Capítulo 6: 16 de diciembre de 2003
Era la primera vez que visitaba la estación central de Frankfurt desde hacía años y la última que estaba dispuesta a salir de la ciudad con tal de resolver un desafío. En esta ocasión, no dejaría que el azar tuviera el afán de salirse con la suya. Había preparado un equipaje con provisiones para el viaje; llevaba conmigo el dinero, las enormes chaquetas para invierno, las botas de nieve y un botiquín medicinal de variedad prudente. Además, había permitido que Lukas llenara los bolsillos de mi mochila con empaques de Toffifee, aunque solo porque mantenerlo distraído con el azúcar me parecía una mejor opción que simplemente lidiar con sus episodios de llanto.
—Oye, niña —ese llamado repentino me regresó de golpe a la realidad—, ¿tú cómo te llamas?
Me giré hacia Lukas con tal sorpresa que casi tropiezo con una roca.
Sí, el día de ayer habíamos intercambiado algunas frases, habíamos caminado juntos hacia el granero y, gracias a aquel incidente con los rayos del sol, puedo decir que por lo menos había logrado hacer que confiara en mí. Sin embargo, nada de eso pareció suficiente para que aceptara dirigirme cualquier otra palabra. Ha estado tan molesto desde lo ocurrido con sus padres que ni siquiera creí que decirle mi nombre fuera de gran utilidad.
—Yvonne —respondí.
—¿Yvonne? —El cuarto Lukas sí sabía pronunciar la v.
—¿No lo habías escuchado antes o qué? —cuestioné su intriga.
—No.
—Pues a mí me parece que es un nombre muy común —agregué a modo de explicación, mas no lució muy interesado por la respuesta.
Su atención estaba puesta en la nieve que caía del cielo. Lo vi alzar la cabeza y, aun cuando la bufanda le cubría más de media cara, tenía la certeza de que en su rostro había una sonrisa entre tanto contemplaba aquella lluvia de copos caer sobre la tela de sus guantes. Ser testigo de tan valioso instante me dio un motivo más para creer que las circunstancias no siempre son tan catastróficas como uno podría llegar a considerarlas. Su felicidad momentánea me contagió a tal grado que ni siquiera vacilé antes de tomarlo de la mano y encaminarlo con seguridad hacia la entrada del tren subterráneo.
La estación estaba repleta de personas. Gente yendo y viniendo en todas direcciones, altavoces anunciando el movimiento de los rieles e interminables filas ocupando la explanada central. No solo era complicado hallar el andén correcto, sino que resultaba imposible localizar la taquilla de billetes y, todavía más, encontrar un espacio para aguardar por el tren indicado.
—Me quiero ir —intervino Lukas casi al instante—, no me gusta aquí.
—Tranquilo —le contesté—, solo son personas.
—No, no, no... —Negó varias veces con la cabeza—. Me quiero ir.
Lancé un suspiro al aire antes de detener mi marcha junto a los muros de una cafetería.
—No será por mucho tiempo —traté de hacerlo razonar—, solo debemos cruzar por el...
—¡No me gusta! —me interrumpió a gritos.
—Lo sé, pero no hay otra forma de tomar el tren.
—¿Por qué vamos a visitar un tren?
—No vamos a visitarlo, vamos a... —¿Acaso existía una manera más simple de explicárselo?—. Lo que intento decir es que es importante salir de la ciudad, ¿comprendes?
—¿Por qué? —insistió.
—Ya verás cuando estemos ahí.
Lo jalé del brazo para incitarlo a continuar avanzando, pero él se resistió a mi agarre como si en serio se tratara del peor de los castigos.
—Vamos, Lukas —le supliqué—, ¡por favor!
—¡No quiero ir!
El niño se llevó las manos a los oídos en cuanto el ruido de los altavoces resonó alrededor de la estación. Distinguir el miedo en sus ojos me pareció un detalle insoportable, pues lo último que deseaba era saber que mis insistencias no hacían más que lastimarlo.
—Muy bien, haremos una cosa, ¿de acuerdo? —Me puse en cuclillas frente a él mientras me concedía un momento para abrir la cremallera de mi mochila—. Te doy el permiso de que comas un empaque de Toffifee a cambio de que subas al tren conmigo.
—¿Todo completo? —preguntó con la ilusión reflejada en el rostro.
—Cada caramelo.
Soltó un chillido de alegría justo antes de disponerse a seleccionar una de las cajitas doradas que llevaba escondidas dentro de mi mochila.
Nota de tu fiel narradora: interpretar las emociones de Lukas me parece un rompecabezas cada vez más sencillo de armar. Me refiero a sus gestos, acciones y preferencias. Ahora me resulta fácil predecir qué clase de circunstancias le pondrán incómodo, incluso desde antes de que las quejas comiencen a tornarse en una situación exagerada. No tengo idea de qué ocurrió conmigo, al menos no con exactitud. Jamás creí posible que alguien como yo (alguien tan poco familiarizada con el mundo exterior) tuviera lo necesario para entender a un humano y aprender a lidiar con cada detalle de su distintiva personalidad.
«En definitiva, saber todo esto desde un principio hubiese facilitado mis días dentro de esa mansión»
No me costó mucho esfuerzo deducir que mantenerlo aislado del ruido sería el único modo de abordar el tren sin que su llanto interviniera en el asunto. Por eso extraje de mi mochila unas orejeras de invierno, asegurándome de cubrirle los oídos antes de volver a colocarle el gorro sobre la cabeza. Bloquear el estruendo y permitir que su atención se centrara únicamente en el empaque de caramelos me pareció la mejor alternativa.
Luego sujeté al niño de la chaqueta y, tomando una bocanada de aire, avancé hacia el corredor central. Lukas no dijo nada; se limitó a dejarse guiar por mi marcha mientras prestaba todo su interés a la caja de Toffifee que llevaba entre manos.
—Lo siento —me disculpé con un sujeto cuyos zapatos pisé por accidente.
Una vez alcanzamos el otro lado de la estación, fue más fácil ubicar las máquinas de autoventa y, finalmente, obtener un puesto dentro de la fila.
«Solo necesito dos boletos»
Los segundos pasaban tan lento y la gente tardaba tanto tiempo en imprimir sus boletos que casi podía asegurar que la distancia entre nosotros y la taquilla aumentaba instante tras instante. Nunca he sido muy paciente, pero en esta ocasión, la espera se volvió tan agobiante que en serio terminó por hacer de mí un manojo de nervios. Repetirme que no dispondría del tiempo suficiente para completar el desafío me llevó a imaginar todo tipo de angustiantes posibilidades. Estaba tan estresada que, incluso, recuerdo haberme preocupado por el par de muchachos que aguardaban detrás de nosotros, dos hombres de ropajes extravagantes que mantenían sus miradas sospechosamente sobre Lukas. Tampoco suelo ser paranoica, pero no voy a mentirte diciendo que no entré en pánico con la sola idea de que ambos chicos fueran en realidad magos encubiertos. Tuve tanto miedo que casi paso por alto el puesto vacío al frente de la taquilla.
—Es nuestro turno, Lukas.
Centré la vista en la pantalla: necesitaba un tren cuya ruta de paso terminara justo en la estación de Kronberg.
—Parte a las 8.15, línea S4... —leí en voz alta—. Perfecto.
Imprimí los boletos con rapidez, asegurándome de empujar un poco a mi compañero con tal de alejarlo de aquellos hombres que aún esperaban en la fila.
«Solo por si acaso»
Me permití respirar con alivio una vez encaminamos nuestra marcha en dirección a los asientos más cercanos.
—Estaremos aquí unos minutos, el tren llegará pronto al andén. —El empaque azucarado que todavía acaparaba la atención del niño hizo que ignorara de plano dicha explicación—. No importa si no me escuchas, de cualquier forma, prefiero que sigas comiendo esos caramelos.
Creí que me habría librado de aquel par de muchachos hasta que los vi unirse a la misma plataforma, depositando sus valijas en el suelo al tiempo que tomaban asiento a pocos pasos de nosotros... Tal vez me precipité un poco al asumir que eran en realidad un peligroso dúo de magos. Es decir, tan solo tenía que mirar los estampados decorativos en sus valijas para deducir que no se trataban de algo más que de un simple par de turistas.
«Exageraste las cosas, Yvonne. Igual que siempre»
—Estaremos a salvo —le susurré a Lukas, más para mí misma que para él—. Podemos relajarnos un poco, ya verás que...
—Ya no hay dulces —me interrumpió de súbito, mostrándome el interior del empaque para dejar en claro que había quedado vacío—. ¡Ya no hay!
—No hay motivo para angustiarse —minimicé—. Tengo más en la mochila.
—Pero están cerrados.
—Esa es la mejor parte, Lukas, que pueden ser abiertos en cualquier otro momento que no sea justo ahora.
A juzgar por la manera en que me miró, puedo decir que no estuvo muy conforme con esa respuesta.
«No llores, por favor»
Estuve segura de que su silencio no tardaría en convertirse en alguna clase de rabieta. Al contrario de lo que esperaba, con sorpresa puedo decir que aquello nunca sucedió. No por causa de una repentina mejora en su comportamiento, sino porque el tren se detuvo frente a nosotros en aquel mismo instante.
—Por fin. —Me levanté con rapidez para evitar que el niño tuviera la oportunidad de protestar, apresurándome a tomarlo de la mano.
Avanzar unos pasos bastó para que volviera a resistirse a mi marcha y prefiriera tumbarse de rodillas sobre el piso de la estación.
«Cielos, ¡no otra vez!»
—Vamos, Lukas, tenemos que subir al tren.
—No me gustan los trenes —refunfuñó con molestia mientras apretaba la boca y fruncía el entrecejo—. Hacen mucho ruido, tienen muchas personas así porque están llenos, ¡mucho ruido, Yvonne! Se siente mal y están feos.
—Eso es porque nunca te has subido a uno.
Tuve que apresarlo por el abdomen para tratar de ponerlo de pie.
—Anda, vamos —le insistí.
—¡No! —lloriqueó—. ¡Trenes no, trenes no!
—Te prometo que será divertido...
—¡No! ¡Yvonne, no! —Hizo un intento por empujarme en cuanto me sintió sujetarlo con mayor fuerza—. ¡No me gusta!
—¿Quisieras dejar de golpearme?
—¡Trenes no!
Se quejó con ganas, aunque fue después de varios intentos que como mínimo encontré la manera de levantarlo del piso.
No voy a decir que hacerme cargo de Lukas no sea un asunto complejo. No obstante, querido diario, el simple hecho de estar con él (sin importar las circunstancias) me hace sentir que tengo la fortuna de disfrutar de algo especial. No quiero ser pesimista, pero la verdad es que, a estas alturas, cada día que transcurre podría convertirse en mi última oportunidad de pasar un momento a su lado... ¿Entiendes lo que digo? ¿O soy solo yo la que está dramatizando todo, como si en serio se tratara de una película nostálgica? No te preocupes si tu respuesta es un sí para ambas preguntas, pues lo cierto es que no encontraría el modo de contradecirte.
—Vamos —le hablé al oído—, hay que ser valientes, ¿sabes?
El chiquillo me dedicó una mueca de aflicción.
—No está mal sentir miedo, Lukas, pero lo importante es que intentes subir al tren.
El error no está en tener miedo, sino en dejar que te paralice. Mamá siempre lo decía, y aunque no creía que él lo hubiese captado del todo, por suerte fue suficiente para hacer que recuperara la calma. En parte, tal vez por el modo tan suave en que pronuncié las palabras.
—Yo te voy a ayudar —le prometí—, y, además, ganarás muchos dulces a cambio. —Asintió en respuesta, no sin haber dejado de fruncir el entrecejo—. Anda, ven conmigo.
Con orgullo, puedo anunciar que Lukas ya no se resistió a mi agarre después de eso. Permaneció en silencio cuando lo guié hacia la parte frontal de la plataforma y tampoco dijo nada cuando nos unimos a la fila para comenzar el abordaje. Se comportó como nunca antes lo había hecho. Dio todo de sí para cumplir con mi petición y, a pesar del modo en que vacilaba tras cada paso al andar, se dispuso a subir al tren aún sin comprender lo importante que eso era para mí. Fue toda una ternura.
—Yvonne, Lukas no puede —me dijo entre balbuceos al llegar al frente de la línea, como si el espacio vacío entre la plataforma y el primer peldaño fuera lo suficientemente amplio para sentir que cruzarlo sería arriesgado.
Lo ayudé a alcanzar la entrada con una sonrisa en el rostro, levantándolo un poco para que pudiera colocar los pies dentro del vagón. Una vez logró su cometido, fue mi turno de alargar la zancada y subir al tren. Recorriendo el pasillo central, localicé el compartimento vacío que solía caracterizar al primero de los vagones y dejé que el niño escogiera su asiento al tiempo que yo me limitaba a colocar la mochila sobre la parrilla superior.
—Puedes tomarte tu jugo de manzana —le sugerí, asegurándome de cerrar las puertas de cristal tras de mí—. O tal vez prefieras guardarlo, como sea, no estaremos aquí durante mucho tiempo.
Él se mantuvo en silencio antes de pegar el rostro contra el vidrio de la ventanilla.
«Bien, no voy a obligarte a hablar si no quieres hacerlo»
No pondría en riesgo el gran avance comunicativo que ya habíamos establecido, por eso me resigné a dejarme caer sobre el asiento contiguo, concediéndome un momento para estirar las piernas y relajar los músculos.
—Lo que hiciste fue muy valiente, Lukas —le enfaticé—. Estoy orgullosa de ti.
Eso último lo llevó a girar la cabeza hacia mí. Evitó encontrarse con mis ojos a toda costa, aunque saber que estaba atento a mis palabras me bastó para sentirme satisfecha.
Pausa, querido diario.
Ha llegado el momento de confesarte algo: lo que pasó después fue una gran imprudencia mía. Por favor abstente de pensar mal de mí, ¿de acuerdo? Perder a Lukas de vista nunca estuvo dentro de mis planes. Me permití recargar la cabeza contra el respaldo del asiento solo porque quería saber cómo se sentiría tomar un breve descanso, pero jamás creí que fuera a quedarme dormida. ¡Agh, qué vergüenza!
—No puedo creerlo —me reproché a mí misma en cuanto abrí los ojos—, ¿en serio me quedé dormida?
Esa pregunta era para Lukas, mas haberle echado un vistazo al otro lado del asiento fue suficiente para notar que mi compañero no se encontraba dentro del compartimento.
En eso, mi incredulidad adquirió tintes de terror.
Levantarme de manera súbita me provocó un fuerte dolor de cabeza, aunque a medida que los segundos transcurrieron, ese detalle se convirtió en el más insignificante de mis problemas.
—¿Lukas? —Asomé el rostro hacia el pasillo, pero estaba tan oscuro que no pude percibir nada—. ¿Pequeño compañero?
Nada.
Digamos que no tuve otra opción además de abalanzarme hacia la penumbra del corredor. Sin pensarlo dos veces, recorrí el pasillo a toda prisa mientras hacía lo posible por revisar cada una de las butacas.
—¡Era lo único que tenías que cuidar, Yvonne! —me reprendí en voz alta a la par que reparaba en que cada hilera se encontraba vacía. Sin rastro alguno de los demás pasajeros.
Sospechoso, ¿no es así?
Al alcanzar el primero de los vagones comprobé que el tren había quedado completamente desierto. No pude más que llevarme las manos a la cabeza y percatarme de la gravedad del error, pues ¿qué clase de "guardiana del medallón" era yo si en serio acababa de perder de vista a mi único motivo para permanecer atrapada en esta realidad? Desconocía el paradero del niño, estaba sola y me encontraba tan desorientada que, sin más remedio, me obligué a permanecer inmóvil justo frente a la puerta de abordaje. Una trampa, estaba segura de ello. Me había subido al tren sin tener idea de que mis pasos conducían a una trampa. Era consciente de las equivocaciones, me había descuidado por entero y era culpa mía que el quinto desafío estuviera condenado a fallar.
«¡Esto no puede estar peor!»
Salí del tren con dificultades para respirar. En la estación había pocas personas, aunque las suficientes para caer en cuenta de lo difícil que sería volver a toparme con el pequeño Lukas. Avancé unos pasos hacia la explanada central, solo porque no tenía muy claro qué debía hacer a continuación.
Entonces, sin previo aviso, vi a mi compañero pasar corriendo frente a mí. Me llevé un gran susto, sí, pero no fue tal detalle lo que me dejó congelada en el sitio, sino el hecho de que su apariencia no coincidiera ni por asomo con la de un niño de cuatro años. Sabes a lo que me refiero, ¿no? Así es, querido diario: se trataba del verdadero Lukas, aquel con quien había convivido semanas enteras bajo los techos de la mansión; el mismo que había conversado conmigo, que me había hecho reír, que me había confundido con su extraña forma de ser y que había terminado por convertirse en el más importante de mis amigos... Corrección: en alguien todavía más importante que un amigo.
No corría solo. Dos hombres, los mismos de los que había desconfiado en la estación de Frankfurt, habían iniciado una persecución en su contra. ¿Que no eran más que simples turistas? Bah, ¡cuánta ingenuidad! Mis sospechas resultaron ser todas ciertas: aquel par de muchachos cargaba con varitas sin siquiera mostrar preocupación por el anonimato de su especie.
Las piernas no me respondieron a pesar de haberles ordenado que se movieran, mis brazos estaban paralizados y los rápidos latidos de mi corazón no hicieron más que opacar mis pensamientos. Todo sucedía frente a mí y no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Mis ojos revolotearon en todas direcciones en busca de ayuda, mas nadie parecía percatarse de lo que ocurría. Volví a posar la vista sobre Lukas: aquellos sujetos acababan de acorralarlo, y estaba convencida de que "pedirle que se rindiera" no era precisamente lo que trataban de conseguir.
«Vamos, Yvonne, ¡haz algo!»
Sabía que era el fin. Formaron un círculo alrededor de él y apuntaron con las varitas en su dirección. Pude sentir el terror recorriendo cada parte de mi espalda, una sensación tan amenazante que estuve a punto de cerrar los ojos y obligarme a apartar la mirada.
Hasta que algo sumamente loco ocurrió.
De manera inesperada, vi a Lukas estirar una mano hacia aquellos hombres, tocándolos de ambos antebrazos para hacer que comenzaran a arder en llamas. El fuego fue tan abrasador que quedé boquiabierta.
Luego avanzó hacia mí con seguridad, agitando los brazos para apagar las llamas que habían quedado suspendidas sobre las palmas de sus manos. Un único pensamiento repitiéndose en mi cabeza como una especie de disco atascado: "¿qué rayos está sucediendo aquí?"
—Yvonne, te estoy ayudando —me dijo mientras se posaba junto a mí—, me aseguraré de que nada salga mal porque voy a cuidarlos a ambos. —Lo miré de pies a cabeza, pero estaba tan aturdida que no pude articular palabra—. ¿Yvonne? ¿Me estás escuchando?
Abrí los ojos de golpe, tan asustada que solo pude levantarme del asiento y sentirme inundada por mi agitada respiración. La luz de las lámparas me cegó la vista durante algunos segundos hasta que pude distinguir el interior de lo que parecía ser el compartimento de un tren.
—¿Yvonne? —La voz de Lukas volvió a sobresaltarme del susto, pero girar la cabeza hacia él fue suficiente para comprobar que, en esta ocasión, tan solo se trataba de un inocente chiquillo de cuatro años—. Un señor quiere hablar.
—¿Qué está pasando? —le pregunté—. ¿Qué señor?
—Disculpe, jovencita —me llamó un muchacho desde la puerta, un joven que vestía con el típico uniforme de un miembro del servicio de transportes—. Lamento mucho tener que molestarla, pero este es el final de la ruta y haremos una pausa de mantenimiento. Ambos tienen que bajar ahora.
Por supuesto, el tren había alcanzado la última estación y pronto comenzaría su retorno en la dirección opuesta, lo cual implicaba, por añadidura, que aquella "persecución de magos" no había sido más que un sueño... Un sueño bastante extraño, cabe recalcar.
«Vaya alivio»
Tuve que parpadear varias veces para deshacerme de la pesadez en los párpados.
—Claro, l-lo siento mucho —titubeé—. Nos iremos ahora.
Me apresuré a bajar mi mochila de la parrilla superior, empujando a Lukas hacia la puerta para dejarle en claro a aquel muchacho que lo último que buscaba era verme envuelta en alguna clase de problema. Me limité a guiar al niño a través del pasillo, avanzando a toda prisa hasta toparnos con el primero de los accesos de salida.
Al bajar del tren, una oleada de aire limpio inundó mis pulmones y una sensación de bienestar se apoderó de mí. Así era Kronberg: mágico, tranquilo y misterioso. El encanto de este pueblo era la razón por la que tantos turistas preferían pasar sus días de descanso en alguno de sus hoteles. Este lugar tenía el poder de apartarte del mundo, de inundar tu mente con fantasías y de impulsarte a dejar en el olvido lo que muchos llamarían "cotidianidad". Y es un hecho que tal embrujo le agradaría a cualquiera.
Estaba nevando para cuando salimos de la estación y, aunque el frío era espantoso, ver los pastizales cubiertos de nieve hizo que toda esa helada valiera la pena. Era un paisaje hermoso. Además, estar ahí me trajo tan buenos recuerdos que fue como si de pronto me encontrara en casa. Los caminos empedrados, las fuentes decorativas, los muros de piedra, los enormes pinos, las clásicas construcciones alemanas...
«Cómo me gustaría poder estar aquí con mi familia una vez más»
—Oye, Yvonne, tengo hambre.
Mi mirada se posó sobre Lukas. Quizá él no formaba parte de mi familia, pero resultaba curioso admitir que pasear a su lado me evocaba una sensación similar.
—Acabas de comer un paquete entero de Toffifee —le recordé.
Él agachó la cabeza.
—¿Qué te parece si esperas un momento más? —No lució muy conforme con tal restricción—. No quiero que después te duela el estómago.
—Pero tengo hambre —refunfuñó en voz baja.
—Caminemos un rato, ¿sí? Ya luego podrás abrir otra caja.
No lo dejé protestar. Lo tomé de la mano y me dispuse a seguir con avanzando por las banquetas solitarias, preguntándome cómo rayos haría para dar con la ubicación del quinto Lukas. Tendría que buscar a alguien arrogante, soltera y suertuda, pero ¿cómo saber cuál de todas las mujeres en Kronberg empataría con tal descripción? Una no puede andar por allí preguntando a los pobladores por una chica arrogante, es decir, no solo sería impertinente, sino también algo grosero.
—¡Mira! —exclamó el chiquillo—. ¡Pasteles!
—¿Qué?
—Allí, Yvonne, ¡mira!
Lukas saltó de alegría al tiempo que me señalaba la fachada de una pequeña cafetería. Apenas había girado la cabeza cuando el niño ya se había soltado de mi agarre, corriendo a toda prisa en dirección a las puertas de aquel establecimiento.
«¡Lo que faltaba!»
—No, Lukas, ¡espera!
Estaba molesta para cuando me vi obligada a correr tras él, siguiéndolo hasta la entrada de lo que parecía ser un restaurante de comida francesa. Era un sitio acogedor, un local de apariencia moderna que exhibía una enorme cantidad de postres sobre las vitrinas del mostrador. No hace falta especificar contra qué parte del cristal fue que mi adorable compañero terminó pegando la cara, ¿o sí?
—¡Por todos los cielos, Lukas! —le reclamé al cruzar por la puerta—. ¡No vuelvas a hacer eso!
—Mira —se excusaba él, señalando con emoción el montón de postres del otro lado del vidrio—. ¡Mira, Yvonne!
—Lo que hiciste estuvo muy mal, ¿me oyes? —me aseguré dejarle en claro.
—Quiero uno —sentenció, ignorando por completo mis reprimendas.
—Ah, no, ¡eso sí que no! —Me crucé de brazos—. Es inaceptable que solo por unos dulces te escapes sin mi autorización.
Tuve que jalarlo de la chaqueta para llevarlo conmigo hasta la salida, aunque lo único que conseguí a cambio fue que estallara en un llanto espantoso.
—¡Quiero uno! —exigía.
—No voy a comprarte nada —me mantuve firme.
—¡Yvonne!
—No es no, ¿comprendes?
Eso último empeoró el volumen de sus gritos. Y no solo eso, sino que también lo llevó a tirarse de rodillas sobre la superficie del piso.
—¡Oh, vamos! —me quejé—. No hagas eso.
—¡Yo quiero uno! ¡Quiero, quiero, quiero!
—Ya basta.
—¡Yvonne es mala! —Me apuntó con el dedo—. ¡No hay dulces porque en la tienda dice que no, no hay dulces sin azúcar y en la tienda tampoco hay azúcar!
—Por todos los cielos, Lukas, no empieces con esas frases raras que...
—¿Todo está bien, linda? —intervino una nueva voz.
Alcé la vista para encontrarme con una mujer de aspecto gentil, alguien de ropaje sencillo que acababa de posarse a un costado de nosotros.
—Claro, es solo que... —solté una risa nerviosa—. Usted sabe cómo son los niños, ¿no? A veces pueden ser algo exigentes.
Había dos errores en aquella improvisación. Antes que nada, estaba segura de que algo no se trataba de la descripción correcta y, en segundo lugar, no creía que todos los niños estuvieran inclinados a reaccionar de ese modo.
La mujer me dedicó una sonrisa antes de volver al otro lado del mostrador. Solo así caí en cuenta de que se trataba de la encargada del establecimiento.
—No te preocupes, linda, tengo algo que puede ayudarte —agregó con amabilidad, indicándome con una mano que aguardara unos instantes—. Ahora vuelvo.
Hice lo que me pidió, ignorando el llanto estridente de Lukas mientras esperaba pacientemente por su regreso.
Nota de tu narradora: Fue una fortuna que la cafetería se encontrara vacía a esas horas de la mañana porque, de otro modo, hubiera sido bastante vergonzoso que otros clientes se vieran obligados a soportar cada uno de sus quejidos.
La mujer volvió más tarde con una bolsita de fresas frescas entre sus manos, preparada para intervenir en lo que ella aseguraba poder solucionar.
—Oye, ¿por qué no le echas un vistazo a esto que tengo por aquí? —le dijo al niño, acuclillándose en el suelo para quedar frente a él—. Son tus favoritas, ¿o no, Lukas?
Sé lo que debes estar pensando, pues también quedé pasmada al escucharla pronunciar eso último. Que conociera el nombre del chiquillo, además de sus preferencias, resultaba tan extraño que, en realidad, no pude más que observarla con la boca abierta.
—Estoy segura de que quieres comer una de estas —ella inclinó la bolsa para que Lukas pudiera ver el interior, lo que pareció ser suficiente para que dejara de llorar—, pero solo voy a regalártela si prometes portarte bien —condicionó.
El niño asintió enseguida.
—¿Estás seguro? —volvió a preguntarle.
—Sí, sí —contestaba él.
—¡Eso! —La vi revolverle el cabello antes de que le ofreciera toda la bolsa como recompensa—. Te tomaré la palabra, entonces.
—¿Usted ya conocía a Lukas? —me apresuré a interrogarla, pues aclarar su familiaridad con mi compañero me pareció más importante que cualquier otra cosa.
—Claro —respondió con indiferencia—, Ulrika siempre pasa por aquí.
«¿Ulrika?»
—¿Se refiere a...?
—Ulrika —repitió—, la madre de Lukas.
La esperanza volvió a mí en un azote de fortuna. ¡Por supuesto! ¡Ella hablaba del quinto Lukas!
—Supongo que fue Ulrika quien te dejó a cargo de...
—¡Sí! Exacto —la interrumpí, viéndome obligada a pretender que mi ignorancia no había sido más que un error—. Ulrika, claro. Perdone mis distracciones.
—No hay por qué angustiarse, linda.
—Muchas gracias por las fresas, es que... —Hice ademán de señalar a Lukas—. La verdad, no tengo mucha experiencia con esto del cuidado parental.
La encargada se puso de pie al tiempo que le dirigía otra sonrisa al pequeño.
—Es un niño muy bueno, en serio —constató entre asentimientos de cabeza—. Al principio, puede ser algo difícil seguirle el paso, pero una vez que te acostumbras, te darás cuenta de que adaptarte a su ritmo no es tan complicado como lo parece.
«Eso comienza a quedarme cada vez más claro»
—Mejoraré con el tiempo —garanticé.
—Ya lo creo, linda, debe ser la razón por la que Ulrika decidió contratarte.
—¿Cómo dice?
—Me refiero a tu nuevo empleo —se encogió de hombros—, como niñera.
Parpadeé varias veces, desconcertada.
—Por eso estás aquí, ¿no? —trató de confirmar—. Ulrika lleva semanas buscando a alguien que pueda cuidar de Lukas, dijo que contrataría a una chica que tuviera disponibilidad de horario por las mañanas de...
—¡Sí! —intervine rápidamente—. ¡Justo eso! De hecho, yo soy su...
«¿Sobrina?»
—... sobrina lejana —mentí—. Ella me llamó porque necesitaba ayuda con mi... —bajar la vista fue suficiente para notar que Lukas casi acababa con la mitad de aquellas fresas— travieso y glotón primo.
—Oh, vaya, no sabía que Ulrika tuviera familia fuera de Kronberg.
—No solemos vernos mucho porque...
«Soltera, arrogante y suertuda. Recuérdalo»
—Usted ya sabe cómo es Ulrika, ¿no? —improvisé—. A veces es difícil hablar con alguien que no es tan cuidadosa con lo que... Bueno, creo que sabe a qué me refiero.
Hubo unos instantes de silencio. Cielos, ¡sí que estaba temblando de miedo! No recuerdo haber estado tan nerviosa desde que un grupo de magos inició una persecución en contra mía dentro de los pasillos lujosos de un hospital.
—Entiendo, linda. —Me permití volver a respirar en cuanto bajó la voz para responderme entre susurros—: Todos aquí pensamos lo mismo.
¡Gracias al cielo acerté! La simple idea de tener que hablar mal de una persona (sin siquiera conocerla) era ya demasiado terrible como para agregar "ser pillada en medio de una mentira" a la lista.
—Esa mujer es todo un dilema, no se puede ni hablar con ella sin que termine alardeando acerca de lo perfecta que es su vida —comenzó a charlar conmigo como si de su mejor amiga me tratase—. No entiendo cómo es que alguien tan engreída puede ser tan afortunada, o sea, ¿los sorteos de las ferias? Ella siempre gana algo. Y cuando su empresa cerró por falta de personal, una oferta mil veces mejor llegó a sus puertas en menos de una semana. ¡Y para colmo le cae un hijo del cielo! Dime, ¿qué clase de mujer encuentra un recién nacido en las calles de Frankfurt justo cuando planeaba iniciar un proceso de adopción?
—Tiene razón —apunté. El quinto desafío del medallón tenía, ahora, mucho más sentido que antes—. Mi tía siempre ha sido bastante suertuda.
«Y, el día de hoy, eso está por terminarse»
—Bah, ¡por supuesto! Ya quisiera yo que la vida fuera tan buena conmigo sin tener que dar nada a cambio —resopló—. Mira todo lo que ella ha conseguido aún con ese nivel de soberbia. ¡Es impresionante! Por eso la gente de por aquí nunca la ha mirado con buenos ojos, en especial después de que comprara esa cabaña tan costosa que a nadie...
—¿Acaba de comprar una cabaña? —la cuestioné al instante—. ¿Usted sabe en dónde vive?
—Oh, ¡desde luego! Solo tienes que ubicar la casa más grande del municipio —ironizó—. ¡Es casi una mansión en la ladera del castillo!
—¿El castillo de Kronberg?
—Justo a su costado... ¿No te ha invitado a pasar todavía?
—No, digo, es obvio que sí —vacilé con nerviosismo—. Es solo que... soy nueva aquí y no conozco mucho del lugar, así que...
—¿Necesitas ayuda para volver? —Juro que jamás me había sentido tan satisfecha con las circunstancias del momento—. No te preocupes, linda, llegaremos en un abrir y cerrar de ojos. —Se aproximó a la salida para tomar del perchero una gruesa chaqueta de nieve—. Nos aseguraremos de que esa mujer ni siquiera se dé cuenta de que salieron de casa.
—Cielos —suspiré con alivio—, en verdad se lo agradezco mucho.
Me apresuré a levantar a Lukas del suelo, no sin que él se hubiera quejado por el modo tan inesperado en que lo sujeté por ambos antebrazos.
—No es nada, linda —minimizó la encargada—. Lo que sea por mi mejor cliente.
—¿Lukas es su mejor cliente? —inquirí.
—Claro, Ulrika lo trae aquí casi todos los días.
«¿Por qué eso no me sorprende?»
—Vaya, eso es... —lo pensé por unos segundos— curiosamente predecible.
—Adora cada uno de mis postres —me explicó entre susurros antes de girarse una vez más hacia el niño—. ¿No es así, guapo? Soy la mejor repostera de Kronberg y eso tú lo sabes mejor que nadie. —Con una seña me indicó que cruzara la puerta—. No perdamos más tiempo. Será mejor que ambos estén ahí para cuando esa mujer vuelva del trabajo.
«Corrección: será mejor que no estemos ahí para cuando esa mujer vuelva del trabajo»
De modo que fue así como conseguí dar con el sitio que tanto necesitaba. Aquella amable repostera nos acompañó hasta la fachada de una cabaña de apariencia clásica e imponente, una residencia de umbrales amplios, múltiples pisos y cientos de ventanas, incluso tan grande como la antigua mansión de la familia Diederich... Bueno, quizás no tan grande.
Ni siquiera tuvimos que caminar durante más de cinco o seis minutos para alcanzar el pórtico de la entrada, y tampoco pude haber sentido tanta alegría como cuando la vi sacar la llave de detrás de uno de los arreglos florales.
—Ulrika siempre deja el repuesto en el mismo lugar —se excusó, encogiéndose de hombros—. Dijo que sería mejor que lo supiéramos algunos de sus vecinos, por si acaso.
—No sé qué habría hecho sin su ayuda —admití.
—Ni lo menciones. —Soltó un suspiro profundo—. No quiero que tengas ningún problema por esto, en especial porque es gracias a tu trabajo que el pobrecillo niño por fin tendrá algo de compañía durante las mañanas.
Cuando ella abrió la puerta para mí, fue como si hubiera visto la luz al final del túnel.
—Ten la confianza de buscarme si necesitas algo más, linda.
Se despidió con un asentimiento de cabeza y, todavía sonriendo, se dispuso a volver por el mismo camino de antes.
Resolver un desafío jamás había sido tan sencillo, y tal particularidad me tenía saltando de júbilo. Al final de todo, conseguí un acceso total a la única casa que estaba interesada en visitar. Sin vigilancia, sin obstáculos, sin problemas; completa libertad para buscar al quinto y continuar con mis planes sin ningún tipo de interrupción.
—No, no te quites los zapatos —le ordené a mi compañero al verlo tratar de deshacer sus agujetas.
—¿Por qué no? —dudó.
—No tardaremos mucho.
—Mi papá dice que los zapatos ensucian la alfombra.
—Eso lo sé, Lukas, pero no tenemos mucho tiempo.
Lo sujeté del brazo para asegurar que viniera tras de mí, paso a paso avanzando en silencio mientras me apresuraba a guiarlo a través de la sala. Crucé por la cocina sin detenerme a mirar más allá de las pilas de platos sucios y los restos de comida que habían quedado esparcidos sobre la mesa del comedor. Quizá podría tratarse de una mansión de espacios amplios y ambiente acogedor, aunque siendo honesta, el sitio estaba tan descuidado que cualquiera lo pensaría dos veces antes de poner un pie allí dentro. No estoy exagerando: las paredes estaban cubiertas de telarañas, los muebles lucían antiguos y manchados, el polvo abarcaba todas las superficies y los techos estaban repletos de moho... O algo parecido.
Tuve que obligarme a ignorar el mal olor para alcanzar el borde de las escaleras. Si el quinto Lukas no se hallaba en el primer piso, entonces debía encontrarse en algún lugar de la segunda planta.
—Vamos, tendremos que ir arriba —le susurré a mi compañero, sujetándolo por las muñecas para que le resultara más fácil subir por los peldaños.
La madera crujió bajo nuestras pisadas; sin embargo, avanzamos hasta el segundo piso todavía sin habernos topado con ninguna otra persona.
—Hola, ¿hay alguien por aquí? —Estaba claro que Ulrika había salido de casa, así que no tuve miedo de alzar la voz—: ¿Lukas?
—Aquí estoy.
Me volví hacia el chiquillo que aún se aferraba a mi mano con cierta cautela.
—No me refiero a ti, hablo de... Agh. —Lancé un resoplido al aire—. Estamos buscando a otro niño que también se llama Lukas.
—¿Se llama como yo?
—Sí, se llama igual que tú.
—Oh.
Tuve que obligarme a reprimir la risa antes de regresar la mirada hacia el pasillo. El segundo nivel no era tan amplio en comparación con el primero; por desgracia, sus muros estaban repletos de cientos de habitaciones y estancias diferentes.
—Tendremos que seguir buscando —sentencié.
Limitarnos a abrir puerta por puerta nos robó algo de tiempo, en especial porque cada uno de los cuartos estaba lleno de otro par de puertas más. Baños, recámaras para invitados, salas de descanso, despachos, armarios, estanterías y roperos; cada habitación tan vieja y descuidada como todas las demás.
Ya habíamos revisado la mayoría de los cuartos para cuando nos topamos con un dormitorio que desencajaba por completo con el resto de la casa: los muros pintados de azul, estampados de dinosaurios decorando las esquinas, una pila de libros ordenados según los colores de las portadas, cientos de carritos de plástico ocupando un espacio en la alfombra (algunos más grandes que otros, aunque todos organizados en hileras del mismo tamaño), osos de felpa perfectamente alineados sobre la encimera del guardarropas y un montón de dibujos a pintura pegados en la pared del fondo. No hacía falta ninguna otra prueba para saber que se trataba de la recámara de Lukas.
—¡Mira, Yvonne! —exclamó mi compañero con entusiasmo—. ¡Hay muchos ositos!
—¡Shhh! —Me llevé un dedo a la boca para indicarle que guardara silencio.
Pues había un último detalle del que él no se había percatado todavía: un pequeñito permanecía dormido sobre la cama del centro, el quinto Lukas envuelto en un montón de cobijas que cubrían también parte del esponjoso oso de peluche que aferraba entre manos. Alguien se había tomado la molestia de cerrar las persianas de la habitación, como si supiera de antemano que el niño aún estaría dormido a esas horas de la mañana.
—De acuerdo, ven conmigo —pronuncié en voz baja, tomándolo de la mano para evitar que tropezara con las hileras de juguetes.
Avanzamos juntos hasta la cabecera de la cama y, de la manera más silenciosa que pude, lo levanté lo suficientemente alto para que pudiera sentarse sobre las sábanas.
—Deja tu chaqueta aquí y recuéstate en la almohada —le exigí.
Siguiendo mis instrucciones, se despojó del abrigo y se colocó a un lado del quinto Lukas, no sin que yo le hubiera quitado también el resto de los accesorios para invierno. Una vez los dos estuvieron lo bastante cerca, me dispuse a rodear sus cabezas con la cadena hasta lograr que el medallón quedara colgando del cuello de ambos. No pasó mucho antes de que el resplandor rojizo se reflejara sobre mi rostro y la reliquia hiciera lo suyo. Segundos más tarde, el número cinco había aparecido en el centro del rubí, mi antiguo compañero había sido reemplazado por un nuevo Lukas y mi curiosidad por descubrir lo que implicaría cuidar de otra de sus versiones me tenía más que intrigada.
«Y ahora, a salir de aquí»
El reto se convirtió, entonces, en encontrar la mejor manera de sacarlo de la cama sin despertarlo. Mantenerlo dormido era la única forma de abandonar Kronberg sin levantar ninguna clase de sospecha, de lo contrario, armaría todo un escándalo con el simple hecho de toparse con una desconocida... Al menos era eso lo que imaginaba. Me limité a liberarlo de aquel enredo de cobijas para colocarle la ropa de invierno que el Lukas anterior había dejado en mis manos: chaqueta térmica, suéter, gorro, bufanda y guantes. Lo cubrí por completo antes de rodearlo por la espalda y llevármelo a los brazos.
Nota aclaratoria: cargar con Lukas desde su dormitorio hasta la estación de trenes fue una de las partes más difíciles de mi día. Aceptemos que, ya con cinco años y con toda esa ropa encima, el niño estaba tan pesado que todavía me duelen los brazos cada vez que intento moverlos. ¡Y aparte de todo llevaba también mi mochila sobre los hombros!
Las cosas salieron mejor de lo planeado para cuando me dispuse a recorrer las calles nevadas de Kronberg. No me molesté en silenciar mi salida y tampoco me tomé el tiempo para cerrar la puerta de aquella mansión. En su lugar, me aseguré de guiar mis pasos en la dirección correcta mientras rogaba por que ningún otro residente tuviera la ocurrencia de reconocer a Lukas. Por fortuna, conseguí llegar a la estación sin inconvenientes ni sorpresas, aunque eso no impidió que los pensamientos angustiosos se apoderaran de mis nervios. Vamos, es que robar a un niño y esperar que nadie se percatara de ello era ya una situación por extremo riesgosa, ni qué decir de la posibilidad de ser interceptada por algún oficial de policía y verme en la penosa obligación de pasar un par de años en el reformatorio para menores.
Todavía sentía el corazón en la garganta al sacar los boletos de mi bolsillo, casi se me escapa el aliento cuando tuve que esperar unos minutos en el andén de abordaje e, incluso, puedo jurar que las piernas me temblaron en cuanto subí al tren que prometía separarme del resto del lugar. No fue hasta que me dejé caer a las orillas de un asiento que, finalmente, me permití tomar una bocanada de aire al tiempo que posaba la mirada sobre el pequeñín que ahora dormía entre mis brazos.
«Cielos, Lukas, sí que tienes el sueño muy pesado»
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*Kronberg, Alemania
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