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Capítulo 17: Dolor

Había sido una semana de mierda (sí, había dicho una grosería, palabrota, mala palabra, vulgaridad... cómo era que le quisieran llamar, pero no había una mejor palabra para describir la semana que había pasado).

Cada vez que veía a Cory mi corazón no dejaba de quejarse, era como si sus latidos fueran gritos de agonía (díganme dramática, pero admitan que sonaba bonito y profundo). Incluso llegué a pensar que el problema era mi maldita presión arterial, pero el médico que me había visto dijo que todo estaba bien conmigo por el momento.

Ese día ya era lunes otra vez. ¿Cuántas veces había dicho "lunes" en esta historia? Probablemente muchas, ya que esta es una cochinada de historia y mucho debe ocurrir en el día declarado como la "basura" de la semana.

Iba caminando por el pasillo en dirección a mi sala cuando sentí un dolor en el abdomen, algo como una puntada. En el fondo de mi corazón esperaba que eso no significara que me iba a bajar en ese momento.

Seguí caminando con el dolor de las puntadas en mi abdomen bajo, muy cerca de mi ombligo. ¿Era mi útero? ¿Mi páncreas? ¿Mi hígado? ¿Cuál era el órgano maldito que interrumpía mi paz mental? Había ido al doctor dos días antes para un chequeo general y todo se veía bien, por lo que sólo quedaba una opción clara: mi maldito endometrio estaba torturando a mi útero.

En vez de ir a mi sala, fui al baño y me puse una toallita higiénica, mejor prevenir que lamentar. Cuando terminé, corrí a la sala, aun sintiendo la puntada constante.

Durante la clase intenté prestar algo de atención, pero comencé a sentirme mal. De pronto sentía mucho frío... cuando hacían veintisiete grados Celsius.

—¿Te sientes bien? —me preguntó Corah, al ver que tiritaba.

—Ajá —mentí.

En realidad, había veces que la menstruación me llegaba con fiebre y jaquecas. Tenía la mala suerte de ser parte del grupo de chicas que sufrían su período casi como si fuera una enfermedad, con dolor de estómago, cabeza, mal humor, llanto, etc. Aun así, eso había dejado de pasarme hacía unos años, todo gracias a las pastillas anticonceptivas, la que me ahorraban todos esos malestares.

—Siempre que estudien les recomiendo que coman algo que les guste, así su cuerpo asociara el estudio con algo agradable. Por ejemplo: panqueques, chocolate... —dijo la profesora.

Jamás hablaban de comida en clases, pero justo ese día, alguien tenía que sacar el tema, lo que provocó que comenzara a sentir náuseas.

—Yo, cuando trabajo, como mi postre favorito: cheesecake de fresa.

Entonces, me paré de mi asiento con la boca tapada por mi mano derecha y corrí al baño sin dar ninguna explicación. Sabía que, si abría la boca, el vómito saldría sin que lo quisiera.

Vomité todo mi desayuno en el inodoro del último cubículo del baño más cercano al aula en que estábamos, y si hubiera tenido algo más que vomitar, hubiera seguido.

—Summer, ¿qué pasó?

Mi profesora estaba de pie atrás mío. Ni siquiera había cerrado la puerta del cubículo por la prisa. No quería pasar la vergüenza de vomitar en la sala o en el pasillo.

—Creo que me va a llegar mi periodo... y no me siento muy bien —le expliqué, sin pararme del suelo aún.

No importaba lo asqueroso que fuera estar tirada en el piso del baño de la escuela, junto al inodoro, no tenía las fuerzas para levantarme todavía.

—Deberías llamar a tus padres —me sugirió.

Asentí. Definitivamente no quería permanecer en la escuela con la posibilidad de que pudiera volver a vomitar y quizás, esa vez no lograría llegar al baño.

Cuando volví a la sala junto a mi profesora de biología, quien me ayudó a pararme del suelo, fui directo a mi asiento, tomé mi celular. Pude sentir todas las miradas de mis compañeros sobre mí y, aunque si me daba algo de vergüenza, me sentía tan mal que no tenía cabeza para preocuparme de eso.

Pude ver como Corah me miraba muy preocupada y estaba segura de que quería preguntarme algo, pero no pudo hacerlo, pues no me quedé ahí adentro. Salí al pasillo para llamar a mis padres, pero ninguno contestaba. No podía irme de ahí hasta que alguno al menos le enviara un mail a la directora.

No me quedó de otra que quedarme ahí afuera, aguantando el malestar como podía.

Cuando sonó el timbre, mi profesora salió de la sala y de inmediato se acercó a mí.

—¿Contestaron? —me preguntó.

Yo negué con un movimiento de cabeza.

—Deberías quedarte en la enfermería y luego seguir intentando —me sugirió.

—Está bien —accedí.

Mi profesora se marchó, aun preocupada, y Corah se acercó a mí, corriendo.

—¿Qué diablos te paso? —preguntó, muy asustada. Parecía que me veía muy enferma.

—Creo que es mi período.

—Hace tiempo que no te daba tan mal —dijo, extrañada.

—En realidad, no debería... para eso tomo esas malditas pastillas anticonceptivas —me quejé—. Además de para no tener bebés.

—¿Estás segura de que eso? —me preguntó Corah.

Me deslicé por la pared hasta sentarme en el suelo. El dolor no parecía disminuir y ya no quería seguir en la escuela, quería que mis papás me sacaran de ahí y me llevaran a casa.

—No sé qué otra cosa podría ser. Siento un dolor en el abdomen bajo, me duele la cabeza y tengo náuseas.

—¿Embarazo?

—No tengo sexo hace meses y siempre tomo las pastillas —contesté.

—Pues ahora todos creen que vas a ser mamá...

—¿Qué? —pregunté, espantada.

—Cuando una chica, que claramente no es virgen, corre a vomitar así... ya sabes el rumor que se propaga.

Agarré mi cabeza con molestia y me jalé el cabello.

—Malditos adolescentes... ¿por qué son tan estúpidos y chismosos?

—Tú también eres adolescente.

—Por lo mismo lo digo.

Yo sabía de primera fuente como era el comportamiento de los adolescentes y lo que me había dicho Corah solo confirmaba tal comportamiento. Éramos exagerados, algo idiotas y, a veces, dábamos vergüenza ajena.

De pronto, Jack y Harry se acercaron a mí.

—¿Estas embarazada? —me preguntó Jack.

Yo lo miré horrorizada. No podía creer que incluso el rumor le hubiera llegado a él y tan rápido, pues él estaba en otra clase, no me había visto correr al baño aguantando el vómito.

—¡¿Qué?! —pregunté yo—. ¡Claro que no!

—¿Por qué tienes náuseas entonces? —me preguntó Harry.

Claro, se dignaba a hablarme sólo cuando corre el rumor de que estoy embaraza.

—Puede haber muchas razones.

Intenté pararme del suelo, pero una puntada en el costado derecho me hizo retorcerme y quedar en el suelo otra vez.

Jack se agachó inmediatamente para ayudarme.

—¿Qué te duele? —era la voz de Jason.

No lo había visto porque tenía los ojos cerrados por el dolor que había sentido.

—El costado derecho —le dije, con dolor.

—¿Hace cuánto?

—¿Una hora y media? Antes me dolía un poco debajo del ombligo —Jack me ayudó a pararme—, pero ahora es más fuerte.

—¿Has tenido apendicitis?

Negué.

—Entonces es eso —aseguró Jason.

—¿Qué? —preguntó Corah, un poco asustada—. ¿No la deben operar por eso?

Jason asintió.

—Tienen que sacarle el apéndice inflamado antes de que explote.

Comencé a negar frenéticamente. No me gustaba como sonaba eso, más todavía porque nunca me habían operado.

—No, no quiero que me abran.

—Si tu apéndice se queda ahí adentro y revienta... Nos veremos en tu funeral.

—Que dulzura —comentó Jack.

—Tienes que ir al hospital —insistió Jason.

—Mis papás no contestan.

—Hay que ir a la enfermería entonces —dijo.

Jack me tomó como princesa y me llevó a la enfermería, seguido por Jason, Harry y Corah.

La enfermera me comenzó a revisar de inmediato, asustada porque Jason aseguraba que podía tener apendicitis. Me tomó la temperatura, dando que tenía treinta y nueve grados. Luego tomo uno de esos palos de madera para revisar bocas y me pidió que sacara la lengua, insegura, abrí la boca, pero cuando el palo tocó mi legua sentí el vómito subir.

—¡Voy a vomitar! —avisé.

La enfermera me entregó un basurero con una bolsa vacía y comencé a vomitar ahí. Aun cuando quería detenerme, no podía, mi estómago se apretaba y me provocaba arcadas.

Lo más incómodo de te todo era que Jason, Harry, Jack y Corah estaban parados ahí, mirándome vomitar. Jack estaba intentando llamar a mis padres desde mi celular, pero seguían sin contestar.

Le devolví el basurero a la enfermera y sentí otra puntada que hizo que me retorciera.

—¡Duele, maldición!

—Yo también creo que es apendicitis. Tiene que ir a un hospital para que le den sedantes y puedan operarla —dijo la enfermera.

—¡Señora McCabe! —exclamó Jack, con bastante ánimo. Debía estar feliz de que por fin contestaran—. Soy Jack Roberts... es una emergencia, al parecer Summer tiene apendicitis... Sí... Okey, yo le diré.

Entonces colgó.

—Tu mamá vendrá de inmediato.

Suspiré aliviada. La verdad era que no quería seguir soportando ese dolor infernal... solo agradecía que no hubiera sido un cálculo renal, ya que había oído que era el peor dolor de todos si la piedra era de buen tamaño y yo no era muy buena soportando dolores intensos.

¿Tenía que ser lunes el día que me diera apendicitis? Claro, porque los lunes siempre tenían que ser días miserables.

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