La gala del solitario
MI METEORO FAVORITO
Capítulo 11: La gala del solitario
Fuera del palacio, en las amplias graderías principales que llevaban a este, un joven con un tuxedo elegante se hallaba sentado mientras veía las luces de la ciudad que se hallaban a lo lejos.
―Trixie... como quisiera que vieras esas luces a mi lado. Tal vez debería dejarlo todo e ir a buscarte, pero Penélope Glamour no me dirá dónde te fuiste a menos que la venza en la carrera.
Así hablaba en voz baja Meteoro debido a la pena de amor y una sombra se deslizaba por los escalones hasta tocar el hombro del joven.
―¿Meteoro? ―dijo de pronto una suave y cristalina voz, era Penélope Glamour.
»¿Qué haces fuera del salón? ―preguntó la corredora.
―Ah, hola, Glamour. Solo quería tomar un poco de aire fresco.
―Ya veo, creí que estabas pensando en tu novia ya que estabas suspirando mucho.
La columna de Meteoro de pronto pareció no soportar el peso del torso del piloto y se vino adelante, menos mal que el corredor estaba sentado y por esto no se fue rodando las escaleras.
Meteoro miró ceñudo a la corredora de cabello largo y de coloración dorada brillante.
―¿Y tú qué haces aquí, no deberías estar con tu esposo?
―Estaba hace un momento, pero él me hizo notar cómo salías de la fiesta cabizbajo y decidí ver que te pasaba, ¿te tropezaste o algo así y la gente se rió de ti?
―Tch, oye, Glamour, no soy ningún niño.
―Lo siento, pero cuando alcanzas mi edad, no puedes sino preocuparte por los jóvenes a tu alrededor ―decía Penélope con gesto de pena.
―No sé de qué hablas, para mi te ves muy joven ―decía Meteoro, sin poder evitar ver a la rubia competidora de pies a cabeza.
―¡Oye, nada de flirtear con una mujer casada!
―¡Qué, no estaba haciendo tal cosa! ―dijo de pronto el chico que quería seguir protestando, pero entonces las suaves manos de Penélope sujetaron dulce y suave las mejillas del joven que rápido se pusieron de un color carmesí.
―¡Que afortunada es Trixie de tenerte como novio! ―decía feliz Penélope, al mismo tiempo que le pellizcaba, le estiraba las mejillas y se las amasaba.
―¡Beja de bajer ezo, ño zozy mingunm mmiño! (¡deja de hacer eso que no soy ningún niño!) ―trataba de decir Meteoro, pero Penélope no cesaba al mismo tiempo que se reía muy divertida.
―¡Toma, toma, toma, es lo que te mereces por flirtear con una mujer casada! ―se reía divertida.
―¿Qué es eso de flirtear con una mujer casada? ―de pronto dijo Pedro Bello, el esposo de Penélope Glamour, mientras bajaba las amplias graderías y fruncía el ceño.
―Nada querido, solo me estaba metiendo un rato con el pobre chico que tiene penas de amor.
―Disculpa a mi esposa ―se excusaba Pedro Bello, mientras relajaba el rostro y negaba divertido con la cabeza―, como puedes ver, es muy competitiva, no solo en las carreras también fuera de estas. Ya mi amor, deja de pinchar al pobre y déjalo solo con su dolor.
―¡Ni hablar, se ve tan lindo haciendo pucheros!
Meteoro tomó las manos de Penélope y las alejó con firmeza pero lo más delicado que pudo.
―Cielos, y pensar que antes te veía como la imagen cliché de damisela en apuros de los años veinte ―decía Meteoro, quien se frotaba las mejillas adoloridas.
―Ni hablar ―se quejaba Penélope―, esa imagen fue la que me impuso mi antiguo guardián, Silvestre dos Caras. Incluso me compró ese ridículo auto factoría muñeca Princesa Barbie. ¿Sabías que todos sus dispositivos no me ayudaban en nada en las carreras? Solo eran mecanismos para maquillaje.
―Pero mi amor ―decía Pedro Bello con su típica sonrisa de galán de Hollywood, estilo Robert Redford―, Si a ti te encantaba todos esos apliques en tu coche antiguo.
―Ni me lo recuerdes ―decía ruborizada Penélope―, era tan joven e ingenua. Además, no podía hacer nada por mí misma, ya hasta perdí la cuenta de cuantas veces fui rescatada por Mafio y sus amigos.
―Seguro no te habría pasado nada ―decía Pedro Bello―. Eres tan lista que de seguro habrías solucionado cualquier situación, de hecho, así lo hiciste, al final descubriste que la Garra Siniestra no era otro más que Silvestre dos Caras. Me siento tan afortunado de haberme casado no solo con la chica más linda, sino también con la más inteligente de todas.
―Awww, dices cosas tan lindas, querido ―dijo enternecida Penélope y fue presta a abrazar a su esposo.
Meteoro sonrió ante la tierna escena y consideró que lo mejor sería volver al salón y dejar solos a esos dos. Mientras, en la base de las escaleras, se hallaba una niña que sostenía una charola de finos bocadillos.
―Ewww, si esos dos se besan, me vomito ―decía Meena, quien seguía atragantándose con los bocadillos.
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.
Dentro del salón, Gru no prestaba atención a las palabras de Rex, el hermano mayor de Meteoro, con respecto a la misión que les había encomendado La Liga Anti Villanos. Su mente estaba distraída en ese momento.
«Esto es como un deja vu», pensaba Gru. «Me pasa lo mismo cuando vi Al Macho en su tapadera de restaurantero. Sé que he visto a esa mujer antes..., si tan solo se hubiese quitado la máscara».
Margo, Edith y Agnes, habían llevado y presentado a Mamá Lobo ante su padre, y luego de unas breves palabras, la mujer invitó a las niñas a ver su veloz coche.
Cuando las tres niñas y la misteriosa corredora bajaron las graderías, se encontraron con Penélope y su esposo, que estaba bien abrazaditos y reían por lo bajo.
―Ewww, si esos dos se besan, me vomito ―decía Edith con gesto de asco, mientras que su hermana mayor y menor, miraban a la pareja con atención, pero no por mucho tiempo ya que siguieron a Mama Lobo hacia donde se hallaba su auto.
«Encima de llevar prendas color rosa como yo», pensaba indignada, Meena. «También decide decir las mismas palabras».
La chica exploradora decidió seguir a Edith y sus hermanas ya que de pronto le entró la curiosidad.
«Tal vez esto me beneficie, puede que descubra una manera de vengarme de esas tres y de esa señora entrometida».
CONTINUARÁ...
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