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III

Luego de haber sostenido esa conversación con su hermano, Armand tomó la decisión de no volver a la Universidad, más que darse por vencido, él estaba seguro que esas visitas clandestinas no le hacían bien ni a su mente y principalmente a su corazón.

De eso, ya habían pasado 2 semanas, durante este tiempo el rubio notó que su decisión en lugar de hacerle bien, iba deteriorando su ánimo. Siempre había sido muy alegre y dinámico, ahora solo prefería estar trabajando para distraer su mente o durmiendo largas horas para anestesiar el recuerdo de aquellos labios carnosos y aquellos ojos azules que lo inquietaban.

Escucho unos suaves golpes en la puerta de su habitación, sin mucho entusiasmo dio autorización de ingresar, pensó que era su hermano que venía a tratar de persuadirlo para que ese día no faltara a la corporación, pero él estaba decidido a quedarse acostado si se pudiera todo el día.

Dio un salto y corrió al encuentro de quien iba ingresando a su habitación, su pulso iba acelerado al máximo y su garganta iba comprimida por la angustia de ver a aquel angelical ser que caminaba muy despacio, bien sabía que la salud de su madre era muy delicada y la cargó hasta llevarla sobre su cama, en donde la recostó, mientras angustiado le decía:

—¿Qué haces mamá? -

Florence, acaricio el rostro de su hijo y en un hilo de voz le decía —¡Tranquilo, estoy bien querido! Pero tengo una gran preocupación. —

Madre e hijo guardaron silencio, él esperaba que su madre recobrara fuerzas y continuará hablando. Ambos se sobresaltaron cuando la puerta de la habitación se abrió de un golpe dejando ver a un perturbado Arthur que al observar a su madre recostada encontró la paz. Caminó apresurado a su lado y la besó en la frente mientras decía:

—¿Que haces hasta aquí mamá? ¿Tú la fuiste a traer? — increpó a su hermano y sin dar tiempo a que uno u otro respondiera continuó: —Gracias a Dios papá está de viaje, sino, le habría dado un infarto al llegar a la habitación y no encontrarte. —

Los tres en la habitación fueron recobrando la serenidad. La madre acostada en medio de los dos adultos que jamás dejarían de ser sus niños, comenzó a reír por la nostalgia del recuerdo de sus hijos acostados a cada lado en su cama como estaban en ese momento, contando su día en el colegio, la práctica de béisbol, turnándose para leer un nuevo libro o simplemente dormidos en los días de mucha lluvia.

Su dulce voz resonó en aquel espacio cuando preguntó:

—¡¿Recuerdan?!—

Ambos hermanos rieron nostálgicos, recordando que hace mucho tiempo habían olvidado aquel ritual, mientras Arthur aun sonriendo comentaba:

—¡Solo hace falta que venga papá y se tire en el colchón y nos haga a los tres rebotar! —

Luego de ese momento de recuerdos olvidados, Florence adquirió seriedad, el tema que debía tratar con su hijo no podía esperar. En medio de aquellos adultos, los tres recostados en la cama viendo al techo, la madre expresó:

—¡Me enteré que estás enamorado y que no sabes quién es el chico de quien lo has hecho! —

Armand como si su espalda tuviera resortes quedo sentado en la cama y vio a Arthur con reproche mientras le reclamaba:

—¿Por qué se lo has dicho? —

El mayor se defendió:

—Ella estaba preocupada por ti y tu comportamiento de estos últimos días, además, ni tú ni yo hemos podido alguna vez negarnos a las suplicas de nuestra madre. Ella me chantajeo y ya no pude callar. —

Armand volvió a recostarse y comprendió a su hermano a la perfección, los chantajes maternales eran imposibles superar.

Luego de un incómodo silencio, fue Florence quien continúo:

—¿Y bien? —

Ambos hermanos sonrieron, sabían que ahora ya no podrían evitar o dar marcha atrás, debían poner al tanto de la situación sentimental de Armand a su mamá.

—Pues no sé si sabes que lo conocí debido a un reto que sus amigos le habían hecho en la Universidad. Que no se ni su nombre, pero él me gusta mucho mamá. —

Florence giró su rostro solo un poco y le aclaró a su hijo:

—Todo eso ya lo sé hijo. Lo que quiero saber es ¿Qué es lo que estás haciendo para encontrarlo? ¿Cuánto tiempo más tendré que esperar para que lo traigas y me lo presentes formalmente? —

Armand se defendió:

—No es tan fácil mamá, yo estuve rondando la Universidad, esperaba verlo salir algún día, pero nada he conseguido. Yo no lo he vuelto a ver—

El silencio reinó nuevamente en aquella habitación, fue Florence quien nuevamente lo rompió:

Sabían ustedes que el pavo real cuando quiere cortejar a una hembra, suele extender el hermoso plumaje de su cola hasta formar un abanico y con este extendido se pone de puntillas y le empieza a danzar. -

Ambos hermanos se incorporaron y vieron extrañados a su mamá, ellos no comprendían porque ella les daba clases de etología, hasta que de lo más tranquila viendo fijamente a Armand continuó:

—Ve a esa Universidad y camina de nuevo por los pasillos y pavonéate hijo, hasta encontrarlo y cortejarlo como debe ser. -

Los hermanos comenzaron a reír, pero Florence guardo silencio y con mucha seriedad le dijo a su hijo el menor de los dos:

—Ve, dúchate y cuando salgas tendré una muda de ropa para que puedas ir. —

Mientras a regañadientes Armand cumplía con la orden de su madre, Arthur se volvía a recostar y entre risas se decía:

—Esto no me lo puedo perder. —

Poco le duró el regocijo al mayor, su madre le confiaba la tarea de buscar la ropa de su hermano, mientras marcaba el teléfono y hablaba con el amigo de la familia allá en la Universidad.

Cuando Armand estaba listo, su madre le dio instrucciones, le dijo que pasara a la cocina para recoger el pie de manzana que había encargado y que se lo llevara a Patrick a la Universidad.

Arthur ayudaba a su hermano a componer la solapa de la chaqueta y luego le daba unas palmadas suaves en su mejilla mientras le decía:

—A pavonearse hermanito. —

Ambos hermanos rieron y Armand luego de haberle dado un puñetazo en el hombro a su hermano, con las esperanzas renovadas y el corazón agitado salió rumbo a su destino.

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