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Capítulo 49- La despedida.

Su vida había sido espléndida, muchas cosas pudieron haber sido mejores, malos eventos le habían marcado en más de una ocasión, sus actitudes y acciones no siempre fueron las más indicadas ni bondadosas, pero había vivido todas las etapas que una persona puede vivir. Había vivido plenamente, ni más ni menos.

Yahwi fue un abuelo excepcional, pasando horas con sus nietos y empujando a Phill y Cain lejos, aludiendo que él tenía más derecho. Myeong-Suk y Killian se iban de vacaciones, como en antaño él y Jihwa habían hecho, lo cual significaba que durante varias veces al año los mellizos convivían con él y sus demás familiares, rotándose todos sus cuidados.

Lo que nunca había cambiado era la reunión por Navidad, aunque ya no viajaban a Corea ni a Londres, todos iban a Estados Unidos con Yahwi, porque así podían visitar las tumbas de Jihwa y Jiyu, una tradición de Navidad que perduraría durante dos décadas completas.

Yahwi se sorprendió el día en que sus nietos se acercaron a él en la Nochevieja, sentándose en la alfombra enfrente del sillón que él ocupaba, cargando un álbum de fotos pesado que Yahwi reconocía a la perfección, había sido de Jihwa, donde había guardado las fotos de todo lo que él consideraba especial, e incluso los rollos de los videos de las primeras veces de Myeong-Suk; aunque estos estaban el digital, Jihwa insistía en que de esa forma tenían más vida. Sus nietos lo miraban intrigados y maravillados, con una súplica muda en sus rostros, no fue hasta que Yahwi cedió finalmente y les preguntó qué querían que ellos hablaron.

—Cuéntanos tú historia de amor con el abuelo —pidieron a coro, dejando a todos los presentes en silencio. Myeong-Suk iba a pedirles que no molestaran al abuelo Yahwi, sintiendo que tal vez esa petición inocente de sus hijos era demasiado, pero Yahwi se le adelantó.

—Es una historia larga, tomará algún tiempo, así que espero que presten atención —dijo firmemente, haciendo a los gemelos asentir con la cabeza de forma entusiasta.

Yahwi sonrió con calma y empezó a contar su historia, por primera vez desde que había conocido a Jihwa. Las palabras brotaban desde lo más profundo de su alma, las emociones sobrecogían a todos los presentes, quienes se fueron reuniendo alrededor de aquel sillón, escuchando como hipnotizados la narración de Yahwi, los sentimientos manaban dentro suyo como si hubiese estado reviviendo todo lo pasado, de cierta forma eso hacía.

Las horas transcurrieron a prisa, la nieve cubrió con suavidad el asfalto, la noche mostró todas sus estrellas y Yahwi continuó hablando, su voz pasiva relataba una vida, una historia, puede que no la más romántica, pero era suya y era real.

Los niños aplaudieron emocionados cuando Yahwi terminó, los adultos limpiaron lágrimas de sus ojos y todos en general sonrieron, con Yahwi tocando dulcemente el trébol de cuatro hojas que colgaba de su cuello, una pieza tan sentimentalmente importante que él había tomado de Jihwa, afirmando que este le daría la suerte necesaria para sobrevivir a su pérdida y seguir adelante, para hacer todo lo que faltaba y poder encontrarse con Jihwa nuevamente, con una vida de historias que contarle.

Esa noche de Navidad se volvió una tradición, cada año todos se reunían y Yahwi volvía a narrar su historia de amor, siempre enfatizando como las almas se buscaban después de la muerte si el vínculo entre ellas era fuerte, asegurando que su vínculo con Jihwa era irrompible. A medida que pasaban los años, la historia cambiaba, añadiendo los elementos oscuros de su pasado que no habían sido apropiados para niños de siete años.

Myeong-Suk no estaba segura de contarles toda la verdad a los mellizos, pero Killian fue quien le habló sobre la importancia de mostrarles que el mundo no es un lugar brillante de colores, pero que sin importar que tan profundo y oscuro sea el pozo, siempre puedes salir y regresar a la luz.

Cada año, Yahwi añadía nuevas fotos al álbum de Jihwa, usándolo como guía para contar su historia a todo aquel que quisiera escucharla en esa noche en particular.

Sonrió dulcemente cuando las novias de Jiyu y Jihwa se unieron a la cena de Navidad en el invierno de los diesisiete años de los mellizos, ellas no sabían nada de aquella tradición, ni de su historia, pero cuando Yahwi terminó ambas chicas se habían levantado a abrazarlo y Yahwi observó la mirada enamorada de sus nietos hacia ellas, miró luego a Myeong-Suk, no necesitaban más, tanto los padres como él comprendían que los mellizos habían hecho una buena elección, una que probablemente duraría por el resto de sus vidas.

La noticia de la muerte de Jooin fue inesperada para Yahwi, había ido a Corea para atender la reunión bianual de su fundación cuando Phill le había llamado, avisándole que Omar había pedido un permiso en el trabajo por labores funerarias.

Yahwi no iba a fingir, durante los años había mantenido cierto contacto con la pareja, pero la distancia y la falta de reuniones habían hecho que fueran raras las ocasiones en las que hablaban, Sabrina era quien más trataba con ellos, pues seguía en estrecho contacto con Omar, seguida de Phill, que era su empleador directo.

Yahwi estuvo durante horas meditando si era apropiado ir al velorio o no, pero los recuerdos del Jooin de su infancia lo abrumaron, el tiempo que habían compartido juntos había existido y no podía solo ignorarlo, por lo que eventualmente se vistió de negro y apareció en la funeraria.

El ambiente era pesado y muchos estaban sorprendidos por la repentina muerte, pero a veces la vida no es generosa con todos y sin motivo alguno nuestro tiempo se acaba. Omar se mostraba devastado y Yahwi reconocía el sentimiento, por lo que no dudó en acercarse y colocar su mano en el hombro de este, que de inmediato lo abrazó y lloró en sus brazos.

Cain y Phill se unieron más tarde, cuando Yahwi estaba hablando con Raquel y Shailene, que habían ido de apoyo a Omar, ellas habían sido las más cercanas a él durante esos años. De alguna manera, Omar empezó a narrar historias de Jooin, de su vida juntos y todos se fueron uniendo, haciendo una narración en regresiva de sus años en vida.

Cain también se unió, narrando la guerra entre él y Yahwi, que había quedado tan atrás que todos se rieron de la historia, incluso Omar, quien les dijo que ambos pensaban en esa época que Jooin era de ellos para reclamarlo, le tuvieron que dar la razón.

El último en hablar fue Yahwi, quien contó la historia de ese niño alegre que le animó en su peor momento, solo entonces haciendo que los demás notaran que él y Jooin se conocían desde la más pronta infancia. Fue el cierre perfecto a los relatos de vida de aquel adorable chico, al final, aun con la tristeza cubriéndolos, todos sonreían.

Los años siguieron pasando, la vida no esperaba por nadie nunca, pero Yahwi había tenido la dicha de poder llamarse a sí mismo muy viejo para jugar con sus bisnietos, quejándose de que esas cinco bestias salidas del infierno gritaban mucho e iban a acabar con su casa. Todos sabían que era broma y el abuelo Yahwi era el favorito de los pequeños que llenaron de algarabía aquella gran casa nuevamente.

Jihwa se quejaba a menudo sobre sus cuatro hijos varones, protestando porque no había podido tener la niña que tanto había deseado sin importar los cuatro intentos que hizo, Jiyu le regañaba, aludiendo que ella había tenido una hija y esta al final terminaba siendo más destructora que los cuatro de él.

Todos tenían que reír, porque aun casados, con sus esposas mirándolos fríamente y con sus hijos, los mellizos seguían comportándose como niños. Myeong-Suk era quien normalmente los regañaba, disculpándose con sus nueras sobre el comportamiento de sus hijos, echándole la culpa a Yahwi, Cain y Phill por malcriarlos hasta el punto de lo impensable. Yahwi solo solía desentenderse, fingiendo ignorar las palabras de su hija.

Como el resto de su familia, sus nietos también se unieron a la tradición navideña, y la historia de sus abuelos les conmovió tanto que los cinco se unieron para hacer un libro con imágenes desplegables, dibujadas por ellos mismos, donde se podía ver la historia, al menos la versión infantil que una vez más Yahwi se veía en la necesidad de contar, pues ellos eran todavía muy pequeños para los detalles más oscuros.

Así, la vida había sido buena con Yahwi, quien seguía yendo a visitar la tumba de Jihwa todos los meses, contándole sus aventuras en esa loca familia que solo se había creado gracias a que su vida se mezcló con la de él. Todo cuánto era y tenía, toda su felicidad, se la debía a esa persona que alguna vez había sido un extraño, pero que terminó siendo el amor más grande que había sentido.

La felicidad de sus últimos años era incomparable, pero su tiempo, como el de cualquiera, también se acababa, y eventualmente su cuerpo empezó a fallar, sus músculos ya no respondían como antes, su visión ya no era buena y se vio a sí mismo sumido en una cama.

—Está bien, papá, puedes hacerlo, no tienes que luchar más —susurró Myeong-Suk, sosteniendo la mano de su padre, sus ojos llorosos mostraban amor y comprensión.

—Mi bestia, tú y mi familia son…lo mejor que me ha pasado —dijo Yahwi, su voz entrecortada y rasposa rompiendo el silencio, escuchándose por encima de los llantos ahogados de sus familiares dentro de aquella habitación, la misma que años antes había visto los últimos meses del hombre al que amaba.

—Lo sé, todos lo sabemos —aseguró Myeong-Suk, una sonrisa moldeando sus labios. Con el tiempo había entendido la actitud de su padre cuando su papá había muerto, ahora podía despedir a Yahwi con felicidad, sabiendo que este descansaría y que había sido feliz cada instante de los últimos días de su vida —No es necesario que te fuerces más, todos estamos aquí, todos te amamos y agradecemos cada segundo que nos has dedicado. Ya no tienes que sufrir, él te está esperando —un sollozo escapó de sus labios, pero ella no dejó de sonreír.

—Él m…e espera —susurró Yahwi lentamente, su aliento apenas un suspiro inaudible.

Su mano perdió presión entre los dedos de Myeong-Suk, sus ojos se cerraron permanentemente, una última respiración lenta llenando sus pulmones y escapando de estos, el sonido lastimero de una máquina que llenó el ambiente, siendo rápidamente apagada por la enfermera y el médico. Su vida acabándose en una habitación llena de todos aquellos que lo amaban y a quienes él había amado, en la misma que había despedido a Jihwa en un día como aquel, en esa misma fecha, veintisiete años antes.

En ese último instante, con lo que restaba de su alma alejándose de su cuerpo, cerrando aquel ciclo de vida, su único pensamiento fue el recuerdo de aquella promesa que se extendería a través de todos los límites de la vida, la muerte y el tiempo.

«Mi alma está entrelazada con la tuya, y en esta vida o en mil más, siempre te encontraré»

«Prometo que estaré esperándote, en todas las vidas que vengan»

Nadie le preguntó, nadie nunca lo sabría, pero ese segundo antes de que su vida dejara de existir, Yahwi pudo escucharlo, pudo ver su figura materializándose delante de sus ojos, una luz inundándolo todo mientras su hermoso cabello rojo era despeinado por el viento, su mano extendiéndose hacia él, el destello del gato moteado en el anillo que brillaba en su dedo anular, y Yahwi no dudó en extender su mano, en tocarlo, en irse a su lado. 

—Ven, mi amor, es hora de irnos.

*******
No tengo mucho que decir, es lo que es, es la vida cerrando todos sus ciclos.

¿Agridulce? Supongo que sí, pero si quieren alegría, el epílogo los espera.

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