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Capítulo 1: La Obra

Iba caminando por los pasillos de la escuela con mi libreta en la mano izquierda y un lápiz en la mano derecha. La verdad solo quería verme más inteligente, nadie normal escribía mientras camina por un pasillo lleno de gente empujando y gritando.

De pronto, alguien empujó mi mano con la libreta hacia arriba, provocando que me golpeara en la cara yo misma.

—Ups, fue un accidente.

Harry tenía que ser.

Se podría decir que Harry era el "payaso" de mi clase y, además, uno de los chicos más populares de la escuela... opacado solo por su atractivo hermano mayor. Era un chico castaño con un muy poco común color de ojos: violeta.

—Madura.

—Amargada —masculló, creyendo que no alcancé a oír.

No me desagradaba, incluso hablamos bastante, pero tampoco hubiera sido su amiga cercana. Su círculo social era una masa de hipocresía y cinismo. Eran tan buenos actores que quizás podrían actuar en una obra... en mi obra.

—¡Summer!

—Oh, Corah, no es un buen momento.

—¿Por qué no?

—Pretendo ir a la biblioteca... Quizás ahí mi imaginación surja, mi ortografía se arregle y mi redacción se vuelva perfecta —le dije, aun sabiendo que nada de eso pasaría.

—Pides demasiado.

—No hay tiempo para tomar cursos de esas cosas. Lo necesito ya.

—Te quedan aún dos meses... —dijo con relajo—. ¿Cuánto llevas? Debiste avanzar algo durante las vacaciones.

Me detuve y me quedé mirando mi libreta en blanco. Todo lo que había hecho en las vacaciones había sido dormir, ver Netflix, ver YouTube, comer y no hacer absolutamente nada útil o productivo. Bueno, para eso eran las vacaciones, ¿no?

—Tengo pensados los nombres.

—¡¿Pensados?! —Corah me miró horrorizada.

—Aun no decido si la protagonista se llamara Harley o Anastasia... o si será mujer.

Mi amiga me miró dudosa.

—¿Segura de que quieres seguir con esto?

—¡Claro! —exclamé, completamente segura—. Renunciar a la mitad es para cobardes, perezosos e idiotas.

Si yo me metía en un problema, me metía hasta el final.

—Está bien —me dijo, poco convencida—. Iré a las prácticas.

Asentí y vi como Corah se aleja en la dirección contraria. Yo seguí mi camino hacia la biblioteca hasta estar sentada en una silla de madera acolchada, frente a una mesa en la que estaba mi libreta en blanco, abierta.

Corah era mi mejor amiga, una chica rubia que se ponía mechas de distinto color cada día dependiendo de su ropa y con unos lindos ojos oscuros, casi negros. Una gótica algo extraña, ya que era porrista... Sí, dije que era porrista y gótica a la vez. Una aberración de la naturaleza. La única prenda de un color claro que guardaba en su armario era su uniforme blanco con detalles azules, todo lo demás era negro con algunas variaciones de colores oscuros.

Alguna vez quise ser porrista también, de hecho, había ido con ella a las audiciones de hacía tres años, pero me había acobardado al ver las rutinas elaboradas de los demás y lo guapos que eran todos. No decía que yo no era guapa, pero ellos lo eran más.

Mientras miraba mi libreta, agarré un poco de mi castaño cabello y me lo metí a la boca. Una mala costumbre que tenía cuando pensaba demasiado. Una vez mi madre me había advertido que vomitaría bolas de pelo como lo hacían lo gatos, pero la verdad era que eso solo hubiera pasado si me lo hubiera comido... no me lo comía, lo mordía repetidas veces hasta dejarlo casi completamente babeado.

En eso, logré divisar a mi mayor enemigo de todos los tiempos: Jason. Quizás sonaba un poco exagerado, no era como que fuéramos lideres de distintos países en guerra, pero el punto era que no nos agradábamos en lo más mínimo.

Jason, un chico rubio de ojos color café claro y perfectos abdominales, era el nerd de mi clase. Sí, otra aberración de la naturaleza. Un nerd atractivo, creativo y con mucho carácter; pero eso sólo lo hacía más perfecto y, por lo tanto, más odioso.

Probablemente estaba estudiando algo en ese momento. No parecía estar escribiendo (quizás porque había terminado su obra hace dos meses atrás), si no que estaba leyendo un libro... Claro, para eso era la biblioteca.

Me quedé mirándolo por unos minutos, casi intentado leer sus pensamientos y así descifrar lo que hacía, pero no lo logré. Yo solo era una persona común y corriente, no sabía leer mentes.

Sabía perfectamente que mientras Jason estuvieran en la misma sala que yo, no podría escribir la obra. Me sentía observada y presionada, como si él supiera lo que escribía y se burlara en su cabeza, porque era obvio que eso haría si supiera en la situación en la que me encontraba.

Cerré mi libreta y metí el lápiz entremedio. Ese no era mi día, durante dos meses no habían sido mis días.

De un momento a otro, pasé de estar en la biblioteca intentando avanzar, en quizás, el único proyecto serio de mi vida, a estar tirada bajo un árbol comiendo gomitas de ositos. Amaba los azules y los verdes, así que era los que comía al último. Me gustaba arrancarles las cabezas primero. Quizás si comía suficientes cabezas de ositos de goma, me haría más lista.

Una media hora después, Corah llegó junto a mí.

—Fui a la biblioteca y no estabas... supuse que te habías resignado y habías terminado debajo de tu árbol favorito comiendo... —me dijo—. ¿Qué es esta vez?

—Ositos de gomitas.

—Que tierno.

Se agachó a mi lado en cuclillas y me robó uno de los pocos osos verdes que me quedaban. Hubiera sido otra persona y le arrancaba la mano, pero a Corah le podía perdonar casi cualquier cosa.

—¿Por qué no mejor vas a agitar tus pompones a otro lugar?

—No traigo mis pompones.

—Solo quería hacer el comentario.

Corah rodó los ojos y se sentó a mí lado.

—El viernes habrá fiesta en la casa de los Roberts. ¿Vas a ir?

—Acabas de informarme que hay fiesta. Déjame pensarlo.

—No hay mucho que pensar.

Me encogí de hombros.

—Supongo que iré.

Iba casi a todas las fiestas que hacían mis compañeros de clase e incluso algunas que hacían de otras clases.

—Que bien... porque alguien que te interesa estará ahí.

Volteé mi cabeza para mirarla.

—¿Cory? —pregunté con esperanzas.

Corah asintió con una sonrisa traviesa.

Dejé los ositos de goma a un lado para deslizarme hasta quedar completamente tendida en el suelo.

Cory... Ese nombre era todo lo que podía pensar desde hacía dos años cuando conocí a un maravilloso chico llamado así.

Supongo que se preguntaran: ¿y ese de donde salió? Mi respuesta: lo más probable era que del cielo porque era la viva encarnación de la perfección... o lo era en mi cabeza.

Cory era un chico de piel morena, cabello color chocolate y ojos azules muy claros (el contraste de su piel y sus ojos era perfecto). Tenía la sonrisa más perfecta y brillante del mundo, estaba hecha para comercial de pasta dental y, además, era increíble en los deportes. Si hubiera sido mi novio y alguien me hubiera intentado molestar, él le hubiera roto la cara de un solo golpe al atrevido, tal como lo hacía con los sacos de boxeo.

¿Hablaba con él? Se podía decir que sí. Me ha pedido algunas respuestas en pruebas, una vez le había dado de mi agua en la clase de gimnasia e incluso usó uno de mis lápices (aunque lo perdió el muy infeliz..., pero ¿qué importaba? Me regalaría otro mejor cuando nos casáramos).

—Bueno, deberás avanzar algo mañana, ya que el viernes y sábado serán perdidos.

—¿El sábado por qué?

—¿La borrachera?

Iba a debatir eso, pero no tenía como. Mi objetivo en las fiestas era beber gratis y comer gratis, nada más.

—Escribiré algo mañana —dije, intentando sonar segura.

Pero antes... ¿Cómo le gustarían a Cory los outfits para chicas?

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