Capítulo 9.
¿Por qué contra más sexys eran los chicos, conseguían ser más estúpidos?
Su oscuro cabello cayó con gracia hasta la azulada mirada que estaba fija en la mía. Parpadeé sin comprender lo que me estaba sucediendo. ¿Acaso había caído ante el encanto de Ethan? No podía ser como los demás, y mucho menos como mi padre, que lo idolatraba por cuatro tontos favores que le hizo.
Mi propia mano se alargó, y lo agradecí, ya que me quedé mirando esos enormes ojos que bloquearon ciertas partes de mi cuerpo. Necesitaba ladear la cabeza para romper el contacto visual, pero no lo conseguí.
Grité con todas las fuerzas que me quedaban, y todo fue mentalmente.
Toqué algo, y sonreí delante de él, así que pensó que estaba encantada de tenerlo tan cerca. Los dedos de la mano izquierda despertaron, dejándome un extraño hormigueo que erizó el vello de mi cuerpo.
— Apártate de mi lado...—amenacé con claridad.
Él solo siguió avanzando en un camino que empezó a arder.
— ¿Por qué estás tan nerviosa, Freya? —preguntó con esa sonrisa que destacaba por encima de las demás. —No tienes que preocuparte por nada. Tú me haces un favor, y yo otro.
La enorme mano de Ethan presionó un poco más con fuerza sobre mi vientre, y entonces mi cuerpo se sacudió de una forma que llegó a preocuparme. Mis ojos se abrieron exageradamente, y di un salto ante la caricia de sus dedos en mi piel.
No era débil, él lo sabía, estaba conociéndome. Lentamente, pero ambos sabíamos cómo acabaría todo; en odio.
— He dicho —lo apunté con la arma que utilizaría para defenderme—, que te apartes de mi lado. No eres sordo, Ethan, así que hazlo.
Puso su mano alrededor de la mía.
— ¿Vas a atacarme?
Solo asentí con la cabeza.
Parecía que en cualquier momento me fallarían las fuerzas, pero no, lo hice. Cerré mis ojos como si de alguna forma la suyos me debilitaran y lo apunté una vez más sin hacerle caso al fuerte suspiró que soltó de aquellos carnosos y rosados labios.
El pulso por unos segundos me tembló, y cuando la claridad del día abrió mis parpados, me vi con las pequeñas tijeras señalando su entrepierna.
Ethan tenía que estar asustado, y no lo estaba. Su risa resonó en mis oídos, helando mi sangre y volviendo a ponerme nerviosa.
— Te la cortaré como no te alejes de mí.
— ¿Vas a cortarme eso? —él mismo tampoco lo dijo. Solo le echó el ojo a los estrechos pantalones que llevaba. — ¿Estás segura?
Dije que sí.
— No volverás a tener sexo con tu novia si vuelves a tocarme.
— ¿Vuelves a pensar en mí desnudo? —La locura de mi vecino volvió. — ¿Imaginas situaciones ardientes para que tu cuerpo queme?
— ¡Cállate! —grité.
— Eres tú quien ha hablado de sexo. Y además piensas en tocarme —bajó su mirada, lentamente, sin prisa. — Vamos, Freya, hazlo.
Apretó su mano alrededor de mi muñeca, intentando controlar cualquier movimiento que le hiriera. Sentí como sus cálidos dedos me acariciaban, y debería estar temblando. Pero la única que temblaba era yo.
— ¿Quieres que me baje los pantalones para facilitarte el trabajo?
— ¿¡Qué!? —había escuchado bien, pero necesitaba salir del shock.
La otra mano libre de él intentó aferrarse a la metalizada cremallera de los pantalones. En cualquier momento era capaz de bajarla y quedarse desnudo como en ocasiones anteriores. El problema era que ahora estábamos solos. Bueno, en mi habitación, ya que su novia seguía en el comedor.
Aquella chica era estúpida. ¿Quién dejaba que su novio se encerrara en una habitación con otra chica?
Un sonido ahogó uno de mis gritos.
— Estoy ayudándote, enana —estaba bajándose la cremallera—, solo ayudándote.
¡Maldición! Otra vez desnudo, no, otra vez no.
— Detente.
Él sacudió la cabeza.
— Tú eres quien quiere cortar —se relamió los labios. ¿por qué diablos se lamia los labios y se acercaba hasta mi boca mientras que se bajaba los pantalones con la otra mano? —Cortar. Un corte rápido en algo tan grande.
¿¡¡¡¡¡¡¡¡¡Grande!!!!!!!!?
Ni siquiera había cumplido la mayoría de edad para morir tan joven de un infarto.
— ¿Preparada para verla de nuevo?
Estaba jugando, en el fondo lo sabía. No era capaz de desnudarse delante de mí, no cuando aguantaba unas tijeras que acabarían con su enorme miembro.
¡Nooo! No era enorme.
Me mordí el labio ante mis pensamientos. Él invadía mi cabeza.
Maldito. Al infierno con Ethan.
— No eres capaz —provoqué.
Así que sorprendido volvió a arrimarse hasta mi oído.
— ¿Estás segura?
Tragué saliva.
— Muy segura. No te tengo miedo, no eres capaz de arriesgarte a que te corte lo que tienes entre las piernas. Lo necesitas ¿recuerdas?
Un punto para Freya.
— Me da igual perderla. ¿Y sabes por qué? —apartó la mano de mi muñeca y tocó mi mejilla dulcemente como si en algún momento fuera a romperme. —Porque eso significaría que me tocarías con tu propia mano.
Quería gritar y no podía.
O llorar, lo mejor era llorar. Comportarme como una pequeña niña asustada en busca de los brazos de su padre, de los que la salvarían de imbéciles como Ethan. Pero mi padre no estaba, y la habitación, la pequeña habitación, estaba cerrada.
Y la estúpida novia de él mirando la televisión. Estaba convencida que si esa chica escuchaba gemidos, no sería capaz de levantarse y mirar que estaba sucediendo.
¡Un momento! ¿Gemidos?
— ¡No! —grité sofocada.
— ¿Qué te pasa? —se preocupó de repente.
Mi corazón latía muy fuerte, me estaba quedando sin aire. Lo que estaba claro es que prefería morir antes de que él me hiciera el boca-boca. Pensar en su lengua moviéndose sobre mis labios me asqueaba. ¿Y desde cuando en un boca a boca había lengua?
Él estaba sacando el lado más pervertido de una chica de diecisiete años.
— No voy a tocarte —repetí—, solo a cortar como no te marches de mi casa.
— Tócame.
Mis labios se abrieron exageradamente.
— Eres un cerdo.
— Oing, oing —dijo gracioso. —Tócame.
— Vete.
Una vez más su mano quedó alrededor de la mía, apretando para acercarla hasta su entrepierna.
— Freya, pequeña e inocente Freya —casi tarareó una nueva canción con mi nombre. — ¿No podemos ser amigos?
— Tengo cientos de amigos chicos —en realidad solo en el instituto—, y ninguno se desnuda.
— Ninguno está tan bueno como yo —se apuntó como el mejor y no lo era. — ¿Por qué eres tan fría conmigo? —susurró en mi oído—Aunque en el fondo estás ardiendo. Mira tus ojos, como se cierran ante mi voz.
Los abrí.
— Que te jodan, Ethan.
— De nuevo hablas de sexo. ¿Quieres sexo, Freya?
— ¡Quiero que te marches!
¿Por qué era tan insistente?
Respiré todo el aire que él me permitía, necesitaba defenderme y atacarle incluso si se atrevía a hacer una barbaridad. Moví mis dedos para abrir las tijeras, y ¡pam! Ethan subió mi mano hasta sus labios, dejándola allí quieta, sintiendo su respiración entre mis dedos.
— ¿Ibas a cortar de verdad, enana?
Asentí.
— No lo vas a hacer.
— Claro que sí —reí. Aparté la mano de su rostro, pero era demasiado tarde. —Suéltame.
— No —en esa ocasión rió él. — ¿Crees que ibas a hacerme daño?
Solo necesitaba hacerle daño para apartar a un stripper de mi pequeña familia.
Entonces mi mundo se vino abajo cuando sacó la lengua y lamió el arma que debería de haberle hecho daño. Lamió, como si se tratara de un caramelo sabroso. Y no solo chupó la chuchilla de las tijeras, también mis dedos.
— ¡Asqueroso! —eso solo le hizo reír.
— Míralas bien, Freya —miré lo que me dijo—, son de plástico.
Mierda, mierda y más mierda en el mundo. Tenía razón, eran las típicas que usaban los niños de cinco años.
Nunca le hubiera hecho daño.
— Esos son los pequeños detalles que tanto me gustan de ti —mi corazón latió fuerte. Cuando intentó hablar de nuevo el sonido de su teléfono móvil lo calló. —Tengo que atender. Será un momento.
Giró sobre los talones dejándome sola.
En ese instante debí celebrarlo, pero no lo hice. ¿Por qué no salí corriendo?
Solo podía mirarlo a él, como hablaba por teléfono nervioso, moviéndose de un lado a otro y abriendo todos los cajones que se encontraba a su paso.
Sin permiso, parecía que era su habitación en vez de la mía.
— Era del trabajo —me dio igual—. Una despedida de solteras.
— ¿Y a mí que me cuentas?
— Cuida de Effie.
— No —él no me lo preguntó, y yo respondí.
— Freya...
— ¡No!
Y alcé más la voz cuando se entretuvo mirando mi ropa interior. Corrí sobre mis cómodas zapatillas y le golpeé en la palma de la mano cuando sostuvo entre sus dedos un sostén pequeño rosa.
Mis pechos eran pequeños comparados con los de su novia barbie.
— ¿A dónde vas? —pregunté cuando salió de la habitación.
Él solo llevó la mano a cada bolsillo de los pantalones. Buscó a su novia y se acercó a ella para darle un beso.
¿Por qué gruñí ante la imagen? Por mí podía dejarla sin respiración.
— Tengo que irme, cariño. Chad me ha llamado para que le ayude.
— Trabajas mucho, osito.
¿Osito? Menudos pastelosos estaban hechos. Era lo más cursi del mundo mundial.
Ni siquiera en Romeo y Julieta salían frases como aquellas.
— Lo sé —volvió a besarla. —Quédate con Freya, ella te acompañará esta tarde.
¡Odiaba a Ethan!
Era capaz de irse a trabajar y dejarme de niñera de su novia.
No, me negaba. Pero mis negaciones no servían de nada.
Él se acercó hasta mí, y cuando jugó con mi cabello susurró.
— Solo serán unas horas, te lo recompensaré.
Lamió el lóbulo de mi oreja.
Yo le respondí con palabras.
— Le quemaré el pelo a tu novia, lo prometo.
Se carcajeó, le hacía gracia.
— Mientras que pueda acostarme con ella, puedes hacerle lo que quieras.
Él fue quien habló de sexo.
Salió con una enorme sonrisa de oreja a oreja, dejándonos solas en el apartamento de mi padre.
¿Pero que había hecho yo para tener tan mala suerte?
— ¿Qué hacemos?
Era fácil. Destruir a Ethan y la única forma era que su novia lo dejara.
—Iremos a tomar algo —sonreí—, a un lugar llamado Poom's.
El único sitio donde trabajaba Ethan, y desnudo.
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