XII
Esa mañana, los de la funeraria, el abogado de la familia y el doctor que no se había separado de la cabecera de Florence, preparaban lo necesario para el funeral.
La madre de Jesse le envió ropa adecuada y luego de haber velado a Florence todos se dirigieron a la que sería la última morada de la matriarca.
El funeral fue elegante y refinado, con solo la familia y sus allegados. Jesse en ningún momento se separó de Armand y fue al lado de él que recibió a sus padres que asistieron al funeral. Cuando su padre le dio la mano a Armand y le ofreció sus condolencias, quedó claro para el joven que su padre ya sabía de la relación que existía entre él y Armand. Durante el sepelio Jesse estuvo nervioso, ya que de forma natural Armand tomaba su mano y otras lo tomó por la cintura, cuando el joven veía la reacción de su padre este fruncía los labios, arrugaba su ceño y su piel se tornaba roja. Jesse estaba incómodo por el actuar de su padre y angustiado al mismo tiempo.
Todo había terminado, los restos de Florence descansaban en la cripta familiar y las personas empezaban a despedirse de la familia. Los padres de Jesse también se despedían, al estar delante de los dos enamorados, el padre del más joven veía muy serio las manos de ambos que estaban unidas, el rostro del mayor se desfiguró y el color de la piel volvió a tornársele roja, estaba realmente contrariado por ver a su hijo al lado de alguien. Jesse se puso muy nervioso, el temblor de su cuerpo fue percibido por Armand que había soltado la mano de su joven amado y la había colocado sobre su espalda.
El ambiente se volvió muy tenso, el silencio que se hizo entre los tres hombres parecía el presagio de una violenta tormenta. Era demasiada la tensión, principalmente para Jesse que empezó a experimentar un leve vahído, sentía un vacío en la boca del estómago que le provocaba náuseas, creía que de un momento a otro su padre explotaría en cólera y por su parte Armand como fiel caballero lo defendería a toda costa.
Jesse no quería eso, no quería un enfrentamiento entre su padre al que respetaba y Armand el hombre al que amaba, no era ese el momento, ni el lugar; así que cuando su padre, visiblemente mordiéndose la lengua le dijo:
—Es hora que nos vayamos Jesse— ; el joven guardó silencio por un momento mientras miraba a los ojos al hombre que había tomado nuevamente su mano, tragó saliva con dificultad y respirando profundamente se despidió del sorprendido Armand, que trató de persuadirlo de quedarse a su lado. Jesse sabía que si no cumplía las demandas de su padre en ese momento, este armaría un escándalo y no podía permitir que se le faltara al respeto a la familia Johnson, mucho menos a Florence que le había brindado su amor incondicional.
Así que para tranquilizar a Armand y antes de retirarse le dijo: —Lo mejor es que me vaya con mis padres, luego hablaremos.—
Jesse se soltó y luego caminó detrás de sus padres. El joven llevaba el corazón roto en mil pedazos, no podía borrar de su mente el rostro triste de su amado. De camino al estacionamiento su padre lo tomó por el brazo y le dijo que se fuera con él y su madre en el mismo vehículo, Jesse jalo su brazo y haciendo oído sordo se dirigió a su deportivo, arrancó y llego a su destino en menos de 30 minutos cuando a su hogar se hacía 45.
Dentro de su mansión, estacionó su vehículo en el lugar que le correspondía, apretó con fuerza el timón y comenzó a llorar con desesperación mientras golpeaba con sus puños el tablero, mientras una y otra vez su mente recreaba el entristecido rostro de Armand y esos ojos oscurecidos y apagados que había dejado atrás.
La limusina de sus padres llegó, Jesse se apresuró a bajar y caminó rápidamente hacia su habitación, no quería encontrarse con sus padres, pero a pesar de sus esfuerzos se los topó en la sala familiar ubicada antes del acceso de las habitaciones de la mansión. El padre aun iba colérico, y con voz recia trató de hablar:
—Necesitamos hablar de tu relación con ese tipo!—
Esta sería la primera vez que Jesse se enfrentaría a su papá, se giró y no permitió que el mayor dijera una sola palabra más, el que habló y dejó las cosas en claro fue él:
—No papá, no hay nada de qué hablar, lo único que debes saber es que yo lo amo y él me ama. Así que por favor, deja de presionarlo o tratar de disuadirlo para que me deje como lo has venido haciendo, aunque Armand no me lo haya dicho yo sé que es así, te conozco y lo conozco a él y la forma en que él te vio me da la certeza que no es la primera vez que Ustedes dos se encuentran. Nada nos va a separar, porque nos amamos. Él no es como los demás, él es especial para mí, así que por favor respétalo—
No dio tiempo a nada y se fue a su habitación, en donde tras un portazo se encerró.
Por otro lado, a pesar que Arthur y Katherine suplicaron a Armand que se fueran en el mismo vehículo, este no aceptó, quería soledad, no quería la presencia de nadie más. Arthur conocía a su hermano es por eso que no insistió.
Los gemelos eran inseparables y ahora que estaban viviendo la pérdida de su abuela, su unión se volvió más intensa.
Inconscientemente Scott se aferró mucho más a su abuelo, él los amaba demasiado y por ser el más pequeño era el consentido de los dos abuelos, así que este viajó en el mismo vehículo con el mayor de los Johnson.
A su arribo a la mansión, Armand notó que todos los demás habían llegado, fue Arthur quién lo recibió visiblemente preocupado. El hermano mayor tenía presente que su hermano unos años menor que él no solo estaba lidiando con la pérdida de su madre, sino además con la repentina partida de Jesse. Arthur solo quería saber si estaba bien y hacerle saber que estaba allí para él como siempre. Ante la pregunta..
—¿Estás bien?— Armand solo asintió y para dejar en claro que no quería extenderse en la conversación, se limitó a preguntar
—¿Papá está bien?— Arthur sonrió para tranquilizarlo y luego respondió —Él está bien, se fue a recostar y Scott lo está acompañando.—
Como despedida Armand dijo a su hermano:
—Iré a recostarme. Descansa también Arthur, hace más de 3 días no hemos dormido nada.—
Se dirigió a su habitación, llevaba pesadumbre en el corazón y agotamiento en el cuerpo, al cerrar la puerta se apoyó sobre esta y se deslizó hasta quedar sentado en el suelo con la espalda pegada a la fina madera y es que no pudo dar un paso más, el peso de su dolor lo aplastó y abatido empezó a llorar. Los dulces recuerdos de su madre vinieron a su memoria, pero esta dulzura tenía un tinte de amargura al estar soportando todo esto en soledad, sin Jesse a su lado. Fueron horas exhaustivas las que estuvo en esa posición, hasta que sintió que todas las fuerzas lo abandonaban, se dirigió a su cama, se desplomó con todo y ropa.
La quietud lo cobijó y a través de su grueso abrigo sintió unas pequeñas vibraciones que antes no había sentido. Tumbado boca abajo sobre la cama, se llevó una mano a la boca y se puso nuevamente a llorar, pero, era tanta la insistencia de las vibraciones que emitía el aparato guardado en uno de los bolsillos de su abrigo que lo tomó y vio la pantalla que le mostraba muchísimos mensajes y muchísimas llamadas perdidas de un solo número para él tan conocido. Su corazón experimentó rabia en un principio, se sentía abandonado y despreciado por el ser al que le profesaba tanto amor, volvió a sentir la misma opresión en su pecho al ver partir a Jesse que lo dejó atrás mientras se iba con sus padres. En su mente una solo idea lo confundía, ¿Por qué Jesse no tuvo el valor de quedarse a su lado? y cargado de amargura tomó una nefasta decisión «Si este amor no era suficiente para Jesse, no valía la pena continuar con su relación.»
Sin abrir los mensajes para leerlos y sin tener la intención de contestar las llamadas, colgó su brazo y deslizó su celular por la orilla de su cama hasta sentir el sonido seco del impacto del aparato contra el suelo. Sin recoger su brazo que colgaba al borde de la cama, giro su rostro al otro lado y volvió a llorar. En su posición era consciente de las llamadas y los mensajes que entraban al celular tirado en el suelo, que vibraba una y otra vez.
Mientras Armand lloraba sobre su cama, al otro lado de la ciudad, unos bellos ojos azules iban perdiendo su color, él estaba sentado sobre el piso en un rincón de su habitación, con su celular entre sus manos llamando una y otra vez, sentía que su interior se desgarraba al escuchar el eco de las llamadas que no tendrían contestación, lo asfixiaba el nudo alojado en su garganta y los últimos mensajes que envió con agustia y dolor aquel joven acostado sobre el piso de la oscura habitación, expresaban la misma frase.....
«¡Contesta por favor!»
«¡Contesta por favor!»
«¡Contesta por favor!»
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Unas suaves caricias sobre su cabeza lo hicieron consciente de que se había quedado dormido sobre el piso de su habitación, desesperado tomó su celular que agonizaba descargado a unos centímetros de su mano y lo vio, buscaba un mensaje, una simple llamada que le devolvieran la vida a su alma, al descubrir que la respuesta tan deseada nunca llegó, se cobijó entre los brazos de su madre y llorando con mucha aflicción se quejó
—¡Él no me contestará mamá!—
—¡Él no me perdonará jamás!—
La madre trataba de consolarlo con besos y abrazos, diciéndole que le diera tiempo, que al final todo se solucionaría. Los apagados ojos azules, buscaron consuelo en los bellos ojos de su madre cuando recordó.
—¿Viste los ojos de Armand cuando me iba? Él sufría mucho mamá y yo lo abandoné. No tuve el valor de luchar por nuestro amor. ¡Él no me va a perdonar!—
Pasaron las horas, pasaron los días, pasaron semanas. Arthur apoyaba a su padre, los gemelos también, Armand asistía a la compañía, pero no era el mismo, jamás volvió a serlo desde aquel día, su sonrisa se apagó, muchas veces en la desesperación que sentía al no ver y tener a Jesse a su lado, tenía ganas de correr y pedirle perdón por su orgullo, pero al mismo tiempo revivía aquel sentimiento de abandono y de soledad que Jesse dejó tras su partida y la rabia volvía a apoderarse de él. Sacudía su cabeza e intentaba concentrarse en los negocios y continuar con su vida como pudiera.
Jesse no volvió a la empresa de su padre, se excusó diciendo que se tomaría el tiempo necesario para terminar el postgrado en la Universidad. Se refugió en la compañía de sus amigos, que con mucha preocupación veían como Jesse se iba hundiendo en la depresión. Muchas veces quisieron intervenir, plantarse frente a Armand y reclamarle e interceder por su amigo, pero recordaban que al primer intento Jesse se opuso y les suplicó que por nada del mundo lo hicieran.
Por su parte Jesse tenía que lidiar con las constantes llamadas de Scott, con los mensajes de texto que el chico le enviaba preguntándole cuándo se verían, que cuándo volvería de visita, que su tío Armand estaba muy triste. Y no es que nunca haya querido presentarse frente al rubio cabeza dura, pero el miedo lo frenaba. Tenía miedo de los reproches de Armand, de la discusión que habían postergado por tanto tiempo, pero lo que más lo horrorizaba era que Armand le dijera que ya lo había superado y que ya no era necesario en su vida.
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