Capítulo 20.
ETHAN EVANS
«No grites. Mantenle la mirada, pero ni se te ocurra gritar.» —Me dije yo mismo.
Apreté los puños con fuerza, y al asegurarme de que Freya había cerrado la puerta de nuestra habitación, hablé con Daniel.
— ¡Te mato!—olvidé por completo lo que era hablar con normalidad. Podía sentir mis músculos tensarse, y los brazos alzándose de mi cuerpo para golpear al imbécil que tenía delante. Estaba claro que Daniel no era consciente de la estupidez que cometió al meter a Débora en casa. Él mejor que nadie la conocía; una mujer insistente que buscaba llamar la atención de cualquier jovencito. O en ese caso...me buscaba a mí. —Dime que la mascarilla de pelo que llevas te ha dañado el cerebro. ¡Porque no tiene sentido!
Él, tímidamente, llevó sus dedos hasta su sedoso cabello. Su imagen le importaba mucho más que discutir sobre la mujer que ocupó su cama. Con una amplia sonrisa, se levantó del suelo, recogió uno de los calcetines que había sin doblar sobre el sofá y se tapó.
—Es una mascarilla normal. Aloe vera —rió. —Eso no hace daño a nada. Deberías probarla. Tu pelo brillaría más. Ya sabes, por las luces de Poom's...
Antes de que siguiera con sus trucos de belleza que utilizaba para resaltar sus rasgos, lo empujé por la espalda hasta tirarlo al sofá. Estaba seguro que como se levantara de allí para esconderse en su habitación, Daniel no vería nunca más la luz del día.
—Si me violas gritaré.
¿Cómo podía tener tanta paciencia con él?
Respiré, quería tranquilizarme.
Moví la cabeza de un lado a otro, y estiré los brazos como solía hacer en el gimnasio para no sufrir ninguna lesión. Saqué pecho, y lo apunté con el dedo. Sus ojos estaban fijos en los míos. Y si lo miraba tan fijamente...solo era por ver alguno de los efectos de alcohol o de las drogas.
—Habla —lo amenacé.
Daniel quería llevarme la contraria.
—Oblígame, machote —me sacó la lengua de una forma que hirvió mi sangre. —Según tú...—movió la mano—eres el que más liga de los dos. ¡Pues hoy quien ha mojado soy yo! Le he metido toda mi porra...
Podía estar horas hablándome de todas las cosas que hizo con Débora en esa cama. Así que opté por dar un salto y caer encima de él para aferrar mis dedos alrededor de su cuello. ¿Qué él había tenido sexo? ¡Yo casi había estado a punto!
— ¡Te mato! —Grité una vez más.
Se movió desesperadamente bajo mi cuerpo.
—E-estoooy...—no podía hablar. —D-desnudoooo...
De repente sentí como sus dedos pellizcaron mi costado. Solté un grito de dolor, y mi mundo se vino abajo con la siguiente imagen. Débora nos miraba cruzada de brazos, apoyada contra la pared, y con una amplia sonrisa.
— ¿Eso ha sido un orgasmo?
Mirándolo bien...parecíamos dos tíos jodiéndonos entre nosotros.
Al menos quien estaba arriba fui yo.
Me levanté a regañadientes por no poder seguir golpeando al imbécil que tenía como amigo. Evité la maliciosa sonrisa de Débora, y me incliné hacia delante para susurrarle algo a Daniel.
—La quiero fuera de mi casa.
—Solo ha sido sexo, Ethan. Te lo prometo.
Eso esperaba.
Pero algo muy dentro de mí me decía que no me libraría tan fácilmente de ella.
FREYA HARRISON
—Llegas tarde —dije mirando el reloj.
Byron sonrió al verme tan nerviosa. Me abrazó para tranquilizarme, y arropó mis hombros cariñosamente. No podía creer lo tranquilo que estaba él después de saber que su madre se acostaba con un stripper. Aunque ese detalle era el único que le faltaba por conocer. A veces lo envidiaba, ya que yo no podía estarme quieta y lo mal interpretaba todo.
Era ley de vida.
Cada uno era diferente.
—Tú dirás.
Bajé la cabeza.
No quería ver esos hermosos ojos a punto de cerrarse por las locuras que su madre cometía constantemente. Cogí sus manos con las mías, y bajé la cabeza para susurrarle.
—Su amante es Daniel. El compañero de Ethan.
Tragó saliva.
— ¿Otro stripper?
—Sí. Al parecer tiene un vicio...—me callé. No era quien para decir eso. Aunque sí lo pensaba, y ahí nadie me lo podía prohibir. —Puedo romper esa relación.
Byron movió la cabeza, dejando que su dorado cabello le cayera sobre las cejas. Murmuraba cosas sin sentido; miraba el viejo callejón que estaba a unos pasos de nosotros. Él, tanto como yo, seguía con la esperanza de que la familia siempre permanecería únida. ¡Gran mentira!
— ¿Cuál es la idea? —dijo.
Recordé el día que perdí a Marjorie. Ese día conocí a un chico que intentó venderme ¿drogas? O eso intentó decirme.
— ¡Drogas!
— ¿Drogas? —Preguntó.
Me encogí de hombros.
Que inocente era mi Byron.
—Sí, eso que te deja un poco tonto. Puede ir en vena, o por la nariz —pensé algo más. —Pero creo que en el sigo XXI hay más métodos para drogarse. Así que, sí, drogas.
—Sé que son las drogas, Freya. ¿Para que las quieres?
Fácil.
—Para metérselas a tu madre en el bolso.
Byron se apartó de mi lado.
— ¿Te has vuelto loca? Mi madre es...—pensó el termino indicado—una bruja. Pero sigue siendo mi madre. No quiero verla entre rejas. No nos sirve ese plan.
—Daniel es muy delicado. Muy fino para esas cosas —Dan era una mujer atrapada en un cuerpo de hombre (por eso lo queríamos tanto...incluso cuando ocupaba horas el cuarto de baño. También era quien cocinaba en la casa). —Él la dejará. Débora —« ¿He dicho su nombre?» —tendrá que buscar a un hombre maduro. Alguien que la quiera por como es y no por su dinero.
— ¿No habrá policía de por medio?
Sacudí la cabeza.
— ¿A quién le compramos la droga?
No había ningún problema con eso.
Busqué desesperadamente por todos los rincones.
— ¿Qué buscas?
Byron se quedó atrás, con las manos en los bolsillos.
—Algún cartel de "vendo droga buena y barata" —pero allí no había nada. —O "vuelvo en cinco minutos con la mejor droga del mercado". —Al rubio por poco se le cayó la mandíbula. — ¡Busco al chico! No soy tan tonta, Byron. Claro que sé que no ponen carteles. En las películas no hacen eso.
—Pues espero que aparezca pronto —suspiró. —No puedo faltar a la universidad. Y tú mucho menos al instituto. Ginger me ha dicho que tenéis un examen.
«Mierda.» —Pensé. «Ya me inventaría algo.»
Pero en el fondo él tenía razón.
Había que cometer otra estupidez más grande.
Cogí aire y,...
— ¡Quiero droga....!
La mano de Byron me calló.
— ¿Qué haces? Así no vendrá el vendedor.
Una sombra del callejón se acercó hasta nosotros.
— ¿Por qué gritáis? —Era él. — ¡Oh! Sois vosotros.
Le di un codazo a Byron.
—Lo ves —le guiñé un ojo. —Danos de todo un poco.
Estiré el brazo.
El chico ladeó la cabeza.
—Te dije que no vendía niños.
—Lo sé —era tan emocionante. Sentía la adrenalina. Estaba siendo una malota hablando con un gamberro. —Quiero de todo un poco. Y rápido. Tenemos que ir a clase.
Nos miró a ambos. Fijándose en nuestra vestimenta.
— ¿Cómo me pagaréis?
—Él te pagará.
Byron sacó su cartera.
—Cien.
¿Cien? Eso era mucho.
Aun así le dije a Byron:
—Paga.
— ¿Aceptas tarjetas de crédito?
El desconocido de ojos negros se acercó muy serio. Daba miedo, y vi que del cuello de su chaqueta se asomaba un tatuaje horrible. Ese no era mi tipo de chico. ¡Dacs!
— ¿A qué jugáis? —Empezó a alzar la voz. — ¿Pensáis que voy a perder mi tiempo con vosotros? ¡Debería cortaros el cuell....!
No lo dejamos acabar. Ambos salimos corriendo y sin mirar atrás.
Menuda aventura.
— ¡Imbécil! —Grité sin aliento. Había estropeado mis planes. — ¡Gamberro!
— ¡Pero no lo insultes! —Byron siguió tirando de mi brazo.
—Tranquilo. Seguro que encontraré una solución.
Decidí no ir a clase.
— ¿Dónde está la harina?
Lo que me mostró google fue que la cocaína se parecía a la harina. Así que me puse manos a la obra.
—No hemos ido a comprar harina —alguien me respondió.
Que mala suerte.
— ¿Y azúcar glas?
—En el segundo armario.
—Gracias...—me mordí la lengua. —Hola, Ethan.
«Estúpida.»
— ¿Qué haces aquí?
«Di algo coherente.»
—Quería hacer un bizcocho —eso era más lógico. —De ahí la harina y el azúcar.
— ¿Y el instituto?
Acomodé las manos en la barra.
—Pero que buen día hace hoy...
—Freya.
—No quería ir —así de simple. Pasé por su lado, casi evitando esa mirada que conseguiría que confesara hasta uno de mis mayores secretos (con cuatro años metía los mocos que me sacaba en la boca de mi padre cuando él dormía). — ¿Estás enfadado?
Sus manos quedaron a cada lado de mi cintura y tiró de mi cuerpo. Acomodó la barbilla sobre la coronilla de mi cabeza, y sentí como negó.
—Siento lo de anoche.
—Débora...
Esa mujer siempre estaba en medio de nosotros.
—Se ha ido.
Eso esperaba.
— ¿Cuándo podremos estar solos de verdad? Sin Daniel, o...
— ¿Confías en mí? —Preguntó.
Moví la cabeza para mirar esos ojos.
Sonreí.
—Sabes que sí.
—Entonces déjame que te lleve a un sitio.
Pero mañana estaba la comida "familiar".
Ethan siguió hablando.
—No te arrepentirás, Freya.
Sus dedos se colaron en el interior de mi abrigo, y di un salto al sentirlos tan fríos contra mi cálida piel. Besó mi mejilla, esperando una respuesta.
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