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I

La presencia de aquel hombre alto, rubio, gallardo, no pasaba desapercibida. Su elegancia sobresalía a pesar que los pasillos de la Universidad albergaban un sinnúmero de jóvenes que demostraban su opulencia. Él sonreía por lo bajo, podía escuchar alguno que otro comentario al pasar.

Al llegar a la limusina que lo esperaba, algo agotado por la conferencia que había impartido en la que una vez fuera su alma mater, se dejó caer sobre el asiento de atrás, mientras descuidadamente se quitaba la corbata. En un principio se asombró, detrás de él había entrado sin ningún miramiento uno de los jóvenes con los que se había topado en aquel pasillo y se sentó en los asientos que le quedaban al frente en donde se podían ver cara a cara. Les hizo una señal a sus escoltas para indicarles que todo estaba bien.

Sin perder la compostura y viendo fijamente al joven que con mucha confianza se había sentado frente a él, como todo un magnate, su rostro cansado y con voz ronca le decía —¿Y bien?—  El joven sin quitar la mirada y sonriendo de lo más desenfadado señaló un punto en la distancia en donde se encontraban varios jóvenes.

—¡Me han retado¡— confesó.

El que a luces era mayor, estaba intrigado y extrañamente feliz y extasiado por aquel joven, pero trataba de aparentar mucha seriedad y no demostrárselo. Conocía ese tipo de juegos, cuantas veces en el pasado mientras lo albergaban los pasillos de esa portentosa Universidad  lo había hecho, jugar a los desafíos era casi el diario vivir para matar las horas de ocio.

—¡¿Y bien, en que consiste el reto?!— insistió el mayor.

El joven fijó su mirada en él, por un momento esos ojos azul profundo intimidaron al mayor y de pronto en su rostro juvenil con todo el desdén que alguna vez se haya visto brilló una sonrisa coqueta mientras le respondía:

—¡Te debo robar un beso!—

El mayor sonrió con desaire mientras le replicaba:

—Ambos somos hombres, ¿qué te hace pensar que me gustan los chicos como para dejarme robar un beso? —

El joven mostró una sonrisa de suficiencia y muy seguro de si mismo contestó:

—En el pasillo no dejabas de ver como movía la cadera. —

Ambos quedaron en silencio, aburrido de jugar el de ojos azules con un atisbo de desencanto comentó:

—No hay problema, les diré a mis amigos que perdí la apuesta. —

El mayor se bajó primero del vehículo y ayudó a descender al joven, antes que este pudiera avanzar, lo detuvo con algo de brusquedad, se acercó lo suficiente y lo besó ante las miradas expectantes de los otros que en la distancia observaban.

Con la experiencia del mayor adquirida a través de los años, el beso fue placentero para ambos tal como se lo había propuesto, hizo un travieso movimiento de su lengua, suave como algodón y dulce como la miel. Quien antes había tenido una actitud segura, ahora se encontraba totalmente desconcertado, rendido al contacto, a merced del que en un principio debía ser su presa.

La sonrisa de suficiencia ahora estaba en la boca del contrario. El mayor subió de nuevo al vehículo sin mitigar la sonrisa y a través del vidrio de la ventana mostraba aun un semblante sereno que fue gravado por los ojos azules del joven que quedaba con los latidos de su corazón totalmente descontrolados, al punto de casi llegar a la arritmia, mientras veía partir la limusina.

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