Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

V

Gris.

Cuando la lluvia se detuvo por unos momentos, no quedaba más que un color grisáceo en el cielo con grandes nubes oscuras rondando y amenazando con desatar nuevamente una tormenta. El camino que daba a la plaza principal había estado rodeado de coches a toda velocidad y sonidos de las personas que iban de un lado para otro.

Pero ahora que habíamos pasado todo eso, que nos encaminamos a un barrio poco conocido por mí, no había nadie alrededor. El miedo e inseguridad de sentirme indefensa comenzaba a crecer conforme el chico extraño iba en su patineta, hablando sin parar. Su voz era el único sonido que percibía mientras caminábamos sobre la acera, frente a todas aquellas casas tan descuidadas y antiguas.

No recordaba nunca haber pasado por este lugar. Estaba casi segura que estábamos muy lejos de mi casa, habíamos caminado por horas, sin detenernos y bajo el refugio de mi paraguas.

— ¿A dónde vamos? — pregunté, deteniendo mis pasos para mirar a todos lados en busca de algo familiar.

— No te preocupes. Ya lo verás. — sonríe amablemente. — Preparan una deliciosa comida.

— ¿Vamos a comer? — mi pregunta lo hizo sonreír aún más. Detuvo la patineta y estando a unos pasos lejos de mí, la deslizó hasta que está chocó contra mis pies.

— Si te cansaste, úsala. ¿Sabes andar en patineta?

Negué con la cabeza, mirando algo confundida a ese pedazo de madera con colores llamativos. Quité mi pie para no tocarla más y con la punta de mi tenis, la arrojé de nuevo hacia él.

— Yo te ayudo. — aseguró acercándose rápidamente. Tomó sin previo aviso mi cintura y me levantó con un poco de esfuerzo, en contra de mi voluntad.

Lo empujé con todas mis fuerzas impidiendo que se acercará y logrará soltarme. Su tacto fue tan repentino e inesperado que había logrado desestabilizarme. Prefería evitar el contacto a toda costa, pero necesité aferrarme de su chamarra para no caer hacia atrás entre el forcejeo.

— Lo siento. — se disculpó entre risas. Parecía no afectarle mi rechazo, pero de todas maneras comprendió que necesitaba mi espacio. — Estamos a unas cuadras, no falta casi nada.

— Ya no sé si quiero seguir caminando. — suelto, fastidiada. — Solo quería caminar un poco pero ya han pasado horas. No tengo mi teléfono, necesito decirles que estoy bien.

— ¿Y lo estás? — pregunta genuinamente interesado. — Porque todo el camino has estado en silencio, mirando al suelo como si mirar a otra parte estuviera prohibido. Escucha Mell, necesitas despertar y salir de tu burbuja.

Mire incrédula sus ojos, estaba demasiado relajado y me hablaba como si nos conociéramos de toda la vida. Parecía creer que sabía por lo que estaba pasando y aquello me enfurecía de alguna manera. ¿Cómo un completo extraño podría pensar en solucionar mis problemas con sus consejos?

Permanecí en silencio, buscando las palabras indicadas para reclamarle, pero fue mucho más rápido cuando acomodó la patineta en su espalda y comenzó a caminar a paso rápido, mirándome por sobre su hombro.

— Desde la casa podrás llamar a tus padres y decirles que estás a salvo. Comeremos y te llevaré a tu casa. — su voz era tranquila y pausada. No parecía afectado por mi silencio e indiferencia. Comenzaba a plantearme que no le importaba nada en absoluto.

Lo seguí cuando comenzaba a verlo alejarse cada vez más y a paso rápido lo igualé en pocos minutos. Cómo había dicho, un par de cuadras adelante, le vi detenerse frente a una enorme casa de madera oscura. Sacudió sus pies en un tapete de césped artificial de la entrada y dio dos golpes a la puerta, esperando pacientemente.

Al abrirse la puerta, un hombre joven abrió la puerta y miró al chico con una leve sonrisa. Iba vestido de enfermero, llevaba una mochila en sus hombros y parecía llevar prisa. Salió bajando los escalones, no sin antes saludarme y continuar su camino.

Caminó por el lugar en el que nosotros habíamos andado y desapareció después de cruzar en la esquina de aquella cuadra.

— Anda florecita, ya ha sido demasiada agua por hoy. — me llamó el rubio, sacudiendo su mochila en la entrada.

Una vez dentro, él se deshizo de su chamarra y quedó con una camiseta de manga larga muy ajustada a su delgado cuerpo. Con la mano pidió mi chaqueta empapada, la cual le entregué y colgó mi paraguas en un perchero junto a lo demás.

Se acercó a nosotros una señora de avanzada edad, sacudió el cabello del chico en un gesto juguetón y tomó nuestra ropa, llevándosela a otra habitación. Antes de irse, me sonrió a boca cerrada sin pronunciar alguna palabra. No entendía que hacía ahí o que estaba pasando, pero el calor y ambiente de aquel lugar era tranquilo, demasiado diría yo. No había casi nada de ruido salvó por el sonido de una vieja grabadora sintonizando un canal de radio.

—¿Qué es este lugar? — la pregunta quedó en el aire mientras caminábamos a lo que parecía una estancia.

Había varios ancianos en unos sofás, mirando la televisión en un volumen tan bajo que estaba casi segura que podría estar en 0. Todos miraban fijamente la pantalla de aquel viejo televisor mientras lo que parecía ser una mesa con píldoras se extendía frente a ellos.

A mi lado había una puerta, aquella dónde había entrado la mujer con nuestra ropa. Observé una pequeña lavandería bien distribuida, había muchas sábanas apiladas en un carrito como de hotel. La mujer salió del cuarto de lavado y miró al chico junto a mí, comenzó a hacer señas con sus manos mientras movía los labios. No sabía el lenguaje de señas, pero estaba claro que él sí, se comunicaron por unos minutos para después continuar caminando más profundo en aquella casa.

— ¡Niño! — gritaron desde arriba de las escaleras. — Te estaba buscando. — la voz provenía de un anciano muy bien conservado, no se veía como los otros, tenía mucha más energía que yo, incluso bajó a velocidad normal aquellas escaleras. — ¿Trajiste lo que te pedí?

— Claro que sí, Tom. — le sonrió el rubio, sacando se su mochila un periódico bien doblado. Junto a este iba una cajetilla de cigarrillos. — No lo olvides, solo uno por día.

— Ya suenas a mi esposa. — reclamó el hombre, caminando alegremente hasta lo que parecía la cocina. —¡Pon la música, mujer! Este lugar está tan muerto como nosotros.

— Es un amigo. — me explica el chico junto a mí. — Ven, quiero presentarte a alguien.

Estira con gentileza mi suéter, tomando sus precauciones al momento de tener contacto físico conmigo. Se detiene una vez que estamos arriba y me mira de reojo, parece divertido con la situación, aunque yo me encuentro muy confundida.

— Esa de allá es mi habitación. — señala al final de un largo pasillo frente a nosotros. — Adelántate, tengo un encargo más que dar, a menos que quieras conocerla...

Señala la puerta al fondo, mientras comienza a rebuscar en su mochila. Su sonrisa se ensancha más al verme confundida. Hace un gesto con la mano para que me mueva y comienzo a dar unos cuantos pasos hacia donde me indica.

Miro a mi alrededor las habitaciones conforme cruzo el pasillo. Siguen siendo ancianos, cuartos compartidos entre personas postradas en camas. Era un ambiente extrañamente pesado y lúgubre.

— ¿Vives en un asilo? — pregunto girándome para observarlo. Me resulta tan fuera de lugar su presencia en este sitio, que no puedo evitar que la curiosidad me haga pedir explicaciones.

— Por fin cooperas para tener una conversación. Muy bien. — me sonríe amablemente. — Te contestaré a todas tus preguntas, no las olvides. Pero antes...

Camina hacia un cuarto y abre la puerta, se adentra en este lugar y yo no sé qué hacer. Me acerco a la misma puerta que ha dejado entreabierta y miro dentro de esa habitación. Hay un par de camas vacías, perfectamente tendidas. En la esquina que da a la ventana, hay una anciana en una silla, tejiendo lo que parece ser una colcha afelpada. Recuerdo vagamente que mi abuela me regaló una cuando era una niña pequeña.

El rostro de la anciana se ilumina al verlo, sonríe anchamente, extendiendo sus brazos hacia él. El chico la abraza tiernamente y se acuclilla frente a la silla. Saca de su mochila unos medicamentos y entre las cosas, un par de hilos de colores.

— No encontré el de color rojo que me pediste, pero iré mañana a otro establecimiento. Hoy traje a una amiga a comer. — habla en un tono de voz alto, me queda claro que es para que aquella mujer lo escuche bien.

La mujer entonces mira en mi dirección y extiende su mano, pidiéndome que me acerque a ella. Me quedó estática al no saber cómo reaccionar, pero comienzo a dar pasos lentos mientras no puedo despejar mi vista de su rostro.

Tiene unos hermosos ojos, tan profundos y brillosos, llenos de amor. Me recuerda tanto a mi abuela, a los ojos de mi madre cuando me mira y se preocupa por mí. Pero ese color, esa sonrisa, es inevitable no compararla con la del chico rubio.

Deben ser parientes, ese mismo color de ojos y esos gestos. El cabello de la anciana ya está cubierto de canas y el blanco predomina por sobre todo en ella. Podría jurar que ha susurrado algo respecto a mi atuendo, pero estoy tan ensimismada con su tacto tan cálido que no sé qué decir.

— Ella es Melia. — me presenta el chico. — Ella es Ágatha. — señala a la mujer, que da un pequeño apretón en mi mano de forma amistosa.

— La florecita triste. — murmura ella, mirando al chico junto a mí. — Deben tener frío, vayan a comer. Yo ya terminé mi sopa.

— Si señora. — se despide él con un beso en las mejillas de la anciana.

Los dedos delgados y arrugados de la señora recorren mi mano y da un leve golpecito con su otra mano sobre mi brazo. Ella sonríe mirando sus cosas de tejido, para después soltarme y dejarme ahí, con ese sentimiento tan familiar y dulce.

— Vamos. — me guía el chico por el pasillo. — Ahora sí, comienza a preguntar en lo que dejo mis cosas y después vamos a comer.

Observo la puerta de su habitación y cuando la abre, lo primero que llama mi atención es un enorme ventanal sin cortinas. Da directo al patio trasero de aquella casa y hay un muy descuidado jardín con flores de colores opacos, con un enorme árbol que se ha quedado sin hojas y con demasiado lodo por todas partes.

— Bienvenida a mi pequeña cueva.

...

Su espalda era muy ancha, pero sus brazos y piernas son delgadas. Sus pantalones están tan holgados que creo que podrían caber dos de él dentro.

Su cama es dura y rígida, cuando me senté sobre ella ni siquiera se hundió. Sus dos almohadas son del mismo color azul marino que el tapete que hay en el suelo. Todo se ve tan triste y neutro que dentro de mis pensamientos nada encaja. Él no encaja con este ambiente ni con lo que lo rodea.

— Creí que tenías preguntas. — me regresa a la realidad cuando se sienta junto a mí en su cama. Sus piernas se cruzan y coloca sus manos sobre sus mejillas, inclinándose hacia el frente con sus codos en las rodillas. — Te escucho.

— ¿Ella es tu abuela? — pregunto, cautelosamente.

— Sí. — asiente dándome la razón. — Demasiado obvio el parecido, ¿Verdad?

Miro a mi alrededor una vez más, intentando formular bien mis preguntas, pero realmente todo me parece tan confuso y fuera de lugar que no sé por dónde comenzar.

—¿Por qué me trajiste aquí? — pregunto curiosa.

— Creo que necesitas un poco de realidad para despertar. — se encoge de hombros. — Necesitas verlo con tus propios ojos.

— ¿Ver qué? — rápidamente pregunto.

— La vida. — susurra mirando fijamente mis ojos. — Mell, quieres morir cuando aún no has vivido. Todas esas personas están aquí esperando un final, un último suspiro y ¿sabes qué? Todos están bien con eso, porque ya han vivido sus vidas.

— ¿Y qué tiene que ver esto conmigo? No me conoces. Ni siquiera sé quién eres. — molesta, me alejo de la cama, en busca de tener distancia entre nosotros, pero me toma del brazo y antes de que pueda quejarme, me suelta.

— Que tú no has vivido tu vida. — asegura firmemente. — Tienes razón, no te conozco. En lo absoluto. Pero lo poco que he visto de ti, me grita desesperadamente por ayuda y no pienso ignorarlo.

Se acerca un poco más, manteniendo mi espacio personal y sonríe al verme vulnerable ante sus palabras.

— Mírame y dime qué no tengo razón. — pide mientras acerca su mano para tomar mi manga del suéter. — Quieres acabar con todo cuando apenas ha empezado.

— No sabes todo lo que he tenido que pasar. Ya tuve suficiente. — me quejo molesta, quitando la mano para que deje de tocar mi ropa. —¿Crees que ver esto va a hacer que cambie de opinión? Este lugar es deprimente, ¿Qué haces tú en este lugar?

— Bueno... — comienza a hablar, pero lo veo dudar. Por primera vez veo algo de dolor en él. — Todos tenemos un pasado difícil en este lugar, creo que por eso es que me siento bien aquí. Ellos me entienden.

Su mirada se va de repente hacia un punto fijo en la nada y suspira de una forma tan melancólica que hasta me resulta una farsa. Ese suspiro parece cargado de tanta pesadez que me cuesta verlo a él así. Todo el camino hacia acá nunca dejó de sonreír, incluso cuando lo ignoraba o me la pasaba en silencio, pero ahora su sonrisa se desvanecía mientras se sumergía en algún recuerdo del pasado tan tormentoso que menciona.

— Lamentablemente no eres la única que ha sufrido tanto en esta corta vida. — sonríe con tristeza colocándose de pie frente al ventanal. — Pero créeme, al verlos aquí, después de escuchar sus miles de historias y las cosas por las que acabaron en este lugar tan "deprimente" cómo lo llamas tú, me doy cuenta de lo importante que es vivir. No tenemos otra opción, sólo tenemos una vida y quiero que la mía esté llena de aventuras y cosas locas que contaré a mis nietos o a las personas que me atiendan en mi vejez.

De pronto la sonrisa en su rostro vuelve a iluminarse y cuando sonríe así, sus ojos se achican tanto que casi desaparecen en una sola línea.

— Te estás tomando demasiadas molestias conmigo. — mi mente da vueltas a sus palabras y no logro comprender que lo hizo querer acercarse a mí.

— Ya te lo dije. Todo en ti pedía ayuda y yo estoy aquí para dártela.

— ¿Por qué? ¿quién eres tú?

— Tu nuevo amigo. — me muestra su puño, pretendiendo que lo choque con él.

Al inicio dudo mucho de sus palabras, me cuesta creer que es así de sencillo y extraño hacer un amigo. La palabra incluso llega a incomodarme todavía. Pero al verlo y recordar las cosas y palabras que ha dicho y hecho, no puedo evitar sentir este pequeño rayo de alegría.

Alguien quería ser mi amigo. No me veía con lastima ni me veía como los demás cuando les decía que estaba mal.

— Si, ¿por qué no? Ya todo es demasiado extraño de todas formas. — choco el puño con él y entonces siento algo más en mi rostro. Mi sonrisa se ve reflejada en los cristales de aquel ventanal y me desconozco. Hace tiempo que no sonreía genuinamente de esta manera.

— Pequeña florecita, este es el inicio de muchas locuras más. — se acerca a mí, sabiendo muy bien que me cuesta el contacto físico y me cubre con una chamarra por los hombros.

— ¡Chicos, a comer! — grita aquel hombre que vimos antes abajo. Puedo reconocer su tono áspero y grueso.

— ¡Ya vamos Tom! — grita el rubio.

— ¿Este es el lugar hermoso al que querías traerme? — le recuerdo sus palabras. — Creo que tenemos definiciones distintas de la palabra hermoso.

— No. — ríe ante mis quejas. — Es solo que creía mucho mejor que abrieras tus ojos a una nueva propuesta antes de merecer algo tan bello. Aun no estás lista. Cuando lo estés, lo sabrás.

— Eres demasiado complicado.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro