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III

Su rostro se acercó curioso, un poco más, permitiéndome ver el brillo de sus dientes. Sus colmillos resaltan al ser ligeramente un poco más grandes de lo que había visto jamás en otra persona. Tiene una sonrisa realmente preciosa, su mandíbula cuadrada parece un ángulo de 90° grados perfecto que solo resalta su belleza. Era como ver una pintura cobrar vida, sus facciones bien remarcadas eran casi un sueño.

Sin pensarlo dos veces, me pongo de pie para sacudirme las manos en el pantalón, buscando recuperar mi dignidad de alguna manera. Tenía que admitir que la situación era de lo más incomoda, sobre todo por percatarme de que sus ojos arrasaban conmigo.

— ¿Te encuentras bien? — percibí una ligera burla en su voz. Se puso de pie sin acercarse a mí lo suficiente y contemplé aterrorizada, como sostenía en sus manos una pequeña navaja.

Retrocedí inmediatamente, chocando con la pared detrás de mí. Estaba a punto de correr nuevamente, preparada ya con la luz suficiente como para no caer antes de llegar a la puerta. Agradecía no haber puesto seguro cuando entré.

El chico al ver mis intenciones de huir entendió el motivo de mi repentino temor, por lo que arrojó la navaja al otro lado de la cama, perdiéndola de vista. Levantó ambas manos y sonrió inocentemente, como si tener un arma no fuera la gran cosa en realidad. No sabía cómo reaccionar ante sus rápidos movimientos, parecía leerme los pensamientos con solo ver mis expresiones corporales.

— No estoy armado. Tranquila. Soy inofensivo. — asegura bajando nuevamente los brazos, luciendo más relajado que antes. — ¿Eso de tu suéter es sangre? Comienzo a creer que fue una mala idea quedar desprotegido contigo, aquí solos. ¿Debería preocuparme?

Bajo la mirada a la dirección donde señaló y me percato que la bebida que habían derramado sobre mí en el pasillo era de un color rojizo. Maldigo en voz apenas audible, sabiendo que la mancha sería casi imposible de sacar. Mamá se quejaba de que las manchas de colores rojos en ropa clara eran prácticamente imborrables.

— Tropecé con alguien y me derramó encima su vaso. — le explico, restándole importancia.

— Trataré de creerte. — sonríe sentándose nuevamente en el colchón de la cama. — Me mantendré en guardia de todas maneras.

Hacemos silencio nuevamente, con la diferencia de que ahora tengo mejor visión de la habitación. Las pesas con las que tropecé al entrar están a un lado de mí, cerca de lo que parece ser una patineta. Agradecía al cielo que no había tropezado con ella también, de lo contrario, mi caída hubiera terminado en más partes de mi cuerpo heridas o tal vez rotas.

— ¿Estás bien? — su pregunta logra regresarme a la realidad. Le miro fugazmente antes de deslizarme por la pared hasta sentarme nuevamente en el suelo.

No deseaba estar cerca suyo, tampoco quería contestar. ¿Qué se supone que debía responder a eso? Si se refería a la caída, era visible que estaba bien. No era la gran cosa, solo una chica torpe tropezando. Así que, sin importarme su intensa mirada, cerré los ojos un momento, esperando que se aburriera de observarme fijamente.

— Llámalo como quieras, un don, intuición tal vez. Pero algo me dice que no estás bien. — seguía insistiendo. Al abrir los ojos me encontré con que estaba sentado en la esquina de la cama, contemplándome.

— ¿Qué quieres? — me quejé malhumorada. Estaba comenzando a preocuparme su cercanía. Estar a solas con un extraño no me parecía buena idea.

— Primero que nada, saber si estás bien.

No lograba comprender su interés en mí. Era un completo desconocido en una fiesta donde no deseaba estar. Prefería no entablar ninguna conversación con nadie, no era nada personal con aquel chico que tal vez solo intentaba ser agradable. Era yo, eran mis miedos internos. Gritaba mentalmente por escapar de esta situación tan incómoda, no quería estar ahí.

— Creo que puedo interpretar tu silencio como un "no". Cada vez que te quedes callada en una de mis preguntas, será un no. — le observo fastidiada por su desquiciante manera de buscar seguir una conversación. — Esa mirada es "imbécil", tengo experiencia con esa mirada. La reconozco fácilmente.

Resoplo ante su arrogante manera de creer que está logrando agradarme. Hace todo lo contrario con esa estúpida sonrisa y esa técnica tan idiota para buscar alargar una conversación que no iba hacia ningún lado.

— Oye, sea lo que sea que tengas, puedes hablarlo conmigo. Puedes contarlo a un extraño que no va a juzgarte, yo me ofrezco.

— ¿Por qué le contaría algo tan personal a un desconocido? — estallé en una risa amarga ante tan ridícula sugerencia.

— Porque puedes estar segura de que no conozco a nadie de tu círculo social cercano. De hecho, no conozco a nadie de aquí, salvo dos personas, de las cuales tú eres una.

— No voy a decirle nada a un extraño. — doy por terminado el tema, cruzando las piernas e inclinando la cabeza hacia atrás para mirar al techo.

Era un blanco casi llegando a gris, había manchas de humedad que hacían formas extrañas. Busqué en el lugar algo que ocupara mi mente con algo diferente a lo que me entristecía. Deseaba dejar de pensar en todo, en el dolor que comenzaba a crecer en mi pecho desde que había visto a Aurora entre la multitud. Antes de llegar a esta reunión cuando no deseaba hacerlo. Antes de arruinarlo todo.

— ¿Prefieres contárselo a un amigo? —pregunta sentándose frente a mí en el suelo.

Es entonces que algo se quiebra dentro de mí. Las lágrimas que había contenido muy bien hasta ese momento estallan en una cascada, mojando rápidamente mis mejillas. Puedo sentir el temblor en mis manos, luchando por no cubrir mi rostro. La última vez que tuve un ataque de pánico me lastimé con las uñas sin darme cuenta y mamá lloró toda la noche conmigo. No quería hacerlo de nuevo. Necesitaba controlarme, respirar y recordar que estaría bien una vez que volviera a soltar el aire de mis pulmones.

— ¿Qué pasa? ¿Qué dije? — el chico parece preocuparse por haberme molestado y sujeta mis mejillas, obligándome a mirarlo directo a los ojos. — Respira conmigo. Concéntrate en mí.

No entendí a lo que se refería hasta que mis manos temblorosas se sujetaron de las mangas de su suéter en busca de dejar de sacudirse. Estaba perdiendo el orden de mis pensamientos, necesitaba concentrarme en respirar otra vez y dejar de llorar. Hice lo que me pidió, miré sus enormes ojos color miel, estaba intentando hacer contacto visual, enfocándose en ayudarme a mejorar. Observé cómo inflaba sus mejillas al respirar profundamente y traté de imitarlo. No sé por cuánto tiempo estuvimos uno frente al otro, respirando mientras acariciaba con sus pulgares mis mejillas humedecidas.

Una vez que estuve más tranquila quise agradecerle por quedarse y tratar de ayudar en algo, pero no me salían las palabras. Su pregunta seguía flotando en mi mente, prefería no saber la respuesta. Pero lamentablemente la sabía, no podía contarle a ningún amigo, porque no tenía uno.

— No tengo amigos. — logré responder con voz gruesa, recuperándome de la resequedad en mi garganta.

— ¿Y por eso estás así? Porque eso tiene arreglo. Yo puedo ser tu amigo. Bueno... es negociable. Primero debo saber que tienes sentido del humor porque suelo hacer chistes espontáneos que tal vez sean algo crueles

Estaba hablando demasiado rápido mientras sus manos seguían en mi rostro, acariciando con sus pulgares mi piel. Su cabeza se inclinó en la última frase como si fuera a susurrar algo, pero en cambió, solo sonrió sutilmente.

— ¿Por qué? — pregunté incapaz de formular una oración completa. Estaba demasiado confundida por nuestra rara conversación. No entendía como habíamos llegado a este punto.

— Tengo una filosofía de vida. Hago lo que me gustaría que hicieran conmigo. — explica soltándome. Me da mi espacio de vuelta, lo cual aprecio.

Bajo la mirada a mis manos que siguen sujetando las mangas de su suéter con fuerza. Relajo mis brazos y los dejo caer sobre mis piernas cruzadas. No sé qué decir ante su explicación tan vaga y poco común. No esperaba tener que responder algo sobre lo que había mencionado.

— Creo que puedo interpretar tu silencio de varias maneras. Ahora parece que quieres besarme. — suelta de repente tomándome por sorpresa.

— No es verdad. — respondo inmediatamente.

— Dudo mucho que me haya equivocado. Incluso tus manos siguen sobre mí. Clara señal de que quieres que te bese. — señala como una de mis manos está sobre su rodilla, mostrándose sonriente en todo momento.

La alejo apenas me doy cuenta de esto y siento mis mejillas acalorarse. Este chico sí que sabe cómo poner incómodo a cualquiera. Ahora que sus ojos recorrían mi cuerpo, me sentía expuesta por sus raras maneras de hablarme. Le observo fruncir ligeramente el ceño al detenerse en la mancha de mi suéter y suspira sonoramente.

— Puedes enfermarte. Quítate el suéter. Te daré otro. — ordena colocándose de pie, alejándose un par de pasos de mí.

— No quiero tu suéter. — rechazo su petición mirándolo de mala forma.

— No dije que te daría el mío. Buscaré otro.

— Pero no es tu casa, ¿O sí?

— Tampoco tuya. — niega con la cabeza, sonriendo de manera maliciosa. — No te preocupes, no le importará, ¿qué clase de anfitrión sería si permite que una invitada se enferme estando en su fiesta?

— No creo que sea correcto. — vuelvo a negarme. Decidida a irme lo más rápido posible de esta habitación.

— ¿Eres de esas chicas obsesionada con las normas y lo correcto? Porque déjame decirte que podría ocasionar problemas en nuestra relación. — asegura rebuscando en lo que parece ser un closet.

— ¿Cuál relación? — le digo, mirando su espalda.

— ¿Amigos recuerdas? Después te lo pediré formalmente. Ahora muévete y cámbiate. No miraré. — me arroja a la cara un suéter color mostaza. Lo sostengo frente a mí, entendiendo que me quedará ligeramente grande.

Medito mis opciones, era cierto que tenía frío debido a la humedad que sentía bajo mi suéter, pero no deseaba usar ropa que no era mía y que mucho menos me había ofrecido su verdadero propietario. Empujé mis pensamientos sobre lo que representaba llevarme el suéter sin permiso y accedí. No quería enfermarme y, de todas maneras, siempre podría regresárselo.

El rubio se había girado, dándome la espalda, jugando con dos lápices que había encontrado en el escritorio frente a él. Estaba haciendo rápidos movimientos con ellos entre sus dedos, parecía resultarle sumamente sencillo. Me aseguré de que nunca mirara de reojo a mi dirección, pero él parecía sumamente concentrado en lo que hacía.

Una vez que comprobé que no se giraría, me retiré el suéter mojado y me vestí con el de color amarillo. Acomodé mi cabello, antes de doblar el mío en un pequeño bulto que sería fácil de llevar. Aclaré mi garganta para hacerle saber que había terminado y cuando me observó, sus cejas se elevaron discretamente.

— Vaya... No conozco muchas chicas que se vean bien con ropa de hombre, pero sin duda, tú te ves como una botella de agua para un maratonista. — sonríe rascando su nuca.

— ¿Qué? — pregunto evidentemente confundida por su comparación.

— Deseable. — explica, cambiando la sonrisa amigable por una mirada penetrante.

Mi rostro se enciende por el calor que ruboriza mis mejillas y desvío la mirada hacia otro lado. Evito mirarle, pero me cruzo de brazos molesta, haciéndole ver qué su comentario me daba igual. Caminé hacia la salida, decidida a irme caminando a casa para liberarme de una vez por todas de esta maldita noche. No privaría a Boris de divertirse, ya le avisaría por teléfono que había llegado a casa.

Cuando pasé a un lado de este chico, su mano me sujetó de la cadera y enredó dos de sus dedos en una de las ranuras de mi pantalón, justo donde debería ir un cinturón. Le miré furiosa, buscando hacerle saber que debía soltarme antes de que le diera un golpe en la nariz por tocarme sin mi permiso. Aún con mi agria actitud, el chico se limitó a tirar sutilmente de mi pantalón para acercarme a él.

— ¿A dónde vas, florecita?

— Deja de tocarme. — le miro molesta. Él me suelta y se cruza de brazos sobre su pecho. — Me voy a casa. No quiero estar un minuto más aquí.

— Bien, te llevo a tu casa. — se ofrece, caminado al otro lado de la cama, buscando entre las almohadas lo que parece ser su navaja. — ¿Me ayudas a buscar...?

— Ni de chiste. — me quejo mirándole. — Gracias por ayudarme, pero ya es tarde. Es hora de irme y la verdad deseo estar sola en estos momentos. De nuevo gracias, pero me voy.

— Espera... — comienza a buscar más rápido entre las sábanas tiradas y algunos cojines. Veo como sus ojos se clavan en mi rostro a modo de desesperación. — Solo dame un segundo.

Sin esperarlo, me acerco a la puerta con mi suéter en mano y me asomo al exterior. Hay personas diferentes, unos fuera del baño y otros saliendo de habitaciones. No llamaba la atención para ninguno de ellos y eso me tranquilizó. Cerré detrás de mí para darle privacidad a ese chico tan raro y me apresuré a las escaleras para ir al primer piso.

La música seguía estando en un volumen demasiado alto para mi gusto, todos bailaban lo que parecían ser canciones románticas y no tuve que buscar mucho para visualizar a lo lejos a algunos de los amigos de Boris bailar con chicas al ritmo en que todos se movían. Caminé esquivando a los chicos que cubrían la puerta de entrada, nadie me miró ni me dirigió la palabra. Después de todo, no conocía a nadie en ese lugar, excepto a Boris y Aurora.

Una vez que estuve fuera, respiré el frío aire de la noche. Era temprano todavía, no hacía mucho que habíamos llegado a la fiesta. Tal vez habían pasado solo dos horas, aunque en mi cabeza se sentía una infernal eternidad. En el jardín de la entrada había unos cuantos grupitos de chicos que al parecer estaban coqueteando entre ellos. Las chicas que reconocí eran de mi clase de historia, parecían estar demasiado ebrias como para llevar esos tacones, pero lo ignoré.

Dispuesta a caminar a casa, sujeté con fuerza el suéter contra mi pecho y miré de soslayo a mi alrededor. Unas voces comenzaron a hacer eco en mi cabeza a lo lejos, hasta que entendí que no estaban en mi mente, sino que me estaban llamando desde dentro de la casa. El ruido me hacía imposible distinguir de quién se trataba, pero no tuve que esperar tanto, ya que Aurora salía corriendo a mi dirección.

Mi sangre se congeló, sentí que iba a desmayarme cuando sacudió su hermoso cabello para acomodarlo y se frotó las manos mientras me sonreía a duras penas.

— Hola Melia. — me saludó amablemente y yo como respuesta, solo pude mirarle y asentir. — Te ví bajando las escaleras y por poco casi no te reconozco. ¿Cómo estás?

Su pregunta era ridícula, ella mejor que nadie debía saber que la muerte de un mejor amigo era algo inolvidable, algo que te marca. Pero, sobre todo, perder a todos tus amigos, era una total mierda. Ella mejor que nadie sabía que mi vida desee hace ya tiempo atrás, había terminado socialmente. Que era un total caos y que de no ser por el profundo amor que tenía a mis padres, me hubiera marchado también.

— Oye... quisiera hablar contigo en algún momento. Creo que tenemos cosas de las cuales yo... — comienza a acercarse, pero le interrumpo con una sola palabra.

— No. — susurro apenas perceptible, logrando hacer que me escuche. Ella asiente después de unos instantes en silencio, entendiéndome. Veo una triste mirada en su rostro y eso me enfurece.

Detecto la lastima en sus facciones, por lo que, sin esperar más, continúo con mi camino hacia casa. La dejo atrás, como a todo los demás y me permito llorar en el camino, intentando desahogarme antes de que mamá me vea. Las lágrimas pesan, mi corazón duele y todo en mi cabeza comienza a desordenarse.

"Acaba con todo" "Hagámoslo" "Ya no vale la pena" "Se lo prometiste"

Sacudo mi cabeza en busca de tranquilizarme y eliminar esas voces, no lo consigo del todo, pero no es hasta que llego a casa que me he dado cuenta de que tengo las mejillas entumecidas. Ya no hay rastro del llanto o al menos eso creo.

Maldita noche, llena de nostalgia y malos recuerdos. De peleas internas y ganas de acabar con todo de una vez por todas. Sé que no lo haré, mi cobardía no me lo permite, pero me hace sentir un fracaso.

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