{1} Nuevos Vecinos
'En un rostro angelical
tallados ojos demoníacos'
La oscuridad era más intensa de lo habitual a causa del frio y la humedad. Le negrura consumía cualquier atisbo de color o brillo en aquella madrugada. El furioso viento se escurría entre las copas de los árboles haciendo que las sombras de éstos se vieran aún más tenebrosas y al mismo tiempo producía un sonido silbante que me impedía dormir.
Una de aquellas bravas brisas azotó mi ventana con fuerza, provocando que se abriera. Me puse de pie, abandonando mi cama, y me acerqué a cerrarla, pero antes de que pudiera hacerlo, algo en la casa que se encontraba junto a la mía capturó mi atención.
Allí, con la ventana abierta de par en par, había un chico. Un joven, se podía conjeturar por sus rasgos que no excedía mi propia edad. Estaba oscuro, y aún así, sus ojos color ámbar brillaban de forma atípica, como si estuvieran encendidos al igual que una linterna en medio de la noche. Parpadeé varias veces, segura de que mi visión no estaba percibiendo las imágenes correctamente, sin embargo, sus ojos seguían resplandeciendo... y estaban fijados precisamente en los míos.
Su extraña mirada era tan penetrante que un escalofrío recorrió mi cuerpo, haciéndolo estremecer. El chico llevaba puesta una campera de cuero negra sobre una fina remera blanca, mas no parecía reaccionar ante el frio del exterior. Ninguna sonrisa o mueca amigable asomaba en su expresión mientras me observaba, contrario a eso, su semblante lucía hostil y resentido, por lo que cerré la ventada de inmediato y corrí la cortina de la misma.
Aquel domicilio, separado del mío por escasos metros, solía pertenecer a un amable anciano. Éste había fallecido cuatro años atrás debido a su edad avanzada y la casa había permanecido abandonada desde entonces. El deterioro en ella era tal que mi madre la llamaba «casa embrujada» y la utilizaba como una amenaza contundente hacia mi hermano menor, David, refiriendo que si él no terminaba su cena, lo dejaría durmiendo solo en dicha vivienda.
Al parecer, la casa embrujada tenía nuevos inquilinos.
Las noches de invierno en mi ciudad eran extenuantes, más cuando la lluvia empezaba a caer. Transcurrí los siguientes minutos de la madrugada dando vueltas en el colchón, oyendo el repiqueteo de las gruesas gotas, sin poder conciliar el sueño. De repente, un ruido crujiente chirrió en la ventana y me sobresaltó de tal forma que me incorporé de inmediato, sentándome en la cama. Sonó como un rasguño contra el vidrio y me convencí a mí misma que la rama de un árbol lo había causado, pero en cuanto me dispuse a recostarme nuevamente, el sonido volvió a impactar contra mis oídos con potencia. Exasperada por la falta de descanso, me levanté y caminé a la ventana una vez más. Corrí la cortina, encontrando al chico de brillantes irises.
Sin importarle la lluvia en absoluto, se había sentado en el alfeizar de su ventana, con la espalda apoyada en el marco la misma. Sus ojos seguían denotando aquel extraordinario resplandor ámbar que me había alarmado en un principio, y continuaban clavados en mí. Con lentitud, elevó la comisura de sus labios, mostrando una sonrisa ladeada. No lucía como un gesto agradable y, de hecho, me resultaba terrorífico.
Solté la cortina, dejando que la tela cubriera mi visión, volviendo a tapar la ventana.
«Aquel era un habitante digno de la casa embrujada»
La lluvia cesó al llegar la mañana, aunque las grises nubes obstruían el paso a la luz del sol. El frio seguía calando con denuedo, por lo que procuré abrigarme antes de abandonar mi habitación. No había logrado dormir más que unas pocas horas, así que ansiaba atiborrarme de café en el desayuno, sin embargo, una sorpresa me esperaba en la sala...
—¡Buenos días, hija! —Me saludó mi madre.
—Buenos días. —Respondí, desconcertada al advertir la presencia de una mujer desconocida en el cuarto.
—Ella es Pattie. —Presentó mi madre al percatarse de mi mirada curiosa —Es nuestra nueva vecina. Pattie ella es mi hija, Alessia.
—Alessia. —Repitió la mujer, mostrando una sonrisa sutil —Es un placer conocerte.
—El placer es mío.
Devolví el gesto con amabilidad, pero mi corazón había comenzado a palpitar con extraña rapidez en cuanto mi mirada conectó con la de Pattie. Aparté mis ojos, poniendo la atención en mi madre.
—Hay café y tortitas en la cocina. —Anunció ésta.
Asentí y me dirigí a la habitación continua, encontrando allí a mi hermano menor. Me detuve en el umbral y mantuve silencio mientras lo observaba revolver los cereales vertidos en un cuenco que tenía frente a él en la mesa, sin probar bocado. En apariencia, David era idéntico a su padre, lo que no podría ser considerado un halago. Aquel hombre y mi madre habían compartido un idilio que terminó en cuanto ella quedó embarazada. Al principio, se hizo cargo de David, pero se fue distanciando de forma paulatina hasta que (un año atrás) desapareció por completo. Algunos días, mi hermano tenía problemas lidiando con el abrupto abandono, y lo manifestaba con la falta de apetito. Me dolía verlo de esa manera.
—¡Hey, sapito bonito! —Exclamé, acercándome a él y alborotando su cabello con mi mano.
—¡No me digas así! —Se quejó, mientras sus mejillas adoptaban un color carmesí.
Cuando era bebé e intentábamos enseñarle a caminar, él comenzaba a dar saltitos por todos lados. A partir de ese momento, inventé el apodo que perduró a través de los años, pero mientras más crecía David, menos le gustaba.
—¿Qué te pasa? —Inquirí, sirviéndome una taza de café.
—Nada. —Me contestó, mas el desánimo era evidente en su voz.
—¿Nada? ¿En serio? ¿Por qué no estás comiendo entonces?
—No tengo hambre, Sia.
—Anoche tampoco cenaste como se debe. Recuerda lo que hablamos sobre la importancia de los alimentos... Y sabes que si no comes bien, te irás a la casa embrujada. —Intenté persuadir.
—Bueno, la casa embrujada está bonita ahora. —Repuso él.
Me senté a su lado después de servirme tortitas en un plato y miré por el ventanal de la cocina para reconocer que, efectivamente, habían refaccionado la vivienda junto a la mía y ésta se encontraba en buenas condiciones. No tenía memoria de ver alguna obra llevándose a cabo, pero también confesaba que había estado tan absorta en mis estudios que bien podría haberla pasado por alto. Me encontraba de vacaciones en esos momentos, pero era mi último semestre en el instituto y los exámenes finales estaban cerca, aquellos cuyas notas son fundamentales para ingresar a las Universidades.
—Bueno... —Volví a dirigirme a mi hermano —Si te comes ese tazón de cereal, prometo que te dejaré conducir tu bicicleta por la cuadra un rato.
Esa sugerencia fue suficiente para que David terminara su desayuno, e incluso que comiera una de mis tortitas.
Cuando el mediodía arribó, produciendo que la temperatura aumentara unos grados, él y yo nos encaminamos al exterior. Salimos por la puerta delantera con su bicicleta y acordamos que conduciría por nuestra calle, de esquina a esquina, sin desviarse. Me senté en el escalón del porche mientras lo observaba, con un libro apoyado en mi regazo. Finalmente, cuando me cercioré que el niño estaba pasando un buen rato, comencé la lectura del texto que debía estudiar.
No estoy segura cuánto tiempo transcurrió, pero en cuanto terminé dos capítulos y alcé mi mirada, noté que David no estaba. Me puse de pie y me precipité al centro de la calle, registrando ambas esquinas con mi visión, sin encontrar rastro de mi hermano. La desesperación aceleró mis palpitaciones y el aire comenzó a faltarme.
—¡David! —Chillé.
La angustia formó varias lágrimas en mis ojos y estuve a punto de derramarlas hasta que una puerta cercana a mí se abrió de repente, revelando al niño. Me acerqué a él a toda prisa y me agaché para quedar a su altura, rodeando su pequeño cuerpo con mis brazos y estrechándolo entre ellos.
—¡Sapito bonito! —Suspiré, aliviada —¡Te dije que no te desviaras! —Reclamé.
—Lo siento, Sia. —Se disculpó él —Pero Justin quería mostrarme su colección de balones de fútbol. —Agregó, emocionado.
Entonces, tras esas palabras, levanté mi rostro, fijándome en la figura que se erguía delante de mí, detrás de David. Era el chico de ojos brillantes, aquel con el cual había tenido esa extraña experiencia la noche anterior.
Me puse de pie mientras la angustia antecesora era reemplazada por un enojo efervescente, ya que en los labios de ese muchacho estaba plasmada una sonrisa que parecía burlarse de mí y mi preocupación. Su mirada no destellaba a la luz del día, por lo cual me convencí de que eso había sido un producto de mi imaginación o un reflejo en las sombras. Aún así, desprendía un brillo petulante y parecía ver a través de mí, inspeccionando hasta lo más profundo.
—Vamos a casa, David —Ordené.
Tomé la mano del niño y tiré de ella, ansiosa por alejarme de ese chico. Su cercanía provocaba en mí una molestia exagerada, irracional, y no sabía como manejarlo. Nunca me había sucedido algo parecido.
—¡Adiós, Justin!
Mi hermano se despidió con alegría de él mientras nos alejábamos, pero yo solo quería dejarlo atrás.
-TatianaRomina-
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