Capítulo 10: Aseo público.
Un golpe seco fue lo que sufrió su espalda contra la pared. No sabía lo que ocurría, él nunca había hecho cosas semejantes, aunque tampoco es que hubiera estado prometido precisamente. Ni siquiera podía decir que hubiera tenido un novio, su padre jamás habría permitido algo así, tan sólo rollos que él se había buscado por ahí de vez en cuando.
De todas formas, aunque lo hubiera estado, no cabía en su mente hacer este tipo de cosas, pero ahora mismo... sólo quería huir de la situación y Aomine era de esa clase de chicos que le hacían olvidar por un rato sus desgracias. Desde aquel día en el metro, desde la primera vez que mantuvieron relaciones, no esperó volver a verlo, pero reconocía que había sido una de las mejores sesiones de sexo de su vida. Por algún extraño motivo, todos sus movimientos, sus gestos, sus caricias, todo parecía hecho a medida para él, como si se compenetrasen al cien por cien. Era raro, porque no había sentido una clase de conexión tan fuerte como con él.
Simplemente... no podía ignorar esto. Aomine estaba allí, empotrándole con pasión contra la pared, reteniendo sus muñecas una a cada lado de su cabeza y apoderándose de sus labios como si no fuera a tener un mañana.
Todavía le dolían las manos pero Aomine no le permitía moverlas y aunque al principio había intentado resistirse un poco y liberarse de su agarre, ahora las dejaba muertas, dejando que él hiciera el esfuerzo mientras se concentraba en tratar de seguir el frenético ritmo que imponían sus labios. La verdad era... que apenas tenían tiempo o sospecharían que pasaba algo.
- Aomine – susurró al poder liberarse unos segundos de sus labios – hay que salir, mi padre creerá que me ha ocurrido algo.
- Cinco minutos. ¿Podemos conseguir ese tiempo? – susurró antes de besar su cuello con pasión y dejar un seductor mordisco con el que Akashi dejó escapar un gemido.
- S-sí, supongo que sí. Sólo cinco minutos.
- Tengo suficiente con eso.
El amago de querer soltar sus manos fue detenido por Aomine al instante. Sus compañeros creían que era un tipo duro, pero en realidad, él siempre se había fijado en los demás y tenía una empatía diferente al resto. Ver las heridas manos de ese chico le hacía querer protegerle. Por eso mismo, impedía que las moviera pese a que él deseaba hacerlo.
- Deja de resistirte – susurró Aomine.
- Pero...
- No voy a dejar que tus manos me toquen hoy. Sólo debes tenerlas en reposo.
Estaba claro que esa opción no le gustaba nada a Akashi, lo supo por los gestos de su rostro y ese leve chasqueo de lengua antes de apartar la mirada a otro lado. Aomine soltó una de sus manos para sostener su rostro y obligarle a mirarle, sonriendo con su arrogancia habitual.
- No me apartes la mirada, quiero ver cuando empieces a gemir.
- Eres un idiota. Yo no gimo.
- ¿Estás seguro de eso? Te escuché en el metro y volveré a escucharte hoy aquí mismo.
- Te quedan cuatro minutos.
- Me sobran dos.
- Ególatra.
- Uhhhh, qué palabreja.
Ni siquiera esa charla hizo que Aomine desistiera de lo que hacía, besando con pasión nuevamente a Seijuroo para así, liberar su rostro y llevar la mano a la entrepierna del pelirrojo. Si quería terminar en cuatro minutos, ya podía ser rápido y forzar un poco la máquina. No estaba nada seguro si podría encenderlo en esos pocos minutos, ni se podría lubricarle correctamente, así que no podía perder tiempo ahí.
Bajó la bragueta de Sei y llevó sus dedos hasta su propia boca, lamiendo sus dedos para colocarlos en el interior del pelirrojo. Tampoco es que en el metro hubieran tenido demasiado tiempo, ese chico parecía nunca tenerlo para el sexo. Todo con él era precipitado, pero no pensaba quejarse, en parte, le excitaba esa clase de riesgo.
- Tres minutos – susurró Akashi entre suspiros al sentir los dedos de Aomine en su interior.
¡Sonreía! Aomine sonreía cada vez que escuchaba su cuenta atrás. No sabía si estaba disfrutando aquello o pensando en los segundos que faltaba para tener que salir. Su mano izquierda soltó la muñeca prisionera de Akashi y rodeó la cintura del pelirrojo para sostenerle mejor, mientras con la otra, bajaba su propia bragueta liberando su erecto miembro. No estaba del todo preparado, pero sabía que con eso bastaría, así que lo posicionó mejor y empujó.
Un mordisco fue lo que Aomine recibió en el cuello. Akashi se había silenciado a sí mismo de esa manera y aunque supo que no sería fácil escuchar sus jadeos, aquellos gestos delataban mucho más de lo que podía suponerse. Le agarró con mayor fuerza, evitando que pudiera caerse y empujó más, abriéndose camino hasta que no pudo ir más allá.
La respiración de ambos se entrecortaba, pero Aomine ni siquiera esperó, empezó a moverse. El tiempo seguía corriendo y no podía permitirse quedarse estático ni un segundo. Ambos sabían aquello. Akashi simplemente, se agarró al cuello del moreno y enredó sus piernas en la cintura, dejando que Aomine le penetrase más hondo, moviendo su cintura a un ritmo casi frenético, empotrando su espalda cada vez más contra la pared y finalmente... consiguiendo sacar algún jadeo por parte de ambos.
"El prometido de su hermana", eso es lo que el pelirrojo era, pero en ese instante, Aomine no pensaba en nada más que no fuera en el instante que vivían. No le gustaba la idea de que estuvieran prometidos, menos porque Akashi no parecía contento con esa decisión, ni creía que pudiera amar a su hermana, pero era algo casi inevitable. Conocía el apellido Akashi, su gran imperio y nada ni nadie se podía interponer en su camino. Ese chico estaba condenado a ser infeliz a la sombra de su padre. Tan sólo podía ofrecerle eso por ahora, unos encuentros furtivos.
El reloj de Akashi empezó a sonar. Era un ruido muy suave, una alarma, como un temporizador y supo que los últimos tres minutos acababan de finalizar. Aomine sonrió y empujó con mayor fuerza, consiguiendo finalmente que Akashi eyaculase y forzándose él mismo, cerrando los ojos y tratando de centrarse todo lo posible en el placer hasta que finalmente, eyaculó.
Los dos esperaron unos segundos, intentando recuperar la respiración normal, pero fue Aomine quien agarró algo de papel higiénico y lo colocó alrededor de la entrada del pelirrojo, saliendo de él y capturando el semen que salía en el papel.
- ¿No decías que te sobraban dos minutos?
- Tendré que practicar más.
Akashi observó cómo Aomine se limpiaba el miembro con papel higiénico y lo tiraba en una papelera cercana antes de guardarlo y subirse la bragueta. Ni siquiera se había bajado el pantalón y la verdad era... que a él se lo había bajado lo justo para tener acceso. Seguramente por no perder más tiempo.
- Si quieres disfrutar de verdad... ven un día a verme sin prisas. Te haré tocar el cielo.
- Realmente eres un ególatra.
- Soy jugador de la NBA, no un diccionario.
- Ególatra – susurró Akashi con una sonrisa – que tienes un elevado concepto de ti mismo, una persona que tiende a ser el centro de atención. Esos que no valorizan las características o cualidades de otros y sólo ven las suyas propias.
- Ése soy yo – sonrió Aomine – de hecho... todo mi equipo sabe que yo soy el único que puedo vencerme a mí mismo. No hay partido que no vaya a ganar.
- Eres el peor caso que he visto en mucho tiempo.
- ¿Sales tú primero? – preguntó Aomine, aunque antes incluso de que pudiera salir, la puerta principal se abrió.
Los dos escucharon la voz del padre de Seijuroo y, evidentemente, el pelirrojo fue el que más nervioso se puso, pero Aomine, con rapidez, lo sentó sobre la tapa del retrete, abrió la puerta del cubículo al ver que estaba bien vestido y le comentó que estaban allí.
- Señor Masaomi, lamento la tardanza, su hijo ha tenido un pequeño problema en los dedos. Sólo le estaba ayudando a curarse – sonrió Aomine pese al nerviosismo de Akashi.
- Ya veo. ¿Estás bien, hijo? – preguntó como si denotase una preocupación que en realidad no existía.
- Sí. Lamento haceros esperar. Enseguida estoy listo.
- Sólo me falta revisarle el último dedo. ¿Nos da un minuto? – preguntó el moreno, lo que hizo que Masaomi se fiase de él al instante.
- Por supuesto. Les comentaré sobre el percance para que no se asusten o se alarmen.
- Muchas gracias.
La puerta se cerró tras él y Akashi respiró aliviado. Al menos su padre se había tragado aquella excusa aunque no entendía cómo era posible que ese moreno siempre se saliera con la suya.
- ¿Cómo...?
- ¿Cómo lo hago? Era el chico rebelde, ya sabes... siempre estaba haciendo alguna travesura, así que me inventaba excusas y al final... empecé a ser un experto en inventarlas con rapidez. Vamos, salgamos ya o sí empezarán a preocuparse en exceso.
- ¿Crees que sospecharán algo?
- ¿Tú has dicho que eres homosexual?
- ¿Estás loco? ¿Quieres que mi padre me mate?
- Entonces todo está bien – sonrió Aomine – no sospecharán nada. Me han visto con cientos de chicas. Tengo revistas playboy en mi cuarto, créeme... de mí no sospecharán nada.
- Realmente eres un idiota.
Akashi se levantó de la tapa y siguió a Aomine hasta la puerta del baño. Cuando salieron, todos esperaban en la mesa hablando de negocios. Ni siquiera habían cambiado el tema de conversación. ¡Aburrido! Fue lo que Aomine pensó al instante.
- ¿Estás bien, Seijuroo? – preguntó la madre de Aomine enseguida, cortando toda conversación de negocios y haciendo referencia a la excusa que su propio hijo había dado.
- Está bien, mamá – enseguida intervino Aomine – han sido sólo unas pequeñas heridas en los dedos.
- Cielo, quizá practiques demasiado. ¿No crees?
- Es posible. Lamento haberos preocupado – sonó la voz de Akashi de forma cortés.
Por un instante, las miradas de ambos chicos se cruzaron con una complicidad única. Sin embargo y aunque nadie se percató del hecho de que Akashi apenas había probado bocado y que alguna gota de sangre había caído sobre su filete, Aomine decidió intervenir.
- Perdone – llamó al primer camarero que pasó a su lado -. ¿Sería tan amable de cambiarle el plato a mi compañero? Se ha cortado y ha derramado algo de sangre, además se le ha quedado frío mientras nos deleitaba con su sinfonía.
- Por supuesto, señor, ahora mismo traigo otro.
¡Sorprendido! Así se quedó Akashi al ver que no pasaba desapercibido. Su padre ni le había prestado atención, pero no podía decir lo mismo de Aomine. Él parecía estar atento a todo. Nunca antes nadie había hecho algo similar por él.
El resto de la mesa fue recogida, pero el plato de Akashi regresó nuevamente para que el joven pudiera comer algo. La conversación sobre negocios continuó, hasta que al final, algo sonó como una música celestial en los oídos de Aomine. ¡Baloncesto!
- Mi hijo va a jugar en el estadio este fin de semana, quizá os gustaría venir. Tenemos entradas.
- Me encantaría asistir, pero este fin de semana tengo una reunión importante en Miami.
- El mundo de los negocios – comentó el padre de Aomine -. ¿Qué dices, Akashi? ¿Te gustaría ir a ver un partido de los Knicks?
- Pues...
¡Odiaba el baloncesto! No le gustaban los deportes pero... al ver el rostro de su padre casi ordenándole que quedase bien con todos ellos, asintió y aceptó las entradas que le ofrecían para ese fin de semana.
- Gracias, me encantaría asistir al partido.
La gran sonrisa de Aomine no cabía en su rostro. Estaba feliz por verle allí en su partido. Iba a ser un gran día, esperaba con ansias ese fin de semana.
- Te traeré otra entrada por si quieres venir con algún amigo.
¿Amigo?, aquella palabra no existía en su vocabulario, aun así, le tendió ambas entradas al chico frente a él.
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