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Capítulo 0

Giana.

-Huye- siseó tan cerca de mí que no pude evitar sentir un estremecimiento en cada parte de mi cuerpo- Huye.

Me congelé en el acto sin saber qué decir o hacer en una situación como esta. Él tenía la razón. Escapar era lo que podía hacer, de hecho, era lo único en lo que había pensado desde que había sido encerrada dentro de estos solitarios muros.

-Huye- instó una vez más.

Nadie me buscaría, nadie me extrañaría, nadie... una palabra de tan solo cinco letras pero que encerraba tanto vacío, en especial para una huérfana como yo.

Los ojos de mi captor brillaron como los de un cazador jugando con su presa. La oferta carecía de buena voluntad, podía sentirlo en cada fibra de mi ser y aun así una parte de mí quería creerle.

Bajé la mirada al piano y seguí tocando la melodía como si la presencia de Vladimir fuera menos abrumadora de esa forma. Bach llenó el silencio que fue sustituido por la frialdad de un toque. Me encogí ante el tacto de sus manos deseando que se apartara, él obedeció como si aquella petición, incentivada por el desagrado, fuera una orden.

Entonces, retrocedió en dirección a un rincón de la habitación, dejando que la oscuridad volviera a bañarlo con su manto. Definitivamente eran uno, y más al notar la forma tan perfecta en la que se fundían.
Silencio.
Más silencio.

La fragilidad de la quietud entre nosotros y mi cordura bailaban como una sola.
-Solo tendrás una oportunidad- dijo antes de levantar la vista en dirección al bosque.

Dos veces... solo intente escapar dos veces de sus cadenas, y ahora me ofrece una tercera.
Otra vez silencio, quietud y soledad. Nuevamente estaba sola con mis pensamientos. ¿Por qué será que algo que me resultaba tan triste, lo siento extrañamente cómodo?

Hace tan solo unos meses me hubiera aterrado correr en dirección a la espesura boscosa en busca de refugio, pero ahora, ahora lo veía como mi única salida. Me asomé a la ventana de una vez una vez más.

Pero esta vez considerando como algo real mis posibilidades de salir de esta pesadilla. En esta enorme casa solo estábamos él y yo.
El gran portón de la entrada se abrió, cediéndole el paso a un auto que atravesó todo el camino hasta perderse por el sendero que conducía a la salida de la mansión.

Entonces una molesta voz hizo eco en mi cabeza de nuevo.
-¡Huye!
Mis pies descalzos obedecieron precipitándose en dirección a la escalera. Corro a través de los pasillos que se hacen cada vez más estrechos. Entonces llegué al gran salón de la entrada y abrí la puerta de golpe con el pecho agitado. La fría brisa golpea mi rostro y mis pies están a tan solo metros de obtener la libertad. Entonces, hice lo único que podía hacer: correr.

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