3. Gomitas Y Una Charla
Creo que en cualquier momento de nuestra vida podemos llegar a sufrir demasiado por amor hasta el punto de dejar de amarnos a nosotros mismos. Y me refiero a las veces que preferimos sufrir por amor en el futuro y disfrutar por un momento.
Esas veces son las más duras de superar, sabemos desde un principio que no tendremos un final feliz, pero aun así preferimos quedarnos. Tal vez para sentirnos bien con nosotros mismos o para hacer sentir bien a alguien más, y al final, al final sólo somos nosotros quienes sufrimos. Ellos no lo hacen, ellos se quedan bien, intactos.
No quiero que eso le pase a él.
Limpie la lágrima que resbaló por mi mejilla. No puedo más con esta mente que no me permite ser feliz. Me encantaría cambiarla, diera lo que fuera para poder dejar de pensar de esta manera. Ya no puedo más con esto, el dolor corre por mis venas como si fuera sangre y la verdad, a estas alturas me encantaría saber como es saber que es estar bien.
Suspiré.
«Vamos Amara, eres valiente, lo eres».
Lo soy.
Me puse de pie, tome mi abrigo y mi respirador, salí de mi cuarto y empecé a caminar por el hospital, necesito liberar mi mente y dejar esto salir. Necesito distraerme. Subí el elevador y me dirigí al área de los bebés, Babi me deja venir aquí de vez en cuando. Para poder ver a los recién nacidos. Me gusta ver a los bebés recién nacidos. Son algo tan pequeño e indefenso qué muestra lo bello que somos. Somos algo tan bien hecho y formado que a pesar de todo lo que sufrimos seguimos mostrando nuestra belleza al mundo.
Abrí la puerta, me quedé quieta cuando vi quien estaba allí. Helen giró hacia mí en cuanto escuchó la puerta abrirse.
—Hola —saludó sonriendo.
Le devolví la sonrisa.
—Hola Haz.
Sonrió cuando me escuchó llamarla así. Siempre me gustó hacerlo, es un diminutivo de Hazel, cuando la conocí y nos hicimos amigas me constaba pronunciar su nombre por mi ortodoncia, así que preferí sólo llamarla Haz.
—¿Hay uno nuevo? —pregunté caminando hacia ella.
Asintió.
—El de la derecha, es un bebé canguro.
Me pegué un poco más al vidrio. Es un bebé tan pequeño, tienen sus ojitos cerrados, su pecho sube y baja al respirar por la ayuda de esos tubos.
—Es precioso.
—Lo es.
Ambas nos quedamos viendo al bebé por casi unos veinte minutos en silencio. Helen suspiró, se alejo de la ventana y me vio.
—¿Gomitas y charla de madrugada cómo en mis viejos tiempos?
Sonreí.
Solíamos cada madrugada del viernes fugarnos e ir a comer gomitas mientras hablábamos de chismes de todas las personas del hospital. Parecíamos viejitas chismosas, pero nos encantaba.
—Me parece muy bien, las necesito.
Rio.
Salimos de la pequeña sala y empezamos a caminar.
Me encantaría volver a tener su amistad. Me entristece decir que yo tuve muchas culpa de que mi amistad con ella acabará. Cuando me aleje y ella se alejo también, lo único que sentía era dolor. Me dolía ver como ella era capaz de poder conseguir sin luchar, todas las cosas por las que yo lucho día tras día.
Me sentí tan mal por envidiarla qué preferí alejarme.
Llegamos a su habitación. Entramos y nos sentamos juntas recostando nuestra espalda a la pared. Helen abrió el cajón de su mesita de noche y sacó yka gran bolsa de gomitas.
—Guau, parece que nunca olvidarás tu pequeña obsesión con las gomitas.
Negó.
—No pienso hacerlo nunca en mi vida.
Reí. Fue la risa más sincera que ha salido de mí en estas últimas dos semanas.
Helen sonrió y me extendió la bolsa. Tome algunas en forma de sandia y empecé a comer.
—Las de sandía serán siempre tus favoritas ¿cierto?
—Hasta que muera, me encanta.
—Son deliciosas.
Nos quedamos en silencio.
Creo que ninguna ave qué decir. Tal vez ambas creemos que ya ninguna conoce a la otra. Que equivocada estamos, podrá pasar cualquier cosa, pero lo último que olvidaré es que Helen fue, es y siempre será la amiga por la que haría cualquier cosa. La amiga por la que podría dar hasta mi vida.
Suspiré y me atreví a hablar.
—He visto que hablas con en chico nuevo, el voluntario.
Sonrió.
Alerta de enamorada a la vista.
—Un poco.
—Claro.
—En serio. Solo es mi amigo.
Me gire hacia ella.
—¿Es el tipo de amigo como el que somos Thomas y yo?
Negó.
—Amigos, solo amigos.
Sonreí.
—Claro, como no.
—Es en serio —dijo riéndose—. Pero bueno, que ha pasado con Thomas y tú.
Uy.
—Nada nuevo. Solo yo tratando de olvidarlo.
—Sabes que no es necesario. Él está enamorado de ti, Mara.
—Y yo de él.
Arrugó sus cejas.
—¿Entonces?
Suspiré. Mordí otra gomita de sandía antes de contestar.
—Me hicieron los últimos exámenes.
Helen se giró en cuanto lo escuchó.
—¿En serio? ¿Cómo te fue?
Le di una sonrisa melancólica.
—No hay nada que hacer. Mis pulmones ya no quieren ayudar.
—¿Y el trasplante?
Negué.
—Ya está muy avanzada, hay muchas cosas que no me permiten obtener uno.
Gire mi cabeza en cuanto vi que sus ojos se crtistalizaban.
—Amara —susurró.
—Voy a morir. No me lo han confirmado pero lo siento, es como si mi propio cuerpo me lo dijera.
Después de una semana sabiendo los resultados del examen ella es la primera a la que le cuento esto.
—Quieren ingresarme a un nuevo programa para ver si mis pulmones reaccionan.
Mis padres ni siquiera se han enterado, se enteran hasta el fin de semana, cuando regresen del viaje de vacaciones que tuvo Peter, mi hermano, en la escuela. Así que debo esperar a que ellos acepten eso.
—Mara, no puede ser. De seguro ese programa funcionará y todo estará bien.
Sonreí. Limpié mi lágrima que corría en mi mejilla.
—Todavía hay algo que puedo hacer.
—¿Qué cosa?
—Disfrutar mis últimos días de vida.
Tomó mi mano y le dio un pequeño apretón.
—Díselo.
—¿A quién.
—A Thomas, dile la verdad.
—¿Cuál de todas?
—Ambas, dile que lo amas y que has estado enamorada de él desde hace años, y dile el porqué no puedes estar con él.
Si tan solo fuera tan fácil.
—No lo sé.
—Piénsalo. Tal vez te llevas una gran sorpresa.
Sonreí.
—Ahora come, Amara, o me comeré yo las de sandía.
Estire rápido mi mano para tomarlas.
—No te atrevas.
Reímos ambas.
Por primera vez en algunos días logré sonreir, lo hice de verdad.
Por un momento, por un simple instante, olvide todo mi dolor.
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