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{4} Verdadera Identidad

¡Feliz Halloween!

'Se asemeja a la muerte de tu insigne alma

El impacto de una verdad que fue desatada'

«No es posible que los espejos o lentes de cámaras fotográficas puedan capturar la imagen de un vampiro, pues estos artefactos están elaborados con metales puros (considerados sagrados en la Edad Media) y tal inmaculado elemento de la naturaleza no puede reflejar la figura del mal»

«Una vivienda está cubierta por la energía vital de sus habitantes. Ésta, al representar esencia de vida, repele la muerte en cualquiera de sus formas. Por ese motivo, un vampiro no podría ingresar a la residencia privada de una persona, a excepción de que la misma lo invité a hacerlo. Cuando el humano aprueba el acceso de un vampiro a su casa, está invalidando la defensa de su propia energía vital»

«En la oscuridad, los ojos de los vampiros adoptan un acentuado resplandor en sus irises, lo que habilita su visión nocturna...»

Interrumpí mi lectura, cerrando de manera abrupta el viejo libro que sostenía en mis manos, estando recostada en mi cama. Acaricié la desgastada portada, delineando las letras del título con mis dedos. Yo sentía un profundo afecto por aquel objeto, puesto que lo había heredado de mi padre.

En realidad, nunca tuve la oportunidad de conocerlo en persona. Cuando era una niña y comenzaba a desarrollar la noción de que mis amigas tenían una figura paterna en sus hogares y yo no, le pregunté a mi madre por él. Me informó que mi progenitor padecía una seria enfermedad psicótica, un Trastorno Delirante. Aquel desorden en su salud mental había provocado que lo recluyeran en una institución psiquiátrica cuando yo tenía apenas pocos meses de vida. No podía recibir visitas, según los especialistas, pues representaba un riesgo para sí mismo y para otros. Durante el relato, vislumbré a mi madre tan agudamente compungida, que no volví a preguntar por mi padre. Sin embargo, ella misma (años después) me delegó varias de sus cosas, las cuales hasta ese momento se habían mantenido empaquetadas en el sótano.

Entre ellas, estaba aquel libro. "Informes Vampíricos". Lo había leído decenas de veces cuando era más joven, prestándole suma atención, sintiendo una solemne lealtad por él. Pero lo dejé en el olvido al entrar en los últimos años del instituto, donde el estudio, los amigos y las revoluciones juveniles habían acaparado mi vida.

Entonces, aquella pieza literaria había regresado a mi mente a causa de Justin. Los detalles plasmados en ella podrían ajustarse perfectamente a una descripción de él. A pesar de esas truculentas casualidades, no pude evitar comenzar a reír después de ese pensamiento.

«Mi vecino no era un vampiro». Podía ser arrogante y sombrío, incluso adoptar un comportamiento cruel en determinadas circunstancias, mas razonaba que aquellas características no convertían a una persona en un ente sobrenatural.

Dejé el libro en mi pequeña mesada y relajé mi cuerpo contra el colchón, tomando el celular situado en mi almohada. Respondí algunos mensajes de texto de Brian, quien aún seguía interrogándome con respecto a Justin. A mi mejor amigo tampoco le había caído bien y lo hacía explícito en cada una de sus palabras.

"No me sorprende que te hiciera sentir incómoda al principio, tiene pinta de ser el mayor de los imbéciles"

Rezaba una de las frases que me había enviado.

Aunque Brian también gestó la aversión por mi vecino, estaba segura que no se sentía exactamente como yo. Lo que me sucedía a mí estaba más allá de los límites de lo normal. El odio direccionado al muchacho revolvió mi estómago aún antes de conocer su apática actitud. La intensidad y violencia que acrecentaban mis sentidos cuando él estaba cerca era un indescifrable instinto.

Tras cavilar aquello, de forma casi automática, tecleé la palabra "instinto" en el buscador de mi móvil. Su definición apareció en la pantalla:

"Instinto: Conducta innata y no aprendida que se transmite genéticamente entre los seres vivos de la misma especie y que les hace responder de una misma forma ante una serie de estímulos"

«Genética» Si esas sensaciones eran parte de una herencia, sabía que no venían de parte de mi madre. Ella era un emblema de la dominación propia. Nunca había manifestado ni un atisbo de furia con aquellos que la merecían, mucho menos hacia desconocidos.

Al pensar en mi padre, un escalofrío estremeció mi cuerpo. Por un minuto, consideré la idea de estar desarrollando una enfermedad mental acorde a la suya. Después de todo, mi percepción de la realidad parecía estar distorsionada (en especial en cercanía de Justin), mis pensamientos se tornaban delirantes cada vez que cavilaba en ello («Un libro de vampiros casi me convence de su veracidad ¡Por todos los cielos!») y el legado estaba en mi sangre.

Aquella posibilidad produjo que el pánico oprimiera mi pecho y revolviera mi estómago. Hasta ese día, había considera mi vida ordinaria. Una joven estudiante de instituto, cursando su último año, sacando buenas calificaciones y gozando una entusiasta vida social. No había nada más allá que las ansias ante las expectativas e incertidumbres del futuro universitario y la vida adulta. Todo era común y corriente. Y yo estaba completamente feliz por ello.

El surgimiento de un trastorno mental significaría para mí más que solo la alteración de mi sistemática vida. Sería mi punto final como persona. Yo era la hija de la única periodista local, la mejor amiga del protagónico jugador de fútbol en la ciudad, la hermana protectora del pequeño que se había ganado la fama de encantador en la escuela, la chica alegre y bondadosa que todos saludaban al pasar.

«Alessia Setter es lo que soy. Si pierdo eso, lo pierdo todo»

Me incorporé de inmediato, abandonando la cama. Mientras movía mis pasos en dirección a la cocina, ni siquiera me percaté de mis pies descalzos. Me detuve en el umbral de ésta, divisando a mi madre allí adentro. La observé meter una bandeja en el horno, y cuando cerró la puerta del mismo, me atreví a hablar:

—Mamá... —La llamé, dubitativa —¿Puedo hablar contigo?

—Claro, cielo. —Aceptó ella, un poco sorprendida por mi petición. Se acercó a la encimera donde solíamos tomar los rápidos desayunos y tomó asiento frente a ésta, esperando que la imitara. Lo hice, y ambas quedamos enfrentadas —¿Qué sucede? —Inquirió.

—Es sobre papá. —Anuncié.

Ante esas palabras, mi madre demostró consternación en su semblante.

—Oh... Bueno... —Parpadeó varias veces mientras procesaba la inesperada intercalación.

—Quería saber sobre su enfermedad, para ser más específica.

—Entiendo. —Murmuró ella, luego suspiró —Sabía que algún día insistirías en conocerlo. Ya te dije que no nos permiten visitarlo, pero podemos...

—No, mamá. —La interrumpí —No es porque pretenda visitarlo, realmente me interesa saber sobre su trastorno mental.

—¿Y por qué este repentino interés, Sia? —Me interrogó, precavida.

—Solo por saber... Después de todo, son mis raíces. —Me excusé.

—Bien... —Mi madre volvió a suspirar, se notaba angustiada, tal como la primera vez que hablamos sobre ello —¿Qué quieres saber?

—Cuando lo conociste ¿Él ya había desarrollado su condición, o fue después de estar juntos?

—Cuando conocí a tu padre, me enamoré de forma inmediata. —Recordó, la añoranza en su voz delataba un sentimiento aún vivo, pero enterrado en su interior —Era un hombre amable, divertido, apasionado... Al menos, en sus momentos de lucidez. Cuando nos mudamos juntos, comencé a presenciar sus lapsos de psicosis.

Guardó silencio, sus ojos adoptaron un brillo taciturno, perdiéndose en el vacío.

—¿Qué es lo que hacía en esos lapsos? —Indagué.

—Deliraba. Tenía extrañas alucinaciones. Podía reprimirlas la mayor parte del tiempo, pero a veces eran más fuertes que él.

—¿Alucinaciones sobre qué?

—Vampiros. —Respondió con ligera rotundidad, provocando que mi corazón aminorara su marcha al punto de no sentirlo latir contra mi pecho.

—¿Cómo que vampiros? —No oí mi propia voz, mas supuse que la desesperación fue evidente en ella porque mi madre levantó su mirada y me escudriñó —Quiero decir... —Hice un esfuerzo por mantenerme en calma —¿Qué fantaseaba con los vampiros?

—No lo sé realmente. A veces se alteraba mucho en presencia de ciertas personas. Tenía ataques de furia irracional, aún contra simples peatones que transitaban por allí sin siquiera prestarnos atención. Alegaba que ellos eran vampiros y que él era un Venandi, por tanto, debía destruirlos.

—¿Venandi? —Susurré.

Mi garganta estaba siendo estrangulada por múltiples emociones. Aquel relato se asemejaba en muchos aspectos con mis propias vivencias. El enojarme sin motivo aparente con extraños, el sentir el intenso impulso de dañarlos.

—Venandi significa cazador. —Me explicó —Supongo que aludía ser un cazador de vampiros. —Hizo una mueca, como si hubiera esperado bromear con ello, sin embargo, su pena era demasiado evidente para lograrlo.

—Entonces él... Y tú... —Balbuceé. Debido a mi bajo pulso causado por la impresión, no podía hilar mis ideas correctamente, menos articularlas —Pero tú te quedaste con él de todas formas. —Logré decir —Ustedes me tuvieron.

—Sí. Para ser honesta, yo no creía que fuera conveniente, pero él insistía en tener un hijo. Finalmente, te concebimos. —Por fin, la tristeza abandonó el semblante de mi madre y una sonrisa sutil moldeó sus labios —Te amé, Sia, desde el primer instante que el doctor me hizo oír tu corazón. En ese momento, fuiste lo más preciado para mí, y sé que también para tu padre, aunque... —Detuvo su habla, interrumpiéndose a sí misma.

—¿Aunque...? —La incité a continuar.

—Cuando nos enteramos que eras una niña, él se perdió por completo. —Añadió, un sollozo escapó de ella junto a esa confesión —Desbordaba exaltación, y sus alucinaciones se hicieron más intensas y persistentes. Aseguraba que eras la primera mujer en el linaje Setter, lo que te convertía en la Venandi más poderosa, la única capaz de exterminar por completo el vampirismo. —Las lágrimas resbalaban por el rostro de mi madre —Estaba fuera de control. Cuando naciste, no se despegaba de tu lado. Ni siquiera dormía, se pasaba la noche sentado en una silla, a un lado de tu cuna. Decía que el clan abominable ya se había enterado que tú habías llegado a la tierra y debía protegerte. La paranoía lo consumía.

—Santo cielo. —Solté en un murmullo. En algún momento que no percibí, yo también había comenzado a llorar.

—La noche en que decidí apelar a las autoridades para que lo internasen en la institución mental fue la misma noche que un incendio azotó esta zona. El editor de un importante periódico de la ciudad central me localizó para que cubriera esa noticia. Era una oportunidad tan grande para mi carrera que confié en dejarte al cuidado de tu padre. Él se desvivía por protegerte, después de todo... —El llanto de mi madre se tornó potente. Decidí interrumpir su relato para dejar que se tranquilizara, mas ella adivinó mis intenciones y negó con la cabeza, retomando el habla:

» —Cuando volví a casa, lo encontré cubierto de sangre en el piso de la sala. Estaba lastimado, casi inconsciente, y balbuceaba incongruencias: que el clan abominable había estado allí, que pudo asesinar a la mayoría de ellos, lucía orgulloso por esa fantasiosa hazaña. Empecé a desesperarme, le pregunté por ti, entonces pareció reaccionar y comenzó a gritar algo sobre el heredero legítimo atacándote. Jamás podré olvidar el timbre desgarrador de sus cuerdas vocales mientras vociferaba que algún "Justin Bieber" había ingresado a tu habitación para matarte y que él no había podido detenerlo. Corrí de inmediato a ella, creyendo que él te había lastimado en medio de sus alucinaciones... Pero gracias al cielo, tú estabas en perfecto estado, arropada en tu cuna y riendo con tu timbre angelical, como si acabaras de experimentar la mayor felicidad. —En medio del compungido gimoteo que la envolvía, mi madre mostró otra pequeña sonrisa —Tú estabas bien, así que yo estuve bien. Así me mantuve durante todos estos años. Tú eres mi luz, Alessia.

Dejé mi asiento y rodeé la encimera, limpiando con mis manos el rastro húmedo que cubría mi rostro. Estreché a mi madre entre mis brazos y ambas nos fundimos en aquel tipo de abrazos a los cuales uno se aferra con desmesurada fuerza para mantenerse de pie y no derrumbarse. Deshicimos aquel gesto de eximente consuelo solo cuando David ingresó en la cocina y nos vio allí.

Me retiré a mi cuarto. Una vez que cerré la puerta detrás de mí, recargué mi espalda en ésta y permití que mi cuerpo se deslizara hasta terminar sentada en el suelo, mientras permitía que el llanto volviera a mí.

Allí, en la soledad, descubrí que mi temor era una férrea realidad. La identidad que había mantenido durante tantos años había sido dislocada por la verdad de mi procedencia. El pasado no podía evitarse en mi presente y se cernía sobre mí para sentenciar mi futuro. Porque lo supe, desde que las palabras comenzaron a salir de la boca de mi madre, supe que los catalogados delirios de mi padre no eran otra cosa más que la verdad.

Era Alessia Setter, una Venandi.

Exterminar vampiros era mi función elemental. Vampiros reales.

Levanté la mirada del suelo y la posé en mi ventana, en ese momento bloqueada por la persiana y las cortinas. Parpadeé, dejando que las lágrimas se escurrieran para esclarecer mi visión.

Mi deber natural era aniquilar a mi vecino, por eso mi instinto reaccionaba de forma agresiva a su cercanía. Pero Justin había tenido la oportunidad de matarme primero, cuando yo era un bebé y estuve a su merced aquella noche.

«¿Por qué no lo hizo?» 

-TatianaRomina

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