Capítulo 25.
Miré la puerta de la habitación de Byron. No era capaz de entrar y gritar con todas mis fuerzas lo feliz que estaba por estar ahí junto a él. Después de una semana refugiada en mi habitación, la actitud que estaba teniendo era de cobardes.
Sí, yo le clavé el cuchillo.
Y sí, también lo evité durante días.
Pero él no fue el único al que no vi. Cada mañana a las nueve de la mañana la misma voz preguntaba si podía entrar en mi habitación.
Ethan se quedaba allí durante media hora, y al no escuchar mi voz se marchaba preocupado evitando las propias preguntas de mi padre.
¿Por qué dejé de verlo a él?
Solo mi corazón sabía la respuesta.
— ¿Byron? —pregunté cuando golpeé dos veces.
El sonido de la cama me sobresaltó, pero fue verlo a él asomar la cabeza y todo se esfumó. Ya podía sonreír de nuevo.
— ¡Chica chicle! —soltó abrazándome muy fuerte.
Tiró al suelo la muleta con la que se sostenía, y rodeó mi cuello con sus cálidos brazos. No me quedé quieta y se lo devolví con la misma energía. Estuvimos un tiempo parados, sintiendo los latidos del corazón del otro chocar contra nuestro propio pecho.
Mis ojos observaron su enorme habitación; aunque realmente me quedé boca abierta cuando llegué a la mansión donde vivía con sus padres. Estaba alejada de la ciudad; a más de una hora en autobús; el viaje más largo que había hecho desde que decidí irme a vivir con mi padre.
Byron cerró la puerta, y con un movimiento gracioso de cabeza me invitó a que me sentara en la amplia cama; era tres veces el tamaño de la mía.
—Aquí pueden dormir hasta cuatro personas.
Él no dijo nada, salvo bajar la cabeza y mirar su pantalón corto.
No estaba enfadado, pero evitaba hablar sobre "camas".
— ¿Sucede algo? —Toqué su rubio cabello— ¿Es por la cama?
Pasó lentamente por mi lado hasta dejarse caer. Concentró sus ojos en los míos, y con un rubor en las mejillas que me hizo sonreír dijo:
—Solo he dormido yo en esta cama. Así que no sé si caben cuatro o cinco personas más.
Realmente le molestó el tema. Y tampoco era el indicado, ya que era más bien estúpido (sobre todo después del accidente).
—Nunca has hecho...
Mi novio me cortó.
—Soy virgen —dijo mirando a la ventana.
Crucé mis brazos sobre el pecho, y me acerqué hasta él para terminar la verdadera pregunta que le quería hacer.
—Me refería a una fiesta con amigos.
Pero el dato que soltó no era sorprendente.
Yo era virgen.
Él era virgen.
El hámster que había en la jaula sobre la estantería de libros de química de Byron, era virgen.
Había un gran número de personas y animales vírgenes en esa habitación.
Quería reír, pero aguanté las ganas de hacerlo delante de él.
Y luego estaba Ethan; que seguramente antes de entrar en la universidad, él ya había llevado a la práctica todo el libro del Kama Sutra.
— ¿Te molesta que lo sea...?
— ¡No! —le di unos golpecitos. —Mira el lado bueno —quedé sentada a su lado, rozando mi brazo con el suyo que era tan delgado como el mío—; si algún día una tribu africana nos secuestra, te sacrificarán a ti primero y yo tendré tiempo para huir.
Le guiñé un ojo y empecé a reír como lo hacía antes del accidente del cuchillo.
Byron me dio un golpecito en el brazo, dejándome ver que no tenía gracia.
Me levanté dando saltitos.
— ¡Matar al virgen, matar al virgen! —empecé a bailar con las manos sobre la cabeza y mirando el blanco techo. —
— ¡Freya! —tiró de mí hasta derrumbarme contra su cuerpo.
Los dos tumbados sobre la cama, fue el momento más incómodo después de mi danza de la matanza del virgen.
No podía dejar de mirarlo, estaba encima de él con sus manos a cada lado de mi trasero. Parecía que estaba a punto de comenzar el reto que hice con Ginger, pero cuando me fue a besar, me aparté inmediatamente.
Jugueteé con mi cabello, y sin mirarlo quedé en silencio.
—Lo siento —y él no era el culpable.
—No. Yo soy quien se ha apartado. No sé qué me ha pasado, Byron...
— ¿Has visto a Ethan últimamente? —negué con la cabeza. — ¿Por qué?
—Lo mismo que no he podido venir a verte a ti, tampoco he querido verle a él. Así que preferí encerrarme en mi habitación.
Sentí sus dedos tocando mi hombro descubierto.
Estaba serio, sin darse cuenta que ni siquiera me miraba.
—Él tiene algo importante que decirte.
Si realmente hubiera sido importante, Ethan era capaz de hacer cualquier cosa, y la primera era derrumbar la puerta de mi habitación.
Cuando fui a responderle, la puerta se volvió a abrir.
Una mujer de la edad de mi padre, me miró con el ceño fruncido, y después miró a su hijo.
— ¿Quién eres? —estaba más preocupada de arreglarse su claro cabello, que de saber quién era yo.
—Es Freya, mamá. Te he hablado de ella.
—Sí...sí —movió la mano. —Por hoy se han acabado las visitas.
Vaya, era la primera vez que me echaban de algún lado.
La vergüenza de Byron era notable, me miró con pena y entendí que las normas de su casa eran muy diferentes a las de mi hogar.
Intenté darle un beso en la mejilla, pero una mano me levantó violentamente de la cama. Empezó a tirar de mi cuerpo, obligándome a bajar las escaleras de dos en dos.
Su madre estaba loca.
—Señora, me hace daño.
No le importaba.
—Mira, niñita — ¿Niñita? —Sé que tú eres la culpable de que mi hijo Byron esté herido. No voy a dejar que lo alejes de mí, ¿entendido?
No estaba loca, estaba muy chiflada.
Ella no tenía derecho a apartarme de la vida de su hijo.
Levanté el dedo para defenderme, cuando la muy descarada me cerró la puerta.
— ¡Bruja! —golpeé los puños contra la puerta.
Sentía como la ira se había acumulado en mis mejillas.
—Desaparece de mi jardín antes de que suelte a los perros.
— ¿Qué perros? —me reí—.Señora, usted está muy mal de la cabeza...
Los ladridos de unos perros me hicieron correr dejándome el bolso en la entrada de la mansión. Corrí, corrí hasta salir del horrible jardín de la señora nariz de patata.
Doblé las piernas buscando estabilidad. Ni siquiera podía respirar.
¿Pero que le pasaba a esa bruja?
— ¿Qué haces aquí?
Preguntó una voz desde un coche.
—Ethan.
—Sube, enana.
Rodeé el coche y acepté la invitación. Estaba muy cansada para volver a hacer otro viaje en autobús.
— ¿Me has seguido?
Él no lo negó.
Mi vecino bajó el volumen de la radio.
—Llevas una semana sin abrirme la puerta de tu habitación —dijo, y más tarde susurró: —se suponía que era yo quien se tenía que alejar.
— ¿Qué?
—Nada.
Ethan me dio a entender que no iría a trabajar una vez más, así que tenía todo el tiempo del mundo para confesar lo que me estaba torturando por dentro (y destrozaba mi corazón).
—Me gustas —él me miró y luego volvió a mirar la carretera. —No sé cómo ha pasado, pero tú me gustas más que Byron. Tú eras el culpable de que mi corazón se acelerara. ¡Estoy enamorada de ti!
Fue la declaración más extraña del mundo, ya que Ethan, mi vecino stripper, subió el volumen de la radio ignorándome por completo.
— ¿No vas a decirme nada? —silencio. — ¡Ethan! Al menos ríete de lo que he dicho.
Nada.
No me miró.
*
Cuando llegamos al bloque de apartamentos, bajamos los dos con el silencio pisándonos los talones. Me mordí la mejilla, sintiéndome la chica más estúpida de la historia.
Paró delante de su puerta, e introdujo la llave en la cerradura. No era capaz de despedirse de mí.
Capullo —pensé.
—Vale, gracias por el viaje.
Arrastré las sandalias por el suelo.
Y de repente habló.
— ¡Freya!
No solo su voz me detuvo, su mano se aferró a mi muñeca; tiró de ella. Lo tenía delante de mis ojos, con el cuerpo inclinado para estar más cerca de mí.
E hizo lo que nunca pensé que haría.
Unió nuestros labios para besarme. No fue un beso rápido, no. Apartó mi cabello, acarició mis mejillas con sus enormes manos, y siguió besándome lentamente provocándome un escalofrió por el cuerpo.
—Solo pienso en ti. Todo gira alrededor de tu mundo. Respiro sabiendo que estás bien —otro beso—. Estoy loco por ti, Freya. Soy el estúpido que no se ha dado cuenta que se ha enamorado de la vecina de enfrente.
Mi corazón se detuvo.
Otra presión sobre mis labios me hizo cerrar los ojos.
— ¿Te gusto?
¡Bomb! Pregunta estúpida.
—Es más que eso, enana— sus ojos azules brillaban. —Nunca me había importando tanto una persona. Soy capaz de hacer cualquier cosa por ti.
No dejábamos de besarnos.
Pero era la hora de irse.
—Ethan —lo llamé cuando se alejó de su puerta—, tú vives aquí.
Otro beso.
—Es cierto. Buenas noches.
Otro más.
—Vuélveme a besar.
Sentí como su lengua acarició la mía.
Llegó a un límite que no podíamos respirar.
Estaba temblando.
¿Era un sueño?
—Tienes que descansar, Freya.
Asentí embobada sobre su boca.
—No quiero irme —confesé.
—Y yo no quiero que te vayas.
Acomodó su frente contra la mía.
— ¿Esto está mal?
Y que más daba, solo lo necesitaba a él.
—No lo sé —tenía los ojos cerrados. — ¿Freya?
— ¿Si?
— ¿Quieres pasar a mi apartamento? —preguntó y coló sus manos en el interior de mi camiseta.
¡Oh, oh!
—¿Para qué?
Él soltó una risa.
—Descubrelo por ti misma —Dijo dejando la puerta abierta.
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