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Capítulo 1: 2 de octubre de 2003

Un error, a veces, tiene sus consecuencias, pero un viaje en el tiempo solamente las empeora. Eso me queda claro, ahora más que nunca.

Me desperté, al principio sin saber en dónde rayos me encontraba. Sin embargo, posar la vista en el niño que dormía sobre mis piernas bastó para que todo volviera a mi memoria: la cronología alterada, el brillo insistente del medallón, el desafío, la conversación con papá, la caminata extensa a través de los árboles del bosque y la cueva improvisada que acababa de tornarse en nuestra única posibilidad de escondite... El dolor de cabeza hizo que tuviera que presionarme la frente durante algunos segundos. Si no conseguía apartarlo todo de mis pensamientos, centrar mi atención en el pequeñín que ya empezaba a abrir los ojos sería de plano imposible.

¿Te has cuestionado cómo hacen los padres para realizar los deberes del hogar, laborar jornadas extensas y mantenerse al tanto de las necesidades de sus hijos, todo al mismo tiempo? Por primera vez, creía saber la mejor manera de responder a esa pregunta: simplemente siguen adelante, encuentran el modo de darlo todo porque no hay otra forma de asegurar el bienestar de aquellos a quienes aman. Y entonces lo comprendí: con un niño a mi cargo, no sería para nada sencillo fingir que las cosas podrían ser como antes. Tan solo ponerme de pie mientras trataba de no incomodar a Lukas era ya una tarea complicada por sí misma, ni qué decir de lo difícil que sería preparar el alimento sin que algo saliera mal de por medio.

No tienes idea de lo desafiante que fue el cargar con un chiquillo durante horas enteras solo para localizar la tienda más cercana y salir en busca de un poco de comida. Cincuenta euros compraron leche en polvo, pañales y un biberón para él; para mí fue suficiente con botellas de agua, papel de baño, cerillos, caramelos y un empaque completo de pastas saborizadas listas para su consumo.

Y aún con todo lo que acabo de decir, la parte más problemática del día no fue ni por asomo aquel gasto inesperado de efectivo, sino el angustiante momento que desde hacía horas estaba tratando de aplazar. Mi experiencia con el cambio de pañal fue tan terrorífica que he decidido omitir mis comentarios y no explicarte nada al respecto. Créeme, querido diario, es mejor de esta forma. No quieres saber del dilema moral en que quedé estancada, en especial en el instante en que me vi obligada a abrir los ojos porque... No. Prefiero callar, ¿sabes? Dejar ese tema en el olvido.

Hablemos, en su lugar, de asuntos menos controversiales.

Las compras de la noche anterior terminaron en el fondo de un tronco hueco. Para cuando volví a revisar el sitio esta mañana, los frascos, empaques y cartones se mantenían en perfecto estado. Al menos casi todos. El envoltorio de caramelos fue atacado por un grupo de insectos, de modo que allí quedó el primero de nuestros soldados: muerto en combate.

Fuera de bromas, lo cierto era que calmar mi estómago sería irrealizable si el bebé Lukas continuaba acaparando mis brazos durante cada hora del día. Hallar la forma de armarle una cuna comenzaba a ser, de más en más, una exigencia realista en vez de una noción puramente recomendable. Sí, leíste bien, dije "armarle una cuna". La idea de juntar un montón de hojas secas y utilizar las sábanas robadas para improvisar alguna especie de colchón ya había pasado por mi cabeza desde hacía tiempo, aunque solo hasta ahora empezaba a darme cuenta de lo indispensable que sería llevarla a la práctica.

Ni siquiera me concedí un momento para pensarlo: me apresuré a acumular todas las hojas que encontré, pequeñas y grandes; la entrada de la cueva estaba repleta de follaje seco, por lo que no me costó mucho esfuerzo juntar un par de montones hasta reunir lo indispensable. El siguiente paso fue utilizar la manta a modo de envoltura. Coloqué el relleno en el centro, compactándolo con algo de fuerza para después cubrirlo con los pliegues de la sábana, terminando así de construir lo que, de ahora en adelante, sería conocido como su nuevo "almohadón orgánico".

Lo recosté sobre la superficie. El simple hecho de ver su enorme mameluco justo en el medio de tan extraño y ajustado cojín hizo que la risa no tardara en apoderarse de mí.

—Lo siento, pero es que... —Volví a soltar otra carcajada—. Vamos, Lukas, no hay mucho que pueda hacer por ti.

Haberme reído tan fuerte fue una pésima idea, y eso lo supe en cuanto su llanto amenazó con apoderarse del resto del espacio.

—No llores, ¡era solo una broma! —protesté—. ¿En serio eres tan sensible a las críticas?

Entonces sus gritos se volvieron tan intensos que no pude más que cubrirme los oídos.

—¡Agh! ¡Está bien, está bien! —accedí a disculparme—. ¡Lo siento! No debí reír tan fuerte.

Sabía de antemano que tomar un bebé en brazos era una excelente forma de parar una rabieta e, ingenuamente, pensé que levantarlo de aquel sitio sería más que suficiente para calmar su llanto. Ni de chiste lo fue.

—¡Oh, vamos! —me quejé tras haberlo mecido durante algunos minutos sin obtener nada a cambio—. ¿Qué es lo que quieres, entonces?

¿Comida? ¿Agua? ¿Una buena cama, tal vez?

«¿Qué rayos necesitas?»

Desconocía la respuesta y tampoco sabía de quién rayos obtenerla. Sin embargo, había una idea vaga que ocupaba mis pensamientos y que, quizás, podría ser la solución por la que tanto había estado rogando: mamá contaba con una manera muy particular para hacernos sentir mejor cuando Wil y yo éramos más chicas, una que (según ella) también era la única forma de hacernos quedar dormidas:

Buenas tardes, buenas noches. Cubierto de rosas, adornado con espinas, deslízate bajo las sábanas. Mañana por la mañana, si Dios quiere, volverás a despertar...

Fue el recuerdo nostálgico de mi madre lo que me hizo comenzar a cantar, un intento por parar el llanto que aturdía mis oídos y que, con sorpresa, parecía funcionar.

«Gracias, gracias, gracias»

Segundo tras segundo, sus gritos disminuyeron de intensidad hasta que se volvieron chillidos débiles. Me vi en la necesidad de cambiar de canción algunas veces, aunque, al final, conseguí que La luna apareció se convirtiera en el éxito que logró extinguir el último de sus quejidos.

La luna apareció, las estrellas doradas resplandecen en el cielo claro y brillante. Los bosques están oscuros y en silencio, y de los prados se eleva una maravillosa y blanca niebla. —La música nunca ha sido lo mío, pero si para Lukas bastaba con escucharme cantar, no dudaría en hacerlo incluso durante horas.

No esperaba que aquello lo tranquilizara del todo, mas, para cuando el silenció volvió a la cueva, lo único que pude hacer fue soltar al aire un suspiro de alivio.

—Estás chantajéandome—le murmuré en voz baja—, y estás muy equivocado si crees que con esto lograrás hacer que te consienta.

Entonces, durante un breve instante, Lukas posó la vista sobre mí. Fue solo un momento, tal vez no más que una simple coincidencia, pero haber estado allí para presenciarlo fue muchísimo más valioso que haber vivido cientos de segundos.

* * * * * * *

Cada mes, cuando íbamos de campamento, papá solía insistir en que yo encendiera la fogata. Antes no tenía idea del porqué, pero ahora empezaba a comprenderlo.

Me tomé el tiempo para inspeccionar el suelo en busca de un par de carrizos de tamaño similar que pudieran ayudarme a cumplir con la tarea. Reunir hojas y césped seco también sería imprescindible, pues formarían el círculo perfecto para encender el fuego. Una estructura bien organizada, algo de fuerza y una caja con múltiples cerillos resultó ser suficiente para observar, con satisfacción, cómo la primera chispa se extendía a través del ya definido perímetro de rocas.

¡Qué lástima! Ese día comí no más que medio empaque de pasta saborizada y vegetales precocidos.

Pese a tan triste realidad, las cosas estaban saliendo bien. Lukas había caído dormido después de haber arrasado con un biberón entero de leche preparada, lo que hizo que cambiarle el pañal fuera mucho más sencillo que aquella primera vez que... El punto es que encontré el modo de completar la labor. En segundo lugar, haber recordado la existencia de un riachuelo a pocos metros de distancia me alegró el día en más formas de las que hubiera considerado posibles. Y, para terminar, hacía unas pocas horas acabo de pasar de ser una chica impulsiva, angustiada y desempleada, a una chica impulsiva, angustiada y empleada. Tienes que admitir que ese último y casi imperceptible cambio es, por sí mismo, un avance increíble.

Tranquilo, querido diario, pienso explicártelo todo.

Esta mañana no solo me había percatado de que cantar era una excelente estrategia para calmar el llanto de Lukas, sino que también había aprovechado el día para salir de la cueva y tomarme un momento para visitar aquel riachuelo del que te hablaba. Un pequeño cuerpo de agua cuya existencia traje a mi memoria justo después de haber cantado en plena madrugada durante casi media hora. No tuve que caminar demasiado, tan solo unos minutos bastaron para escuchar el agua correr.

A excepción de haber descubierto que un bebé llora cuando lo mojas, no hubo mayores percances. Metí tanto mi pantalón como el mameluco de Lukas al agua, hice lo posible por quitarles los restos de tierra y, enseguida, me dispuse a colgarlos junto al ramaje de un árbol. Debo confesar que no me sentí cómoda con la idea de vagar por el bosque en ropa interior, así que preferí permanecer a las orillas del río mientras esperaba a que las prendas secaran un poco antes de volver a vestirme. Casi muero de frío, pero una vez regresamos a la cueva, me permití dejar las ropas al sol durante el resto de la mañana.

Fue cuando apresuraba mis pasos en dirección a nuestro nuevo hogar que un extraño cartel pegado al tronco de un pino me hizo frenar mi caminata de golpe:

SE BUSCA AYUDANTE DE GRANJA
Apoyo de medio tiempo para el cuidado general de ganado y aves de corral.
Viehhandel & Hühnerhandel GmbH
Sin restricciones de edad ni experiencia requerida.

Arranqué aquel aviso en cuanto comprendí que se trataba de un anuncio de trabajo. Ya hacía tiempo había escuchado de aquel sitio... Había visto su ubicación en los mapas y recordaba con exactitud qué camino debía tomar para toparme con sus enormes pastizales.

Pausa para una pequeña aclaración:

Tanto tú como yo sabíamos que no había forma de completar esta misión sin antes haber conseguido un empleo. Los cien euros no tardarían en agotarse y no podríamos sobrevivir de un montón de empaques de pasta y un par de bolsas del supermercado. Tal hilo de pensamientos me llevó a centrar mi atención en la nota que alguien había agregado a lápiz sobre la parte final del cartel: "Sin restricciones de edad ni experiencia requerida". Sé que lucía conveniente, tanto que, incluso, se volvía sospechoso. Sin embargo, no podía negar que aquella vacante aparentara ser una gran oportunidad para alguien como yo. Cuidar animales de granja no es algo de lo que se pueda presumir, pero las condiciones del puesto se ajustaban perfectamente a mis posibilidades. El lugar se encontraba a las afueras de la ciudad, era un establecimiento solitario y de poco renombre, tan cerca del bosque que sería cuestión de caminar algunos kilómetros para llegar hasta allí.

Por eso no vacilé antes de decidirme a hacer una visita rápida a aquella granja.

Las circunstancias para nosotros mejoraron en cuanto me forcé a presentarme como candidata para el empleo. Esperé a que la ropa se secara, arreglé mi cabello, el mameluco de Lukas volvió a convertirse en su único traje de vestir y, esa misma tarde, partimos en dirección opuesta a la habitual.

Prefiero dejar de lado los detalles del trayecto para pasar a otro tema que me tiene consternada:

Acababa de cruzar la cerca de entrada de aquel establecimiento. Era un terreno bastante amplio, con almacenes repletos de animales y espacios destinados al cultivo de algunos frutos. El centro de los pastizales estaba ocupado por una gran casa de madera, una hacienda de apariencia similar a una mansión de portones anchos que lucían demasiado modernos para tratarse de una simple granja de ganado. Desconocía si era el sitio correcto para pedir informes o si tendría que caminar un poco más para toparme con algún tipo de despacho; sin embargo, el resto del lugar estaba tan vacío que no me quedó otra opción además de asumir que se trataba de la zona indicada. Me dirigía hacia la puerta principal cuando fui interceptada por un sujeto, un hombre rubio y corpulento que no hizo más que dedicarme una sonrisa entusiasta.

—¿Vienes por el trabajo? —intervino de repente, casi de manera apresurada.

—Sí, supongo que sí. —Mi voz sonó cansada y emocionada. Una extraña combinación de sentimientos porque, en realidad, nunca antes había pedido un empleo.

—Pues es tuyo.

«Aguarda, ¿qué?»

Quedé atónita. Quiero decir, ¿no trataría al menos de preparar alguna clase de entrevista antes de ofrecerme el trabajo? ¿Ni siquiera preguntaría por mi nombre? Me resultaba extraño que el granjero no hiciera siquiera un intento por interrogar a sus solicitantes, en especial tratándose de una chica cuya nula experiencia en este tipo de actividades resultaba notoria.

—Una joven como tú es ideal para el trabajo —trató de justificarse—. A veces es pesado, pero tu edad te facilitará las tareas.

—Entonces... ¿estoy contratada? —dudé.

—¡Por supuesto!

Mis ojos se desviaron hacia el pequeño bebé que llevaba en brazos. Vamos, ¿acaso no debía tomarse la molestia de cuestionar cómo haría yo para cumplir con las demandas del puesto, aún con un niño a mi cargo? La aparente indiferencia de aquel hombre me parecía ciertamente ridícula.

—Perdone, pero no entiendo muy...

—No tienes por qué angustiarte —me interrumpió—, tus deberes serán sencillos.

Rebuscó en el bolsillo de su pantalón hasta extraer una hoja de papel, una nota que no tardó en extender hacia mí.

—Tómala —me dijo—, es tuya.

¿Misterioso? En realidad, sí: aquel hombre había preparado un horario que se ajustaba perfectamente a mis necesidades, como si supiera de antemano que yo vendría por el puesto:

De 9:00 a.m. a 12:00 p.m. (€28 por día)
• Llevar al ganado a los pastizales del norte (lunes).
•Recolectar los huevos de gallina (miércoles).
•Organizar el inventario (jueves).
• Limpiar los establos (viernes).
•Ordeñar a las vacas (sábado).

—La primera semana será de aprendizaje, así que no te preocupes si no sabes llevar un trabajo a cabo —aclaró con amabilidad.

—¿Comenzaré el lunes?

El hombre asintió. Nadie dijo nada. Esperé por alguna clase de instrucción, pero él se limitó a ordenar los papeles que llevaba en manos para después encaminarse con cierta lentitud hacia el interior del granero. Permanecí inmóvil allí afuera, perpleja, aún con la boca abierta y la mente en blanco.

¿Ahora comprendes mi nivel de desconcierto? Aunque tal vez se deba a la influencia del medallón, apuesto a que ser contratada en menos de sesenta segundos es una noción con la capacidad de asustar, inclusive, a cualquiera.

«Nada mal para mi primer empleo»

—Puedes llamarlo Rudolf —intervino alguien a mis espaldas, una muchacha de esponjado cabello rubio y bonitos anteojos de madera—. Tendrás que disculparlo. Puede parecer distraído, pero sus motivos para tomar una decisión siempre son razonables.

Le devolví la sonrisa antes de verla desaparecer por la puerta.

Fue un alivio que ella se hubiera marchado en aquel instante, pues, segundos más tarde, un cosquilleo repentino sobre mi piel me hizo centrar mi atención en otro detalle todavía más importante que el anterior. Sacar el medallón de debajo de mi playera fue suficiente para comprobar que, en efecto, el ya familiar brillo rojizo volvía a ser el culpable de tal escándalo:

💢#1: El primero es cuestión de buscar. Cientos sin hogar y en antónimo de libertad, aunque sitio de fácil infiltrar tampoco lo será.💢

Perfecto. No había entendido nada de nada.

«Vamos, piénsalo otra vez» me exigí.

De acuerdo: estar encerrado me parecía justo lo contrario a hallarse en libertad, y cualquier lugar de reclusión que además involucrase personas sin hogar solo podría tratarse de alguna especie de albergue... Sonaba un poco más lógico, ¿no es así? Lukas debía encontrarse en un orfanato.

"Sitio de fácil infiltrar tampoco lo será" quizá era la parte que más me angustiaba. El medallón estaba en lo cierto: ¿cómo rayos haría para inmiscuirme en un instituto de tan difícil acceso sin terminar siendo descubierta? Kinder-Waisenhaus era el único hospicio en Frankfurt que permitía la adopción de niños alemanes, y sabía que ingresar en un establecimiento tan aislado como ese solo implicaría más problemas de los evidentes.

«No importa cómo lo harás, Yvonne, ya se te ocurrirá algún plan»

Si era buena para algo, era para improvisar. Y los siguientes días no serían la excepción.

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