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Capítulo 7: 17 de diciembre de 2003

Es de madrugada, pero no tengo ganas de dormir... Mentira. Lo cierto es que sí tengo ganas de dormir, aunque por algún extraño motivo, sigo sin poder hacerlo. No creo que se deba al nerviosismo que todavía me invade cada vez que pienso en lo que hice, pues apartar a un niño de su madre (sin siquiera haber brindado alguna especie de explicación) resulta un hecho digno de remordimiento. Aun así, no me parece que sea tal angustia la verdadera culpable de mi insomnio. Es algo todavía más trascendental y, en parte, soy consciente de ello.

Tú también recuerdas ese sueño perturbador, ¿no? Aquel que me hizo despertar con terror, en donde Lukas era perseguido por un par de magos y mi cuerpo quedaba paralizado sobre la explanada central de la estación. Seré sincera contigo: no puedo sacármelo de la cabeza. Haga lo que haga, la escena siempre vuelve a mi mente. Nunca he sido pesimista respecto a los sueños y mucho menos creía que tuvieran algún significado en particular. Para mí, simplemente eran sueños. Pero este... Vaya que fue diferente a todos los demás.

Según mi mamá, los sueños tienden a reproducir imágenes que hemos visto en la vida real. El cerebro utiliza nuestros pensamientos, ideas y vivencias para luego combinarlos en una serie de secuencias, parecido a un Frankensteinhecho de pedazos de nuestros propios recuerdos. Por eso no tienen sentido, por eso son tan extraños y, al mismo tiempo, tan familiares; todos provienen de fragmentos de nuestra memoria. Nada de lo que está allí es nuevo, aun cuando así lo parezca.

El problema conmigo es que, por primera vez y de manera que no puedo explicar, tengo la sensación de que ese sueño no era del todo mío. Fue como si algo de aquello no me perteneciera, como si de pronto no hubiese sido más que una intrusa en medio de la imaginación de otra persona. ¿Lukas teniendo la habilidad de manipular el fuego con sus propias manos? Estoy cien por cien segura de que ese contenido no provino de mi cabeza.

—Quiero leche —dijo alguien en lo más recóndito de la oscuridad, haciendo que me sobresaltara del susto—. Sí, y galletas.

Tras ese último murmullo comprobé que tan solo se trataba de Lukas.

—Y también con mucha crema —añadió.

Hablaba dormido, igual que mamá. Dibujé una sonrisa en mi rostro y me dispuse a sentarme a su lado, segura de que escuchar más de sus frases incoherentes sería mucho más divertido que limitarme a descifrar todo aspecto de aquel ridículo sueño.

—Uno, dos —empezó a contar—. Y... ¿dónde está el tres?

Pregunta seria: ¿hablar dormido sería una característica particular del quinto niño, o sería algo que él y el verdadero Lukas tenían en común? Hasta el momento, carezco de una respuesta.

—Ah, allí está el tres.

No te acomplejes, querido diario, daré todo de mí para completar los desafíos y regresar la vida de Lukas a la normalidad. Todavía no sé con exactitud cuándo y cómo, pero confío en que el medallón tiene la capacidad de corregir este desastre. Mi desastre.

«Todo es culpa mía, ¿no es cierto?»

—Pastel no come flores —volvió a balbucear el chiquillo minutos más tarde, sacándome otra sonrisa.

Una parte de mí estaba convencida de que, si él jamás me hubiera visto desaparecer bajo el resplandor de ese tragaluz, tal vez... Agh, odio pensar en lo que pudo haber sido y en lo que no fue. ¡Supéralo ya, Yvonne! Lo único que lograrás con reprocharte este tipo de cosas será enojarte contigo misma. "No hagas lo que sabes que te hará sentir mal" es un consejo de mamá, y la verdad es que tiene mucha razón. ¿Para qué torturarme con mis propios pensamientos cuando podía centrarme en el presente y sencillamente pasar un buen rato?

—Oye, compañero, ¿sabías que jugar cartas con alguien como tú es de lo más divertido que he hecho en la vida? —admití entre susurros, aprovechando las circunstancias para decir todo aquello que siempre quise confesar frente a Lukas.

—Ya no hay nadie —me contestó él, todavía dormido.

—Sí, en parte, creo que es por eso —respondí—. Me gustaba estar contigo sin que hubiera nadie más allí.

Fingir que sosteníamos alguna especie de charla resultó ser mi único modo de entretenimiento. No malinterpretes mis palabras: que fuera el único no implicaba que no fuera realmente fantástico.

—¿Recuerdas cuando me pediste esconderme en el armario del estudio? No podía respirar porque te pusiste muy cerca de mí, y después salí casi corriendo porque me daba miedo pensar que, en realidad, sí me había gustado entrar allí contigo.

—Es que no puedo —masculló.

—¿No puedes entrar conmigo? ¿Por qué no?

Tuve que esperar unos segundos antes de que volviera a abrir la boca:

—Está cerrado.

—Bueno, entonces pídeles que te abran.

—Hay un dinosaurio.

—¿Un dinosaurio? —La conversación comenzaba a tornarse cada vez más disparatada, y con eso me refiero a que me costaba cada vez más esfuerzo contener la risa—. No te preocupes, yo te ayudo a capturarlo. Solo tienes que decírmelo, ¿eh?

Después de eso, ya no contestó. Así que fue mi turno de improvisar:

—Oye, ¿podrías resolverme una duda más? —Sabía que no había forma de que respondiera con la verdad, pero mi necesidad por preguntárselo, incluso sabiendo que esta versión suya no contaba con dicha información, fue lo que me llevó a pronunciarlo en voz alta—: ¿Qué pasó por tu cabeza cuando descubriste el secreto de mi familia?

—Fresas.

—Vaya... —suspiré—. ¿Fresas? Nunca lo hubiera imaginado.

No me hice consciente del paso del tiempo y tengo la sospecha de que lo miré por casi media hora... Tal vez un poco menos, aunque de no ser por los primeros rayos del sol, no sé por cuántos minutos más hubiera estado dispuesta a permanecer en el mismo sitio. Digamos que, al final, me vi obligada a retroceder porque la luz no tardó en provocar ese efecto que tanto odiaba sobre mi piel.

Haber cambiado de posición también bastó para que el sol se reflejara contra el rostro de Lukas. Aquel resplandor debió incomodarlo lo suficiente para hacerlo despertar. Lo vi frotarse los ojos con cierta lentitud, tomándose un momento para estirar los brazos antes de que su vista se posara sobre mí. Al principio me dedicó un ceño fruncido, pero en cuanto cayó en cuenta de que no se encontraba en casa, fue cuestión de tiempo para que un grito extremadamente agudo inundara el resto del espacio.

—¡Mamá! ¡Mamá! Mamá! —exclamó a todo pulmón—. ¡Mamá!

—Oye, oye, tranquilo. —Iba a colocarme frente a él, al menos iba a hacerlo hasta que recordé que acercarme unos pasos no haría más que aterrorizarlo. Que me viera desaparecer bajo la luz del sol sería muy poco prudente de mi parte—. Estás seguro estando aquí, ¿de acuerdo?

Se quitó las cobijas de encima y, sin haber dejado de gritar, se levantó a toda prisa para salir corriendo en dirección a la salida. Por suerte, fui capaz de detenerlo justo antes de que alcanzara al final de la cueva.

—¡Quiero a mi mamá! —Forcejeó ante mi agarre, enfocando la vista en los árboles del exterior—. ¿Dónde estoy?

—Tienes que escucharme, Lukas.

—¿Dónde está mi mamá?

—Ella me pidió que te cuidara, ¿entiendes? La llamaron del trabajo. —Por fortuna, conocía algunos datos sobre Ulrika que acabarían convirtiéndose en mi único recurso cuando de improvisar se trataba—. Se irá de viaje durante algunos días y pensó que sería importante que no te quedaras solo.

Su llanto se detuvo al instante, aunque su respiración agitada fue todavía más evidente que antes.

—¿Otra vez se fue? —farfulló.

Solo tenía cinco años, ¿no? Tampoco sería tan difícil continuar inventando los detalles de aquella historia para hacer que confiara en mí. De cualquier forma, explicarle que no volvería a ver a su madre me parecía mucho más cruel que el solo hecho de llevarlo a creer en mi mentira.

—Sí, otra vez... —me resigné a engañarlo—. La necesitaban en el trabajo, ¿sabes? No sé en cuánto tiempo volverá, pero me ha dicho que debes ser valiente mientras ella no está.

—Ya no quiero ser valiente —lloriqueó con cierto hartazgo.

—Lo entiendo, pero...

—¡Yo quiero a mi mamá! —Me miró con una expresión de tanta angustia que el corazón casi se me hace añicos—. ¡Quiero a mi mamá, quiero a mi mamá!

—No te preocupes, compañero, estoy segura de que solamente será por un tiempo.

Esa parte era verdad: tan solo había que intercambiarlo por el siguiente Lukas.

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