VIII
Las manos de Jesse temblaban sobre el timón de su lujoso deportivo, había detenido su marcha a un lado del camino casi por llegar a la garita de seguridad que da ingreso a la mansión de la Familia Johnson. En su rostro había una especie de mueca de sonrisa y las comisuras de sus labios experimentaban un leve tic. De los 2 vehículos que trasportaban a su seguridad habían descendido algunos agentes atentos alrededor del heredero y otros se habían quedado dentro.
Jesse estaba nervioso, los de su seguridad inquietos porque nunca habían visto ese comportamiento en el joven que era siempre tan seguro, nunca titubeaba; así que el desconcierto en los acompañantes del chico era enorme. Tanto lo habían practicado, habían ido y venido en avanzadas poniéndose de acuerdo con la seguridad de la mansión en cómo sería la mejor forma de proteger al hijo de los esposos Townsend, tanto simulacro en tan poco tiempo y ahora el chico vacilaba y con eso no contaban.
El joven soltó el timón para bajar el volumen de la música, apretaba una de sus manos con la otra para evitar que temblaran, para tratar de recuperar su armonía interna que hace un momento lo había abandonado.
Estaba enamorado, de eso estaba completamente seguro. Hace apenas unos instantes sentía ansiedad por conocer a la familia del ser amado, pero, estaba tan consciente que él tenía su pasado, un pasado del que golpe tras golpe se había agenciado. Una remota realidad de la que él había sido el protagonista principal, eso no podía cambiarlo y su pasado lo perseguiría por el resto de su vida y ese era el miedo principal que justo antes de ingresar a la mansión de Armand lo había asaltado.
Le angustiaba la forma en cómo sería recibido en aquella mansión, Armand le había hablado de lo amorosa y unida que era su familia y si el joven estaba en lo correcto cada miembro de aquel núcleo familiar tenía conocimiento de cómo había sido su vida hasta el día de hoy, era evidente que toda la alta sociedad había sido testigo de los comentarios ciertos o falsos que en su honor se habían propagado. Tenía tanto miedo de recibir de parte de la familia del hombre que lo había enamorado, algún desprecio, alguna mirada de reproche, la no aprobación de parte de los padres de Armand. Tenía tantas emociones encontradas que estaba a punto de hiperventilarse, de tomar con fuerza de nuevo el timón y dar media vuelta y desandar el trayecto que había recorrido. Dio un pequeño salto porque su celular vibró al mismo tiempo que sonó la ruidosa señal que le indicaba que había recibido un mensaje. Armand a pocos metros dentro de la mansión estaba muy preocupado, Jesse generalmente era muy puntual y ahora estaba retrasado. Al leer los mensajes que uno tras otro ingresaron a su celular, el joven en el vehículo volvió a encontrar la paz y se llenó de valor para afrontar viniera lo que viniera de parte de la Familia de Armand que le había escrito:
«¡Estas bien!»
«¿¡Quieres que salgamos a tu encuentro!?»
«Hay dos personas que están muy impacientes aquí por conocerte.»
Antes de emprender de nuevo la marcha, Jesse sonrió confortado y escribió en respuesta:
«¡Estoy por llegar, no seas impaciente!»
Luego de haber pasado por la garita de acceso, Jesse bajó el vidrio de su ventana, mientras recorría la hermosa y empedrada vereda ubicada antes de llegar a la mansión, se deleitó con el hermoso follaje y los portentosos árboles a sus costados, llenó sus pulmones del oxígeno fresco y puro que le proporcionaba aquella naturaleza.
Por unos segundos se quedó dentro de su vehículo, viendo la imponente y lujosa mansión con todos los miembros de aquella familia esperando por él en la entrada principal, eso lo apenó, se puso a pensar que durante los minutos que estuvo debatiéndose entre ingresar o no, había tenido a aquella familia esperando por su arribo.
Sin que se los presentaran, poco a poco descubrió a cada uno de los integrantes de la familia, Armand en sus conversaciones los fue describiendo uno a uno y sin quererlo o tal vez planificarlo, el mayor le había proporcionado valiosa información que al chico le sirvió para recrear en su mente a cada uno de los que estaban de pie viendo hacia el vehículo.
Al centro una hermosa pareja que entrelazaban sus brazos demostrando el amor que por años habían compartido y el apoyo mutuo que se brindaban y del que tanto le había hablado Armand mientras se conocían, en susurro mientras los veía fue pronunciado sus nombres como presentándoselos a sí mismo: "Richard y Florence". Al lado derecho otra pareja un poco más joven que habían adoptado la misma posición de los padres del hombre al que tanto amaba "Arthur y Katherine", frente a esta pareja un joven buen mozo, risueño y a muchas leguas impaciente por conocerlo... "Scott", rubio como sus padres y como Armand, también vio a los inseparables gemelos que al lado izquierdo de la pareja mayor estaban colocados… "Jeffrey y William" y por sobre todo, allí frente a los gemelos estaba un sonriente Armand que empuñaba y soltaba las manos a sus costados, posiblemente estaba igual de impaciente y ansioso que él.
Consideró que lo más apropiado era descender del vehículo y acercarse al grupo que como retrato familiar lo esperaba al frente, lo hizo muy despacio, caminó nervioso hasta colocarse frente a todos ellos que lo veían como bicho raro.
Jesse se alteró y Katherine también, Florence se despojó del apoyo que le brindaban los enormes brazos de su pareja, caminó un poco tambaleante a su encuentro y él sabiendo de la precaria salud de la madre de su amado, al igual que Katherine corrieron para sostenerla, ambas mujeres llegaron a escasos centímetros de él, los brazos de los tres se entrelazaron y los ojos de la matriarca de la familia lo desvistieron y se colaron en lo más profundo de su ser, se volteó y miró dulcemente a su hijo que ya no podía esconder la dicha que sentía y le dijo:
—¡Armand, es realmente bellísimo¡—
Jesse se sonrojó hasta las orejas y la mujer no le dio tiempo a nada, lo abrazó con tanto amor y lo invitó a pasar al comedor en donde ya estaba lista la comida.
En la mesa él ocupó el lugar al lado de Armand y nunca antes como allí descubrió que la servilleta que tenía sobre su regazo se convertiría en la herramienta más útil en aquel acogedor comedor, muchas veces la apretó nerviosamente entre sus manos bajo la mesa y muchas otras la colocó sobre sus labios tratando de disimular la risa. Y es que descubrió y amó la faceta que Armand demostraba interactuando con su hermano; ambos se hacían toda clase de bromas y hacían reír a los más jóvenes, mientras el padre de ambos trataba de poner orden y la madre amorosa entre risas intercedía por sus hijos.
Al terminar de comer Florence y Richard se retiraron a su habitación para descansar, mientras Armand lo invitó a pasar a la alberca en donde compartieron con el resto de la familia y al fin Scott al superar su timidez se acercó a hablar con él, ninguno de los dos en ese momento sabía que a pesar que cada uno tenía sus propios amigos del alma, entre ellos existiría una hermosa amistad y se harían muchas confidencias.
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