Capítulo 18: 13 de agosto de 2004
¿Por qué sigo creyendo que conozco a Lukas por completo cuando es cierto que hay muchas cosas sobre él que todavía ignoro? Entiendo a la perfección muchos detalles de su extraña personalidad, tengo claro cómo lidiar con cada una de sus actitudes defensivas y también me resulta sencillo diferenciar sus preferencias de todas aquellas situaciones que en realidad le incomodan. Cualquiera diría que lo conozco tan bien como a la palma de mi mano, al menos es lo primero que uno suele pensar cuando se toma en cuenta la gran cantidad de horas que he pasado a su lado. Suena lógico, ¿no es así? El tiempo fortalece los lazos, pero, aún con todas las circunstancias que hemos superado juntos, parece que mi querido compañero nunca dejará de sorprenderme.
¿De qué rayos estoy hablando? De la onceava versión, por supuesto. Aunque te resulte difícil de creer, tengo la impresión de que este nuevo chico es la viva encarnación de todas esas cualidades que Lukas acostumbra reprimir. Para ser más concreta, acabo de descubrir que mi compañero puede llegar a ser bastante temperamental cuando se le provoca y que, en ocasiones, sus emociones son tan intensas que incluso puede llegar a olvidarse de la verdadera noción de "límites y consecuencias".
¿Entiendes lo quiero decir con esto o es que es demasiado confuso para siquiera tratar de imaginarlo? Descuida, daré mi mejor esfuerzo para que puedas comprender los hechos tal como sucedieron, mas recuerda tener este detalle siempre en mente: todos los problemas inician en el momento en que un desafío entra de por medio.
—Entonces, ¿estás listo para tu examen de italiano?
Me uní a Lukas cuando ya le faltaba poco para alcanzar el otro lado del patio, aunque haberme colocado junto a él de manera tan repentina no hizo más que sobresaltarlo del susto.
—¿Examen? —Se giró hacia mí con aire de pánico—. Dijiste que hoy estudiaríamos la última lista del vocabulario.
—¿Yo dije eso? —dudé.
—Sí —asintió—, estoy cien por cien convencido.
—¿Tan convencido como para estar dispuesto a apostar?
Aquello le sacó una sonrisa.
—¿En serio piensas apostar por algo tan absurdo? —cuestionó con incredulidad, todavía a modo de burla—. Te vas a quedar sin dinero para el almuerzo.
—Y ¿qué te hace creer que yo voy a perder?
—Que la semana pasada anotaste la fecha del examen en tu calendario —argumentó, seguro de sí mismo—. Y ese día no era hoy.
—Ah, ¿sí? —Me crucé de brazos.
—Lo escribiste en tu agenda.
—En ese caso, no será muy difícil darnos cuenta de quién de los dos tiene la razón.
Por algún extraño motivo, tenía la certeza de que era él quien buscaba una excusa para zafarse de la prueba y no yo quien acababa de confundir las fechas del calendario. Por eso no lo pensé dos veces antes de aceptar el reto y apresurarme a sacar aquella libreta del fondo de mi mochila.
—Pero ¿qué vamos a apostar? —se dio prisa en preguntar.
—¿Un pastel de manzana? —sugerí, removiendo las hojas con rapidez para tratar de llegar al mes de agosto.
—Me gusta la idea —accedió.
—Quien pierda tendrá que pagar por una rebanada.
—Vale, pero tendrá que ser una de tamaño doble.
«Era de esperarse, ¿no?»
—Hecho —cerré el trato sin pensar—. De cualquier forma, no seré yo quien tendrá que gastar su dinero en...
Me detuve de súbito al llegar a la fecha del 13 de agosto:
Repaso de la última lista del vocabulario, grado 2.
«Rayos»
—¿Qué? —me quejé al momento, incrédula—. ¡No puede ser verdad!
—Te lo dije antes, ¿no? —me echó en cara a propósito—. Incluso traté de advertírtelo.
—¡Pero yo estaba segura de que era para hoy!
—Pues te equivocaste.
Le dirigí una mirada asesina justo cuando él se giraba hacia mí con una sonrisa.
—Y, ahora, me debes una rebanada de pastel de manzana —agregó con orgullo—, una rebanada de tamaño doble.
—No puedo creerlo —refunfuñé—. Nunca pierdo mis apuestas, al menos no cuando involucran...
—Disculpa, profesora Yvonne —la voz de una tercera persona me hizo callar de súbito—. ¿Podemos hablar contigo un momento?
Tuve que echar un vistazo hacia atrás para darme cuenta de que era Mathilda (una de mis alumnas del curso de italiano) quien acababa de tocarme el hombro para asegurarse de tener mi atención.
—¿Qué sucede? —Me volví hacia ella—. ¿Tuviste complicaciones con las actividades de hoy?
No solo era Mathilda quien aparentaba estar ansiosa por tener aquella conversación, sino también las otras tres estudiantes que permanecían paradas detrás de ella.
—No es respecto a la clase, más bien... queremos preguntarte tu opinión sobre... —vaciló Mathilda, tratando de encontrar las palabras correctas— un tema sentimental.
—¿Tema sentimental? —dudé, enarcando una ceja.
—Bueno, es un asunto personal —especificó.
—¿Con personal te refieres a privado?
—¿Quieres que espere en la biblioteca, Yvonne? —intervino Lukas de repente, retrocediendo un poco para guiar sus pasos en dirección al corredor—. Me parece que el asunto personal no me incluye a mí como espectador.
Le dediqué un rápido asentimiento de cabeza.
—Escoge alguna de las mesas, Lukas, yo te alcanzaré más tarde. —Mi atención volvió a centrarse sobre aquel grupo de chicas en cuanto lo vi dirigirse hacia el fondo del pasillo—. Entonces, ¿de qué se trata? —insistí, haciendo un esfuerzo por retomar la charla.
—En realidad, es There quien quiere pedirte tu opinión —puntualizó Mathilda.
Mi vista se posó sobre There, la chica que, con aire de nerviosismo, permanecía de pie a mi otro costado.
—Ella quiere preguntarte si tú la ayudarías a... —continuó diciendo Mathilda—. Bueno, ya sabes que There comparte las clases de arte con tu hermano, ¿no? A ella le interesa preguntarte si tú la ayudarías a hablar con él.
Parpadeé varias veces, confundida.
—¿Por qué? —inquirí—. ¿Mi hermano te trató mal, There?
Fue lo primero que vino a mi mente porque, vamos, era consciente de lo difícil que a Lukas le resultaba llevarse bien con sus compañeros de clase. Ni siquiera lo pensé dos veces antes de asumir que habría tenido algún tipo de percance con aquella chica.
—No, nada de eso —esta vez fue There quien se apresuró a contestar, moviendo un poco a Mathilda para quedar frente a mí—. Lo que quiero es... —Tomó una bocanada de aire—. Solo quiero poder hablar con él.
—¿Para qué?
Ellas notaron el desconcierto en mi voz. Se miraron unas a otras, como si mi falta de sentido común estuviera fuera de sitio. Lo sé, no soy muy buena para interpretar los contextos sociales humanos más allá de mi nivel "experto" en la convivencia con Lukas, pero quizás también era yo quien, en el fondo, se negaba rotundamente a asimilar lo que ellas trataban de darme a entender.
—Es que yo... —empezó a balbucear There—. O sea, quería pedirle que fuera mi compañero de trabajo para el proyecto final, pero él nunca...
—A There le gusta tu hermano, Yvonne —agregó Mathilda de golpe, haciendo que There cerrara la boca y se diera prisa en bajar la mirada.
Admito que, de mi parte, no pude más que quedar con los pensamientos momentáneamente en blanco.
—There quiere que la ayudes a hablar con tu hermano porque él le gusta —especificó Orlantha, otra de las chicas que aún se encontraba detrás.
«¿Que a ella le gusta mi compañero?»
—No, claro que no —fue lo primero que salió de mi boca, no solo de manera precipitada, sino también con un toque de irritación que solo provocó que todas ellas me miraran con desconcierto—. Digo, no lo sé, yo... Me refiero a que Lukas es demasiado tímido.
—Eso es obvio —apuntó Mathilda—, pero pensábamos que sería buena estrategia que tú dejaras a There almorzar junto con ustedes y... Bueno, de esa forma, ella y tu hermano se conocerían mejor, ¿no lo crees?
«Ja, ni de chiste»
—No creo que funcione —tenía mis razones para improvisar con ese pretexto, y creo que tú, querido diario, las conoces mejor que nadie—. Lukas en serio odia convivir con personas que no conoce.
—Pero él ya se ha visto muchas veces con There, está en su clase de arte —argumentó Orlantha.
—Sí, pero...
—¿Podemos intentarlo al menos una vez, Yvonne? —suplicó There, juntando las manos a manera de ruego.
—Sí, Yvonne, ¡por favor! —El resto se unió a la petición de su amiga con insistencia, todas ellas aproximándose unos pasos para tratar de persuadirme con la jugarreta cliché del "cachorro de los ojos tristes"—. ¡Por favor!
En verdad estaba en una situación de encrucijada, atrapada entre la presión social de mi grupo de alumnas y mi propio sentir que se negaba por completo a permitir que algo como eso sucediera. Tenía claro que There no estaba pidiendo demasiado; aún así, sabía de antemano que sería imposible sentirme cómoda con la mera noción de "ayudar" a alguien a llamar la atención de quien a mí más me importaba.
«Lo lamento, pero no voy a hacerlo»
Decepcionarlas sería inevitable. Con probabilidad, se molestarían conmigo y empezarían a etiquetarme también como la chica aguafiestas que no hace más que sobreproteger a su hermano. Sin embargo, era justo ese detalle el que ellas todavía ignoraban: Lukas no era ni de cerca mi hermano.
Iba a inventar alguna excusa barata. Estuve a punto de abrir la boca y ponerle fin a esa situación, lo hubiera hecho de no ser porque el repentino brillo del medallón me hizo desechar todo lo que, para ese entonces, había contemplado decir:
—Las actividades que Lukas y yo tenemos pendientes son cientos, yo... lo siento mucho, chicas, pero acabo de recordar que tengo un asunto urgente por atender.
—Pero There quería saber si hoy...
—Hablaremos de esto más tarde, ¿de acuerdo? Es un asunto urgente —reiteré a toda prisa, retrocediendo unos metros en dirección al final del corredor—. No puedo quedarme más tiempo, aun cuando así lo quisiera.
—¿Y sobre el almuerzo de hoy? —replicaba Mathilda con insistencia—. No sería ni más de una hora.
—El día de hoy almorzaremos en otro sitio —improvisé—. Quizá la semana próxima o... tal vez la semana siguiente a la próxima.
No las dejé pronunciar ninguna otra palabra. Giré sobre mis talones para encaminar mis pasos hacia el área de descanso, avanzando con rapidez a través de los pasillos mientras agradecía en secreto por aquella milagrosa interrupción (pues, coincidencia o no, acababa de simplificarme las cosas en más de un sentido).
Cruzando por la entrada de la biblioteca, mi alivio se transformó de poco en poco en angustia entre tanto mis pensamientos consideraban las posibilidades en torno al onceavo desafío. Continué andando hasta toparme con las habitaciones del ala oeste (cuartos destinados al personal del colegio que Lukas y yo solíamos utilizar como aulas privadas de estudio). Con la cabeza pegada a la mesa y los brazos cruzados, mi compañero permanecía sentado sobre uno de los escritorios del fondo, como si no tuviera nada mejor que hacer además de aguardar por mi llegada. El corazón me dio un vuelco cuando lo vi llevarse una mano al parche de tela que le cubría el ojo... Mirarlo a la cara me generaba una sensación asfixiante de remordimiento, en especial porque, a veces, eran los rastros de esos moretones lo único que alcanzaba a percibir.
—Recoge tus cosas y vámonos de aquí —le ordené en cuanto conseguí posarme a su lado.
—¿Qué? —preguntó, confundido—. ¿Por qué?
—Es importante, Lukas, date prisa.
No esperé a que acomodara las listas del vocabulario. Tomé su mochila del suelo y tan solo metí las hojas sin cuidado en el fondo de la bolsa.
—¡No hagas eso, Yvonne! —protestó él de inmediato—. ¡Se van a arrugar las páginas!
—Trata de soportar el desorden por al menos esta vez, ¿de acuerdo? —Admito que fui muy poco cortés—. Tenemos que irnos ahora.
—No entiendo.
—Hay alguien que nos necesita —sinteticé.
—¿Alguien? —Lo tomé de la mano para obligarlo a ponerse de pie—. ¿Quién?
—Te lo explicaré después.
Lo arrastré hacia la salida lo más rápido que pude, avanzando entre los pasillos a paso veloz mientras lo ayudaba a colgarse la mochila detrás de la espalda.
—¿No podemos ir más lento? —me susurró en voz baja—. Es una biblioteca, Yvonne, se supone que no debemos correr.
—Es lo que menos me importa ahora —bufé.
—Pero ¿por qué estamos...?
—Es por esto, ¿me oyes? —Tuve que señalar mi medallón para hacerle notar el brillo del centro.
—¿Por tu collar? —dudó.
—Es que no es solo un collar, Lukas.
—Ah, ¿no?
Me detuve cerca de la puerta, concediéndome un instante para desabrochar la cadena y extender el medallón hacia él.
—¿Por qué no le echas un vistazo, eh? Creo que así lo entenderás mejor.
Tomó la reliquia con algo de vacilación, mas tampoco lo pensó demasiado antes de acercársela al rostro y clavar su atención en el mensaje. Era la primera vez que permitía que Lukas tuviese alguna clase de contacto con el medallón sin tener que incluir alguna mentira de por medio. Ni por asomo vayas a creer que su seguridad comenzaba a ser un juego para mí, pues tenía una muy buena razón para dejar que algo como eso sucediera:
💢#11: Mal está, por lo que se tiene que reparar; un delito cometió y del trece es difícil sacar. Una sugerencia por considerar: pide la ayuda de alguien más.💢
—Lukas, ¿te gustaría ser mi pareja? —Mala elección de palabras—. No, digo —negué con la cabeza—, me refiero a que voy a necesitar ayuda para resolverlo.
—¿Es algo así como un acertijo? —trató de entender.
—Sí, es... —suspiré— algo así.
—¿Y quieres que lo resolvamos juntos?
Por esta ocasión, la respuesta era un sí que no estaba dispuesta a cambiar. Después de todo, estaba convencida de que obtener una mejor ayuda que la suya sería prácticamente imposible.
—Solo si tú quieres —me encogí de hombros—, por supuesto.
—Yo voy a hacer lo que tú me digas, Yvonne.
—Pero yo solo voy a llevarte si tú quieres ir —puntualicé.
Lo escuché soltar una carcajada antes de que se tomara un momento para devolverme el medallón.
—Pues yo solo voy a querer ir si tú quieres que yo quiera ir —se burló.
Le dediqué una mirada asesina.
—Estoy hablando en serio —advertí.
—Vale, perdón, solo estaba...
—¿Quieres ir o no? —insistí en que me diera una respuesta concreta.
—Sí —contestó finalmente.
—Bien. —Con una sonrisa forzada, me limité a continuar avanzando por el corredor—. Entonces deja de jugar y sígueme.
Al menos una cosa era segura: con él detrás de mí, este desafío no tenía pinta de ser tan amenazante como me lo habían parecido todos los anteriores.
* * * * * * *
Cuando se comete un delito, las consecuencias suelen ser tan obvias como irreversibles. Todo conlleva un proceso y, en este caso, los problemas comienzan en el instante en que alguien decide levantar una denuncia: la policía del distrito hace su llegada, el ciudadano en cuestión es arrestado, el transporte privado se dirige hacia la estación correspondiente y bla, bla, bla... El delincuente queda temporalmente aprisionado tras las rejas de una comisaría de policía.
Creía tener la impresión de que algo como eso acababa de suceder con el onceavo, pues cada palabra del desafío encajaba perfecto con aquella interpretación. "Mal, reparar, delito, sacar", las instrucciones estaban explícitas en cada verso y, además, había un pequeño detalle que también me llevaba a intuir por inercia su ubicación: "del trece es difícil sacar". ¿La estación de policía número 13? Todo indicaba que sí.
«¿Por qué ese dígito no me sorprende?»
—¿Estás segura de que es aquí? —me preguntó Lukas para corroborar.
—Cien por cien segura —respondí.
—Pero... es una central de policía —insinuó, un tanto inconforme con la apariencia de las circunstancias.
—Lo sé. —Asentí.
—¿Y la persona que nos necesita está allí adentro?
—Así es.
Lo oí respirar profundo.
—¿Vamos a ayudar a un criminal, Yvonne?
—¿Qué te hace creer que se trata de un verdadero criminal?
Apartó la vista del edificio para dedicarme una mirada de ironía.
—Está en una estación de policía —repuso, buscando enfatizar ese detalle—. Es un lugar donde se realizan actividades policiales con tal de mantener el orden público, proteger a la comunidad y hacer cumplir la ley. Se llevan a cabo investigaciones criminales, interrogatorios y detenciones. En resumen: si una persona está allí adentro y no es un oficial, es porque seguro hizo algo mal.
«Bah, simples falacias»
A estas alturas, ya me había acostumbrado a que mi compañero fuese tomado por un niño peligroso o por alguna clase de criminal violento. Ocasión tras ocasión y testimonio tras testimonio, el resultado siempre era el mismo: Lukas como un chico inocente cuyas circunstancias del momento no hacían más que dificultarle la vida.
—No —me mantuve firme—, estoy convencida de que hay otra explicación.
—¿Como cuál? —dijo en tono de reto—. ¿La policía confunde criminales, acaso?
—No, pero... —No supe qué decir. Lukas se escuchaba tan molesto que casi podía apostar que contradecirlo no haría más que intensificar su enfado—. Confía en mí, ¿de acuerdo? Sé que ayudar a alguien a salir de prisión tiene la pinta de ser una idea estúpida, pero muchas veces las cosas no son lo que parecen.
Continué avanzando por la acera, dirigiendo mis zancadas en dirección al edificio que tenía por decoración externa una serie de vehículos policiacos. Me aseguré de que Lukas se hubiese resignado a seguir mis pasos antes de cruzar hacia el otro lado de la calle y, al alcanzar los accesos de cristal, no lo pensé dos veces antes de empujar las puertas e intervenir en el medio de lo que aparentaba ser una sala de espera para casos administrativos.
—Oye, Lukas, ¿recuerdas cuando montamos esa obra de teatro para el grupo de los hombres dementes? —le susurré en voz baja—. ¿Actuarías conmigo una vez más?
Volvió a suspirar con pesadumbre.
—Esto no me gusta ni un poco —refunfuñó.
—A ti también te confundieron con un criminal, ¿no?
Se giró hacia mí. Mitad sorprendido y mitad avergonzado, tal argumento dio la impresión de haberlo desarmado por completo.
—Te saqué de allí cuando más lo necesitabas —subrayé, buscando que hiciera un esfuerzo por cumplir con mi petición—, por eso hoy haremos lo mismo por esta persona.
Silencio. Ni una sola palabra al tiempo que agachaba la mirada y se tomaba un momento para reflexionarlo. Luego me dedicó un leve asentimiento de cabeza.
—Gracias —le sonreí—. Sabía que podrías comprenderlo.
En aquel instante, tuve dos motivos razonables para concederme el repentino permiso de abrazarlo. Primero, porque necesitaba comunicarle una serie de instrucciones sin que las personas que aguardaban en aquella sala se percataran de ello (y encubrirlo con un abrazo parecía la mejor manera de conseguirlo); segundo, porque simplemente quería hacerlo. Era un hecho que muy pronto llegaría el momento de despedirnos y, aparte de todo, me partía el corazón saber que él continuaba confiando en mí aún a pese a que la idea de ayudar a un "delincuente" no le agradara en absoluto.
—¿Quieres que te repita el plan? —le murmuré al oído.
—Ya lo tengo memorizado —garantizó.
—Bien, ¿alguna pregunta?
—No va a pasarnos nada por mentir a unos oficiales de policía, ¿verdad? Porque la historia que quieres que les cuente se escucha un poco... extraña.
No pude ocultar una sonrisa.
—Te prometo que todo saldrá bien. —Lo solté enseguida, acompañando mi agradecimiento con un par de palmaditas en su espalda.
El plan que, para ese entonces, había formulado en mi cabeza era sencillo comparado con todos los anteriores: utilizaría el parentesco afortunado entre mi actual compañero y el onceavo Lukas para asegurar que los oficiales en turno ocuparían la mayor parte de su tiempo en información de caso y papeleo administrativo. Mientras tanto, yo solicitaría una charla con el prisionero y aprovecharía la distracción de aquellos guardias para sacarlo de la celda. Era un plan simple y rudimentario; sin embargo, el truco estaba en que la historia del décimo resultara lo suficientemente convincente para que aquellos oficiales centraran toda su atención en completar los archivos.
—Anda, sígueme —le dije—. Entre más pronto terminemos con esto, mejor.
Le indiqué con una seña que dejara algunos metros de separación antes de avanzar detrás de mí, en especial al momento en que guié mi marcha hacia el acceso más próximo: el espacio administrativo, un gabinete repleto de cubículos y despachos de escritorio. ¿La parte más ventajosa de aquel escenario? Eran únicamente dos policías quienes ocupaban los módulos de atención y, a juzgar por las hileras desiertas, las personas que aguardaban en la sala anterior debían tratarse de casos abiertos que aún esperaban por alguna respuesta. El vacío de aquella habitación resultaba todo un alivio cuando se pensaba en la poca probabilidad de ser descubiertos.
—Ahora, Lukas —articulé con disimulo, fingiendo que mi atención se encontraba dispersa sobre los mapas que colgaban de la pared.
Él me dedicó otro asentimiento de cabeza antes de conducir sus pasos hacia el frente de la sala.
—Hola —lo escuché dirigirse con timidez hacia el oficial del primer cubículo—, ¿puedo hacer una denuncia?
—Claro, chico —el hombre le prestó atención—, ¿de qué se trata?
—Bueno, no es una denuncia como tal porque eso significaría que quiero informar a las autoridades correspondientes sobre un evento delictivo, una anomalía o una circunstancia sospechosa que puede considerarse como una transgresión o violación de la ley. —Después de una respuesta tan "al estilo Lukas" como esa, el hombre no pudo más que quedar con el ceño fruncido—. Más bien, quiero darles información sobre lo que pasó con mi hermano antes de que lo arrestaran.
—¿Tu hermano está aquí?
—Acaban de traerlo hacía poco —especificó mi compañero—. Su nombre es Lukas Diederich.
—Ah, sí, el chico de las plantas mágicas. —El oficial rio por lo bajo, aunque con eso bastó para confirmarme que se trataba del sitio correcto—. Son gemelos, ¿cierto?
«Prosigamos con la fase dos»
Dejé que el décimo continuara lidiando con aquella conversación mientras yo me limitaba a encaminar mis pasos hacia el tercer cubículo: el único despacho con el acceso a los pasillos del fondo.
—Hola, buen día —intervine con calma, arrimándome a las orillas del escritorio—. ¿Todavía está abierto el horario para visitas?
El oficial en turno me echó un leve vistazo antes de regresar la mirada hacia los documentos que sostenía entre manos.
—¿Visitas a...?
—Lukas Diederich —contesté.
—¿Parentesco? —siguió interrogando.
—Solo somos amigos.
Colocó aquellas carpetas sobre la superficie de la mesada.
—Nada más pueden pasar familiares —me informó.
—Es un amigo muy especial —supliqué, juntando las manos para que pudiera entender lo importante que resultaba para mí—. Por favor, tan solo quiero hablar con él. No tardaré ni más de cinco minutos.
Con eso conseguí que al menos se dignara a verme a la cara.
—¿No más de cinco minutos? —inquirió en tono de acuerdo.
—Ni un segundo más —accedí rápidamente—, se lo prometo.
—Tendrás que estar de regreso para antes de las tres treinta.
«Tiempo más que suficiente»
Le dediqué una sonrisa de oreja a oreja, una que seguro debió tomar por una mera mueca de inocencia.
Aquel hombre se levantó de su asiento con desgana. Lo observé tallarse los ojos y echar un bostezo al aire mientras se disponía a abrir la compuerta que mantenía separado su cubículo del resto de la sala. Para ese entonces, todavía me cuestionaba cómo rayos haría para tomar las llaves que reposaban sobre la esquina de su escritorio sin que él se percatara de ello; no obstante, aquella interrogante dejó de convertirse en una preocupación real tras haber reparado en lo adormilado que en realidad se encontraba.
—Dobla a la izquierda y camina derecho por el resto del pasillo —me indicó al mismo tiempo que retrocedía unos pasos para permitirme la entrada.
Me adueñé del juego de llaves justo cuando me concedía la oportunidad de pasar junto a su mesa y, fingiendo que tan solo necesitaba ajustar la parte baja de mi suéter, me apresuré a ocultar aquella argolla metálica bajo el borde interno de mi pantalón.
—Seré rápida —mentí con otra sonrisa—, se lo aseguro.
No me di el permiso de vacilar antes de seguir por la dirección indicada. Créeme: haber notado que aquel oficial no tenía intenciones de venir tras de mí fue todo un alivio.
—Manos a la obra —murmuré para mí misma mientras tomaba una bocanada de aire. Pues, dicho sea de paso, robar una serie de llaves puede tener a cualquiera con los nervios de punta.
«Concéntrate en la fase tres»
Alcanzar el fondo del pasillo no trajo consigo ninguna dificultad, aunque ojalá pudiera decirse lo mismo de todos los minutos posteriores. No estoy bromeando cuando digo que colocarme frente a la celda de detención fue la parte más sencilla del desafío, en especial porque, al toparse mi rostro con los dos chicos del interior, las cosas se tornaron en una complicación más desastrosa de lo que en un principio asumí que sería.
—Mmmm... Hola.
Ambos se volvieron hacia mí en cuanto alcé la voz. El chico cuyo semblante no reconocí no tardó en echarme un vistazo de desconcierto; sin embargo, no fue la incomodidad de su mirada lo que me dejó congelada en el sitio, sino el instante en que mis ojos se encontraron con la onceava versión de Lukas. No sé cómo explicarlo, pero... Cielos, es que él lucía exactamente igual a como solía recordarlo. Tan idéntico al antiguo Lukas que, por un momento, ni siquiera fui capaz de formular un solo pensamiento con claridad. Puedes intuir lo que aquello significó para mí, ¿no? Era él, querido diario, el mismo chico que desde hacía meses trataba de recuperar estaba parado a unos insignificantes metros de mí.
—¿Eres amiga suya? —la intervención del muchacho desconocido me devolvió a la realidad, aunque fue hasta después de unos segundos que caí en cuenta de que era yo quien tendría que contestar esa pregunta.
—Sí, él es mi... Digo, no. —Cerrar los ojos durante un breve instante me ayudó a recuperar la lucidez—. Me refiero a que solo soy una de sus viejas conocidas.
—¿De mis viejas conocidas?
Me vi en la necesidad de girarme hacia Lukas en cuanto lo escuché cuestionarme de aquel modo.
—Sí, una de tus muy viejas conocidas —la sonrisa forzada que le dirigí fue, en realidad, un intento desesperado por hacerle saber que debía seguirme el juego—, y es en nombre de esa antigua amistad que vengo a sacarte de aquí.
—¿Tú y yo nos conocemos? —me preguntó enseguida.
—Te debía un favor, ¿recuerdas? —improvisé como parte de mi coartada—. La última vez que nos vimos, dijiste que podía pagártelo más tarde. Así que ha llegado el momento de saldar mi deuda.
—¿Yo dije eso? —Enarcó una ceja.
—Me lo dijiste un viernes al salir del colegio —insistí.
—No, eso nunca pasó —me contradijo sin pena—. Pero... creo que a ti sí te había visto antes. —Me recorrió con la vista de arriba abajo—. Me pareces algo...
—Es lo que menos importa, ¿de acuerdo? —me apresuré a interrumpirlo, pues la mirada de su compañero de celda ya empezaba a adquirir tintes de sospecha—. Como sea, el punto es que quiero sacarte de aquí.
—Y eso, ¿por qué?
Puse al descubierto la argolla metálica que llevaba oculta en el pantalón.
—¿Vas a venir conmigo o no? —resoplé con hartazgo.
Sus ojos se posaron sobre el distinguible juego de llaves.
—Sí... —vaciló, acercándose unos pasos hacia mí—. Supongo que sí.
Estaba convencida de que el embrollo se habría solucionado: él había aceptado venir conmigo y yo no tendría que hacer nada más por liberarlo que encontrar la llave correcta. Al menos era eso lo que pensaba porque, de un momento a otro, las circunstancias que creía haber alivianado comenzaron a perder el rumbo en cuanto el muchacho desconocido se interpuso a toda prisa frente a la puerta de salida.
—Escucha, no tengo ni la menor idea de quién seas, pero lo único que no puedes hacer es sacar a Lukas de aquí —me advirtió, sujetándome por la muñeca para evitar que introdujera la primera llave en la cerradura—. No querrás meterte en problemas.
—¿De qué hablas? —dudé.
—Hazte a un lado, Johann —intervino el onceavo rápidamente, acercándose a los barrotes para apartar de mí las manos de aquel otro chico—, ella no quiere escucharte.
—Lo lamento mucho, Diederich —se disculpó él—, pero ni estando loco dejaría que te marcharas.
—¿Todavía sigues con eso? —bufó mi compañero con incredulidad—. Yo no hice nada en absoluto, ya te lo había dicho.
Johann volvió a girarse hacia mí.
—No abras la puerta, ¿me oyes? —se escuchó preocupado—. No sabes de lo que Diederich es capaz, en serio, casi hace que nuestro vecino...
—Cállate, ¿sí? —Lukas se apresuró a taparle la boca, mas aquel muchacho no tardó ni un par de instantes en sacarse sus manos de encima—. Yo no tuve la culpa y lo sabes.
—Déjame hablar con ella —protestaba Johann.
—No si lo único que vas a decirle son mentiras.
—No son mentiras, Diederich, yo sé lo que vi.
—¡Exacto! —exclamó el onceavo, impaciente—. ¡Tú sabes mejor que nadie que yo nunca lo toqué!
Johann apartó a Lukas de un empujón, asegurándose de que se alejara de la puerta antes de espetar:
—Mejor acepta que algo anda mal contigo y enciérrate en un lugar en donde no puedas lastimar a nadie, fenómeno.
«Cielos, esto comienza a salirse de control»
—Bien, ya basta —hablé con firmeza, aunque haber alzado de voz no pareció ni de chiste suficiente para detener aquella discusión.
—¿Por qué no me crees, Johann? —continuó quejándose Lukas—. ¡Estoy diciendo la verdad!
—Lo haría si no te hubiera visto aplastarle el cuello con esas plantas.
—¡Te juro que yo no hice absolutamente nada!
Imagino que estarás de acuerdo conmigo cuando digo que no tuve ninguna otra opción además de apresurarme a seleccionar alguna de las llaves e introducirla con rapidez en la cerradura. No era la correcta, por supuesto, pero un primer intento al menos reducía la cantidad de posibilidades que aún me hacían falta por probar.
—Estás demente, ¿lo sabías? Eres peligroso, Diederich, y lo peor de todo es que ni siquiera lo aceptas.
—No lo acepto porque no es verdad. —Mi compañero se cruzó de brazos.
—¿Que no es verdad? —se mofó Johann—. Entonces, ¿cómo explicas las marcas que le quedaron en el cuello?
La segunda y la tercera no eran las llaves indicadas, aunque todavía tenía la esperanza de que la cuarta sí lo fuera.
—Tú mismo lo viste, ¿no? —increpó el onceavo—. ¡Las plantas se movieron solas!
—Claro, ¡cómo si eso fuera realmente posible!
—¿Y no es más loco creer que yo las estaba controlando cuando estaba parado a casi dos metros de distancia?
«La cuarta tampoco entra»
—No —sentenció Johann—, porque tú eres un fenómeno.
—No me digas así —oí a Lukas mascullar entre dientes.
—Casi matas a alguien, Diederich, ¿cómo diablos quieres que te diga?
El inesperado ¡crac! que la quinta llave produjo al introducirla en la cerradura me permitió tanto abrir la puerta de golpe como llevar mis pasos hacia el centro de aquella disputa.
—Cuando les digo que ya basta, es porque en ese mismo instante tienen que parar de...
No pude terminar la frase. Admito que fue estúpido interponerme entre ambos justo en el momento en que su discusión se tornaba cada vez más intensa. Lo peor de todo es que fui capaz de distinguir el cambio de color en los ojos de Lukas, aun así, no creí que conservar mi distancia fuera realmente necesario. Todo pasó en menos de un parpadeo y, en cierto modo, no tuve una verdadera noción de lo ocurrido hasta que un punzante dolor en el rostro me dejó paralizada sobre el suelo de aquella celda.
Me llevé una mano a la boca para comprobar que, en efecto, era un hilo de sangre lo que resbalaba por los bordes de mi barbilla.
—¡Demonios! ¿Estás bien, niña? —Mi compañero se acercó a mí con preocupación. Solo entonces comprendí que había sido uno de sus golpes lo que acababa de dejarme así de pasmada—. ¡No sabes cuánto lo siento!
«Eres más impulsivo de lo que pensaba»
Al ponerme de pie, me sentí tan molesta que estuve cerca de acorralarlo contra la pared con tal de reclamarle lo mucho que me dolía todo el frente de la cara. No obstante, estaba convencida de que sumar más gritos a la lista solo haría que el caos del interior se volviera perceptible para los guardias de afuera.
—Perdóname, niña —seguía disculpándose el onceavo—. Nunca quise golpearte a ti, solo...
—No me toques —le advertí antes de que colocara una mano sobre mi mejilla—. Y tampoco me veas, ¡por todos los cielos! Tengo sangre en la boca.
—Lo lamento mucho, en serio, no me di cuenta de que ibas a pararte enfrente de Johann y...
—Aléjate unos pasos, ¿quieres? —Es verdad que fui algo grosera con él, pero entenderás que mi enfado tampoco iba a esfumarse tan fácilmente.
—Perdón —balbuceó.
—Deja de disculparte conmigo y solo salte ya de la celda. —No podía irme sin él, y eso lo tenía bastante claro.
El "te lo dije" en la mirada de Johann fue más que evidente, aunque, por alguna razón, prefirió mantenerse callado mientras me miraba pasar junto a él. Tampoco dijo nada cuando me dispuse a retomar la marcha en dirección a la puerta, quizás porque, en el fondo, era consciente de que parte de la culpa no recaía solamente sobre Lukas.
«No tienes mucho tiempo, Yvonne, recuérdalo»
Con mucho esfuerzo y un poco más que simple voluntad, conseguí olvidarme del asunto para abrirme paso a través del pasillo e indicarle a Lukas que se mantuviera detrás de mí. Después de todo, era un hecho que centrar mis pensamientos en cualquier otra cosa que no fuera en la cuarta fase del plan bastaría para arruinar todo aquello por lo que el décimo y yo habíamos trabajado.
—Alto —alargué una mano para impedirle el paso hacia el final del corredor—, déjame echar un vistazo primero.
Asomé la cabeza por la orilla del muro: el oficial en turno había abandonado su puesto, justo como la cuarta fase del plan tenía contemplado que sucediera.
—De acuerdo, escucha, la siguiente parte del... —Tuve que interrumpir mi discurso en cuanto lo vi estirar una mano hacia mí—. ¿Qué estás haciendo?
—Quiero ayudar a limpiarte la sangre —explicó.
Girarme hacia él fue suficiente para notar que se obligaba a sí mismo a permanecer con los ojos cerrados.
—Ni siquiera puedes verme —bufé, tomando la decisión de separarme de él por unos cuantos centímetros más—. Olvídalo y ya está.
Haberme apartado no fue de mucha utilidad, en particular porque no tardó ni unos segundos en volver a alargar una mano hacia mí.
—¿Dónde te golpeé? —Tocó las orillas de mi barbilla—. ¿Aquí? No te duele mucho, ¿o sí?
Y entonces, por primera vez desde hacía meses, no supe cómo reaccionar ante uno de los doce. Qué hacer, qué decir o qué pensar... No tenía ni la menor idea. Mi mente estaba tan vacía como una pizarra en blanco.
—No, no mucho —era una mentira. Por supuesto que me dolía y, en realidad, me dolía tanto que pronunciar cualquier palabra me resultaba un movimiento por sí mismo molesto.
—Por favor, perdóname.
—Sí, es... —Respiré profundo—. No te preocupes por eso.
—Seguro te dejé con toda la cara manchada de sangre —sé lamentó.
—No es tan malo como imaginas —traté de minimizar el asunto.
—¡Sí que es malo! No pude pensar en lo que hacía porque Johann me hizo enojar, pero en ningún momento creí que tú fueras a pararte justo...
—Lo sé, Lukas, yo estuve allí —lo interrumpí con desdén—. La próxima vez que te sientas de esa forma, mejor asegúrate de conservar la calma y haz un esfuerzo por escuchar mi voz, ¿quieres?
—Sí —prometió a toda prisa—, te juro que no volverá a suceder.
Fue cuando sus dedos alcanzaron a tocar parte de mi boca que me vi en la obligación de sujetarlo por la muñeca.
—Basta. —Contuve el aliento para luego improvisar diciendo—: Te vas a marear.
—No estoy viendo nada.
—Acabas de mancharte de sangre... —suspiré—. Agh, aguarda un segundo.
Sacrificar mi ropa no parecía tan mala idea comparado con permitir que perdiera la consciencia, así que no lo pensé demasiado antes de utilizar la esquina de mi suéter a modo de pañuelo desechable.
—Es verdad lo que decías, ¿no? —inquirió—. Sí me conoces desde hacía mucho.
«No pienso entrar en detalles ahora»
—Te lo explicaré más tarde, ¿bien? Todavía tenemos que salir de aquí. —Volví a darle la espalda a fin de quedar fuera de su vista—. Ya puedes abrir los ojos —le informé, concentrándome en lo que el momento demandaba—: Lo siguiente en el plan es sencillo. De mi parte, saldré de este sitio y entraré en la sala de espera. Lo único que tú tienes que hacer es contar dos minutos a partir de que yo me vaya. Abandonarás el cubículo, te acercarás a los oficiales y después les vas a...
—Espera, ¿qué?
—Te acercarás a los dos oficiales —repetí.
—¿Eso no sería lo mismo que delatarme? —murmuró con aire de sospecha.
—Confía en mí.
Hubo un momento de silencio antes de que se resignara a preguntar:
—Vale, ¿y qué se supone que tengo que decir?
—Basaltstraße 23, 60487 —especifiqué.
—¿Qué?
—Es una dirección. —Una que no significaba absolutamente nada, pues la había seleccionado por no más que simple azar.
—Sí, ya sé que es una dirección —pude imaginarlo entornando los ojos—, el tema es cómo me ayudará eso a salir de aquí.
—Lo importante es que les des la dirección, te despidas de ellos con amabilidad y luego salgas por la puerta de cristal para encontrarte conmigo en la sala de espera.
—¿Y estás segura de que eso va a funcionar?
«Ruego por que sí»
—Si todo sale conforme al plan, no tienes nada que temer —le aseveré.
Esperaba que mi cómplice hubiera seguido mis instrucciones al pie de la letra; en caso contrario, el onceavo desafío no estaría más que condenado al fracaso.
—Es la única opción que te queda —le recordé.
—Vale, lo haré —aceptó con desgana mientras soltaba un suspiro—. De cualquier forma, lo peor que puede pasar es que vuelvan a encerrarme en esa celda, ¿no? Las detenciones suelen ser de corta duración cuando de denuncias triviales se trata.
«Imposible de contradecir»
—Perfecto, entonces espera aquí y cuenta hasta 120 —condicioné—. Nos veremos del otro lado de la puerta.
No voy a extender esta narración más de lo debido. En resumen, hice exactamente lo que el plan exigía que hiciera: avancé con tranquilidad en dirección al final de la sala, pasando por la compuerta y simulando una inocente indiferencia mientras colocaba aquel juego de llaves devuelta sobre el escritorio. No tardé mucho en abandonar el cubículo y toparme con los dos guardias que empeñaban todo su esfuerzo en lo que parecía ser una revisión exhaustiva de archivos y documentos.
«Excelente trabajo, compañero»
—Ya me voy, oficial, muchas gracias por el permiso —añadí en voz alta, dirigiendo mis pasos hacia la puerta de salida.
No pareció escucharme con mucho esmero; sin embargo, mi verdadero objetivo nunca fue comunicarle mi agradecimiento, sino hacerle saber a mi cómplice que la quinta fase del plan acababa de entrar en acción.
—¿Necesitan nuestra dirección anterior? —escuché preguntar a Lukas, justo como le había dicho que hiciera ante mi señal.
—Sería de mucha ayuda, chico —le contestó el oficial.
—No recuerdo muy bien los números, pero mamá está esperándome allá fuera, así que... —vaciló el décimo—. Ahora vuelvo, ¿vale? Se lo preguntaré a ella y en un momento regreso.
Los guardias asintieron con la cabeza, pero estaban tan ensimismados en el montón de papeles que parecía imposible que le hubieran prestado la atención suficiente. Un error que, más tarde, les costaría bastante caro.
Crucé la puerta de cristal seguida por el décimo Lukas, de allí que no resultara tan difícil dirigirle una sonrisa e insinuarle de manera discreta que se apresurara a salir de la comisaría. Él hizo lo que le pedí, no cuestionó nada de aquello y tan solo se limitó a continuar su marcha hasta alcanzar el último de los accesos.
No pude haber encontrado un mejor compañero de desafíos, querido diario, lo tengo garantizado.
—Vamos, solo un minuto más —susurré para mis adentros, aprovechando aquel espacio para limpiar la sangre que todavía resbalaba por las orillas de mi boca.
Esperé en el vestíbulo durante algunos segundos más, aguardando con impaciencia por la llegada de mi nuevo compañero mientras me tomaba un instante para ocultar mi suéter en la mochila.
—Basaltstraße 23, 60487 —fue la voz repentina del onceavo lo que me hizo centrar mi atención en el otro lado del cristal.
El más distraído de aquellos hombres no tardó en asentir.
—Claro —le respondió—. Gracias, chico.
No puedo explicarte la gran satisfacción que sentí al momento en que lo observé cruzar la salida con pasos tranquilos y una sonrisa pintada en el rostro.
«¡Victoria!»
Me dedicó entonces una mueca de incredulidad, sorprendido de que aquel ridículo plan realmente hubiera funcionado.
—Pero ¿por qué...? —Se llevó las manos a la cabeza—. ¿Cómo hiciste eso, niña?
—Tengo algunos trucos bajo la manga —pronuncié con orgullo.
—¿Bajo qué manga? —preguntó, confundido—. Me refiero a lo que acaba de ocurrir con esos oficiales. Ni siquiera trataron de detener...
—Huir de este sitio es todavía más importante que quedarnos a discutir cada detalle acerca de nuestra gran hazaña, ¿no te parece?
—Vale, claro —se oyó un tanto avergonzado—. Tú... tienes toda la razón.
Es justo así, querido diario, como llegamos al final de esta historia: una chica con el rostro dolorido y un prisionero de celda disfrutando de su bien merecida libertad. Ambos recorriendo el resto de la sala para alcanzar la única puerta que, finalmente, los separaría de la angustia y el caos.
—¡Yvonne! —En esta ocasión, fue el décimo quien suspiró con alivio en cuanto me vio salir por el acceso principal—. Pensaba que no encontrarías la forma de regresar.
—¡Bah! Eso ni de chiste —resoplé—. Es más, ni siquiera había motivos para que te preocuparas por mí.
—Pero tenías toda la boca manchada de algo como...
Negué con la cabeza para restarle importancia.
—No pasó nada grave, Lukas —insistí con una sonrisa falsa—. Te aseguro que todo está en orden.
Solo tras haber pronunciado esas palabras caí en cuenta de las miradas inquisidoras que ambos se dirigían entre sí. Sabía que algo como eso no tardaría en suceder; era cuestión de tiempo para que repararan en el gran parecido que tenían.
—Oye, niña —intervino el onceavo, acercándose unos pasos para hablarme más de cerca—. ¿Tu nombre es Yvonne? —Asentir con la cabeza bastó para que sus ojos volvieran a posarse con timidez sobre el décimo Lukas—. Vale, Yvonne, ¿por qué tu amigo se llama y se ve igual que yo?
«Uf»
—Ah, p-porque... —titubeé—. Bueno, él...
—Creo que somos hermanos —interrumpió mi antiguo compañero, quizá algo influenciado por la historia que acababa de darle a memorizar.
—Sí, justo eso —mentí, dándome prisa en despojarme del medallón para ajustar el largo de la cadena—. Pero lo más importante de todo es que, antes de irnos de aquí, se pongan este collar como una señal de victoria.
—¿Ponernos un collar en señal de victoria? —se burló el onceavo, limitándose a cruzarse de brazos—. Eso es absurdo.
—Es solo por mero capricho mío —simplifiqué.
El nuevo Lukas me dedicó una mirada de desconcierto; no obstante, el décimo de ellos ni siquiera vaciló antes de tomar la reliquia de mis manos y apresurarse a cumplir con mi petición.
—Tú también, por favor —le supliqué al onceavo—. Por lo que pasó allá dentro, me debes un favor a cambio, ¿recuerdas?
Lo escuché resoplar con resignación antes de que, con cierta lentitud, aceptara colocarse junto a su recién descubierto "hermano gemelo".
—Vale —masculló por fastidio—, pero solo lo voy a hacer porque eres tú quien me lo pide.
«¡Gracias al cielo!»
Un escalofrío me recorrió la espalda en cuanto se llevó la cadena al cuello y el número once se dibujó en el centro del rubí. Tal vez porque, en todo caso, solo podía significar una cosa: estaba completamente a merced de un Lukas que, aparte de hacerme sentir confundida, también aparentaba ser un verdadero generador de problemas.
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