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IV

Mi mano tiembla antes de sujetar con firmeza la manija de la puerta. Las llaves bailan entre mis dedos temblorosos que torpemente las hacen resbalarse y caer junto a mí. Necesito respirar y concentrarme en lo que debo hacer para entrar a casa. No podía permitirme perder el control de mi cuerpo.

Buscando tranquilizarme cierro los ojos y suelto el aire, frustrada por ser tan torpe y hacer todo más difícil de lo que realmente es. Mis manos un poco más tranquilas sujetan la manija y logro abrir la puerta después de unos cuantos movimientos nerviosos. Segura de que me encuentro al fin en mi zona de confort, me permito soltar un último sollozo.

Que larga noche.

Cuando me acerqué a las escaleras para subir a mi habitación pude observar unas figuras en la sala, recostadas en el sofá mirando la televisión. Mamá y papá estaban profundamente dormidos uno sobre el otro, abrazados y con montones de palomitas regadas sobre la alfombra a su alrededor.

La escena me tranquilizó más de lo que mis estrategias de respiración pudieron haber causado. Después de estos largos meses cuidándome, vigilando que no tentara contra mi vida de nuevo y pudiera seguir adelante, ellos al fin estaban teniendo un momento de paz. Definitivamente este suceso de hoy me lo guardaría para mí, no quería preocuparles. Tendría que fingir que me la he pasado bien y que estaré mejor.

Tomé la cobija que caía por sus piernas al suelo y les cubrí con ella teniendo cuidado de no despertarlos. Acaricié el cabello de mamá y dejé un beso en la mejilla de papá, sabía que, si algo me obligaba a permanecer aquí, eran ellos. Las únicas personas que me amaban de verdad, las que se preocupaban por mí.

Subí a mi cuarto en busca de arrojarme a la cama y descansar después de un amargo rato en aquella fiesta, pero sabía que el insomnio haría de las suyas en cuanto tocará las sábanas. Busqué las pastillas que la doctora me había recomendado y metí dos a mi boca.

Mi teléfono sonó justo en el momento en que me atragantaba con las pastillas. Después de recuperarme de la tos, busqué identificar de quién se trataba. Era Boris.
Maldije internamente que se diera cuenta de mi desaparición tan rápido, esperaba poder mandarle un mensaje apenas llegara, pero lo había olvidado.

Contesté al cuarto timbrazo y lo primero que escuché fue un suspiro de alivio. Parecía ya no estar en la fiesta y su voz sonaba extraña, supuse que era por el alcohol que había tomado. No me molestaba que lo hubiese hecho, no me importaba en lo más mínimo lo que Boris quisiera o no hacer.

— Gracias al cielo. — le escucho decir en voz baja. — Melia, ¿Dónde estás? Te estuve buscando.

— Me sentí mal, tal vez comí algo que me hizo daño. — mentí rápidamente. Me salía tan natural que sabía que él rápido lo creería. — Lo siento, no pude avisarte.

—¿Estás en tu casa? — parece aliviado y un tanto desilusionado. —¿Estás bien? ¿Quieres que vaya a verte?

— Ya estoy en mi cama. No quiero tener problemas, mis padres están dormidos. — aquello no era mentira, por lo que no me sentí tan culpable al saber que él estaba preocupado. — Estoy bien.

Aquello último si era mentira, en cierto punto sabía que no podía estar bien, pero necesitaba asegurarle que por esta noche seguiría con vida. Boris sabía de mis problemas emocionales, estaba segura que mi madre le había contado a la suya y probablemente era esa la razón por la que era tan lindo conmigo.

— Está bien. Iré por ti mañana temprano. Te recompensaré por no estar contigo esta noche. — asegura y escucho como vuelve a escucharse un par de voces. —¿Quieres ir a desayunar?

Es interrumpido entonces por un par de voces masculinas que parecen un tanto urgentes. Pienso en colgarle, pero por alguna razón reconozco una de las voces de fondo. No logro entender lo que dicen, están alejados del teléfono y al parecer Boris habla con ellos.

—¿Melia? — me llama después de unos cuantos murmullos.

— Sigo aquí. — le indico, acomodándome entre las sábanas.

— Un chico dice que te está buscando. — Boris suena cauteloso, su voz ahora no está tan adormecida como hace unos segundos atrás. — Ella no está aquí.

Le escucho explicarles a los chicos que he regresado a casa y entonces una risilla me recuerda de quién es la voz. Es el chico rubio de la navaja. Está con Boris y escucho como le pide el teléfono, a lo que el dueño del celular se niega.

— Melia... ¿Conoces a un tal...? — comienza a preguntar, pero entonces escucho como le arrebatan el teléfono.

— Hola florecita, no nos dijimos nuestros nombres. — escucho la voz burlona del rubio. — Melia es lindo, creo que te diré Mell.

— ¡Oye dame eso! — escucho a Boris de fondo.

— Solo un segundo. — pide el rubio amablemente. — Mell, me encantaría verte de nuevo. Me dejaste preocupado, pero me alegra que estés en tu casa. Espero que en tu cama. — comienza a divagar. —¿Qué traes puesto? Imagino a qué eres de las que usa una ropa especial para dormir. Yo soy más de la ocasión.

—¿Quién eres? — pregunto evidentemente irritada por tener que escucharlo.

—¿Tan pronto me has olvidado? Soy un desconocido afortunado al parecer. Me hiciste la noche, aunque yo quisiera alegrarte también. ¿Quieres ir a ver un lugar hermoso? Veámonos mañana, dame tu dirección.

— Ni de chiste. — rápidamente rechazo esa opción.

— Oh vamos. ¿Tan desconfiada todavía?

— No te conozco. — le recuerdo.

— Okey. Entiendo. — lo escucho suspirar y decir algo por lo bajo que no logro entender. — Mira, te veré mañana a las 4 en la plaza frente a la escuela. Ve con quién gustes, así estarás más cómoda. Te estaré esperando.

Este sujeto de verdad no aceptaba un no por respuesta. Su terquedad e insistencia eran algo tan molesto que comenzaba a tentarme la idea de colgar la llamada. Aunque Boris probablemente aún esperaba a hablar conmigo, después de todo, nos había interrumpido este chico tan molesto.

—¿Por qué iría?

—¿Prefieres quedarte en casa y lamentarte por no tener amigos? ¿O irás a hacer algunos? Tienes que vivir. — su voz suena persuasiva. Al verme vulnerable y saber que no tenía amistades con las cuales hablar, le había dado las excusas perfectas para intentar convencerme de verlo.

Estaba demente si creía que iría a un lugar con algún desconocido. No sabía sus intenciones, no lo había visto jamás en la escuela y por lo que ví, tenía armas que fácil podrían servirle para hacerme daño.

Y como si pudiera leerme la mente dijo:

— Prometo que no quiero hacerte daño. Puede ser en dónde tú gustes, podría ir a tu casa y pedirles permiso a tus padres. Apuesto a que eres niña de casa, muy conservadora. — se burla unos segundos, pero parece meditar lo que dice y trata de mejorar lo antes dicho. — Haré lo que me pidas.

—¿Por qué esa insistencia? — cuestiono, curiosa de saber por qué un extraño se involucraría tanto en la vida de un completo desconocido.

— Nadie merece sentirse solo. — asegura firmemente. — Tú necesitas amigos y yo quiero ser uno de ellos.

Me quedo en silencio ante sus palabras, a pesar de no conocerme, ha dicho lo que muchas veces escuché de mi psicóloga. No puedo lamentarme toda la vida, tenía que vivirla.

Me congelo por unos segundos ante el recuerdo de un rostro pálido y envuelto en lágrimas. Aquella noche hacía demasiado frío y no podía sentir mis dedos debido a mi poca ropa. Recuerdo el olor de su perfume y la sangre...

— ¿Melia? — escucho a Boris arrebatándoles el teléfono. — Escucha, no sé quién sea tu amigo, pero ya le he dicho que no saldrás con él. Nos vemos mañana en la mañana. Por favor quédate en casa esta noche y descansa.

— Descansa. — susurro, desconcertada. Me siento desconectada de la realidad en momentos.

La llamada termina y con el sonido de la voz de aquel chico rubio todavía en mi cabeza, descanso entre mis almohadas, cerrando con fuerza los ojos.

"Tienes que vivir"

¿Cómo podría hacerlo? No era alguien fuerte, no podía continuar sabiendo que la persona a la que más he amado murió. Se fue y dejándome sola. Si él pudo tomar la decisión de acabar con su vida, ¿Por qué yo no podía hacerlo?

....

— ¿Qué tal la fiesta anoche? — preguntaba papá en el desayuno. — Te has despertado tarde, me imagino que llegaste ya pasada la medianoche.

— No tan tarde. — me encojo de hombros. — Fue una buena fiesta.

— Nos alegra mucho que salir con Boris te ayude a mejorar. Es un buen muchacho. — interviene mi madre, acercando otro par de quesadillas a mi plato.

Ruedo los ojos fastidiada de que insinúen que Boris y yo podríamos ser una pareja. Sobre todo, porque nunca lo he visto de esa manera y apuesto a que él igual. Al terminar mi plato observo frente a papá un sobre abierto junto a unos cuantos papeles. Al ver mi interés en lo que sostiene, me los entrega sin decir una palabra.

Leo las primeras líneas de lo que parece ser una invitación a una boda. La hermana menor de mi madre va a casarse en tres meses, debería estar feliz por ella, pero la fecha que ha elegido es pésima. Solo dos días después de la muerte de él.

— Tendremos que buscar un vestido. — trata mi madre de aligerar el ambiente tan denso. — Un color rosa te quedaría bien, tu piel es muy bonita.

— Cualquier color le quedaría bien. — me sonríe papá poniéndose de pie para dejar los platos en el fregadero. — Debo irme. Pórtense bien.

Deja un beso en mi frente y le da un cálido beso a mi madre antes de tomar su termo de café y salir de la cocina. Me quedo en silencio mirando a mamá, quien me sostiene la mirada con paciencia. Escuchamos como se abre la puerta principal pero no se cierra, por lo que ambas miramos en dirección al pasillo.

— ¿Melia? — mi padre me llama. — Tu amigo está aquí.

Cierro los ojos con fuerza, molesta, debí haber olvidado que Boris vendría por la mañana tratando de ver cómo estaba. Caminé a paso rápido hasta la puerta donde ví a mi padre salir no sin antes dedicarme una media sonrisa. No entendía el afán por emparejarnos.

Observé también a un chico de mejillas coloradas y ojos atentos a mi apariencia. Yo llevaba mi pijama todavía, pero no era eso lo peor, mi cabello era el problema. No lo había cepillado y era una maraña esponjada.

Boris dio un paso al interior de mi casa cuando su abrigo lleno de gotas de lluvia me hizo percatarme de que afuera estaba una llovizna muy fuerte. Él no llevaba paraguas y estaba completamente empapado.

— Buenos días. — me saludó mientras yo me acercaba para cerrar la puerta. — Lamento no haber avisado que venía a esta hora, no quiero interrumpir tu desayuno.

— Oh no. No pasa nada. — trato de remediar el desastre que tengo en mi cabeza mientras nerviosamente me acomodo el pijama. — Te traeré una toalla.

Dicho esto, me dirijo al segundo piso corriendo al baño. Busco una toalla y una vez que la tengo, me veo en el espejo, ahogando un grito de sorpresa. Me veo horrible.

Peino con mis dedos mi cabello y tomo una liga para hacerme una coleta, pero está tan esponjado que solo logró hacerme una cebolla con mucho esfuerzo. Mis cabellos aun así van en todas direcciones y salen de entre el nudo, pero es lo mejor que puedo hacer.

Una vez que vuelvo a bajar, me encuentro con mi madre hablando con Boris, pero inmediatamente ambos hacen silencio, mirándome. Doy unos cuantos pasos sin decir nada hasta extenderle la toalla al chico que ya no tiene puesta su chaqueta.

— Gracias. Y perdone que interrumpa su desayuno señora. — Boris seca su cara después de disculparse con mi madre quien, sin decir más, le dedica una sonrisa antes de salir de la habitación.

Observo como su flequillo se pega a su frente y sus mejillas van adoptando un color menos intenso. Él me mira entonces directo a los ojos y puedo percibir un atisbo de culpa, cómo si hubiera hecho algo malo.

— Escucha. — me pide al dar un paso hacia mí. — Anoche me confíe, no debí beber. Solo quería que pasáramos un buen rato.

— Descuida. — le tranquilizo. — No fue tan malo.

Es obvio que estoy mintiendo, anoche fue horrible. Pero no permitiría que Boris se sintiese mal por divertiste, no tenía que cuidarme siempre.

— También ví a Aurora. — suelta de repente. — La vi después de que te fuiste y entendí por qué lo habías hecho. De verdad lamento mucho no haberte acompañado toda la noche. No debí despegarme de ti.

— No eres mi niñero. — rápidamente me mostré fría. No quería demostrar el impacto que tenía el enfrentamiento de anoche con Aurora. — Eres libre de divertirte.

— Pero iba contigo porque... — comenzó a acercarse más, pero lo interrumpí apenas percibí sus intenciones.

— No. — corté de tajo su argumento.

Ambos nos quedamos en silencio unos segundos y sin sentir nada más que una desolación absoluta debido a los recuerdos, preferí callar. Él miró en todo momento mi rostro, en busca de descifrar mis emociones.

— Melia. De verdad, quiero ayudarte. — asegura firmemente. — Quiero hacerlo. Dime cómo.

— Por favor vete. — suplico sintiendo mis ojos irritarse.

— Perdóname, anoche yo... — comenzaba nuevamente a acercarse.

— No importa. — le interrumpo nuevamente. Abro la puerta y evito a toda costa su mirada. — Gracias por todo, pero de verdad quisiera estar sola.

— Entiendo. — suspira derrotado. — Estoy muy cerca de aquí, si llegas a necesitar algo o si quieres hablar, vendré corriendo.

Asiento para que vea que lo he escuchado y él camina lentamente hasta la salida, extendiendo la toalla hacía mí. Cuando nuestras manos se rozan él me mira directo a los ojos con pena. Odiaba la lástima en sus miradas, en sus gestos. Retrocediendo inmediatamente, cerré de golpe la puerta.

Permanecí ahí de pie, mirando los pequeños charcos que habían formado las gotas de la chaqueta de Boris. Mis ojos no pueden retener más las lágrimas y éstas se desbordan por completo. Permito que mi cuerpo se relaje solo un poco mientras retomo el hilo de mis pensamientos. De aquellas ideas que me ayudan a seguir actuando como si no pasará nada.

No es hasta que doy media vuelta para dirigirme al comedor que veo a mamá de pie, mirándome con lágrimas en sus mejillas. La veo triste, con la misma expresión de lástima que veía en los ojos de Boris, cómo la ví en Aurora y como la veo en todos los que conocen mi pasado.

— Hija, estamos intentando ayudarte. — asegura cruzándose de brazos para mirarme. — Necesitas aceptar que necesitas ayuda.

— Hoy no mamá. — rápidamente evado su mirada y camino a mi habitación. Le escucho en la escalera, pero después de unos momentos, el sonido en la cocina vuelve a aparecer.

Me sumerjo entre las sábanas nuevamente y suelto el aire que estaba reteniendo desde que traté de escuchar mejor sus pasos por la casa. Necesitaba ayuda, eso ya lo sabía. Por algo no me perdía de las sesiones con la psicóloga e intentaba todas sus estrategias de autoayuda. Aunque todos se esforzarán, yo ya no quería hacerlo. Estaba cansada, tanto física como mentalmente casi todo el tiempo.

Necesitaba un respiro. Quería hacer algo para saciar este sentimiento de pesadez y cansancio. Sin pensarlo mucho, cambié mi pijama por unos jeans y una sudadera. El cabello lo dejé tal cual estaba y bajé sin hacer mucho ruido. Sabía que estaba lloviendo, por lo que decidí llevar el paraguas que Boris me había dado por mi cumpleaños adelantado.

Salí de casa sin hacer ningún sonido y caminé sin rumbo por largos minutos. No sabía a dónde iría, pero necesitaba caminar y hacer algo con este sentimiento de impotencia. Comencé a dirigirme en línea recta sin darme cuenta, para cuando fui consciente, estaba en la esquina que me dirigía hacia la escuela, pasando por el puente.

Me detuve en medio de aquel sitio, mirando hacia abajo la corriente con mayor volumen y fuerza. Había algo extraño y familiar en el ambiente, la lluvia cada vez era más y más pesada. El único sonido que percibía era el del agua cayendo estrepitosamente contra las superficies. Era un sonido tranquilizador.

Miré el agua en aquella corriente, imaginando mil escenarios distintos. Mi cabeza era un nudo de ideas entrelazadas por pequeñas enredaderas. Tomé el valor de acercarme más a la orilla, el alto de la barda que me separaba de una horrible caída, me pareció en aquel momento una medida insignificante. ¿Cómo podría evitar aquella barda que yo saltará?

"HAZLO"

Gritaba la voz insaciable en mis ideas revueltas. Dispuesta a ignorarla, cerré con esfuerzo los ojos. La oscuridad me tranquilizaría, eliminando cualquier rastro de duda y de querer saltar. No debía hacerlo. No podía dejar que mi mente ganará contra mi razón.

...

Mis pies no alcanzaban el suelo estando sentada en aquella banca del parque frente a la escuela. La lluvia había disminuido, pero continuaban impactándose las gotas contra el paraguas. No había ni un alma alrededor.

— Sabia que vendrías. — escuché una voz detrás de mí.

Me puse de pie para encararlo y fue entonces que una melena rubia hizo eco en mi memoria. Ahí estaba de pie, con una sudadera oscura, empapado de pies a cabeza. Llevaba en la mano una patineta larga de colores, sujetando a su vez una mochila del mismo color de su vestimenta.

— Llegaste temprano. — dice sonriente, — ¿No podías esperar a verme?

— Quería salir de casa. Caminar un poco... — comienzo esquivando su intensa mirada.

— Será un placer ser tu distracción. — sonríe dando un paso hacia mí. Extiende su mano, como si me estuviera sacando a bailar y aguarda un momento. — Si me das tu mano, no la soltaré nunca.

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