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𝐂𝐚𝐩 𝟓. 𝐒𝐭𝐫𝐨𝐧𝐠 𝐚𝐬 𝐚 𝐫𝐨𝐜𝐤

La región de los Goron era un lugar que solo podía describirse como caliente y contar con el equipo adecuado para transitar la zona era una cuestión de vida o muerte. 

Sin embargo, en aquella basta región habia alguien que parecía actuar con total calma a pesar de estar a solo unos metros de un río caliente de lava. 

— ¿Alguno tiene una idea? —

Zelda nunca desvió su mirada mientras contemplaba como la lava se movía lentamente, aunque su mente también se encontraba en movimiento, buscando alguna forma de sortear este obstáculo natural. 

¿Saltar? No estaba tan loca.

¿Usar el hielo que producía la espada maestra para un puente? Ni siquiera sabía activarlo de forma voluntaria.

¿Majora? Absolutamente NO.

— ¡Por favor, digan algo! —

En ocasiones odiaba tener a dos seres que simplemente no podía comprender colgando de su espalda y cintura.

Pero no importa cuanto gritara, nunca le respondían.

Es por esa misma razón que ahora mismo estaba rodeando aquel obstáculo natural, haciendo justo lo que no quería hacer.

Aún recordaba como Prunia la había llevado a estos mismos lugares en el pasado para buscar materiales para algo que no entendía del todo.

Recordaba como había intentado pelear con un Goron el cuál solo se había reído pensando que era una especie de juego.

Podía recordar como Prunia le había dicho que una niña de 13 años no podía hacer ese tipo de locuras.

¿Quién hubiera pensado que esa niña se convertiría en alguien que lograría lo imposible en más de una ocasión?

Estaba desesperada, se suponía que tenia que liberar a las bestias divinas para poder salvar a su otra yo, y aunque deseaba ir directamente al castillo sabia bien que eso era un suicidio.

No dudaría en admitir que quería que Prunia estuviera junto a ella para ayudarla, la científica Sheikah siempre parecía tener un plan para salir de cualquier situación sin importar lo más inusual que fuera.

— Zelda, usa la cabeza, no abuses del cambio de arma de la espada, no puedes pasar una semana sin comer —

Repetía una y otra vez Zelda en un intento de imitar la voz de Prunia, agradecida en ese momento el estar sola sin que nadie viera su graciosa imitación.

Aunque había logrado escuchar como alguien pedía ayuda no le había dado importancia, ya que solo se trataba de su imaginación jugandole otra broma.

Aunque si hubiera indagado en busca del sonido, hubiera encontrado a un joven Goron atrapado.

Y es por eso que después de una larga caminata y mucha lava se encontraba casi cara a cara con la bestia divina que parecía actuar completamente ajena a su presencia.

Solo tenía que hacer bajar el puente que está en frente suyo aunque ¿Cómo se suponía que hiciera eso en primer lugar?.

Tenía un cañón a su lado pero no municiones, además la idea de disparar la espada maestra se había descartado ya que Zelda consideraba que a Fay no le gustaría.

¿Qué clase de madre lanzaría a su hija a un puente para hacerlo bajar?

Un problema simple pero con la complejidad para hacer a Zelda pensar hasta el punto de la frustración, no había solución o eso pensó hasta que escuchó como un monstruo avanzaba lentamente por su punto ciego.

Para algunos aquello era algo malo pero para Zelda era justo lo que necesitaba.

— Punto para Zelda —

Fue lo que pensó con un mezcla de orgullo y confianza, después de todo, en su mente aquel monstruo era la bala perfecta.

Noquearlo fue realmente una tarea simple, el monstruo era grande pero ella era más pequeña y casi tan ágil como Impa.

Ni siquiera tuvo que usar la espada maestra, lo que significaba que no estaría tan fatigada al momento de enfrentar lo que estuviera dentro de la bestia divina.

Dando un último grito de advertencia Zelda accionaría el cañón y con ello haría volar por los aires al monstruo que con un ruido agudo haría caer el puente, listo para ser cruzado.

Cada vez estaba mas cerca, ya solo tenía que trepar y estaría en su destino.

— Esto será fácil más que la bestia anterior —

Las palabras dichas por Zelda estaban cargadas de una emoción que se percibía a simple vista, aunque algunos llamarían suicidio lo que estaba a punto de realizar, para Zelda era un día normal.

Un día mas de uno de los años que le quedaban.

𝑪𝒖𝒊𝒅𝒂𝒅𝒐 𝒂𝒓𝒓𝒊𝒃𝒂.

Zelda no dudó en levantar su mirada encontrando a varias variantes del guardián que había visto reparar a Prunia cuando ella era una niña cientos de veces

— No son muy grandes —

Encontraba peculiar aquellas máquinas Sheikah a pesar de no ser la más inteligente, es por esa misma razón que no dudó en dispararles una flecha con ayuda de la espada maestra ahora convertida en arco.

No era tan lista como la Zelda que debía salvar pero era igual de valiente que cualquier héroe que Hylia tuviera.

— Esto es bastante fácil —

El arco producía un leve silbido cada vez que Zelda soltaba la cuerda, imperceptible para la mayoría pero aquel sonido era acompañado poco después por el ruido de un guardián cayendo al suelo.

Sus movimientos eran como los de un cazador listo para soltar el gatillo y acabar con la casería, rápidos pero llenos de una seguridad que se podía ver en sus ojos.

Ya estaba lista para saltar y aferrarse a la bestia pero una repentina avalancha hecha por su propio objetivo ahora en movimiento, la habían obligado a detenerse y esperar a que el fenómeno cesara.

Tal vez la bestia divina no tenía ninguna expresión pero Zelda estaba segura de sentir como se burlaba de ella por haber fracasado y no lograr alcanzarla a pesar de estar delante suya.

Aunque tal vez era Majora quien también se estaba burlando.

— ¿Cómo es que se mueve tan rápido? —

Zelda expresó su duda con una mezcla de frustración y fascinación mientras se apresuraba a escalar la montaña.

En aquellos momentos estaba agradecida de tener a Fay con ella así como las ventajas que le daba siempre y cuando no abusara de ella.

Pero en ocasiones aquellas consecuencias no importaban si el beneficio valía el riesgo ¿Verdad?

— No saben cuanto me arrepiento de esto —

Zelda había hecho muchas locuras en sus 19 años de vida, algunas habían sido divertidas y otras ni loca volvería a hacer.

Y algunas realmente ahora le daban miedo.

Pero realmente Zelda nunca se había pensado a si misma saltando directo al cráter de un volcán para ir a luchar contra una bestia divina.

¿Qué le diría su versión de estas tierras si la viera?

¿La ignoraría? ¿Le hablaría? ¿La asustaría? ¿Sentiría celos?

Eran preguntas que aunque deseaba las respuestas sabía que no las tendría, su único deber era salvarse a sí misma y luego se iría a vivir lo poco de vida que le quedara.

Es por eso que mientras caía al interior del cráter no pudo evitar sentir aquella presión idéntica a la que sentiría un estudiante antes de presentar su examen. 

O tal vez era porque no habia nada en los últimos días. 

Uno pensaría que al momento de caer se escucharía un ruido que delataría su ubicación, pero aquel sonido nunca llego aunque Zelda ya se encontraba caminando por la bestia divina buscando en lugar correcto para colocar la tableta. 

— Estas cosas me odian — 

El coraje y frustración en las palabras de Zelda eran idénticos a los de una rabieta infantil mientras luchaba incasablemente para lograr que se activara la terminal. 

— ¡Es todo, ya me cansé! —

Sin pensarlo Zelda le dio una patada a la terminal, despues de todo ya habia conseguido resultados cuando usaba aquel truco. 

Y para gusto de Zelda si habia logrado tener efecto ya que una lluvia de malicia la habia hecho retroceder y caer sentada al suelo. 

Podía sentir a Majora riendo por su caída y a Fay con un extraño sentido de alarma. 

Tomando su espada con ambas manos estaba lista para lo que le arrojaran en esta ocasión, aunque se arrojó a un lado al ver como aquella málica tomaba forma y realizaba una embestida contra ella. 

— ¡¿Qué se supone que es esta cosa?! —

¡𝑴𝒖𝒆𝒗𝒆𝒕𝒆!

Nuevamente su oponente habia realizado otra embestida contra ella y aunque habia logrado moverse en ultimo momento, habia logrado sentir como si una bola de fuego habia pasado al lado suyo. 

— ¡Mi turno! —

Zelda no dudó en arrojar la espada maestra a su oponente cuyo impacto habia cegado por un momento su vista antes de volver a llamar a Fay quien obedientemente se postraría en su mano.  

Podía sentir la irritación en sus ojos por el destello provocado hace unos minutos pero podía ver perfectamente aquella mezcla de tecnología, malicia y piedra delante suya. 

Por un instante el tiempo se habia detenido para los dos, mirándose fijamente, esperando el primer movimiento de su rival. 

Siendo Zelda que rápidamente usaría su arco para lanzar tantas flechas como pudo a su rival quien rugió al sentir como las flechas lo golpearon a pesar de presentar algún daño visible.

Rápidamente Zelda se acercó con espada en mano lista para cortar a quien tenía delante pero cada uno de sus ataques no había logrado conectar.

No tendría sentido seguir perdiendo el tiempo de esa forma, era solo cuestión de tiempo para que se cansara y en consecuencia moriría a manos de aquella cosa que tenía en frente.

Incluso ahora mientras sentía el peso de los ataques que apenas podía bloquear con la espada maestra, en su mente deseaba que esto fuera más fácil.

— Fay, un poco de ayuda no estaría mal —

Sus palabras no habían caído en la ignorancia ya que la hoja de la espada se cubriría de escarcha.

Zelda no escondió la sonrisa en su rostro al ver  como se agregaba una ventaja a su arsenal, lanzando nuevamente la espada está vez confiada de que inclinaría la balanza a su favor.

Qué tonta había sido.

Algo andaba mal pero nunca lo supo hasta muy tarde.

¿Quién arroja su mayor arma sin temer no poder recuperarla?

Zelda sabía que la pelea no iba a ser facil pero el golpe que vino después del impacto de su espada no lo vió venir.

Dolía, dolía bastante, incluso habría jurado escuchar el crujir de algunas costillas al momento de ser golpeada.

Solo había sido un golpe y ya estaba tendida en el suelo.

No era débil pero estaba llegando al límite, su cuerpo lo sabía pero era tan necia que no le importaba.

Levantó su vista para ver cómo aquella aberración levantaba su arma, lista para dejarla caer con todo su peso sobre ella.

Nunca gritó, lloró o demostró alguna emoción, su rostro era simplemente calma en medio de la tormenta.

Zelda sabía lo hábil que era su cuerpo para ignorar cosas tan secundarias para la supervivencia con el único fin de envíar la energía a los lugares correctos.

Sus movimientos fueron simplemente perfectos durante un momento, una muestra del talento y el potencial que tuvo y que aún tenía listo para mostrar al mundo.

La espada maestra fue el arma con la que el héroe doblegaba a la oscuridad pero en manos de alguien como era aquella Zelda, la espada podía llevarse a un nuevo escalón.

El cambio de arma era una ventaja pero también un peligro para su usuario si se llevaba al abuso pero para Zelda no importaba.

Incluso mientras sentía como su nariz comenzaba a sangrar, Zelda no redujo su intensidad.

No importaba que tan fuerte era quien tenía en frente, no importaba si esa cosa se envolvía con un escudo, ella nunca se detendría.

Después de todo, si ella fallaba entonces todo habría sido en vano.

Nunca quiso eso, nunca quiso ser la chica que tuviera que salvar a todos y ahora, mientras miraba como aquella criatura de malicia se desvanecía, no pudo evitar pensar en lo cruel que era su destino.

Se suponía que estaba en ese lugar para alejarse de todo eso y vivir una vida simple pero ahora estaba gastando sus últimos años de vida haciendo lo que se esforzaba por abandonar.

Los pasos de Zelda resonaron como un eco en una gran habitación mientras se acercaba a la terminal una vez más, aunque cualquiera habría logrado ver cómo cojeaba de uno de sus pies mientras una de sus manos tocaba sus adoloridas costillas y la otra limpiaba la sangre de su rostro.

— Yo… necesito a Prunia —

Sus palabras hechas súplicas escaparon de sus labios mientras abrazaba sus piernas, nuevamente podía ver el castillo de hyrule rodeado de malicia.

— ¿Cómo es vivir en un castillo? —

Se preguntó a si misma de una forma casi melancólica, una vida de lujos, comida a montón y una familia todavía viva.

La otra Zelda tuvo aquello que siempre había deseado tener y eso la molestaba.

— Que afortunada soy —

Un chiste al que no le veía gracia.

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