Capítulo 17: 13 de junio de 2004
Lukas solo ve con un ojo. Lo he comprobado de distintas maneras: primero durante la noche anterior, cuando lo vi recostar la cabeza sobre la almohada y tener complicaciones para encontrar la orilla de la sábana a pesar de que su ojo izquierdo aún estuviera abierto; después durante la hora del almuerzo, cuando extendí un pedazo de pan hacia él y lo único que conseguí fue que ignorara mi ofrecimiento y continuara comiendo de aquel plato de sopa.
Me rompe el corazón tener que verlo de este modo, con el ánimo tan apagado y una permanente expresión de indiferencia marcada en la cara. Es como ver a un fantasma con tintes de muerto en vida, o como ver una vieja fotografía desvaneciéndose entre un montón de recuerdos olvidados. Puedo distinguir la tristeza en su rostro, la frustración de tener que permanecer en cama en consecuencia del dolor físico que le provocan sus heridas. Tratar de sacarle una sonrisa es desgastante y, al mismo tiempo, devastador.
En verdad me gustaría decirte que su situación mejora con el transcurso de las horas, pero eso sería una mentira que tampoco tiene caso inventar.
—¿Yvonne?
—¿Sí, Lukas?
Escuchar cómo su respiración se aceleraba de repente me convenció de dejar el montón de papeles sobre la mesa para luego levantarme del sofá.
—Ayúdame —murmuró con voz entrecortada—, por favor.
Me aproximé sin tardanza a las orillas de su cama. Mi compañero estaba aterrado; mantenía la vista clavada en la sangre que le cubría los dedos, con probabilidad proveniente de su nariz a juzgar por las gotas que también le manchaban parte de la boca.
—Mira la lámpara. —Le incliné la cabeza hacia el techo para que apartara la vista de sus manos. ¿Lo más preocupante de todo? Distinguir el verde de sus ojos entremezclándose con un opaco color amarillo—. Solo va a detenerse si miras hacia arriba, tú... concéntrate en respirar, ¿de acuerdo? Primero inhala lo más profundo que puedas, después vas a...
—¿Me voy a morir, Yvonne? —me interrumpió entre balbuceos, haciendo un esfuerzo por reprimir el llanto.
—No —contesté a toda prisa—, eso ni de chiste.
—¿Por qué me sale tanta sangre, entonces?
—Tan solo es una hemorragia —traté de tranquilizarlo—, es normal que suceda cuando se acaba de pasar por cosas muy estresantes.
—Pero también me duele mucho la cabeza...
—Es porque tienes miedo. —Coloqué una mano sobre su pecho para corroborar mi suposición: sus latidos estaban más que acelerados—. Pero no va a sucederte nada, confía en mí.
Lo escuché soltar un suspiro tras esa última frase. Sabía que esto sería difícil para Lukas, pude intuirlo desde que lo vi prestarle atención a sus heridas y quedar por completo pasmado a las afueras de aquel almacén. Es verdad que su fobia a la sangre complicaba las cosas en más de un sentido, pero eso no cancelaba el hecho de que aquella vivencia fuera compleja por sí misma. Cualquiera tendría problemas para recuperar la calma tras haber pasado por una situación tan espantosa como esa.
—¿Por qué no piensas en lo que te gustaría cenar para esta noche, eh? —quise distraerlo del tema—. Podría pedirte un plato entero de albóndigas con arroz, una pizza de chorizo o tal vez alguna pasta con manzana y...
—¿Por qué tenían que confundirme con ese otro niño, Yvonne? Yo nunca les hice nada malo.
«Perdóname, Lukas»
—No fue tu culpa, ¿me oyes? —Hice una pausa—. Fue un accidente que...
—Sí fue culpa mía —me contradijo enseguida para luego admitir—: Fui yo quien se subió a su auto. Mamá dice que no debo hablar con extraños, pero... Si no me iba pronto del colegio, Yvonne, los niños del sexto grado iban a golpearme en el horario del último turno.
«¿Por qué eso no me sorprende?»
Sin importar el lugar, el tiempo o las circunstancias, Lukas siempre terminaba envuelto en serios problemas cuando de convivir con otros niños se trataba. Y eso era algo que, aparentemente, nunca tendría posibilidades de cambiar.
—Entonces preferí irme antes y...
—Te perdiste —asumí sin complicaciones.
—Mamá siempre usa el auto para recogerme del colegio —asintió para confirmar mi suposición—, así que ni siquiera sabía por dónde debía caminar para llegar a mi colonia. No conozco las direcciones porque no salgo mucho de casa, aun así, quise tratar de recordar la ubicación correcta.
—Está bien, desobedeciste a tu madre —concluí—. Eso no quiere decir que todo lo demás haya sido culpa tuya. —En todo caso, si hubiese que señalar a un verdadero culpable, esa sería yo—. Lo que hiciste no tuvo nada que ver con lo que ocurrió después.
Sabía mejor que nadie que nada de esto era producto del azar. Aun cuando él no hubiese tenido la intención de abandonar el colegio, el medallón habría encontrado la manera de guiarlo hasta aquella zona residencial porque era así como tenía contemplado que sucedieran las cosas.
—Vale, pero... —suspiró—. Si tan solo hubiera pensado en que era muy tonto confiar en unos extraños...
—Ellos te habrían subido al auto de cualquier forma —le hice saber con certeza—. El resultado habría sido el mismo sin importar las variables implicadas.
Su silencio fue casi inmediato. Al parecer, mi compañero había pasado horas enteras creyendo que aquel doloroso episodio no había sido más que consecuencia de sus propias decisiones. ¿Te imaginas la gran cantidad de carga que estaba poniendo sobre sus hombros? Lo sé por experiencia: el peso de la culpa no es muy sencillo de soportar.
—Tienes que creerme cuando digo que nada de esto es culpa tuya, Lukas. —Y, quizás, tampoco completamente mía.
Me estiré un poco para alcanzar la caja de pañuelos que había quedado arrumbada al otro lado de la cama; sin embargo, el solo hecho de apartar mi mano de su abdomen hizo que él se apresurara a sujetarme del suéter.
—¡No, Yvonne! —se quejó al momento.
—No, ¿qué?
—¡No me dejes solo!
—No voy a irme —le dije, haciendo ademán de señalarle los pañuelos—, tan solo quiero limpiarte.
—Oh.
Regresó la cabeza a la almohada, limitándose a tomar otra bocanada de aire.
—¿Ya se detuvo la sangre? —masculló con voz temblorosa.
—Sí, pero igual necesito que no mires hacia acá, ¿de acuerdo?
Él asintió. Permitir que enfocara la vista sobre alguna de sus heridas no era una opción, así que me aseguré de que hubiera cerrado los ojos antes de comenzar a limpiarle los dedos.
—Entonces, ¿tú crees que me hubieran llevado a ese lugar, aunque yo les hubiera dicho que no? —volvió a insistir con el tema.
—Ya te lo dije —repuse por milésima vez—. Ellos estaban buscando a un niño que respondiera sus preguntas y tú simplemente te cruzaste en su camino en el peor de los momentos.
—Y ¿por qué querían saber cosas tan raras como esas?
—Cosas, ¿como cuáles?
—Pues querían que les hablara sobre un escondite, el lugar donde se ocultaban otras personas... ¿La comunidad mágica? —trató de hacer memoria—. Creo que era así como lo llamaban.
Y estaba en lo correcto.
—Seguro se trata de algún pueblo a las orillas de Alemania —improvisé, pasando el pañuelo por su boca para quitarle los rastros de sangre.
—También querían saber sobre la identidad de alguien llamado Maestro.
Me detuve de golpe.
—¿Cómo dijiste?
—Dije que también querían saber sobre la identidad de alguien llamado Maestro —repitió—. La definición de "identidad" está relacionada con la caracterización única y distintiva de...
—Eso lo entendí, Lukas, me refiero a que es extraño que estén interesados en ese nombre.
—¿Tú también lo conoces o qué? —preguntó en tono de reproche.
—Solamente lo he escuchado. —Más veces de las que me gustaría admitir.
—Pues al menos tú tienes una idea —resopló—, porque yo ni siquiera sabía de qué estaban hablando.
—¿Qué dijeron sobre él?
—No lo recuerdo muy bien, pero... ¡Auch! —Su quejido repentino me hizo caer en cuenta de que no le estaba prestando la suficiente atención—. ¡Oye, Yvonne, esa parte de la nariz me duele!
Trató de llevarse una mano al rostro, de allí que tuviera que sujetarlo del brazo para impedir que se ensuciara de nuevo.
—Mantén las manos quietas, ¿quieres? —lo reprendí en voz alta, mas mis pensamientos estaban ocupados en otro asunto—. Ya casi termino, pero... ¿qué estabas diciendo acerca del Maestro?
—La verdad no me acuerdo de muchas cosas —farfulló.
—Eso es normal. —No esperaba que fuese de otro modo, en especial tras haber pasado por un momento de tintes tan traumáticos.
—Aunque también me hicieron algunas preguntas sobre varitas.
«La varita rota»
Cargar con trozos de madera entre las manos no es usual. El último sujeto en interrogar a Lukas lucía bastante frustrado al momento en que abandonó la bodega con aquella varita partida por la mitad.
—Ah, ¿sí? —hice un esfuerzo por parecer sorprendida.
—Querían saber cómo funciona su... Qué raro, ¿no? —se echó a reír—. Solo estaban preguntándome por cosas mágicas que ni siquiera son reales.
—¿Piensas que la magia no existe? —lo cuestioné, más por ironía que por cualquier otra causa.
—No lo pienso, Yvonne, lo sé —pronunció con una seguridad inquebrantable—. El mundo es más entendible cuando lo miras desde la lógica y la evidencia. La magia puede ser percibida más como una ilusión o un truco, en lugar de algo genuinamente mágico.
Quizás hubiese cambiado de opinión de no ser porque nunca llegó a toparse con la novena versión de sí mismo. Después de haber alcanzado la estación del tren y habernos casi arrastrado hacia las puertas de un viejo taxi, estoy segura de que mi compañero perdió la conciencia en más ocasiones de las que puedo recordar. Fue aquel conductor quien me ayudó a subirlo hasta la entrada de la habitación y, además, el único que estuvo allí para ver cómo ajustaba la cadena del medallón fue nada más y nada menos que el Lukas anterior. Para el décimo de ellos, la magia continuaba siendo un mito por entero ridículo.
—¿Puedes creer que en serio me amenazaron con romper un palito de madera? —inquirió entre risas, todavía incrédulo—. Casi le dio un infarto a ese señor cuando le dije que no me importaba lo que hiciera con él. Y con "le dio un infarto", me refiero a una expresión no literal cuyo significado...
—Espera, espera. —Me vi en la necesidad de interrumpirlo—. Que te amenazó, ¿con qué?
—Con romper la varita. Él mencionó que la destruiría si no contestaba sus preguntas.
Vamos, eso era extraño inclusive para alguien como yo. ¿Qué clase de entrenado miembro de las SS intimida a su víctima con la ruptura de un insignificante pedazo de madera?
—¿Qué? —fue lo único que pude decir.
Él se encogió de hombros.
—Yo tampoco lo entendí —replicó—. Por más que le dije que no me importaba su varita, ese señor solo seguía repitiéndome: ¿Estás seguro, niño? —imitó una voz grave a modo de burla—. Porque alguien perderá sus poderes si no me respondes.
—O sea que... —Lo pensé por un momento para luego deducir—: ¿Te estaba amenazando con quitarle los poderes a alguien?
«Pero, ¡claro!»
—Eso creo —confirmó Lukas entre asentimientos de cabeza—. Lo dijo varias veces, sí.
«Porque un mago no es nada sin su varita»
Pausa, querido diario. Tómate un momento para considerar lo siguiente:
Quedaba claro que ese grupo de hombres no estaba conformado por los guardias más inteligentes de las SS; no obstante, tampoco creía que sus supuestas "estrategias" para obtener información estuvieran basadas en simples caprichos aleatorios. Sus métodos de acción debían de estar fundamentados en alguna clase de evidencia o conocimiento previo.
Ahora, presta atención a este otro detalle:
¿Romper la dichosa varita implicaba, de forma indirecta, que alguien perdería sus poderes? Siendo así... ¿El poder de un mago provendría del interior de una varita, o era que la varita servía como una especie de contenedor para el poder de un mago? Reformulando la pregunta anterior, ¿era la varita lo que le daba poder al mago, o era el mago quien le daba poder a la varita?
«Parece ser que un mago deja de serlo en cuanto pierde su más valiosa posesión»
Entonces lo entendí todo. Amenazaban a Lukas con partir aquella rama porque lo creían estrechamente vinculado con la comunidad mágica. Cualquiera en su posición se habría visto obligado a confesar la verdad con tal de proteger una varita, pues, en todo caso, asegurar la integridad de ese pedazo de madera sería lo mismo que estar protegiendo a un mago.
—Cielos... Eso sí que es raro —murmuré para mí misma, todavía desconcertada con la propia lógica de aquella información.
—Muy raro —coincidió Lukas—. No solo es absurdo, sino que ni siquiera tiene sentido.
«Tal vez sí lo tiene»
—Además, alguien debería de explicarles que todo eso de la magia es un cuento para niños, ¿verdad, Yvonne? Me resulta difícil comprender por qué algunas personas todavía creen en la magia como algo sobrenatural o real.
—Claro, no es nada más que un cuento —mentí.
—No pueden ser adultos y seguir creyendo que existe —bufó, negando varias veces con la cabeza.
—Todos esos hombres estaban dementes, Lukas, esa es la única explicación.
Aquel comentario lo llevó a soltar una carcajada.
—Me gusta esa explicación —apuntó—. En serio estaban locos, tan locos como jamás nadie lo ha estado —dijo entre risas, olvidándose de la incomodidad que seguro le provocaban las cicatrices.
Volví a colocar una mano sobre su pecho: en esta ocasión, el corazón le palpitaba con normalidad. Y eso era mucho más importante que dar respuesta a un montón de preguntas sobre magos, varitas, comunidades ocultas o identidades secretas. Al menos lo era para mí.
—Listo —le anuncié finalmente—. Ya puedes abrir los ojos.
Aguardé con incertidumbre mientras lo observaba parpadear de poco en poco.
«Verde... ¡Gracias al cielo!»
—Ya te sientes mejor, ¿cierto? —intuí, pues comenzaba a darme cuenta de que el color en sus ojos estaba íntimamente ligado con sus emociones.
—Sí —confirmó.
—¿Lo ves? Te dije que solo era cuestión de tranquilizarte.
Aproveché aquella oportunidad para dirigirme hacia el otro lado de la recámara, encaminando mis pasos en dirección al cesto de la basura.
—¿Adónde vas? —me interrogó a toda prisa.
—A tirar todo esto —contesté.
—Pero vas a regresar, ¿no?
—Aunque entrara al baño, sigo estando a menos de cinco metros de ti.
Me deshice de los pañuelos y me aseguré de que la sangre no fuera visible entre el montón de papeles antes de volver a la orilla de su cama. Él se mantuvo en silencio unos instantes, después se concedió el permiso de preguntar:
—Ahora vas a sentarte aquí conmigo, ¿verdad?
—¿Te sigues sintiendo mal? —dudé.
—No —se encogió de hombros—, ya no.
Mirarlo con los ojos entrecerrados bastó para que me dirigiera un gesto suplicante.
—Por favor, Yvonne —rogó—, todavía tengo un poco de miedo.
—Pero tengo muchas tareas por calificar y la supervisora espera que...
—Por favor, por favor, ¡por favor!
«Rayos, ¿por qué tiene que ser tan tierno y persuasivo al mismo tiempo?»
—Agh, bien —refunfuñé, sin poder evitar rendirme ante sus súplicas—. Lo haré, pero solo porque me lo estás pidiendo de buena manera. —Y porque, además, no tenía que pensarlo dos veces para estar segura de que haría cualquier cosa por él.
Avancé hacia el otro lado de la cama con cierta desgana, aunque eventualmente accediendo a su petición y dejándome caer sobre las sábanas.
—Pero si en verdad quieres que me quede aquí, vas a tener que prometerme que comerás algo para la cena —condicioné.
—Lo prometo —respondió rápidamente.
—Y vas a tener que dormirte temprano también —añadí a la lista.
—Vale, no hay problema.
Con ese voto a mi favor, me permití recargar la espalda contra la superficie de su almohada.
—Oye, Yvonne —empezó a decir él entre balbuceos, dando la impresión de que pensaba en voz alta.
—¿Sí?
—Cuando ya me cure, vas a ayudarme a encontrar a mi mamá, ¿verdad? —Giró el cuerpo hacia mí para poder apoyar la cabeza sobre mi hombro.
Mi reacción ante aquel movimiento fue tardía porque... Para empezar, no sabía siquiera si lo mejor sería apartarme o si debía permanecer quieta e indiferente; tampoco tenía idea de si un abrazo le pondría incómodo o si, por el contrario, le ayudaría a sentir que yo estaba de su lado... ¡Agh, por todos los cielos! El punto es que, aunque mis pensamientos se tornaron en un caos tan repentino como irreversible, al final, me decidí por recargar mi cabeza contra la suya y limitarme a quedar inmóvil.
—Claro, te juro que voy a regresar tu vida a la normalidad —prometí—. No te preocupes por eso.
—Si mamá supiera de todos estos moretones... ¡Uf! Seguro me mata. —Tomó una bocanada de aire—. No lo digo en un sentido literal, sino en uno figurativo que, más bien, significa que me reprendería de forma muy fuerte.
—¿Es así de estricta? —inquirí.
—Todavía peor que estricta.
—Estoy segura de que ella va a extrañarte mucho... —Me aclaré la garganta—. Cualquiera lo haría.
—No —respondió sin detenerse a pensar—, no lo creo.
—¿Por qué no?
—Porque mis papás nunca están en casa —se escuchó un tanto desanimado, rendido a la idea de que las cosas jamás cambiarían—. Tú eres la primera en estar conmigo durante más de veinte minutos seguidos.
Está bien, lo admito: eso me llegó hasta el alma.
—Ellos te aman, Lukas. —Casi podía apostarlo, quizás porque sabía que no amarlo sería sencillamente imposible—. Tienes que creerme cuando digo que van a extrañarte demasiado.
«Confía en mí, lo sé por experiencia»
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro