Capítulo 21: 29 de septiembre de 2004
Parte II
Está claro que hay muchas cosas que todavía ignoras. Algunas de ellas seguro ya te habrán pasado por la cabeza, tal vez porque, de algún modo u otro, todo parecía indicar que en algún momento sucederían. Sin embargo, hay otras que en verdad dudo que hayas tenido la capacidad de intuir, esperar o, incluso, de imaginar. Asimilar el cambio de circunstancias no fue sencillo ni siquiera para mí, en especial después de haber notado que doce desafíos no bastarían ni de chiste para solucionar aquello que desde un inicio traté de evitar.
Lo cierto fue que haber confesado mis errores frente a la única persona que siempre tuve miedo de decepcionar fue liberador, en parte porque ni siquiera tuve que hacer un esfuerzo para que él aceptara creer en cada una de mis palabras. No cualquiera se atrevería a seguir caminando junto a quien estuvo a punto de arruinarle la vida, mas lo curioso del asunto fue que Lukas pareció estar dispuesto a confiar ciegamente en mí, incluso después de todo lo ocurrido. Dejando de lado sus motivos, estaba tan agradecida con él que, mientras nos limitábamos a recorrer las orillas del río Main, no podía dejar de pensar en cuál sería el mejor modo de compensárselo. Postres, libros o fresas... Me parecían poca cosa comparado con el sentimiento que tenía toda la intención de transmitirle.
Tal vez mi compañero no tuvo inconvenientes para aceptar mi versión de la historia, pero eso no cancelaba el hecho de que continuara luciendo como un chico totalmente desorientado. A juzgar por la forma en que fruncía la boca, casi podía apostar que se hallaba mucho más confundido de lo que yo lo había hecho sentir con mis disparates hacía menos de unos minutos.
—Oye, Lukas... —intervine con cierto nerviosismo—. Estás todo en orden, ¿verdad?
Mantuvo la vista clavada en el pavimento.
—¿Lukas? —insistí, sujetándolo de la mano con más fuerza para asegurarme de llamar su atención—. ¿Está todo en orden?
—¿Está todo en orden? —dudó, girando el rostro hacia mí—. ¿Orden cronológico, alfabético o por tamaño?
—Me refiero a que si está todo bien —especifiqué para él, obligándome a reprimir la risa.
—Ah, eso —suspiró—. Es solo que... me parece que es mucha información para una simple tarde de miércoles.
«Vaya que sí»
—Puedes preguntarme lo que sea —le ofrecí mi ayuda de inmediato—. No te angusties por llevarme la contra y tan solo dime por qué estás preocupado.
—Estoy preocupado porque... —clavó la mirada en el símbolo que le marcaba la muñeca— dijiste que esto era un rastreador.
—Uno que no funciona cuando estás cerca del medallón.
—Sí, pero... —Se perdió un momento en sus pensamientos—. Si las personas que hacía un año entraron en mi casa estaban buscándome a mí, no crees que todavía estén tratando de encontrarme, ¿o sí?
—El medallón se aseguró de que las SS nunca supieran de tu identidad, así que no creo que le otorguen importancia a un viejo reporte de información confidencial.
Pausa. Trataré de explicarte el asunto con mayor detalle:
Al parecer, parte de los cambios que la reliquia había hecho a la cronología original consistieron en evitar la intromisión de las SS y, por supuesto, borrar todo rastro de mi estúpido plan como "ladrona de bebés". En resumen, la nueva cronología había quedado reparada de la siguiente manera: las SS nunca descubrieron que el usuario del computador se trataba de mi compañero, yo jamás me encontré con aquel grupo de guardias dentro de la mansión y nadie nunca fue capturado durante aquella mañana de 29 de septiembre. ¿Lo tienes más claro ahora? Era por eso que estar en su habitación era la última memoria que Lukas creía recordar, pues el medallón lo había apartado de aquel sitio justo antes de que las cosas se convirtieran en el completo caos que tú y yo conocemos ya.
—Vale, pero ¿qué hay de los otros hombres? —se empeñó en cuestionar—. Esos tres magos que dijiste que habían estado siguiéndote.
—Pues ellos nunca...
—¿Todavía están tratando de encontrarme? —preguntó a toda prisa.
—Yo... no tengo idea, Lukas. —En cierto modo, cualquier cosa que hubiese ocurrido durante el año en esta nueva línea temporal también resultaba un completo misterio para mí—. Estaban tan interesados en ti que en verdad dudo que no se hayan escandalizado cuando desapareciste.
Él se frenó de golpe, jalando de mi mano para impedir que continuara avanzando.
—No, Yvonne.
—No, ¿qué? —quise entender.
—No podemos volver —sentenció con el gesto serio.
—¿De qué hablas?
—Estarán allí, esperando. —Sus ojos se desviaron hacia mí—. Estamos caminando hacia el único lugar en donde ellos tienen la certeza que pueden encontrarme.
Él tenía razón... No podíamos volver. Era evidente que harían lo que fuera por localizar a Lukas; después de todo, mi compañero era tan importante para ellos que sería ridículo no pensar en que hubiesen pasado el año entero tratando de dar con su ubicación. En efecto, no regresar también tendría sus desventajas: nos buscarían sin descanso hasta encontrarnos.
—¿Plan B? —le insinué enseguida.
—Seguro. —Asintió—. Y creo que también deberíamos contar con un plan C y un D, por si acaso.
Su comentario inocente me sacó una sonrisa. No obstante, que aquello me hiciera reír no fue la parte más inesperada del asunto, sino el hecho de que él no vacilara ni un solo instante antes de acercar una mano a mi rostro para acariciar mi mejilla. Lo hizo espontáneamente, casi podría apostar que de forma automática. Lo supe en cuanto sus ojos reflejaron el mismo nerviosismo que mi abrazo le había provocado hacía algunos minutos.
Estuve cerca de sufrir de un infarto, en especial cuando me dedicó una media sonrisa a fin de restarle importancia a aquel movimiento.
«No voy a soportar demasiado con tantos nervios rondando por mi estómago»
—Empecemos, entonces, con el plan B —lo escuché improvisar al tiempo retrocedía unos pasos—. Me parece que el punto principal es no toparnos con ellos.
—Exacto. —Tomé una bocanada de aire.
—Eso nos deja con la única opción de planear un escape.
No creía que fuera verdaderamente consciente de lo que un escape a escondidas implicaba.
—Aguarda, Lukas —intervine al momento—. Sabes que si no volvemos a tu casa, acabaremos metidos en graves problemas, ¿cierto?
No contestó.
—Esos magos van a molestarse —insistí—, más aún si con esto estamos arruinando alguno de sus propósitos.
—¿Estás tratando de asustarme, Yvonne? —receló mientras enarcaba una ceja.
—Más bien quiero que estés seguro de lo que haces —puntualicé.
—No me preocupa mucho si tú vienes conmigo.
Solo tuve que cruzar miradas con él para que mi corazón empezara a acelerarse.
—Sí vas a venir conmigo, ¿no? —se apresuró a confirmar—. No te angusties si tu respuesta es negativa, ¿vale? En caso de que prefirieras regresar a casa con tu familia, podríamos pensar en otra estrategia de emergencia o... —hizo una pausa— podríamos conversar con ellos, sí. —Asintió para sí mismo—. Tratar de entender sus motivaciones y encontrar la manera de negociar. Contamos con posibilidades variadas, tal vez cientos o miles... No estoy buscando una respuesta positiva porque, en realidad, me gustaría que la decisión no interfiriera en lo más mínimo con tus planes y...
«Cielos, balbuceos más adorables no existen»
Al menos tenía algo por certero: lo que más me encantaba de él era su extraña forma de pensar.
—Para ya, Lukas —lo interrumpí con una sonrisa—, ni siquiera tengo que pensarlo dos veces para saber que sí quiero ir contigo.
—¿Sí quieres? —hubo un tono de sorpresa en su voz.
—Ya desde hacía mucho estamos juntos en esto, ¿no?
—Juntos, sí. —Desvió la vista con nerviosismo—. Supongo que también es la razón por la que... me interesa mucho preguntarte una cosa en torno al tema que...
«Oh, ¡no otra vez!»
—Me lo dices más tarde, ¿de acuerdo? —estaba tratando de aplazar lo que fuera que estuviese pasando por su cabeza—. Primero hay que elegir adónde iremos para...
—Iremos a Heidelberg —determinó rápidamente—. Listo, ya está decidido.
—¿Heidelberg?
—¿Puedo hablar contigo ahora? —quiso pasarse de listo.
—¿Disculpa? —Me crucé de brazos—. No, claro que no.
—¿Por qué no?
—Porque... —vacilé en busca de una excusa—. Para empezar, ¿por qué elegiríamos un sitio como Heidelberg?
—Mamá dice que le encanta ese lugar —se encogió de hombros—, así que siempre me ha entusiasmado la idea de visitarlo.
Y yo coincidía al cien por cien con los gustos de Isabel: Heidelberg era una de las ciudades más bonitas de Alemania.
—Parece una buena idea, pero...
—Perfecto, que coincidas conmigo es genial —farfulló a toda prisa—. ¿Ya podemos hablar, entonces?
—Estamos hablando ahora —quise zafarme del embrollo.
—No, Yvonne, quiero preguntarte otra cosa que...
—Me lo dices en cuanto hayamos comprado los boletos de tren —sentencié.
Admito que fui un tanto cruel con eso último, pero... Vamos, tienes que entender mi posición. No me sentía preparada para sobrevivir a una conversación como esa y, además, era indispensable que agilizáramos nuestros pasos si en serio esperábamos salir de Frankfurt sin ninguna clase de complicación.
Así, dirigimos nuestra marcha en dirección a una de las entradas más cercanas del metro subterráneo. Sé lo que debes estar pensando: "para subir a alguno de los trenes, es crucial que se lleve a cabo la compra de boletos, ¿no?" Es obvio que sí, y también es evidente que tuve que enfrentarme, una vez más, a las insistencias de Lukas en cuanto esa máquina de autoventa terminó con la impresión del par de boletos.
—¿Ya puedo hablar contigo, Yvonne? —volvió a preguntar—. Dijiste que en cuanto compráramos los boletos...
—Mejor espera a que lleguemos a la estación central.
Puedes intuir lo que sucedió después, ¿verdad? Es justo como lo imaginas porque, una vez alcanzamos el subterráneo de la estación central, me vi en la necesidad de cambiar los términos de mi última condición:
—Hablaremos cuando hayamos subido al tren.
Una selección de boletos para el transporte de larga distancia y una espera de no más de quince minutos bastaron para que mi compañero empezara a impacientarse; aún así, en ningún momento tuvo la intención de ser precipitado o de hacer caso omiso a los límites que yo establecía. Tan impresionante como se escucha, Lukas aguantó hasta el último instante en que acepté tener esa conversación para, finalmente, soltar todo aquello que llevaba tiempo obligándose a callar.
Pero esa es otra parte de la historia que, más adelante, pienso retomar.
Gracias a la poca demanda de asientos, abordar en los primeros vagones del tren fue sencillo, así como también adueñarnos de uno de los compartimentos privados que solían estar ocupados por clientes de reservación.
—Cielos, ¡sí que tenemos suerte! —exclamé con alegría.
—Suerte, ¿por qué? —quiso saber él.
—Porque estos lugares casi siempre están llenos.
No lo pensé dos veces antes de dejarme caer sobre las butacas de la fila derecha, convenciéndome de echar un vistazo por la ventana mientras mi compañero tomaba asiento frente a mí.
—Oye, Yvonne....
—Estoy cerca de quedarme dormida, ¿sabes? —utilicé como excusa—. He caminado durante horas enteras y creo que una siesta me vendría bastante bien...
—No voy a preguntarte nada si tú no quieres que lo haga —replicó.
Clavé la vista en los estampados de la alfombra.
—Nada se te escapa —me quejé entre dientes, más para mí misma que para él—. No lo malinterpretes, no estoy siendo evasiva solo porque quiera ignorarte.
—Necesitas tiempo, lo entiendo. —Se encogió de hombros—. Ha sido un día cansado para ti.
Me permití soltar una bocanada de aire.
Ni siquiera tenía idea de qué era aquello que quería discutir conmigo, aunque solo me bastaba con verle la cara para saber que se trataba de algo que, ciertamente, prefería evitar.
—Podríamos distraernos con conversaciones sencillas como... —Lo pensó por un momento—. Ya sé —anunció—, podrías empezar por decirme qué se siente ser una mezcla genética, por ejemplo.
«¿Mezcla genética?»
—Dime, ¿qué se siente saber que los tienes a todos en tu ADN? —Quizás fue la forma en que fruncí el ceño lo que, al final, hizo que se apresurara a añadir—: Eres un hyzcano, ¿no?
—¿Disculpa?
—Hyzcano —repitió con indiferencia para luego ponerse a deletrear—: H-y-z-c-a-n-o.
Parpadeé varias veces, perpleja.
—Un, ¿qué? —volví a preguntar.
—Vale —soltó una leve carcajada—, estás empezando a asustarme, Yvonne.
—Y yo no estoy entendiendo ni un ápice de lo que estás diciendo tú, Lukas.
Nos miramos el uno al otro con el mismo gesto de desconcierto que cualquiera hubiese encontrado en un par de estudiantes que dicen estar seguros de sus respuestas, incluso pese a haber obtenido un resultado distinto para la misma pregunta del examen.
—Creo que es obvio que...
—... hay algo mal aquí —completé su frase.
—Espera. —Se arrimó a la orilla de su asiento para hablarme más de cerca—. ¿De qué estás hablando tú?
—De mi especie, claro —respondí—, ¿y tú de qué rayos estás hablando?
—Pues... también de tu especie, creo. —Eso no solucionaba las cosas—. Porque, según yo, eres un hyzcano.
«Cielos, ¿qué?»
—Querrás decir hada —corregí de inmediato.
—¿Hada?
—Eso es lo que soy —le informé con una sonrisa forzada.
—No —objetó sin reflexionarlo siquiera—, claro que no.
—¿Claro que no? —resoplé con incredulidad—. Por todos los cielos, ¿en serio crees que la que está mal soy yo?
—Pues sí.
Él, un chico normal e indefenso, ¿me acusaba a mí y a mis antepasados de cometer un error en nuestros cálculos genéticos? Vaya que había caído muy bajo.
—¿Perdona? —me reí.
—Ni siquiera tiene sentido, ¿vale? —Se cruzó de brazos—. No puedes ser un hada.
—¿Te digo qué es lo que no tiene sentido? —pregunté con ironía—. Que creas que sabes más sobre esto cuando apenas acabas de enterarte de que existen personas como yo.
—No, Yvonne, escucha.
—Crees que soy un "hyzmano", o como sea que se diga, pero te digo que esa palabra ni siquiera existe —le espeté con seguridad.
—Hyzcano —rectificó.
—Es lo que menos importa.
—Escúchame, ¿vale? No estoy diciendo esto solo porque sí. —Entorné los ojos en cuanto me dirigió ese gesto de súplica al que ya estaba tan acostumbrada—. No estoy tratando de hacerte enojar, solo... —Inspiró hondo—. Es que las hadas son espíritus, Yvonne, tienen la capacidad de hacer conjuros para unirse a elementos de la naturaleza. Se atan a un elemento para toda su vida, y es por eso que también pueden manipularlo y utilizarlo como camuflaje.
—¿Y por qué piensas que todo eso es verdad? —inquirí.
—Estoy convencido de que lo es —insistió en defender su postura—. Busqué en diferentes libros y todos coinciden en lo mismo, también investigué algunas cosas que...
—Pero los archivos en tu computador eran sobre hadas —argumenté—, yo misma los vi.
—Hadas, quimeras, vampiros, dragones, sirenas, cíclopes...
Fue necesario interrumpirlo, pues nada de aquello tenía lógica para mí. ¿Por qué se había molestado en reunir documentos sobre tantas criaturas mitológicas? Y aún más importante: ¿qué tenían que ver todas ellas conmigo?
—Cielos, ¿de qué rayos estás hablando?
—Dímelo tú, ¿vale? —me retó—. ¿En serio crees que tiene sentido que seas un hada cuando no te pareces a ellas en casi nada? No eres un espíritu, no estás unida a la naturaleza y tampoco puedes hacer conjuros —sentenció—. Solo eres ordinaria.
«¿Acaba de llamarme ordinaria?»
—Tu vida no depende de la protección de la naturaleza, ¿o sí? Porque las hadas podrían morir si el elemento al que están atadas es destruido, Yvonne, aunque sea por accidente. Pero no es así para ti. —No era una pregunta, estaba afirmando que mis creencias eran falsas y que cientos de generaciones habían interpretado incorrectamente la identidad primordial de nuestra familia—. Las cosas que tú puedes hacer no encajan con lo que dicen los libros que...
—Basta, por favor —intervine.
—Hay algo mal con tu versión de la historia —continuó alegando—. No sé muy bien qué es o por qué, pero tal vez puedo ayudarte a...
—¡Dije que basta!
Cerró la boca de golpe.
—Perdón —me disculpé al instante, en especial porque sabía que comenzar a gritarle no solo sería injusto, sino también grosero—. No estoy de humor para hablar sobre el tema, es solamente eso.
—Pero es importante que sepas...
—Te lo estoy pidiendo por favor —advertí en tono serio.
¿Sabes lo terrorífico que es siquiera pensar en la posibilidad de no pertenecer al único sitio en donde siempre has creído pertenecer? ¿Acaso tienes idea del horroroso sentimiento que puede inundar a alguien al percatarse de que todo aquello por lo que siempre ha luchado no es más que una inexplicable e insospechada mentira? Créeme, lo último que deseaba era un boleto directo a una crisis existencial que, estaba segura, en ese momento no tenía ánimos de soportar.
«Al menos no por ahora»
Me limité a pegar la cabeza contra el respaldo del asiento.
—Lo lamento, no quise... —oí a Lukas murmurar—. Sí debería pedirte perdón, ¿verdad? Fui desconsiderado contigo.
—No —contesté—, claro que no.
—Tal vez no medí bien mis palabras —pensó en voz alta—. Me pasa todo el tiempo.
«No, compañero, esto no es culpa tuya»
—Estoy cansada, eso es todo —y también increíblemente confundida.
Giré el cuerpo hacia la ventana, apresurándome a cerrar los ojos para evitar cruzarme con su mirada. Lo único que buscaba era tener un poco de espacio para mí misma: dejar el miedo atrás, aunque fuera tan solo por un instante.
No pasaron ni más de cinco minutos antes de que cayera dormida sobre el asiento de aquel tren, en parte porque saber que Lukas se encontraba frente a mí resultaba lo bastante confortable para dejarme vencer por el sueño. Fue una sensación extraña; me sentí protegida, como si de pronto tuviera la certeza de que nada malo podría pasarnos porque, después de todo, sabía que mi compañero se mantendría a mi lado. Me gustaba tenerlo cerca y confiaba tanto en él que, por primera vez desde hacía meses, estaba convencida de que tomarme una siesta no resultaría peligroso en lo absoluto.
Pero lo más desconcertante de la ocasión fue que, cuando abrí los ojos, papá se encontraba ahí. Se veía tan ajeno a la realidad que ni siquiera tuve que preguntar por la razón de su visita. Era algo importante, lo intuía.
Me dije a mí misma que no duraría por mucho; aunque podía verlo a unos insignificantes metros de mí, era consciente de que no tardaría en esfumarse una vez el tiempo concedido llegara a su fin. Pese a ello, estaba dispuesta a aprovechar al máximo la oportunidad de volver a tenerlo frente a mí, pues, sin duda alguna, lo que yo percibía en aquel momento era algo mucho más especial que cualquier otro obsequio.
Con un semblante serio y la mandíbula más tensa que nunca, lo vi colocarse detrás de su escritorio para extraer del primer cajón una hoja de papel. Caminar hacia él fue similar a sentir que todas las cosas volvían a tener el mismo orden de antes. Cada paso acercándome a quien siempre estaría allí para apoyarme, a quien resultaba la única persona con la capacidad de sacarme una sonrisa, incluso en las peores circunstancias.
Utilizó un lápiz para escribir lo que deseaba decirme, pues su voz era tan tenue que, hiciera lo que hiciera, parecía que poder escucharlo sería imposible. No pasó mucho antes de que me entregara aquel trozo de papel y me dedicara una mirada expectante, aguardando con paciencia mientras yo me permitía clavar la mirada en el frente de la nota:
Ven a verme, urgentemente —07/08/2003
Sus ojos reflejaron una tristeza profunda cuando volví a alzar la vista hacia él y, entonces, no pude más que decidirme a abrazarlo. Me colgué a su cuello como si de una niña pequeña me tratase, como si ya nada me importara además de volver a tenerlo junto a mí.
—Te extrañé —le dije, por fin animándome a abrir la boca—, no tienes idea de cuánto.
Su cálido abrazo me recordó que no estaba sola. Aún en su ausencia, él continuaría estando presente porque, de corazón a corazón, todo es posible cuando uno va acompañado.
—¿En serio? —su voz sonó algo extraña, como si las palabras no encajaran con el modo tan familiar en que él solía responder.
—Pues sí —me encogí de hombros—, sabes que te quiero.
Tuve la leve impresión de que acariciaba mi cabello, aunque descarté aquella posibilidad en cuanto comprobé que sus manos permanecían inmóviles.
—Yo también te quiero, Yvonne.
Haría lo que fuera por volver a ver a mi padre, y utilizaría el medallón del tiempo para conseguirlo. La reliquia que casi destruye nuestras vidas era, ahora, la única que parecía brindarme la oportunidad que tanto anhelaba. Irónico, ¿no es así?
Lo siguiente fue el sonido de una locomotora recorriendo los rieles hacia un destino definido, el ruido lejano de unas pisadas sobre el pasillo lateral y la sombra de un par de personas pasando frente a las puertas del compartimento; nada lo suficientemente inquietante para romper con mi ilusión de un pronto reencuentro con papá. Dejé que una sonrisa se dibujara en mi rostro. Sabía que ya no estaba durmiendo, pero la imagen de aquel sueño se estancó en mi cabeza como si se tratara del más persistente de mis recuerdos... Incluso podía jurar que su compañía todavía me rodeaba los hombros en el más confortable de los abrazos.
Cuando desperté, todavía me hallaba dentro del tren. Cada cosa en su lugar, todo tal como estaba antes, a excepción de un detalle no tan insignificante: el otro lado del asiento se encontraba vacío.
—¿Lukas? —quise buscarlo de inmediato.
—¿Qué sucede?
Respingué del susto al escuchar su voz tan cerca de mis oídos, mas no fue hasta que eché un vistazo hacia atrás que caí en cuenta de que, en realidad, era mi cabeza la que estaba recargada contra su pecho.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Me aparté a toda prisa, apenada—. Este es mi asiento —le recriminé.
—No es el tuyo, Yvonne, es el mío —objetó—. Tú estabas sentada del otro lado, ¿recuerdas?
Mi vista se desvió hacia el resto del compartimento. Era totalmente cierto.
—P-pero... —titubeé, desconcertada—. ¿Por qué me moviste, entonces?
—Fuiste tú quien se cambió de lugar —se apresuró a explicar—, yo he estado aquí sentado durante todo este tiempo.
—¡Por supuesto! —ironicé, sospechando que aquello se trataba de una vil mentira—. ¿Por qué iba a querer cambiarme de lado?
—¿Y cómo voy yo a saberlo?
—De acuerdo. —Le dirigí una sonrisa forzada—. Suponiendo que fuera verdad lo que dices, pudiste haberme empujado de vuelta, de ser el caso.
—Mejor solo abstente de expresarte entre sueños y ya está.
«¿Entre sueños?»
Entorné los ojos con frustración antes de dejarme caer sobre mi lado correcto del asiento.
«Por todos los cielos, ¿hablé mientras dormía, acaso?»
Solo podía pasarme esto a mí.
«¡Ojalá no haya sido nada vergonzoso!»
El pensamiento de haber revelado algo que me hubiese puesto en ridículo se estancó en mi cabeza tan fuerte como un chicle pegado a una mesa. Intenté distraer mi atención desviando la vista hacia la ventana; no obstante, estaba tan preocupada por mi reputación social que, segundos más tarde, me resultó imposible continuar con aquella duda atorada en la garganta:
—¿A qué te refieres con expresarme entre sueños, eh?
Alzó la vista hacia mí.
—No te acuerdas de nada, ¿es eso? —intuyó correctamente—. Podría explicártelo con la intención de que regrese a tu memoria.
—Acordarme, ¿de qué? —dudé.
—Entonces sí estabas dormida —pronunció para sí mismo con aire de decepción, como si hubiera estado esperando por una conclusión diferente—. Pensé que estabas hablando conmigo.
—¿Contigo?
—Claro, ¿sino con quién más te...?
Le dediqué un ceño fruncido en cuanto lo vi cerrar la boca de golpe.
—¿Vas a callar ahora? —inquirí—. No me parece muy cortés de tu parte.
—Cortés no, pero sí genuino —replicó en su defensa—. No me gusta que lo hayas olvidado.
—Ah, ¿no? —me mofé—. ¿Y debería de cambiar de respuesta solo porque no te gusta?
—Prefiero retomar mi explicación diciendo que, después de que te quedaras dormida, pasaron como...
—Cielos, perdóname por eso —lo interrumpí para disculparme—. Estaba muy cansada y hablar sobre el tema de las especies solo estaba... La verdad no estaba siendo de mucha ayuda.
—No importa. —Curiosamente, no pareció molesto en lo absoluto—. El punto es que te quedaste dormida y después pasaron como... —lo pensó por un momento— diez minutos antes de que te levantaras. Al principio, creí que estabas despierta porque tenías los ojos abiertos, pero luego me viste muy raro y...
—¿Raro?
—Sí, como si estuvieras sorprendida —especificó—. Iba a preguntarte que por qué me veías así, pero después bajaste la cabeza y empezaste a verte las manos.
En eso, mi cara se tornó de color rojo. Eran las acciones de mi sueño lo que él estaba describiendo, querido diario... Puedes deducir lo que aquello implicaba por añadidura, ¿no?
—Luego me abrazaste de repente y... Traté de empujarte para ayudarte a volver a tu lugar, pero enseguida me dijiste que...
—Ya sé lo que te dije —intervine, pues estaba convencida de que escucharlo venir de él sería por completo humillante—. No hace falta que lo repitas.
—Quiero repetirlo —advirtió.
—¿Disculpa?
—Dijiste que me habías extrañado, y también que me querías mucho.
Entonces mis mejillas se tiñeron de un rojo todavía más intenso que el anterior. Por obvias razones, la risa de Lukas no tardó ni unos segundos en abarcar el resto del compartimento.
—¡Oye! —lo reprendí con ganas—. ¡No te rías de mí!
—En serio, Yvonne, me abrazaste muy fuerte —constató, todavía sin dejar de reír—. Tan fuerte como si no quisieras volver a soltarme.
—¡No es gracioso!
—Sí lo es, y es aún más gracioso si tu cara está tan roja como un tomate. —Me congelé en el sitio cuando se inclinó un poco hacia adelante, mirándome con el gesto más gentil que le hubiera visto reflejado en la cara—. Solo estoy bromeando, ¿vale? Te ves muy tierna cuando estás roja.
Fingí no haber escuchado eso último, pues los latidos de mi corazón ya estaban tan acelerados que agregar un poco más de nerviosismo hubiese sido catastrófico.
—Tengo una pregunta para ti —añadió.
—¿Una pregunta? —Me incorporé de un salto, preparada para salir hacia el pasillo en caso de que llegara a ser necesario—. ¿Qué clase de pregunta?
—Tan solo me interesa saber si el abrazo y las palabras eran para mí o no.
—Oh. —Me permití recuperar la calma antes de volver a mi asiento—. Eran para alguien más, de hecho.
—¿Qué? —pareció alarmado—. ¿Para quién?
—Estaba soñando que abrazaba a papá.
Con eso, su rostro volvió a llenarse de alivio en menos de un chasquido.
—Vale, tiene sentido... —murmuró para sí—. También lo extrañas y lo quieres, ¿no?
—Sí —confesé—, muchísimo.
Admitirlo no fue tan sencillo como se escucha: la sensación de hormigueo que ya estorbaba en el fondo de mi garganta se tornó en un nudo de nostalgia que, para colmo, vino acompañado de unas inmensas ganas de llorar.
«No ahora, ¡por favor!»
—Agh, perdón... —mascullé—. Ya sabes que siempre me pasa esto cuando pienso en mi papá.
Hice lo posible por contener el llanto mientras trataba de distraerme con cualquier otra cosa. Mirar al techo o enfocar la mirada en el otro lado del vidrio no fue tan efectivo como asumí que sería.
—Eres una persona muy intrigante, Yvonne.
Aquello me tomó por sorpresa, mas fue cuando lo vi mirar con atención las lágrimas que corrían por mis mejillas que comprendí que, en realidad, solo estaba tratando de detener mi llanto. Me limité a limpiarme el rostro con la manga del suéter antes de dirigirle una sonrisa. Después de todo, estaba agradecida de que se hubiese tomado un momento para subirme el ánimo.
—¿Cómo que intrigante? —quise entender.
—¿Qué hay de tu ropa? —preguntó de repente.
—¿Mi ropa?
—Tu piel desaparece bajo el sol —apuntó—, pero ¿qué pasa entonces con tu ropa?
«Eres demasiado observador, querido compañero»
—Oh, pues... —vacilé, un tanto desconcertada—. ¿En serio estás esperando que conteste?
Él asintió enseguida. Tomando una bocanada de aire, me resigné a cumplirle el capricho:
—Todo lo que tiene un contacto directo con mi piel también se desvanece.
—¿Eso incluye personas? —indagó.
—No, esa es la única excepción a la regla.
Charlie y yo lo habíamos intentado de todo. Nuestros experimentos para poner a prueba la curiosa habilidad fueron tantos que, incluso, me cuesta trabajo recordarlos.
—¿Y qué pasaría si alguien te está tocando justo en el momento en que tú...?
—Gracias, Lukas. —Por más ridículo que pareciese, su extraño interrogatorio sí que había funcionado para detener las lágrimas—. Ya estoy mejor.
Lo que terminó por desconcertarme no fue el modo en que me miró a los ojos, sino el hecho de que se levantara repentinamente de su asiento para, después, dejarse caer a un lado del mío.
—Ahora fui yo quien se movió, ¿lo ves? —hizo alarde de su "travesura"—. Los dos fuimos señalados y humillados por las mismas circunstancias.
Solo pude soltar una carcajada.
—¿No vas a decirme nada? —me cuestionó con asombro—. Pensé que ibas a quejarte o algo parecido.
«No, nada de eso»
Preferí permanecer en silencio al tiempo que me concedía la oportunidad de volver a cerrar los ojos. ¿La razón? Basta de secretos, querido diario: la verdad es que su nueva posición no me molestaba en absoluto (más bien, todo lo contrario). Pero lo que sucedió cada segundo después de eso fue... Uf, ciertamente inesperado.
Déjame dirigir el tema con un poco más de profundidad:
Hasta hacía un momento, acabo de explicarte que quedar con la boca cerrada me pareció la forma más sencilla de mantenerme cerca de Lukas sin tener que pasar, por ende, por alguna clase de declaración sentimental vergonzosa.
Ahora, agrega la siguiente variable a la ecuación: haber permanecido callada hizo que el sueño no tardara en apoderarse de mí. Por tanto, digamos que la capacidad de "prestar atención al contexto" tampoco resultó tan compatible con el resto de mis posibilidades.
Una vez aclarado lo anterior, me gustaría que te tomaras un instante para considerar la gran sorpresa que me llevé cuando me topé, así de pronto y al abrir los ojos, con el rostro de mi compañero a menos de unos cuantos centímetros del mío.
—¿Qué rayos estás haciendo? —Empujarlo hacia atrás fue un reflejo casi automático.
—Es que... —vaciló, nervioso—. Tenías algo en las pestañas y...
—Las pestañas, claro.
Él apartó la vista.
—¿Qué estabas intentando hacer? —quise insistir, aun cuando la respuesta pudiera resultarme algo obvia.
Nada. Boca cerrada y ojos clavados en el otro lado de las ventanas.
—Dime la verdad, Lukas.
«Maldición, solo contesta»
—¿O prefieres que me haga la idea de que eres un mentiroso? —Mi descaro resultó lo suficientemente ofensivo para hacer que se atreviera a alzar la vista—. No es tan difícil descifrar qué es lo que estabas tratando de hacer.
—Entonces, ¿por qué me lo preguntas? —reprochó—. Sabes lo que voy a decir.
—Porque estoy decepcionada de ti —le espeté.
—¿Decepcionada?
—Me molesta que ni siquiera hayas pedido mi opinión antes de intentarlo.
Míralo desde mi punto de vista, ¿quieres? Estando dormida, la posibilidad de tomar decisiones queda fuera de mi alcance. ¿Cómo rayos iba a rechazar un beso, o aceptarlo, sin siquiera tener la mínima capacidad de pensar? Me conoces, querido diario, es obvio que jamás dejaría pasar algo como esto.
—Lo que menos quería era hacerte enfadar —lo oí murmurar en voz baja.
Cruzarme de brazos bastó para que se resignara a soltar un suspiro.
—Debí haberte preguntado primero, ¿verdad? —el modo tan inocente en que pronunció eso me hizo quedar con la mente en blanco, en especial cuando lo vi ponerse de pie para regresar a su asiento original—. Perdona, Yvonne, no estuvo bien suponer que veías las cosas de la misma manera que yo. Gracias por recordarme el valor de las experiencias propias.
—¿Es una disculpa real o solo estás jugando con las palabras? —lo cuestioné con recelo.
—Es real —aseguró—. Y no volverá a pasar, lo prometo.
Sonreí para mis adentros. Eso era lo único que necesitaba escuchar.
¿No crees que es lindo que se haya tomado mi protesta tan en serio? En verdad lucía tierno con esa cara de "niño reprendido" que siempre solía poner cuando alguna de sus jugarretas terminaba saliéndose de control. A estas alturas, lo había visto formar ese mismo gesto tantas veces que incluso me parecía tan adorable como familiar. De allí que ponerme de pie me resultara inevitable: primero, con el motivo de cambiar de asiento y recortar la distancia entre ambos; segundo, con el propósito de sorprenderlo con un abrazo.
—Ay, Lukas, por eso te amo tanto.
Tal como lo leíste.
Por desgracia (y aunque resulte difícil de creer), fue exactamente lo que dije. Sí que pasó. Que no haya sido más que un accidente es una cuestión que, en todo caso, ya no tiene mucho sentido explicar.
«Dime que no acabas de pronunciar eso en voz alta»
Se me escapó, ¿de acuerdo? Así, sin excusas ni rodeos. No tenía intenciones de confesar algo como eso hasta que caí en cuenta de que ya era demasiado tarde para tratar de corregir la oración.
—¿Me amas, Yvonne?
«Trágame, tierra»
Debiste de haber estado allí para ver mi cara. Me quería morir; correr, huir o desaparecer, lo que fuera necesario con tal de librarme del vergonzoso embrollo en el que acababa de meter la pata.
—Me refiero a que... —Estaba a la mitad de un infarto que parecía imparable cuando, casi como por arte de magia, las bocinas del tren anunciaron nuestra llegada a la plataforma: la estación de Heidelberg por fin visible a través de las ventanas—. Bueno, nada realmente importante —agregué con indiferencia fingida al tiempo que me apartaba de Lukas y tomaba mi mochila del asiento contiguo—. Tenemos que bajar.
Abrí las puertas del compartimento a toda prisa, ni siquiera pensándolo dos veces antes de abalanzarme hacia el pasillo de salida.
—¿Yvonne?
Lo ignoré por completo. Estaba más preocupada por ahorrarme la vergüenza que por quedarme a ver cómo había interpretado él aquella declaración, por eso no me permití vacilar antes de continuar andando por el corredor en dirección a las compuertas de abordaje.
La estación de Heidelberg es más austera y confortable en comparación con la de Frankfurt. La diferencia de tamaños es notable, aunque a decir verdad, que el lugar fuera mucho más tranquilo de lo que tenía por costumbre tampoco parecía un cambio tan terrible después de todo.
«Un excelente, y provisional, nuevo hogar»
Ver a Lukas bajar del tren me bastó para retomar mi marcha, abandonando con rapidez las plataformas para cruzar hacia la entrada de la estación. Allí dentro las cosas resultaron ser todavía más alegres de lo que recordaba. Las personas iban de un lado a otro mientras atravesaban un extenso e iluminado corredor de mosaicos amarillos: restaurantes, florerías, tiendas de recuerdos, locales de ropa y cafeterías. Todo en el mismo lugar, como si en verdad se tratara de un pequeño centro comercial.
Breve nota aclaratoria: hacía años que no visitaba este sitio, al menos no después de que la familia de Charlie dejara de venir a Alemania.
—Lo siento —me disculpé con un par de chicas con quienes casi tropiezo por accidente.
«Vamos, Yvonne, sería mucho más sencillo si dejaras de mirar atrás»
Me obligué a mí misma a apartar la vista de Lukas y, en su lugar, centré mi atención en el frente del camino. Avancé de poco en poco a través del montón de establecimientos hasta alcanzar la salida principal. El clima de afuera era mucho más cálido que el habitual, las personas lucían más felices e, incluso, el atardecer sonreía con mayor entusiasmo que en días anteriores.
Respiré profundo, limitándome a tomar asiento en una de las bancas de la explanada exterior. Me sentía nerviosa, quizás porque era consciente de que, en algún momento, tendría que enfrentarme a Lukas y al muy vergonzoso error que hasta hacía unos segundos acababa de cometer.
—Tranquila —me dije—. Todo estará bien mientras él no pregunte por ello.
«¡Ja, cómo si eso en verdad fuera a pasar!»
—Agh, ¿a quién quiero engañar?
Era obvio que preguntaría por ello, quiero decir, había pasado horas enteras tratando de poner el tema sobre la mesa.
—Bien, de acuerdo —luché por calmarme—. Tal vez no es tan malo como parece.
Después de todo, era tu narradora quien estaba enamorada del mismo chico desde hacía tiempo, ¿no?
Sí, quizá me perturbaba la sensación de incertidumbre, me molestaba ponerme nerviosa o me preocupaba la posibilidad de que, de algún modo u otro, él terminara por rechazarme. Pese a todas mis inseguridades, aún estaba convencida de que aquello que yo más deseaba en este mundo era, sin lugar a dudas, pasar cada segundo de mi tiempo junto al compañero que llevaba meses tratando de recuperar.
«Por todos los cielos, ¿por qué está tardando tanto?»
Eché un vistazo a los alrededores de la explanada: nada todavía.
—Seguro se habrá detenido en alguna de las vitrinas para postres.
Me encogí de hombros, limitándome a sacar mi diario de la mochila para... Perdona, sacarte a ti de la mochila para aprovechar aquel instante de reflexión y concederme la oportunidad de anotar un par de ideas al aire libre.
Desde hacía días, me había prometido a mí misma que haría lo que fuera por proteger a Lukas. Pero ahora que estaba segura de lo importante que él era para mí, tampoco tenía que pensarlo demasiado para intuir que tal juramento se convertiría en el más preciado de mis secretos. Así que, con pluma en mano y pensamientos cada vez más claros, no me costó mucho esfuerzo utilizar una de tus últimas páginas para escribir lo que, en aquel momento, ocupaba mis pensamientos:
"Lukas es mi propio secreto inhumano"
Resguardaría a mi compañero como mi propio secreto, aun cuando estuviera arriesgándolo todo por alguien que ni de chiste podría pasar por un simple humano.
«Felicidades, Yvonne. Ahora tienes el secreto más polémico y controversial que medio mundo se está volviendo loco por encontrar»
A veces me cuestiono la verdadera racionalidad de mis decisiones.
—¿Yvonne? —un murmullo insignificante de su voz y mi corazón no pudo evitar acelerarse—. ¿Cuál de las dos prefieres: la izquierda o la derecha?
Alcé la vista para ver a Lukas detenerse frente a mí.
—¿De qué estás hablando? —quise entender.
—Solo responde, ¿vale? —insistió—. ¿Izquierda o derecha?
—Pues... —Lo pensé por un momento—. No lo sé, ¿la izquierda?
—Eso es extraño.
Lo miré con incertidumbre al tiempo que regresaba mi diario en el fondo de la mochila.
—Extraño, ¿por qué? —pregunté enseguida.
—Porque la probabilidad de que las personas escojan la derecha sobre la izquierda es más alta.
—Ah, ¿sí?
—Lo leí en un libro alguna vez —me informó—. Hay una preferencia por la dirección derecha en la mayor parte de la población porque la relacionan con factores culturales como la buena suerte, lo que está bien o lo que siempre será mejor. La izquierda es todo lo contrario.
«La torpeza, los errores y la mala suerte... »
Por alguna razón ya demasiado frecuente, tu querida narradora siempre terminaba estancada en la gama izquierda de las posibilidades.
—Sigo sin entender cuál es el punto —comenté, encogiéndome de hombros.
—El punto, Yvonne, es que presentía que ibas a elegir la izquierda.
Solo viéndolo sacar ambas manos de detrás de su espalda comprendí lo que estaba tratando de darme a entender: la derecha estaba vacía, pero la izquierda estaba ocupada por una hermosa flor. Una bellísima rosa de pétalos tintos.
—La traje para ti porque quería... discutir una cosa contigo —murmuró en voz baja—. ¿Crees que ya podamos hablar sobre eso que quería decirte desde hacía rato?
Estarás de acuerdo conmigo cuando digo que su intento espontáneo por hacerme tener esa conversación era demasiado dulce para simplemente decirle que no, ¿cierto?
—De acuerdo —accedí al final.
—Genial. —Me dirigió una media sonrisa antes de tomar asiento junto a mí—. La verdad no es algo tan extenso por decir, así que solo... voy a empezar y ya, ¿vale?
Me limité a asentir, en parte porque no tuve ni la menor idea de cómo responder a eso.
—Ayer me gritaste unas cosas en italiano, ¿recuerdas? Bueno, no fue ayer —se corrigió a sí mismo— porque ya me explicaste que todo eso pasó hacía un año y que yo nunca... Vale, no creo que sea necesario hacer un resumen. —Tomó una bocanada de aire—. El tema es que dijiste que estabas enamorada de mí —concluyó entre balbuceos, no sin antes haberse asegurado de bajar la mirada—. Al principio creí que lo decías en serio, pero luego, cuando salimos de la biblioteca y me contaste todo lo que había pasado con tu medallón, pues... como ya había pasado todo un año, la verdad pensé que ya no sentías lo mismo.
«Eso sería imposible»
—Pero cuando subimos al tren y me hablaste mientras estabas dormida, empecé a creer que sí estabas enamorada de mí porque la frase "te quiero" está vinculada con la expresión de cariño basada en sentimientos románticos y emocionales. Luego me abrazaste otra vez y... —Inhaló profundo al mismo tiempo que negaba con la cabeza—. No me está gustando el orden de este discurso —se reprendió—. Mejor olvida todo lo que acabo de decir y tan solo finjamos que apenas empecé a hablar.
Jamás había visto a Lukas tan nervioso, y créeme que eso ya es mucho decir para la gran cantidad de circunstancias que había vivido a su lado.
—La verdad es que me gustas, Yvonne, y mucho —el corazón me dio un vuelco cuando se atrevió a pronunciar eso en voz alta—. Y por eso pensé que, como tú me quieres a mí y yo te quiero a ti, pues tal vez deberíamos... —Hizo una pausa—. Aguarda, voy a preguntarte una cosa, ¿vale? Mi mama dice que en la cultura latina siempre hacen la pregunta, así que pensé que sería buena idea hacértela a ti.
—¿Qué pregunta? —quise saber al momento.
—Quisiera que fuéramos... —Giró el cuerpo hacia mí—. Más bien, quisiera preguntarte si a ti te gustaría que fuéramos novios.
«Cielos»
—Tampoco tiene nada de malo si me dices que no, ¿vale? Lo peor que puede pasar es que solo tenga que pretender que esto nunca pasó y...
—No —intervine con rapidez, y con eso me refería a que no quería que él tuviese que fingir algo como eso. Sin embargo, haber detectado una decepción repentina en su mirada fue lo que llevó a creer que, quizás, él acababa de interpretar esa interrupción de manera totalmente errónea—. Digo, sí, o sea... No a lo segundo, sí a lo primero.
—¿Qué?
—Me refiero a que no me gustaría que fingieras nada independientemente de que yo dijera que sí o que no.
Frunció el entrecejo.
«Solo estás confundiéndolo, Yvonne»
Me limité a olvidarme de aquel enredo, acercándome un poco hacia él para adueñarme de la rosa que todavía sujetaba entre manos.
—El punto es que sí quiero —resumí para él.
—Entonces... ¿Eso es un sí a lo de ser novios?
No pude mirarlo a la cara mientras me disponía a asentir. Más por nerviosismo que por cualquier otra causa.
—¿Lo dices en serio? —buscó corroborar mi respuesta.
—Lo digo en serio —le confirmé.
—Vale. —Me dirigió una sonrisita que no hizo más que hacerlo lucir adorable—. Yo... nunca pensé que fueras a decirme que sí.
—Y yo nunca pensé que fueras a preguntarme algo como eso.
—Es un chiste, ¿no? —se burló con incredulidad—. Eres la niña más asombrosa del mundo, era obvio que tenía que preguntártelo.
No pude evitar que mis latidos se aceleraran y, entonces, verlo con mera calidez de pronto me pareció simplemente poco. Un abrazo... se quedaba corto. Pensar que podía confesarle lo que él significaba para mí tampoco tenía pinta de ser suficiente.
—Además, eres la única que ha sabido cómo hacer para soportarme —añadió—. La mayoría suele no volver a hablarme después de haber mantenido una primera conversación conmigo.
—Merezco algo de crédito por eso —ironicé.
—Acepto que soy una persona difícil de tratar, pero...
—... cuando se aprende a estar contigo, se vuelve imposible no quererte.
Fue la ternura que vi en sus ojos, acompañada del modo tan dulce en que me sonrió, lo que, al final, me convenció de inclinarme un poco más hacia él.
—Sí te creo, Yvonne, tu corazón va muy rápido.
—¿Qué? —me sorprendí—. ¿Cómo sabes eso?
Ladeó la cabeza para indicarme que mirara hacia abajo: él tenía mi mano sujetada por la muñeca, posición casualmente ideal para estar al tanto de mi pulso.
—Tal vez es por eso que estás tan roja —agregó entre risas.
—Yo no lo controlo, ¿de acuerdo?
—Pero esa es la mejor parte —apuntó—. Porque si pudieras controlarlo, entonces nunca estarías roja. Y a mí me gusta mucho cómo te ves.
«Me voy a morir aquí»
Dejé que recortara la distancia unos centímetros más, y entonces lo tuve tan cerca de mí que mis latidos casi consiguen volverse locos.
—Oye, Yvonne...
—¿Sí?
—¿Puedo...? —Bajó la vista con timidez, mas no tardó ni un par de segundos en forzarse a mirarme a los ojos—. Lo siento, ni siquiera sé cómo decirlo.
Estaba pidiéndome un beso, lo sabía, y fue tras haber comprendido tal insinuación que las piernas empezaron a temblarme. Es cierto: jamás había estado tan nerviosa, y aunque podía sentir el corazón en la garganta, no lo pensé demasiado antes de asentir y dirigirle una sonrisa.
—No creo que me hayas entendido bien —me susurró con cierta sospecha.
—Sí te entendí —repliqué—. Te entendí a la perfección.
—Ah, ¿sí?
—Y la respuesta es un sí —le especifiqué enseguida—, yo también estaba pensando en lo mismo.
—¿En serio? —se escuchó conmovido.
—Completamente en serio.
Lo escuché tomar una bocanada de aire, un respiro que dio la impresión de estar combinado con entusiasmo.
No bromeo cuando digo que casi me desmayo al verlo posar la vista en mi boca. No estaba lista para esto, pero a la vez creía que sí lo estaba... ¿Acaso tiene eso algo de sentido? Estaba inquieta porque era algo nuevo para mí, estaba aturdida y me sentía ansiosa también; sin embargo, estaba cien por cien segura de que era por Lukas que mi corazón latía cada vez más rápido.
«Sí. Quiero hacerlo»
Acercó el rostro con lentitud hacia mí. Al mismo tiempo que fui capaz de sentir su respiración contra mi nariz, mis ojos se encontraron por casualidad con aquella flor que acababa de cambiarlo todo para mí. Una flor que, por desgracia, comenzaba a tornarse en un motivo para contener el aliento.
—¿Lukas? —Me vi obligada a taparle la boca para que se concentrara en el detalle que no había hecho más que dejarme pasmada—. La rosa es azul.
—¿Qué rosa?
—La rosa que me diste —precisé—. Ahora es azul.
Tuve que empujarlo hacia atrás para asegurarme de recuperar su atención.
—Antes era roja, ¿recuerdas?
Bajó la vista para comprobar aquello, sorpresa que resultó lo suficientemente inexplicable para que volviera a clavar la mirada en mí. Vi el desconcierto reflejado en su rostro, aunque no fue eso lo que más me preocupó, sino el hecho de que aquel mismo tono de azul estuviera invadiendo también el iris de sus ojos.
—Oye, compañero, hay algo más que no te he...
—Lamento interrumpirlos, muchachos, pero ustedes dos están en graves problemas. —Nos sobresaltamos con el sonido de esa voz.
El hombre que se posó junto a nosotros no tardó en dedicarnos un ceño fruncido, completamente disgustado con la poca distancia que todavía me separaba de Lukas. No es difícil imaginar que ambos tuvimos que ponernos de pie casi de inmediato.
Era un sujeto de apariencia elegante, alguien cuya vestimenta no me hacía dudar demasiado de su verdadera naturaleza: un miembro de la comunidad mágica. Más específicamente, uno de los tres magos que en aquella otra realidad había hecho de todo para tratar de dar con la ubicación de mi compañero. ¿Cómo rayos nos había encontrado ahora si aquel rastreador continuaba siendo afectado por la reliquia? No tenía idea.
He aquí un asunto que me gustaría poner en consideración:
Había un detalle en ese hombre que resultaba diferente, pues el sombrero que portaba sobre la cabeza había sido decorado por el frente con un emblema de tela. ¿La parte escalofriante de esa particularidad? Aquella insignia no solo lucía bastante similar a la marca que Lukas llevaba en el brazo, sino que, además, parecía estar terroríficamente combinada con un símbolo nazi.
—Tus intentos por escapar son bastante molestos.
Sabía que las palabras de aquel sujeto no eran para mí, aun así, no me costó mucho esfuerzo alzar la voz:
—Es cierto, no han sido más que simples intentos.
—No estoy hablando contigo, híbrida repugnante —me reprendió entre insultos—. Ni siquiera entiendo cómo fue que alguien como tú...
—Ten más cuidado con cómo le hablas.
No esperaba que Lukas abriera la boca, mucho menos que se colocara frente a mí. Estaba acostumbrada a defenderlo, durante meses había sido yo quien había tenido que posarse delante de él sin importar las consecuencias.
—La forma en la que yo decida hablar con ella no es de tu incumbencia, niño —le espetó el mago en respuesta.
—Yo creo que sí lo es —corrigió él sin detenerse a pensar—. No la ofendas, por favor.
Reprimí una sonrisa en cuanto vi a aquel sujeto tensar la mandíbula con enfado.
—Bien. —Le dirigió una sonrisa forzada, incrédulo—. Será como tú digas, niño, pero es importante que entiendas que, en unos años, esta chica no te servirá de nada más que de una distracción fugaz y corriente.
«De acuerdo, ahora sí estoy enfadada»
Estuve a punto de avanzar unos pasos, al menos lo hubiera hecho de no ser porque Lukas se apresuró a sujetarme por la chaqueta. Con pesadumbre, me limité a seguir su sugerencia a sabiendas de que ello también implicaba resignarme a ignorar aquel comentario.
—Sabes cómo controlar a tu amiguita —apuntó el mago, alternando la vista entre ambos—. Esa habilidad será de mucha utilidad para los encargos del Maestro.
«¿Y eso qué rayos significa?»
—Para darme órdenes tendría que capturarme primero, ¿no? —Lukas estaba molesto, lo supe por su tono tan grave de voz—. Vámonos ya, Yvonne.
Le dio la espalda a aquel mago al tiempo que tiraba de mi mano en la dirección contraria. No dudé en aceptar. Cabe destacar que tal decisión no tuvo grandes resultados, particularmente por la forma en que la voz de una mujer intervino de pronto en la conversación:
—¿Eres tú, Lukas?
Fui yo quien se volvió primero hacia ella, y estoy segura de que fue el desconcierto que Lukas distinguió en mi mirada lo que también hizo que echara un vistazo hacia atrás.
—¿Mamá?
¿Cómo rayos había hecho Isabel para llegar hasta ahí? Tampoco lo tenía muy claro.
—¡Lukas, corazón! —La vi correr hacia él, recortando la distancia a zancadas hasta que consiguió envolverlo entre sus brazos—. ¡En serio eres tú, hijo! ¡No tienes idea de cuánto tiempo he pasado creyendo que no volvería a verte!
—¿Estás bien? —la cuestionó Lukas al momento.
—Te he buscado por todas partes, corazón. Por el cielo, por el mar, por la tierra... Después dentro de un volcán.
—¿Estás bien, mamá?
Lukas continuaba insistiendo con esa pregunta por una razón que incluso yo fui capaz de detectar: Isabel lucía extrañamente desesperada. Quizás algo confundida también, como si en verdad se encontrara bajo los efectos de alguna droga o medicamento.
—Claro que estoy bien, hijo —minimizó ella—, ya le había dicho a tu padre que...
En eso, la mujer desapareció justo frente a nuestros ojos. No por mera casualidad, claro, sino porque el mago que todavía continuaba de pie a pocos pasos de nosotros abrió una especie de "portal de transporte" que no tardó en absorberla por completo.
Desvié la vista hacia mi compañero. Si yo acababa de quedar boquiabierta, no podía ni imaginar lo que ser testigo de aquella escena había significado para él. Desconocía lo que pasaba por su cabeza, aunque por el modo en que ya miraba a aquel hombre, casi podía apostar que no se trataba de nada bueno.
—¿Qué le hicieron a mi mamá? —refunfuñó Lukas casi de inmediato.
—¿Nosotros? Nada en absoluto —respondió el desconocido con aire de indiferencia.
—Entonces, ¿por qué estaba hablando incongruencias?
—No tengo ni la menor idea, niño.
Sabía que las cosas no tardarían en empeorar, en especial tras haber notado que el color café ya empezaba a adueñarse de los ojos de Lukas.
—No soy estúpido, ¿sabes? —increpó con molestia, casi escupiendo las palabras—. Estás ocultándome información y estás impidiéndome comprender la situación en que se encuentra alguien tan importante para mí como lo es mi mamá. Contexto que es ambiguo, poco confiable, obstaculizate y, además de todo, terriblemente despreciable.
—Oye, oye... —Lo vi en el rostro de aquel mago: ese inexplicable cambio de colores lo estaba desconcertando en más de un sentido—. Mejor cálmate, ¿quieres?
—No —advirtió Lukas—, no voy a calmarme.
—Lo digo en serio, niño, ninguno de nosotros ha tocado a tu madre.
—Y ¿por qué debería de creerte? —bufó—. Tú la trajiste hasta aquí.
—Solo sigo órdenes —se empeñaba el hombre en excusarse.
—¿Órdenes de quién?
—De mi Maestro.
—Entonces, ¿todo esto es culpa suya?
—Tu madre está a salvo —constató el mago con firmeza—. Ninguno de nosotros tiene permitido acercarse a Isabel, así que, lo que sea que esté sucediendo, me da la impresión de que ella te necesita.
Eso último le arrebató las palabras a mi compañero. Cerró la boca al tiempo que le echaba un vistazo a la chica que todavía continuaba parada a su lado: tu querida narradora, desde luego. La misma que, para ese punto de la historia, no había hecho más que convertirse en una simple espectadora.
—Escucha, niño, mi Maestro quiere recibirte en la comunidad mágica —continuó diciendo aquel sujeto—. No queremos lastimarte, ni a ti ni a tu familia, pero creímos que te sentirías más cómodo si ambos estaban allí para ti.
—¿Ambos están allí para mí? —dudó Lukas, confundido.
—Tu padre y tu madre —especificó.
—¿Mi padre? —Mi compañero parpadeó varias veces—. Él... ¿también está allí? —Hubo un momento de silencio—. ¿Estará allí todos los días? ¿Con la misma constancia y compromiso que suele tener un padre de familia con quienes son llamados hijos?
Estás de acuerdo conmigo cuando digo que aquellos balbuceos inocentes no hicieron más que poner en manifiesto lo mucho que Lukas deseaba ver reunida a su familia, ¿verdad?
«Te entiendo, compañero, yo también haría lo que fuera por recuperar a mi padre»
Con ese pensamiento en mente, me obligué a mí misma a retroceder unos pasos. Era una decisión que solo Lukas podría tomar, lo sabía y, para rematar, también estaba convencida de que no debía entrometerme en ello. No quería ser la razón por la que él abandonara a sus padres cuando más lo necesitaban.
—Es la idea, niño.
—¿Qué es lo que el Maestro quiere de mí? —preguntó Lukas.
—Nunca cuestionamos sus planes, pero estoy seguro de que solo será por un tiempo —trató de tranquilizarlo aquel hombre—. Después de eso, podrás volver a Alemania y, bueno —me señaló—, reunirte con tu amiga si eso es lo que quieres.
Mi compañero giró la cabeza hacia mí. Fue todo un alivio haber notado que el café de sus ojos ya empezaba a desvanecerse para dar paso al normal verde esmeralda.
—Y si... ¿Qué pasa si no quiero ir? —añadió él entre dientes, todavía sin haberme quitado los ojos de encima.
—La comunidad mágica te seguirá buscando si no aceptas —le respondió el mago—, y dudo mucho que en verdad prefieras pasar el resto de tu vida corriendo entre escondites.
No pude decir nada, no mientras Lukas continuara mirándome de ese modo. Pues, como has de recordar, mi compañero no solía tener la costumbre de mirar a la cara, nunca lo hacía a menos que tuviera una muy buena razón para ello. Que mantuviera los ojos tan fijos en mí era un detalle que resultaba extraño, incluso por sí mismo.
—No quieres eso para ella, ¿o sí? —prosiguió aquel sujeto, atento a la forma en que Lukas posaba la vista sobre mí—. Estarías poniéndola en peligro a cada minuto del día.
Finalmente, mi compañero apartó la vista para limitarse a cerrar los ojos con cierto agobio.
—Vale... Trato hecho —lo oí sentenciar—. Voy a ir contigo.
—Es una decisión muy sabia para tratarse de alguien de tu edad, niño.
—Pero, antes, déjame hablar con ella —pidió Lukas a modo de condición.
No tenía ni la menor idea de qué hacer, decir, o siquiera pensar. Para ese entonces, estaba tan aturdida que no pude más que seguir a mi compañero con la mirada en cuanto se decidió a colocarse frente a mí.
—Yo... —vaciló un poco— creo que tengo que ayudar a mi mamá, Yvonne.
—Sí —coincidí—. Lo sé.
Quería hacerle saber que él continuaría teniendo mi apoyo sin importar la elección hecha, de modo que no pasó mucho tiempo antes de que simplemente me obligara a observarlo con una sonrisa. Falsa, desde luego. Tan falsa que, incluso, me resultó imposible reprimir el llanto.
—Pero lo más importante de todo es que tú estés a salvo. —Llevó una mano hacia mi rostro para limpiar la lágrima que resbalaba por mi mejilla—. No quiero que vivas escondida por culpa mía y tampoco me gustaría saber que fui el responsable de que te apartaras de tu hogar... Los libros dicen que preservar los lazos familiares y evitar cualquier tipo de daño a las personas que amas es siempre la mejor opción.
—Entiendo —le dije entre asentamientos de cabeza.
—Solo me iré por un tiempo, ¿vale?
Suspiré, esforzándome por contener el resto de las lágrimas.
—Oye, te juro que te traeré un ramo entero cuando regrese —prometió, haciendo referencia a la extraña rosa que yo todavía sujetaba entre manos—. Uno muy grande solo para la novia más hermosísima de todas.
Mi sonrisa fue genuina en esta ocasión, en especial cuando se acercó un poco más para plantarme un beso en la mejilla. Por desgracia, haber recortado la distancia también bastó para que aquel mago se diera prisa en interferir:
—Bien, con eso es suficiente.
—Todavía me hace falta una cosa —Lukas se giró hacia él con enfado—. ¿Conoces el significado de "hacer falta"? Puede estar centrado en la necesidad de completar tareas específicas, en este caso, en la realización de una acción que Yvonne y yo estábamos...
—No es mi problema, niño, tengo órdenes que cumplir.
—Espera, es que solamente quiero... —no pude escuchar a mi compañero completar su última frase.
El mago abrió aquel mismo y misterioso portal en menos de un parpadeo, una clase de hueco en el espacio que no tardó en envolverlos a ambos como si se tratara de la entrada a algún otro sitio que, por primera vez, quedaba fuera de mi alcance. Y así, por razones que aún no encontraba el modo de asimilar, de pronto me encontré sola en medio de la explanada exterior de la estación de Heidelberg.
«¿Qué rayos acaba de ocurrir?»
Me quedé allí, estupefacta, con la boca abierta y la mente completamente en blanco.
Las cosas no podrían estar peor. Esto era un fracaso. Yo era un fracaso. Todo había cambiado en cuestión de segundos, todo amenazando con destruir aquello por lo que había trabajado durante meses: los desafíos, las interminables búsquedas, los sueños extraños, incluso aquellas noches en que el llanto de Lukas era lo primero que conseguía despertarme al amanecer... Si acababa de perder lo que más había luchado por proteger, ¿quién era yo, entonces? ¿Dónde quedaban el coraje y la determinación que tanto me había jactado de poseer? Al final, lo único que gané fue convertirme en una chica que, hiciera lo que hiciera, jamás lograría cambiar nada en lo absoluto.
«No puede estar pasando, ¿o sí?»
Ese hueco en el pecho se hizo cada vez más grande, hasta el punto en que la mera acción de pensar se convirtió en una pena por sumo angustiante.
Y entonces me rendí... Simplemente me rendí.
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