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Mi Zorro Feroz I

Aclaración: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Masashi Kishimoto. La historia de caperucita, obviamente, no me pertenece, pero si las locas cosas que pasan por aquí.

Advertencia: Escenas violentas, lenguaje soez, posible sexo explícito (que sé que les gusta cochinillos XD) y si hay algo más, iré avisando.

Historia corta (creo), Algunos personajes OoC.

Mí Zorro Feroz

§

Hinata entre cerró sus ojos cuando salió de su habitación y vió a su madrastra tarareando alegremente por la cocina. Era muy raro que ella estuviera feliz y tan contenta tan temprano a la mañana.

Hinata siempre se levantaba cuando apenas el sol salía, cortaba la leña, hacía el desayuno y limpiaba la cocina antes de su madrastra, Tsunade, se levantará. Y más raro aún que estuviera cocinando. Hinata se subió la capucha de la capa roja, la misma capa que había usado su padre, y cubrió la cicatriz de su mejilla. Su madrastra odiaba ver la prueba de la pérdida de Hiashi... o su desfiguración.

Tsunade era una mujer hermosa apenar de su edad, no aparentaba la edad que tenía, aunque ni siquiera Hinata sabía cuál era. Hinata tenía 20 y más que su madre parecía su hermana mayor, y si veían su cicatriz su hermana menor. Su cuerpo era delgado y bien proporcionado, su cabello largo y rubio, sin una sóla cana.

Hinata dió unos pasos y se detuvo cerca de la pequeña puerta de la cocina. Tsunade estaba poniendo cuencos tapados en una canasta y seguía tarareando. A Hinata le pareció escuchar una risita mientras la mirada miel de su madrastra se dirigía a la ventana. Ella también observó, el sol no había salido del todo, pero parecía que sería un estupendo día. Lleno de calor y rayos de sol. Hinata dió unos pasos más y volvió a detenerse cuando vió el reflejo de Tsunade en el vidrio.

Algo no olía bien, y no hablaba sólo de la comida.

De repente la mirada de Tsunade se clavó en el reflejo de Hinata en la ventana y pego un salto, volteándose con la mano delgada en su abundante pecho.

—Maldita sea Hinata. Me has asustado, maldición—, casi gritó sin aire—. ¿Cuántas veces te dije que no anduvieras como alma en pena por la casa? Has un maldito ruido—, se quejó dándole una mirada filosa para luego volverse y seguir en lo suyo.

Hinata no le importó sus palabras. Ya estaba acostumbrada.

La experiencia que había tenido le había enseñado a ser silenciosa, no llamar la atención de nadie ni nada. Por eso tenía 20 años y seguía soltera... aunque era más probable por su cicatriz zigzagueante que nadie la quisiera. Ella ya estaba resignada.

—Lo siento—, susurró en voz baja—. ¿Qué estás haciendo?— preguntó mientras daba un paso más.

—¡No es obvio!— gritó Tsunade con fastidio—. Que niña estúpida—, susurró aunque Hinata la escuchó perfectamente—. Preparando unas medicinas para la senil de tu abuela. Esa vieja loca de atar.

Hinata frunció el ceño y se acercó hasta que estuvo a su lado viendo lo que ponía en la canasta.

—¿La abuela esta enferma?— preguntó suavemente.

Tsunade dejó caer sus manos en la canasta y suspiró con fuerza, el humor de su madrastra ya estaba normal.

—¿No lo acabo de decir?— Tsunade cerró la canasta con una tela roja, dejando la manija fuera—. Eso pasa cuando no tienes amistades, no entiendes bien cuando hablo. Yo a tu edad ya estaba casada con tu padre, hace tiempo te tendrías que haber ido ya y ser un problema para tu esposo, no para mí—. Ella suspiró con dramatismo—. Estoy demasiado vieja para esto.

Hinata ocultó su media sonrisa con la sombra de la capucha.

— Aún eres muy joven y bonita.

Tsunade se detuvo dándole la espalda cuando dejó la canasta lista en la mesa. Hinata no necesito voltearse para saber que sus manos iba a su cabello y su columna se herguía.

Tsunade era tan predecible

—Es verdad—, canturreó.

El buen humor de su madrastra volvió, mientras volvía a cantar alegremente y se movía por la cocina de nuevo. Hinata aprovechó que aparentaba que se había olvidado de ella y se volvió a la canasta. Levantó un poco la tela y olió. Hiervas medicinales, por eso olía tan mal. Hinata arrugó la nariz y saltó cuando Tsunade le dió una palmada fuerte en los dedos que tenía sobre la canasta. Hinata sacó la mano con un siseo y apretándola con la otra a la altura de su pecho.

— Tendrás que llevársela a tu abuela—, dijo Tsunade levantando la canasta y poniéndola frente a ella.

Hinata abrió los ojos y dió paso hacía atrás.

—¿Yo?— tartamudeo

La sonrisa de Tsunade se borró y volvió a suspirar.

—¿Quién más? ¿¡Yo!? Sabes que Kaguya me odia, además que no me metería en ese bosque ni de coña.

—Pero...

—¡Nada, nada!— negó Tsunade, golpeando su pecho con la canasta. Hinata la tomó por reflejo, para que no se cayera—. Prepara a Kurama y vete antes de que se haga tarde—, le dijo dándole la vuelta por los hombros y comenzando a empujarla para la puerta trasera.

—Pero.. pero... —, Hinata se volteó cuando su madrastra dejó de empujarla, pero ella ya había cerrado la puerta.

Hinata suspiró, sabía que no podría pelear con Tsunade sobre eso, pero las últimas veces que se había metido al bosque había sido con su abuela. Hinata se sentía segura con Kaguya, era como si las criaturas del bosque la respetaran. Pero jamás había ido tan lejos sola, nunca después de lo que le pasó a su padre.

Se obligó a moverse al establo, sabiendo que debía moverse rápido si quería llegar mientras fuera de día. Con el caballo llegaría más rápido que con una carreta, y haría menos ruido. Eso la consoló.

Se detuvo en la puerta del establo y vió a lo lejos el bosque que estaba entre su casa y la cabaña de Kaguya. A veces, cuando no podía dormir se subía al tejado de su casa y observa el cielo o la oscuridad del bosque. Muchas veces le había parecido ver unos brillantes ojos claros desde el follaje. Una mirada celeste clavada en ella, que a Hinata le parecía conocida, pero no podía ni quería recordar de dónde.

Después de la muerte de su padre, ella había bloqueado todo los recuerdos, no quería recordar. Cuando tenía pesadillas, sólo recordaba los ojos rojos y extraños gruñidos, su respiración agitada y dolorosa. Generalmente se despertaba cuando sentía filosos dientes en ella, asustada y sudando. O, cuando no podía despertar, se topaba con ojos claros que la guiaban a un sueño de paz y felicidad, oscura y sin nada.

Desvío la mirada al escuchar los relinchos de Kurama y se armó de valor por lo que tendría que hacer.

—Todo por ti, abuela—, susurró.

Continuará...

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