Querido Santa:

Ni siquiera sé por qué te estoy escribiendo esto. Antes, cuando era una niña, creía en ti. Todo era mucho más bonito, ¿sabes? Hay algo especial en la inocencia, en la creencia de que la magia existe y te pueden pasar cosas buenas en cualquier momento, que tu vida es un juego y tú eres el protagonista, que estás aquí solo para disfrutar y divertirte.

Perdóname, Santa, pero ya no te creo. Sin embargo, estoy aquí escribiéndote esto, dejándome llevar por un impulso, por la nostalgia, por un deseo.

Quiero volver a aquel tiempo, cuando era feliz y no me preocupaba por nada, cuando mi familia estaba unida y no eran solo una fotografía vieja en la pared.

Quiero abrazar a mi hermano de nuevo. Decirle que, pase lo que pase, siempre va a ser la estrella que más brilla en mi firmamento.

Quiero mirar a mi mejor amigo a los ojos, que me prometa que, aunque dejemos de hablar, siempre estaré en su corazón y en su mente, como un bonito recuerdo.

Quiero acariciar a mi perra por última vez, verla acostarse con las patas abiertas de par en par para que le haga mimos en la barriga, sentir sus patitas resonar por toda la casa.

Quiero pedirle un último consejo a mis abuelos, que me empapen de su sabiduría, que me ayuden a encontrar la fuerza que necesito para seguir.

Quiero preguntarle a mi padre cómo sucedieron las cosas.

Quiero que mi madre me explique por qué lo hizo, por qué rompió nuestra familia.

Si tan solo pudieras concederme este último deseo, Santa, creo volvería a creer en ti.

Atentamente,

Ginger.