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60.5

-Si tan solo tus palabras tuvieran algún sentido, te tomariamos en serio.

Los cuatro nos dimos la vuelta para ver al dueño de la voz, que sonó ronca y agitada.
Clark salió del ensimismamiento al igual que yo al ver a Dexter con Hannah del lado opuesto a nosotros. Ambos estaban sudados y con el rostro sonrosado y el cabello enmarañado. Sus miradas tenían un brillo "celestial" y me encogí al verlos tan radiantes luego de un gran rato de ejercicio físico sin ropa.

-No sé quién seas, amigo-interpuso Hannah con ligereza-pero lo que hay entre Skyler y Clark es visible y palpable. Hay química de por medio y no dudo en que surja amor muy pronto.

Demian río ante el discurso de Hannah y optó por ignorarla.

-¿Recurres a tus amigos recién follados en vez de defenderte por si solo?-se burló de Clark en su cara y yo quedé perpleja. Demian estaba cambiando demasiado y no me gustaba, sin embargo, lo que no lograba entender es por qué se empeñaba en ser un imbécil, cuando realmente no lo era.
-Demian, por favor-interrumpí a Clark antes de que contraatacara-¿Qué estás haciendo y qué pretendes?
-Estoy discutiendo con él, ¿no ves, cariño? Y pretendo abrirte los ojos-respondió con voz dulce y perdí un poco el equilibrio.

Entonces tanto él y Clark corrieron a sujetarme y gruñeron al verse muy cerca.

De un manotazo aparté a ambos y retrocedí unos pasos, molesta.

-Me largo a casa-anuncié, caminando por el suelo irregular mezclado de nieve y monticulos de tierra.

Tras mi determinada decisión, escuché varios pasos seguirme con ímpetu y alguna que otra maldición salir de los labios de Clark y de Demian al tratar de seguirme. Tan pronto como vi que estaban distraídos, eché a correr hacia el espeso bosque de pinos sin miramientos.
Tenía la certeza que, si continuaba corriendo, llegaría a la salida y tomaría algún taxi de regreso al departamento de Eros.
Pero no tuve la mejor suerte, puesto que di vueltas en círculos con la intención de no encontrar a Clark y los demás; y terminé subiendo al mismo sitio donde habíamos acampado la segunda vez, cuando Clark decidió abandonar a Dexter y a Hannah. Es decir, de donde me había largado y escapado.
Titubee.

Me detuve con desdén y miré a todas partes. Estaba sola.
La fogata seguía encendida, y aproveché a agarrar mis cosas en lo que ellos volvían.

Cerciorandome de que todo estaba en orden, me deslicé nuevamente a la espesura de la montaña.
Por un largo rato tuve que aguantar las ganas de echarme a reír, ya que mi situación me recordó a un capítulo de Bob Esponja donde Bob, Patricio y Calamardo quedan atrapados en una especie de bosque solitario y Calarmado huye aterrado y piensa que ha llegado a la salida, cuando fue todo lo contrario y regresó al mismo lugar con Bob y Patricio. Lo malo era que no tenía ninguna caracola mágica que me aconsejara.

¡Dios! Incluso metí uno de mis puños a mi boca para callar la risa.
O me estaba volviendo loca o realmente estaba delirando por el frío.

La bajada que opté por tomar era demasiado empinada como para pasar por ahí, pero no podía regresar. En cualquier instante ellos me encontrarían y sería mi fin.
Afiancé mis manos a una rama gruesa y apoyé los pies en la tierra sólida, tratando de no descender rodando.
Bajé poco a poco, aferrandome a cualquier cosa fuerte hasta que por fin llegué al final, sí, al final de tantas bajadas de ese tipo.
El sudor que adornaba mi frente se secó muy rápido y comenzó a dolerme la espalda.

Me incliné hacia adelante, apoyandome en mis rodillas para recuperar el aliento. Saqué mi inhalador por si acaso y cerré los ojos al respirar bocanadas de aire con rigidez.

Las rodillas comenzaron a temblarme y dejé que mi cuerpo cayera adolorido a la nieve, sin embargo, no toqué el suelo gracias a un par de manos que me sostuvieron en el aire con fuerza.
Aturdida, alcé la vista y me encontré con unos ojos chocolate que toda mi vida seguirían siendo mi perdición.

-¡Dem...!

Él colocó un dedo sobre mis labios y absorta, comprendí que no quería que nos encontraran.

-Vamos, sigueme.
-¿A dónde fueron todos?-pregunté con cautela, mientras reanudaba la marcha detrás de él. Demian me llevaba de la mano y había tomado la iniciativa de llevar mi pesada mochila.
-Siguen buscandote como locos, en especial ese imbécil-graznó.

Reí ante la imagen de Clark buscandome.
Demian volteó a verme con el ceño fruncido al escuchar mi risa.

-¿Estás bien?
-Sí, ¿por qué?
-Saliste corriendo, escapando de nosotros.
-Oh, por nada-dije sarcástica y gruñí-solo que me sentía asfixiada por ustedes. ¡Y ya me cansé que solo me persigan los problemas!-traté de soltarme de su mano, pero él apretó más fuerte-por favor, Demian. Déjame ir. Deja que esté en paz, te lo pido...
-¿Estás feliz con él?-soltó de pronto, sin dejar de caminar con su mano aferrada a la mía.
-¿A qué te refieres con eso?
-Me refiero a que si eres feliz saliendo con él, así como lo fuiste conmigo.

La cólera que había albergado en mi interior por fin salió. 
Mi paciencia ya no daba para más.
No quería ver a nadie. Ni a Clark ni a Demian.

Lo empujé con todas mis fuerzas hasta que logré librarme de él.
La mirada de Demian era totalmente de sorpresa.
Tal vez no esperaba que yo reaccionaría así, pero de inmediato volvió a cogerme de la mano con brusquedad.

-En este momento no quiero a nadie. No quiero a Clark y tampoco a ti-le grité y le mordí el dorso de su mano, pero no me soltó-¡Sólo déjenme sola! No soy una maldita manzana de la discordia. Busquense a alguien a quién le encante que se peleen por ella y a mi déjenme fuera de esto.

Probablemente aquel no fue el mejor momento en el que se me ocurrió gritar esas palabras, pero me alegró saber que ya no tenía por qué complicarme más la vida.

Delante de nosotros, a tan solo seis pasos de distancia, Clark y los demás nos observaban expectantes, en especial él.
-Ahora les exijo que me dejen en paz-repetí con toda la intención y le quité mi mochila a Demian del hombro.

Abriendome paso entre ellos, seguí mi camino de mal humor.

Yo merecía estar sufriendo por mi maldito comportamiento infantil y por haber jugado con el corazón de un chico dulce.
Debería haberme quedado en San Francisco y así todo hubiese sido normal. Tampoco hubiera roto la relación de Joanna y Clark. ¡Todos habrían estado mejor sin mi presencia en ese país extranjero!
¿Qué importaba ahora que estuvieran al tanto del fastidio que me provocaba estar en medio de dos chicos atractivos?
El nudo que sentía en el estómago cada que me hallaba en medio de situaciones similares se había disipado y podía andar con tranquilidad en la montaña, rumbo a casa.

No quería tener ninguna relación amorosa. No quería sufrir y hacer sufrir a nadie.
Lo que yo necesitaba era volver a ser aquella chica fantaseosa, lectora de libros y autora de historias fantásticas; donde podía manejar las emociones de mis personajes a mi antojo sin reclamos ni ambientes tensos.

Mientras pensaba con claridad, fui descendiendo lo más rápido que me permitieron mis piernas y noté como poco a poco el sol se movía sobre mi cabeza, abriéndose paso al atardecer demasiado apresurado.

Decidí descansar sobre un trozo de tronco seco y saqué una barrita integral de mis cosas para tener las energías necesarias para continuar. Tenía en mente llegar en la noche al departamento de Eros, pagando lo que fuese necesario al taxista, claro, si en caso pasaba algún taxi.

Terminé de comer y proseguí mi marcha.
Pero a medida que andaba, el sol comenzó a ocultarte y el camino a tornarse peligroso, puesto que las piedras o a la nieve derretida me hacía resbalar o tropezar.
Varias veces tuve que aferrarme a los pinos para no caer.
Había pensado que largarme ayudaría a mi ego, pero parecía ser lo contrario.

En un intento de ir más rápido, aprovechando la poca luz del cielo, resbalé de la manera más patética y caí de bruces a la nieve. Mi rostro impactó con ella y tragué nieve con lodo. Gruñí, molesta. Escupí con asco y me levanté con aspereza. Las palmas de mis manos se rasparon con algo filoso dentro de la nieve y gemí.
¿Acaso podría ser más tonta e inútil?

Abatida, dejé caer mi cuerpo al suelo sin preocuparme de algún otro peligro.
Mi cerebro estaba cansado, mucho más que mi cuerpo. Tenía escozor en los ojos, señal de que quería llorar o dormir, o ambas cosas. La tentación de llamar por teléfono a Eros por ayuda era tentadora y también la de gritar a todo pulmón para que Clark y Demian me rescataran, o al menos Dexter.
-Soy una idiota-susurré, al borde de las lágrimas-no puedo hacer nada bien. Todo lo que hago se vuelve en mi contra.

Me abracé a mi misma y recargué mi cabeza sobre la mochila para descansar un poco antes de seguir bajando. El frío se hizo más helado e incapaz de tolerar, pero lo ignoré.
¿Por qué había aceptado ir en primer lugar? Siempre había sido torpe en todos los sentidos y jamás pude lograr hacer nada sin ayuda.

Pensando en la mejor manera de suicidarme y evitar sentir el dolor de la congelación a causa de la temperatura sumamente baja, me quedé dormida hecha un ovillo junto a unos sucios arbustos...

(...)

"No puede entrar nadie, ya te lo dije, Clark. Cálmate, ella va a estar bien, solo tengo que revisarla"

Escuché la voz del doctor Robert Carrolw en la lejanía y me sentí extraña. No podía abrir los ojos y me dolía todo el cuerpo.
¿Dónde estaba? ¿En el hospital? ¿Pero cómo?
La deriva del sueño me llamaba de vuelta, pero luché para mantenerme consciente un poco más.

"¡Tengo que entrar con ella, por favor!"

Me sobresalté al escuchar la voz de Demian, la cual estaba llena de aflicción y desesperación.

"Muchacho, tenemos que atenderla. Mantenga la calma"

La voz del doctor sonó impaciente.

"¡No puedo dejarla sola!"

Y Demian parecía ser un chico terco y sordo.

"El Doctor Robert es profesional. Tranquilizate o te cerraré la boca de un golpe"

El que lo amenazó fue Clark y contuve la respiración.
De pronto, fui alejada del bullicio bajo órdenes del médico.  No sabía que estaba ocurriendo, pero no podía moverme y el sueño me hacía querer seguir así. Tal vez me estaba muriendo o ya estaba muerta.
No obstante, ¿Qué más daba?

A decir verdad, jamás había tenido un sueño tan relajante como aquel, donde todo era paz y tranquilidad, y desde luego, silencio absoluto.
Quería estar un poco más en ese lejano sueño, yendo a la deriva sin interrupciones, pero una voz me lo empedía. Me llamaba con insistencia.
¿Era el doctor Robert?
¿Era él?

-¡Skyler, por favor, hija, despierta!

Apreté los párpados y gemí.

-¡Eso es, cariño, eso es! Vuelve con nosotros, tranquila, no hay prisa.

Enseguida sentí el punzante dolor de todo el cuerpo y dejé escapar un alarido angustiante.
Abrí los ojos a la fuerza, me fue difícil enfocar la vista, pero al lograrlo, vislumbré los ojos claros del doctor mirarme con regocijo. Hacía semanas que no lo miraba y volví a cerrar los ojos, llena de vergüenza.
Apreté los puños y una gravísima punzada dolor, aún más fuerte que la de mi cuerpo entero, me estremeció. Tenía algo incrustado en los brazos.

-¿Qué ha pasado, doctor Robert?-pregunté, todavía sin mirarlo, siendo una cobarde.

Sentí la palma de su mano sobre mi frente y la deslizó poco a poco hacia atrás. Una leve caricia conciliadora.

-Te quedaste dormida en la montaña y por las bajas temperaturas, casi sufriste congelamiento-respondió con pesar y me animé a abrir los ojos y confrontarlo.
-¿En serio?-mi voz apenas sonó audible y tragué saliva. Tenía la boca y garganta reseca.
-Sí. De no ser por Clark, tal vez te hubieras muerto congelada, pequeña-musitó, enojado.
-Lo lamento...
-Escucha-sentenció con profesionalidad-lo bueno es que estás bien. No pasó a mayores. Vas a tener que quedarte aquí al menos dos noches para asegurarnos que todo irá bien, ¿okey? Eros ya debe estar en la sala de espera.
-¿Cuánto tiempo he estado así?
-Te trajeron a las 3 de la madrugada de hoy y apenas despertaste-miró hacia un costado y volvió a mirarme-son las 8 de la noche, hija.

Entorné los ojos, incapaz de creerlo.

-¿Se refiere a que estuve inconsciente casi 20 horas?
-En efecto, sí. Pero te hicimos un chequeo rápido y tal parece que simplemente necesitabas descansar.
Asentí, sin saber por qué, mordiendome los labios para alejar el llanto que luchaba por salir.

-Gracias, Doctor Robert-hablé con voz temblorosa. Él lo notó y sonrió levemente.

Palmeó mi cabeza con cariño y se puso en pie, acomodandose el estetoscopio del cuello. Llamó a una de sus enfemeras y le susurró algo al oído. Después se volvió para regalarme una sonrisa.

-¿Quieres ver a Eros? Hay más personas inquietas que quieren pasar a verte, pero asumo que a él debes ver primero.
-Está bien-acepté.

El Doctor asintió complacido por mi decisión y se llevó consigo a sus enfermeras, dejándome sola en la aquella estancia, blanca, deprimente y llena de soledad.
Hasta ese segundo logré darme cuenta que tenía suero conectado a mis venas y una bata de hospital.
Nunca había estado hospitalizada ni mucho menos me pensaba débil, pero al menos me consolaba saber que había sobrevivido a morir congelada en una montaña en Vancouver.

Minutos después, la puerta de la habitación se abrió y Eros entró casi corriendo hasta donde yo yacía tumbada. Tropezó con los aparatos médicos y agitado logró sentarse a mi lado. Su rostro estaba demacrado y grandes bolsas negras adornaban sus hermosos ojos verdes con tristeza.
Buscó mis manos y se las llevó a los labios para besarlas con desesperación.

-¡Pensé que morirías!-balbuceó, apunto de llorar-¡Me diste un maldito susto de muerte! ¡Jamás vuelvas a alejarte de mí! ¡De nosotros!

Sabía que el que iba a reaccionar más asustado era Eros, pero no pensé que se derrumbaría de esa manera. Él era como mi papá.

-Perdóname-articulé con voz ronca-no era mi intención causar problemas.
-No debiste ir con ellos-dijo, respirando con dificultad y sin dejar de besar mis manos-o al menos no separarte. Pudo ser peor, ¿y si Clark no te hubiera hallado a tiempo? ¡No quiero ni imaginar lo que estaría haciendo si hubieras muerto!

Escuché en silencio sus regaños para dejar que se desahogara por completo. Además, faltaba los regaños y reproches de Clark y Demian, por lo que me mantuve en silencio.

-...y ponte esto, hace mucho frío-finalizó su letanía y me cubrió con su chaqueta.

Sus ojos vidriosos se postraron en los míos y suspiró.
Caminó hasta quedar cerca de mi cara y se arrodilló en el frío suelo para besarme la frente con suavidad.

-¿Prometes no darme un susto de ese nivel nunca más?
-Lo prometo-le aseguré e intenté incorporarme de la cama.
-¿Qué crees que haces?-empujó mis hombros levemente hasta recostarme de nuevo.
-Si Demian y Clark van a entrar, no quiero que me vean con esta cara. Necesito maquillarme un poco...
-¿Estás loca?-rio sin emoción y bajé la mirada-ese par no tienen ningún derecho de verte a la cara. Son los culpables de todo. Y no vas a verlos hasta que salgas de aquí.
-De acuerdo. Suena justo.

Eros arrastró una silla reclinable y se sentó en ella, junto a mí con el rostro tranquilo.

-¿Sabes? Planeaba contárselo a tu familia, pero llegué a la conclusión de que primero tenía que regañarte y después hacerlo, aunque eso signifique que quizá, te quieran de vuelta.

Voltee a verlo con desdén.

-No pienso volver a San Francisco. Aquí es mi hogar.
-Pero es tu familia-hizo una mueca.
-No importa. Estoy bien y no hay necesidad de llamarles.
-Haré lo que me pides, pero eso no quiere decir que esté de acuerdo-gruñó.

Alrededor de veinte minutos, mi estómago comenzó a emitir ruidos extraños a causa del hambre y me ruboricé.
Era obvio que mi organismo necesitara alimentos, puesto que casi un día entero me la pasé sin probar un bocado.

-¿Tienes hambre, cariño?-se acercó con preocupación.
-Un poco. Se me antoja una hamburguesa con mucho queso.
-No creo que dejen que entre con comida, pero voy a arriesgarme por ti, pequeña.
-¿Lo harías?-lo miré ilusionada.

Una sonrisa cómplice asomó a los labios de Eros y le devolví el gesto.

-No tardaré-prometió.

Lo vi levantarse apresurado y deslizarse fuera de la habitación a hurtadillas.

Sonriendo, acomodé mi posición y cerré los ojos para mantenerme tranquila.

De pronto, alguien llamó a la puerta y al abrió posteriormente sin mi consentimiento.
Mi corazón se aceleró un poco por pensar que se trataba de Clark o de Demian, pero gracias al cielo solamente se trataba de Aiden Carrowl, el hijo del doctor Robert.
El chico rubio me sonrió con singular alegría y entró, cerrando la puerta tras de sí.
Llevaba el cabello un poco largo, recogido en una media cola de cabello, haciéndolo ver gracioso y lindo.
-¡Hola!-me saludó, acercándose al asiento donde había estado Eros.
-Hola, Aiden, hace semanas que no te miraba-le dije.
-Lo sé, es bueno verte de vez en cuando, pero no en este tipo de circunstancias-bromeó y reí.
-Sí. Trataré de no meterme en problemas-le aseguré y noté que miraba mi rostro con impaciencia-¿sucede algo?
-Mi padre me ha dicho que monte guardia en lo que Eros vuelve.
-¿Montar guardia?
-Sí, para evitar que Clark y el otro chico husmeen y te molesten en lo que Eros no está.
-Oh, no te hubieras molestado en lo absoluto.
-Descuida, de todas maneras no quiero ir a clases mañana. Es más interesante estar aquí, conviviendo contigo, ya que apenas nos conocemos-añadió con amabilidad-además, me resulta estimulante actuar como guardaespaldas.

Le sonreí ante su tono infantil y él se levantó a componer la calefacción.
-Hace demasiado frío, ¿no crees? Voy a subir unos cuantos grados, ¿no te importa?
-La verdad no. Hazlo.

Él volteó a verme y asintió.

-¿Y en San Francisco hace tanto frío como aquí?-tomó la iniciativa de romper el hielo de la manera más sutil y normal.
-No mucho. Solo en invierno, acá hace frío todos los días-respondí, acurrucandome mejor entre la sábana y la chaqueta de Eros.

Aiden se sentó otra vez junto a mí y comenzamos a sentir que la temperatura subía y adoptaba mucha calidez.

-Es curioso que no anheles volver, digo, porque yo no soporto vivir aquí-resopló indignado y algo cabizbajo.
-¿Por qué no? Es un sitio hermoso.
-Lo es para alguien que apenas está comenzando su vida. Yo, que he nacido en esta tierra, la siento aburrida y asfixiante. Me encantaría ir a Estados Unidos alguna vez.

No comprendía por qué habían obligado a ese pobre chico a hacerme compañía y me compadecí por él, ya que al menos su visita forzada le estaba sirviendo de terapia para quejarse de sus inquietudes conmigo.

Cuando abrí la boca para hablar, la puerta se abrió de golpe y Aiden saltó de la silla a la defensiva.
Me senté a regañadientes y mis ojos se encontraron con los de Demian.
Él tenía el mismo aspecto de Eros o incluso peor.
Y al instante que se percató de Aiden, su rostro se contrajo de furia. Detrás de él estaba Clark con la misma cara petréa.
Los dos parecían unos desquiciados a causa de la falta de sueño y de la preocupación.
Temí por la seguridad de Aiden.

-Te recomiendo que te apartes de ellos, Aiden-le dije, agarrando su mano para tirar de él, lejos de ambos chicos.
-No lo toques-me gruñó Demian y acto seguido, se acercó a grandes zancadas a donde estábamos Aiden y yo.

Solté su mano y el rubio no se movió de su sitio.

-Ustedes no pueden estar aquí-soltó Aiden con dureza-si no se van, tendré que llamar a seguridad.
-No tenemos por qué pedir permiso para verla-terció Clark con voz trémula. Él parecía ser el más razonable.
-Fueron órdenes estrictas de mi padre-les hizo saber-así que por favor, dejenla descansar.
-¿Piensas que tienes más privilegios para estar con ella solo porque eres hijo del doctor Robert?-Clark le envió una mirada asesina, pero Aiden no se inmutó, y a decir verdad, creí oírle soltar una risita.
-Desde luego que sí. Tengo más privilegios por ser su hijo, pero eso no viene el caso-dijo riéndose-váyanse.

En eso, Demian logró rodearlo y se abalanzó a abrazarme cuidadosamente.
Me besó deliberadamente en los labios, haciéndome ver estrellas. Me besó como si no hubiese un mañana y de no ser porque Clark nos separó, hubiéramos durado más.
Avergonzada, sentí la mirada horrorizada de Aiden.
-¡Imbécil!-le gritó Clark a Demian y lo mandó a volar para abrazarme con preocupación. Se escuchó un ligero gemido de dolor y sentí los labios de Clark en mi frente-¿cómo estás, cómo te sientes? ¿quieres un pañuelo para limpiarte la boca?
Negué con la cabeza e inhalé su perfume a través de su ropa.
-Estoy bien.

Detrás de él, Demian se acercó y Clark gruñó.
-Si la vuelves a besar, juro que...

Entonces Demian le propició un puñetazo en seco a Clark justo en la cara, haciéndolo caer de espaldas.
Chillé de horror y Aiden se encargó de someter a Demian lejos de Clark, quien se retorcía de dolor en el suelo.

Azorada, desconecté las agujas del suero y corrí a auxiliarlo.

-¡Enfermeras!-gritó Aiden entre jadeos porque Demian no dejaba de contorsionarse-¡Ayuda!

-¿Clark? ¿Estás bien? ¡Responde!-ahogué un grito al ver que le escurría sangre de entre las manos que tenía en torno a su boca.
-¡Maldito idiota...!-dijo entrecortadamente y escupió sangre a un lado.

Deliberadamente, de la puerta surgió el doctor Robert con sus enfemeras. Él transformó su expresión tranquila en cólera absoluta hacia Demian y Clark, y un poco a mí por estar fuera de la cama y a su hijo por dejar que se armara un alboroto.
El médico se encargó de atender a Clark y de sacar a Demian de ahí.
Sin embargo, Eros llegó poco después y casi le dio una paliza a Demian y a Clark por ser tan estúpidos.

-No fui de gran ayuda, lo siento-se disculpó Aiden a nadie en particular.
Su padre gruñó, pero no le reclamó nada y siguió curandole la boca a Clark en la cama continua.
-Hiciste lo que debías hacer-lo tranquilizó Eros y yo asentí, comiendo mi hamburguesa poco a poco, sabiendo que el doctor a duras penas dejó que comiera aquella delicia en medio del caos.
-Creo que me iré a casa-murmuró el rubio con decepción.
-No. Quédate-le dijo Eros-necesitaré tu ayuda, chico.

Y desde la cama continua, escuché el gruñido de Clark.

Sin lugar a dudas, aquella noche se me antojó que sería súper larga.



No han llegado a los 50 votos 😒 espero si lleguen esta vez. Detesto los lectores fantasmas.

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