.

Ewan acepta la respuesta con incomodidad y sale de la oficina.

—¡Cristo, Marcus! —Percy exclama— suenas jodidamente escalofriante cuando hablas en plan señor supremo.

—¿Y quién dice que no lo soy?

...

El abogado intuye que detrás de esa apariencia despreocupada, Marcus está hecho un lio. Nunca estuvieron preparados para este giro de acontecimientos que produjo la inoportuna chica en la suite del Royal Italy. Su cabeza ha de estar girando a diez mil revoluciones por segundo, buscando una solución según los posibles escenarios.

Sería más fácil para todos que esa pequeña mujer resultase ser la espía de los sicilianos. Simple comida para perros al llegar a Rusia. A lo mejor, los gemelos Gólubev ya están haciendo planes para su posible presa. Y lo que sobreviva de ella, sería empacado y enviado a Salvatore Vottari. Percy pagaría por verlo cagarse en sus pantalones al saberse descubierto por La Sombra. Como coser y cantar.

Borrarlos del mapa también sería sencillo. Son una pequeña mafia exhalando su último aliento. Según la información recabada, las cosas no están marchando bien para la Cosa Nostra en Miami. Esta asociación con Los Oscuros le servirá a Vottari para comprar tiempo. Aunque si han intentado infiltrarse, muy pronto se estarán dando cuenta que pretenden morder más de lo que pueden tragar.

Pero si la mujer al otro lado de la puerta resulta ser inocente. Todo será mucho más complicado para ellos. Marcus y sus malditos arranques de conciencia.

—¿Ya sabes que harás con ella? —le pregunta a su mejor amigo. —Dame un respiro, Percival. —Marcus suspira con exasperación—. Ni siquiera tengo la información de inteligencia.

—¿Pero si realmente es una jodida monja? —insiste el abogado.

—¡No he llegado tan lejos! ¡Ahora sal de mi vista y averigua porque demonios este chisme aun no despega!

Percy está acostumbrado al temperamento de su amigo, y sin ganas de sacarlo de sus casillas, sale en busca del guardaespaldas ruso para cerciorarse de lo que ocurre.

—¡Kolia! Acompañame de nuevo a la cabina de los pilotos. Tu jefe está a punto de cortar cabezas si este cacharro no está en el aire en los próximos diez minutos.

...

Marcus abandona toda expresión de serenidad. Apoya los codos en el escritorio y acuna el rostro entre sus manos exhalando todo el aire que no sabía que estaba conteniendo.

—Maldita sea —gruñe.

Se escuchan unos nudillos en la puerta y el inglés exasperado responde;

—¡Ahora qué Demonios! —la ahogada voz de Ewan se filtra detrás de la puerta.

—Los informes de inteligencia, Señor.

En ese momento el interfono suena. Percy desde la cabina de mando. En un patético intento de sonar como un sobrecargo, habla con voz afeminada anunciando que ya están listos para despegar. Entonces Marcus y el soldado salen de la oficina para ocupar sus asientos y abrocharse los cinturones. Su mejor amigo y Kolia se quedarán en el área de
pasajeros hasta después del despegue. Pero por precaución se enfunda el trozo de cuero en
su cabeza nuevamente.

El Barón se sienta al lado de su prisionera, mientras que el soldado le entrega un iPad con la información recabada. No puede abrirlo aún, debe esperan a estar en el aire y tener la autorización del piloto. Ewan se sienta directamente detrás de ellos y cada uno abrocha sus cinturones, Marcus hace lo propio con el de la chica.

El avión comienza a moverse lentamente, posicionándose en el centro de la pista.Poco a poco la velocidad aumenta, las ruedas del tren de aterrizaje por fin están en el aire y comienzan los movimientos propios del despegue. Al poco rato ya se encuentran en lo alto del cielo, y el piloto anuncia que pueden moverse con comodidad en cada una de las cabinas.

Percy y Kolia aparecen en ese momento y se unen al pequeño grupo en los otros asientos.

Marcus no se levanta, si no que desbloquea el dispositivo en sus manos y comienza a leer cada uno de los informes. Y todos y cada uno de ellos pone exactamente lo mismo de
Mia Arlington Thorne.

Todo y nada.

Datos más, datos menos. Los tres archivos recibidos tienen exactamente la misma información. La chica a su lado, es una simple novicia que ha escapado antes de pronunciar los votos. Ella dice la verdad.

Maldiciendo en silencio y con las respuestas en sus manos, Marcus nota como su tranquilidad se viene debajo de nuevo por lo que acaba de enterarse. Esta mujer no es nada más que una pequeña aspirante a monja que apenas conoce de la vida. Todos los informes apuntan a que apenas conoce nada fuera del mundo de las religiosas.

Está convencido de que tiene que tratarse de una ironía de la vida. Él, un ser tan depravado, acaba convertido en el custodio de una pequeña monja.

No. Ex-novicia.

...

La conciencia de Mia va y viene a lo largo del vuelo, no sabe cuánto tiempo ha pasado desde que está allí sentada, pero su cuerpo comienza a recuperar sensibilidad con lentitud y su estómago hace un indiscreto ruido que es percibido por el compañero de viaje a su lado. El hombre de la máscara.

Él, gira su rostro cubierto en dirección a Mia, se le acerca hasta estar apenas a escasos centímetros de su nariz y le habla;

—No sé si está en condiciones de hablar o moverse, señorita. Pero sí sé que estádespierta —le susurra estrellando su fresco aliento en ella—. El hombre que le ha sedado, tiene más de donde vino eso. Y solo espera una orden mía para actuar.

>>Así que por favor, no vaya a cometer una locura. O prescindiré de toda cortesía hacia su persona. ¿Me ha comprendido?

Mia hace un ligero asentimiento hacia el hombre. Aunque sus extremidades ya recuperan alguna movilidad, la coordinación es otra historia.

—Aunque usted no lo crea, su presencia aquí además de ser forzada, es bastante indeseada pero inevitable —continua hablando el enmascarado—. Si usted se muestra colaboradora, puede hacer más llevadera su nueva realidad. No es mi intención hacerle daño a jovencitas como usted.

>>Pero no vaya a cometer el error de confundir mi poco sentido de la caballerosidad y amabilidad con mansedumbre. Le consta que soy peligroso. Espero que capte esta premisa y sea muy cuidadosa de sus actos.

Caballerosidad.

¿Caballerosidad?

"¿Cómo puede este hombre hablar de caballerosidad cuando voy en un asiento deavión, con rumbo desconocido, drogada hasta las trancas y en contra de mi voluntad?"

Este razonamiento no deja de circular en su cabeza, pues con las drogas aún en su sistema, ella todavía no coordina por completo el lenguaje. Y aún si pudiera, seguro tampoco diría nada.

—Déjeme llevarla a un sitio más apropiado para su descanso, Así también puedoproporcionarle algo para que se alimente.

El hombre de la máscara –ese que se llama Marcus si mal no recuerda– se levanta de su lado con una increíble gracilidad. Pasa sus fuertes brazos alrededor de Mia y se levanta con ella sin apenas esfuerzo.

Alguien más se levanta detrás de ellos, y cuando el de la máscara se da la vuelta, ella puede distinguir que se trata del hombre que le suministro las drogas. Quien ha sido su carcelero desde que todo comenzó.

—Kolia, trae algo de comer y beber para la señorita Thorne—ordena—. Toca la puerta y no entres sin mi autorización. Veinte minutos.

El hombre da la vuelta y se pierde pasillo adentro. Mientras Marcus hace lo mismo con ella en brazos, en la otra dirección.

Después de pasar una oficina, entran en lo que parece ser una habitación. Dominada por una cama de gran tamaño donde Mia es depositada con delicadeza, tanta que a ella le sorprende que provenga de una persona con aquella naturaleza tan cruel. Sus deportivas le son quitadas como también los calcetines. Un mullido edredón la cubre hasta la barbilla para resguardarla del frio del recinto. No es que pueda dormir realmente, pero tal vez cuando su cuerpo despierte de las drogas, agradezca la posición de descanso.

El hombre con la máscara se desprende de los guantes de piel que hasta hace un momento envolvían sus manos. Afloja su corbata y se deshace de ella, así como también de la chaqueta del traje. Dobla todo con sumo cuidado y lo deposita en una silla en el otro extremo de la habitación.

Con movimientos elegantes se arremanga los puños de la impoluta camisa blanca, dejando al descubierto unos atléticos antebrazos. Uno cubierto de un fino bello rubio, y otro veteado de cicatrices producto de evidentes quemaduras. Todo bajo la nerviosamirada de Mia.

Él tampoco le quita ojo de encima. Si no es porque ella conserva su indumentaria, se sentiría mucho más incómoda con un individuo sacándose la ropa frente a ella. Pero por extraño que parezca, ese hombre no le despierta el mismo tipo de miedo que los impresentables del SUV. Le teme, eso es innegable. Pero es un tipo de temor proveniente de su aura de poder y oscuridad; no el rechazo, asco y terror lascivo que desprendían aquellos seres despreciables.

Si otras fuesen las circunstancias, y Mia pudiese escoger entre todos los que ha visto, ella tal vez diría que el gigante rubio, y este hombre frente a ella, son los únicos que la hacen sentir medianamente segura. Pero eso es solo un pequeño consuelo en medio de la calamidad. Porque ninguno de estos hombres daría un centavo por ella. Por cuidarla.

Es solo cuestión de esperar el desenlace de todo. Y ninguna de sus opciones contempla el salir airosa y por su propio pie.

El enmascarado –Marcus– se sienta a un lado de la cama y se dirige a ella;

—¿Puede moverse, hablar?

¿Si puede? Moverse, sí. Porque debajo del edredón, los dedos de sus pies danzan perezosamente despertando del largo letargo. ¿Hablar? Tal vez si lo intentase
podría. Pero no le apetece nada hablar con él. Ella aún no está lista para hacerlo. Por eso gira la cabeza hacia el otro lado, negándole sus ojos.

Puede que esta sea una terrible jugada, ya que quitar la vista de una fuente de inminente peligro no es una acción muy inteligente. Pero si se ha tomado tantas molestias para ponerla cómoda y mantenerla con vida hasta el momento, no cree que tenga ganas de manchar su cama con la insignificante sangre de Mia.

Pero el hombre no está dispuesto a tolerar semejante insolencia. Con dedos firmes pero sin lastimarle, le vuelve el rostro hacia él.

—Si te hablo, me miras —su voz es suave pero llena de autoridad—. Estoy seguroque las devotas te han enseñado las normas básicas de cortesía. Como mirar a quien te habla, por ejemplo.

Ella se olvida del entorno y de su posible destino. Le lanza una mirada indignada al hombre que le sujeta la barbilla. Nunca había sido acusada de ser descortés y mucho menos maleducada.

"¿Cómo se atreve?" Piensa. ―¿Exigirme modales?"

Un pequeño rubor se extiende por sus mejillas, mitad crispación, mitad vergüenza. Sin embargo, se niega a darle el gusto de dirigirle la palabra.

Parece que el comportamiento de Mia se le hace divertido, pero a ella le es imposible estar del todo segura de ello por la horrible mascara que cubre sus facciones.

—Entiendo que no quieras hablarme. Pero necesito aclarar unas cuantas cosas contigo antes de llegar a nuestro destino. —Se levanta de la cama, le da la espalda para servirse una copa de un aparador cercano y ocupa de nuevo su lugar, muy cerca de ella—Ambos somos conscientes de que has visto y escuchado cosas. Que de tratarse de otro tipo de persona, en este momento tal vez estarías muerta.

Unos toques en la puerta les interrumpe— ¡Dejalo todo allí y retirate! —grita, y continua diciéndole;

—Creo que eres capaz de comprender que esto no es un juego, ni una situación de la que puedas salir con una simple promesa —guarda silencio por un instante, con la mirada perdida al frente. Y al momento prosigue—; A partir de hoy y hasta que sea preciso, serás mi invitada forzosa.

—Cuánto. —antes de poder detener la frase, ya estaba saliendo de su boca en forma de susurro apenas perceptible.

—¿Perdón?

—¿Cuánto tiempo? —repite Mia para hacerse entender.

—Semanas, meses... —hace una dramática pausa— Años...

Las palabras se filtran frías dentro de sus huesos, haciendo realidad uno de sus tantos temores. Prisionera de este hombre. "Hasta que la situación lo requiera." "¿Hasta que decida qué hacer con ella? ¿Hasta el momento de su muerte? ¿Hasta que sea una
anciana?"

Las preguntas revolotean en su cabeza. Temiendo las respuestas, decide permanecer de nuevo en absoluto silencio.

Él se levanta y se acerca a la puerta. Al abrirla, Mia atisba un pequeño carrito de servicio, en seguida lo arrastra hacia la habitación y vuelve a atrancar la salida tras de sí.

—¿Hambre? —Aparta un cubreplatos que guarda un sencillo emparedado— ¿Sed?

Un pequeño vistazo y Mia se da cuenta de que además del emparedado, el carrito está provisto de pequeños paquetes con golosinas, café, un vaso de presumible zumo naranja, y dos botellas de agua. Pero llena de indignación y a pesar de las protestas de su ruidoso estómago, vuelve su impasible mirada al frente. Inequívoco rechazo de aquello que el enmascarado le ofrece.

—Me es indiferente si decides morir de inanición —le hace un gesto vago con su mano llena de cicatrices rosas y blancas—. Intento ser cortés y mantenerte con vida. Pero la verdad es que sería beneficioso para mi si murieras y yo no tuviese nada que ver en el proceso.

La irritación arde en sus ojos. No espera ningún acto de amabilidad real de parte de estas personas, y es indiscutible que ella representa un incordio. Pero una cosa es saberlo, y otra distinta es que le haga saber de primera mano que su vida le vale un cuerno, diciéndoleque le estaría haciendo un favor matándose de hambre. Por esa razón –y no por la sed y el hambre que la están mermando–, intenta sentarse en la orilla de la cama para tomar algo de beber. Pero la mayoría de sus músculos aún parecen estar de vacaciones y se niegan a
obedecer sus órdenes.

Él hombre de la máscara se acerca a ella para ofrecerle su ayuda.

—Aquí, eso es. —murmura.

Mia se tensa perceptiblemente, pero le es imposible apartarse del agarre del individuo por tres razones: Su cuerpo sigue medio drogado. De verdad tiene mucha sed. Y el hecho de que, sin contar a ese tal Kolia, ésta es la primera vez que un hombre se le acerca tan íntimamente. Por lo menos mientras ella es más consciente de su cuerpo y está menos aterrorizada.

Huele exquisito. ―"¿Olerán todos los hombres así de bien?" Se pregunta.

Él la sienta en la cama, pasa los brazos por debajo de los suyos y alrededor de sucintura. El movimiento hace que ella quede apoyada en él. Su nariz pegada justo en el cuello de la camisa del hombre, donde su aroma es más intenso.

Es injusto que un hombre tan malo tenga permitido oler como un ángel del cielo. Bueno, si los ángeles del cielo tuviesen algún tipo de aroma, o si alguien alguna vez hubiese olido alguno.

El enmascarado ahueca unos cuantos almohadones a su espalda y la deposita en ellos. Sus movimientos son metódicos y rápidos, tocándole solo en los lugares correctos y el tiempo necesario. Al separarse de ella, le ofrece el plato con el emparedado. Ella le rechaza, porque antes de cualquier bocado necesita hidratarse con urgencia.

—Agua.

—¿Si? —pregunta él de forma sugerente.

—Agua —repite Mia.

Él toma el botellín y juguetea con el envase en sus manos. Otra pequeña ola de indignación la ataca al entender el juego del tal Marcus.

—Por favor... —susurra pesarosa.

—Nos comenzamos a entender. —le dice con voz cargada de triunfo y le ofrece la botella del preciado líquido abierta.

El primer trago es la Gloria de Dios envasada. Pero no se detiene a saborearlo, si no que antes de que pueda respirar, ha vaciado el bote.

El misterioso Marcus se levanta del lecho para dejar el carrito a su alcance.

—Sírvete a gusto —le dice.

Dejándose de remilgos y estúpidos orgullos, Mia ataca el carrito a medida que va recuperando sus fuerzas. Comienza con el Zumo, que en efecto es de naranja. Da unos cuantos mordiscos al rico emparedado de atún, brotes y cremosa mayonesa. Las golosinas fueron las siguientes en desaparecer. Uvas pasas y cascaras de naranja confitadas cubiertas de chocolate. Una a una ella disfruta de las pequeñas delicias.

En silencio, continuó mordisqueando los confites en compañía de Marcus. Quien se arrellanó en el mullido sillón de la otra esquina. Está tan absorto en sus pensamientos, que parece no darse cuenta de la frecuencia con la que intenta rascar su cuello y barbilla a través de la piel de la máscara.

—Puede quitársela —le suelta a bocajarro.

—¿Perdona?

Mia carraspea y traga el pequeño nudo en su garganta para sonar más segura de lo que en realidad se siente. No planeaba compartir sus pensamientos con el hombre, pero a veces, es un verdadero incordio pensar en voz alta.

—Que puede quitarse la máscara —repite—. Ya le he visto y tengo buena memoria.

Impresionada se lleva la mano a la boca. Consiente de la indiscreción que acaba de cometer.

Marcus parece de piedra durante unos segundos. Pero pasada la primera impresión,adelanta su cuerpo y apoya los codos en las rodillas. Mirándola con intensidad le dice algo que la deja fría;

—Aprecio su franqueza. Otro en su lugar, intentaría convencerme de que mi rostro es tan común que a estas alturas ya no recuerda ninguna detalle —se levanta, pasea por la habitación con parsimonia y continúa hablando—; Pero aquí está usted, con su incontrolable e indiscreta lengua. Dándome más motivos para que la retenga.

—No creo que alguien como usted necesite más motivos. —la voz de Mia, suena más dura de lo que pretende. Baja la mirada, nerviosa y sorprendida consigo misma por sus reacciones.

Años estando asustada del mundo exterior, siguiendo las reglas para librarse de tanto mal como sea posible. Y aquí se encuentra ahora; teniendo un duelo de voluntades con un hombre muy peligroso. A riesgo de ser arrojada desde las alturas y sin poder controlar lo que sale de su boca.

—No. No se amilane usted —le anima a continuar—. Ha matado el tigre; no le tema al pellejo.

Ese comentario condescendiente le crispa sobremanera, haciendo que levante la mirada de súbito.

—Entonces —continúa—. ¿Qué le hace pensar que deseo quitarme la máscara en su presencia?

Mia nunca se ha sentido tan indignada. Nadie, jamás, la ha tratado de una manera tan petulante y prepotente. Acostumbrada a la cordialidad y la humildad de las personas, siempre bien recibida con una sonrisa, o cuando poco, por lo menos respeto. Pero este hombre presuntuoso no la respeta en absoluto.

—¿Y bien? —le insta a responder.

Planeaba ignorar su pregunta, morder su lengua e intentar controlar sus emociones.

Pero es muy difícil hacerlo con el rostro tan rojo como la grana de pura irritación.

—Me tiene muy sin cuidado lo que usted desee o deje de desear —responde con altivez— se le veía disgustado intentando aplacar la comezón. Solo quería hacerle sentir cómodo.

Ella no miente, un comportamiento muy arraigado de su tempo con las religiosas. Velar por el bienestar de los demás, aunque no lo merezcan.

—¿Usted a mí? —Con la arrogancia destilando en sus palabras— permítame recordarle quién es la prisionera aquí.

—Ha de tomar una decisión sobre si soy su prisionera o su invitada.

Mia logra igualar su tono. Si tiene que darle una lección de humildad a este hombre, eso hará. Conservará su dignidad todo lo que pueda. De rodillas, solo antes su dios todopoderoso.

—Touché.

Ambos permanecen en silencio mirándose a los ojos. Él, frío y expectante. Ella, nerviosa y sobreexcitada. Está muy claro que una lucha de voluntades acaba de dar comienzo.

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