V
OPORTUNIDADES
Anell.
─ ¡Leonor! ¡Leonor! ¡Abre esa puerta inmediatamente! ¡Sabes que está totalmente prohibido cerrar con llave las puertas! ¡Leonor, Leonor! ─ La Reina Consorte Esmeralda, con una actitud inadecuada a su posición social, golpeó la puerta con las pocas fuerzas que una dama como ella, podría poseer, gritó hasta desgarrarse la garganta.
Pesé a sus frustraciones, Leonor no abrió la puerta. La escena era todo un espectáculo y la servidumbre disfrutaba de ello al pasar por el largo pasillo, soltando bajas risillas y murmullos contenidos entre sus amarillentos dientes. Me quedé de pie a una distancia prudente, totalmente inmóvil por el comportamiento de la reina, lo que haya pasado allá abajo debió ser muy serio para que la elegante mujer actúe tan fuera de lugar.
¿Qué cosa tan mala habrá hecho, o dicho, la princesa Leonor? Debió ser algo escandaloso, vulgar, y fuera de lugar, algo muy inapropiado y ofensivo para la reina, para su propia madre. Es sabido que madre e hija no tienen de la mejor de las relaciones, eso dicen la servidumbre, aquellos o aquellas, quienes tienen el privilegio de servir directamente a la familia real, me incluyo en la pequeñísima lista.
Lo que pocos saben, es que no es una simple mala relación, no, es algo más fuerte e incómodo de detallar. Durante el poco tiempo que he estado sirviendo como dama de compañía para la princesa, he visto y escuchado las incontables discusiones, sin embargo, ninguna se puede comparar ante lo que mis ojos miran y mis oídos escuchan en estos momentos.
De lo único que puedo estar segura es, que hoy perderé la cabeza finalmente.
Dios, me has observado desde el día de mi nacimiento, sabes que no he sido una mala niña, apiádate de ésta pobre alma y permite su estadía en esta tierra un poco más.
─ Anell.
Aún no quiero morir Dios, no he conocido lo suficiente del mundo.
─ Majestad ─ Me esfuerzo en responder, en el tono más sumiso posible. Mis rodillas tocan ligeramente el suelo en una incómoda reverencia demostrando mi posición.
Escucho una inhalación demasiado larga, no sé realmente qué mueca estará haciendo la reina, supongo que no una buena. ─ Ponte de pie y sígueme.
El borde de su vestido toca mi brazo al pasar, y yo cuento cinco pasos para poder seguirle. No más, ni menos, lo suficientemente cerca para escucharla y lo demasiado lejos como para considerarse un abuso.
No me guía muy lejos, y entonces estoy deseando la horca en lugar de adentrarme a su habitación. Sé que la reina no es una mala consorte, todo lo contrario, la considero una persona respetable pese a no pertenecer a un linaje real. Ella es todo lo que una plebeya y noble, desea ser.
La reina Esmeralda es benevolente, no me haría daño. Solo he estado exagerando... ¿Verdad?
─ Cierra cuando entres.
Obedezco en silencio, increíblemente he mantenido el control de mis emociones, pero temo que mis pensamientos sean lo suficientemente estridentes como para ser oídos por la reina.
─ Anell, ─ me vuelve a llamar con ese tono que eriza cada vello corporal ─ Anell... ─ su último llamado es más un suspiro.
Debería estar preocupada por su salud, digo debería porque me encuentro más asustada al ser llamada dos veces continuas. Asustada y confundida, realmente confundida. No sé qué debería hacer o decir, cualquier cosa que salga de mi boca serán excusas al no saber con certeza el hilo de los acontecimientos.
Aún no me atrevo a elevar la mirada, se ve más interesante el suelo bajo mis pies. Pero escucho claramente como la reina me rodea, cuál león enjaula al ratón.
─ Majestad...
─ Anell, ─ no tengo oportunidad de defenderme ─ ¿de qué lado se inclina tu balanza?
Me sorprende su pregunta, porque es la primera vez que alguien de la familia real me plantea la interrogación. Pero soy una sirvienta, una dama de compañía, y con ese mero título conozco cómo responder de la forma más complaciente.
Mis rodillas tocan el suelo, máxima sumisión en cada gesto del rostro y sutiles movimientos con las manos.
─ Mi lealtad es hacia la reina Esmeralda.
Ella responde casi enseguida.
─ Mientes.
Sus zapatos están tan cerca de mis manos, y es tan vergonzosa la situación, tan humillante y dolorosa para mí.
─ Majestad... ─ Llorar o suplicar es pérdida, de ahora en adelante lo único que podré hacer es, escuchar y callar.
─ ¿Sabes por qué te escogí a ti, entre todas las niñas del orfanato? Responde.
─ Des.. Desconozco la razón, majestad.
─ Por supuesto que lo haces. ─ No estoy entendiendo hacia dónde está dirigiendo la conversación puesto que su tono ha cambiado a uno más reflexivo. ─ Buscaba una, o varias, damas de compañía para Leonor. Te preguntarás, ¿por qué? ¿Por qué no tiene ninguna aparte de ti? Tú más que nadie sabrá la respuesta, ─ siempre tuve esa duda incrustada en mi pecho, sin embargo, debido a su actitud me lo esperaba. ─ creí que esta vez sería distinto a las otras veces, creí que escogiendo a la chica más inteligente del orfanato pondría todos mis problemas en orden. Que equivocada estaba. ─ Se alejó de mi, yéndose al otro extremo de la amplia habitación.
En algún momento el ruido de sus zapatos se detuvieron, imaginé que la reina debió haber tomado asiento. Y aunque su tono de voz cambió, no me atreví a buscar su mirada.
─ Lo lamento tanto, su majestad. Pero la princesa Leonor, por mucho que le implore, exigir no ha funcionado del todo. ─ Apresuré a responder al tomar su silencio como una invitación.
La escuché reír.
─ No seas absurda, el error es mío por esperar que una niña corrigiera a una adolescente. No puedo desvincularme completamente de mi hija, dejándola a cargo de externos y esperar que por obra de arte, ella sea más femenina. En lo que no me he equivocado, es en haberte elegido, tú lealtad no me pertenece, has sido lo suficientemente perspicaz para saber escoger al amo con más poder.
─ ¡No! ─ Como un resorte me he puesto de pie y cometí dos graves faltas que merecen castigo. ─ No... Se equivoca.
─ ¿Me acusas de mentirosa?
Número uno, le he gritado; y número dos, le estoy mirando sin una pizca de respeto al rostro. Me he vuelto loca totalmente, ¿cómo se me ocurre hacer semejante barbaridad? Tendrá mucha más razón para enviarme a la horca.
Y lo único que puedo hacer es regresar a mi antigua posición, con el rostro en el suelo esta vez. Suplicar, suplicar es todo lo que tengo en estos momentos. Ni siquiera las prendas que visto me pertenece, mi posición se lo debo a ella. De no haberme elegido ese día, no hubiera tenido la oportunidad de conocer a Leonor.
─ Perdone la insolencia de esta tonta servidora. Perdóneme por favor, se lo suplico. Pero no es así, yo respeto a la princesa Leonor tanto como a usted y al rey Gerardo, en ningún momento esperé algún tipo de recompensa o favor de parte vuestra, simplemente soy una servidora para la familia real y no me haría ideas equivocadas, mucho menos con la princesa. Nunca haría algo así, mi educación, principios, e ideales, me lo impiden majestad.
No a ella, no a la princesa.
Hay un silencio ensordecedor que entumece las extremidades de mi cuerpo, y durante ese laxo de tiempo, la reina no ha articulado ni una sola expresión facial desde el comienzo de mi sincera disculpa.
Tampoco entiendo mi pequeño acto de rebeldía, le he contradecido de principio a fin, no cediendo su versión. Me niego aceptar sus supersticiones, jamás haría algo para dañar la poca confianza que Leonor me ofreció. No lo hice por cuestiones de poder, no soy ávido del poder. Y me lástima mucho tener que negarlo.
Parecen eternos los segundos en los que me encuentro en la misma posición, las lágrimas han comenzado a salir en algún momento sin mí consentimiento. Y es cuando siento su presencia tan cerca mío, ¿en qué momento se desplazó? No ha emitido ningún ruido, o quizás, no la he escuchado por estar siendo lamentable.
Me contraigo, haciéndome más diminuta de ser posible, esperando un golpe, una bofetada, o el llamado de los guardias, ¡lo que sea! Con tal de desvanecer toda esta tensión.
─ Para de llorar, estás mojando el suelo.
Mi rostro se cubre de rojo, puedo sentir el calor escalar en cada centímetro de mi piel, avergonzada porque tiene razón.
─ Yo.. Lo siento mucho, hig lo voy a limpiar hig hig de hig inmediato. ─ Vergonzoso, muy vergonzoso. No puedo ni siquiera articular una frase correctamente sin hipar.
Sin importarme mucho, estoy por limpiar el pulcro piso con las mangas de mi propia ropa. Pero ella me detiene, es tan cálido su toque y me siento mal por encontrarlo maternal.
─ Deja eso así, no te he regañado para que llores. Levántate Anell. ─ Su tono no es demandante, es una sugerencia y yo obedezco aún así, siendo jalada por el codo.
Estamos a menos de cinco pasos, está mal en todos los sentidos, pero ella no me suelta y no puedo ser brusca. A esta distancia, puedo comprobar, con la poca visión debido a las lágrimas, la diferencia de alturas. La princesa es mucho más alta que la misma reina Esmeralda.
¿Seguirá creciendo?
No debería de estar pensando en ella ahora mismo.
─ No está mal apostar por el mejor, no te puedo culpar, es un instinto de supervivencia para asegurar un buen futuro. Tómalo como un cumplido. ¿Puedes recordarlo?
Ni siquiera le he entendido, encuentro muchas indirectas entre línea y no soy capaz de detectarlas en las condiciones que me encuentro.
Estoy restregando las esquinas de mis ojos, eliminando el rastro de lágrimas, cuando vuelven aguarse por su amenazador comentario.
─ Pero, sabes que no puedo dejar pasar tu descarado comportamiento, ¿lo entiendes, Anell? En estos momentos soy una copa llena y Leonor una vacía, ¿de cuál beberías primero en medio del desierto?
─ Yo...
─ No tienes que hablar, solo puedes elegir. ─ El calor de su mano me abandona y el peso de sus palabras hacen flaquear mis rodillas. Le sigo con la mirada, atenta a su próximo movimiento. Ella se adentra a una puerta distinta de las tantas que tiene su habitación y sale unos segundos después con un brillante vestido carmín en manos.
He de tener la confusión plasmada en este rostro hecho un desastre, porque ella no tarda en responder.
─ Lo mandé hacer especialmente para el cumpleaños de Leonor, es hermoso, ¿verdad? ─ No lo niego, es un vestido precioso con un color poco común. Se le ve nostálgica, tocando con suavidad la tela.
Un desperdicio.
─ Pruébatelo.
─ ¿Eh?
─ Dije, que te lo pongas.
─ Yo, majestad, no podría.
─ Obedecer es lo mínimo que puedes hacer, ─ el ropaje es lanzado hacia mí regazo sin ningún tipo de fuerza, recordandome que no ha olvidado mi presunto castigo ─ es una orden Anell. Ponte el vestido.
Me esfuerzo en no llorar pese al ardor en los ojos, y bajo su filosa mirada retiro prenda por prenda de mi desagraciado cuerpo. Quedando en ropa interior, ella se aproxima a ayudarme con el delicado vestido, estoy siendo cuidadosa al subirlo por mis delgadas piernas, no podría pagarlo ni con todos mis ahorros. Y ella parece notarlo porque se ha quedado sin paciencia.
Es como si fuese hecho especialmente para mi, ha resbalado exitosamente en mí cuerpo. Su tela es suave, para nada incómoda, el busto se siente algo ajustado, aparte de eso, es perfecto.
Pero no es mío.
Un escalofrío atraviesa por la toda la columna, y un jadeo involuntario escapa de mis labios. Me cubro los labios rápidamente, sin poder creerlo. La reina Esmeralda peinando mis cabellos, ¿hoy me bañé? ¿huele mal? ¡Qué vergonzoso!
─ ¿Majestad? No entiendo... Esto no es una prueba de vestuario y confección, ¿verdad?
─ No lo es. ─ Responde sin parar de peinarme con sus pulcros dedos. Las largas uñas se entierran en mí cabeza, simulando un peine, ha retirado la coleta, dejando caer mis cabellos por la espalda. ─ Fueron dos las razones tras mí decisión de elegirte, una de ellas tu inteligencia, y la segunda, tu apariencia; tus ojos, el color de tu cabello y el de tu piel. ─ Abandona ni cabeza con una última caricia ─ Cuando tomas la decisión de escoger un camino, debes estar preparado para cualquier desvío que se presente.
Me empuja por los hombros, llevándome frente a un gran espejo de cuerpo completo en la pared. Mis ojos se abren de par en par, no puedo creee lo que estoy mirando. Me veo tan... Tan hermosa. Tan diferente. ¿Esa es Anell?
Así parezco una princesa.
La reina me saca de mis pensamientos con un posesivo agarre en los hombros, obligándome a mirarle desde el espejo ─ ¿Te gusta cómo te miras?
Respondo con sinceridad, ─ sí.
─ Podrías verte así siempre, sólo debes hacerme un pequeño favor a cambio.
─ ¿Un favor?
─ Uno muy pequeño e insignificante, no me hagas recordarte que no puedes negarte. Mientras yo siga siendo la reina, no importa qué tanta lealtad tengas a Leonor, seguirás bebiendo de mi copa.
─ No le estoy entendiendo, majestad. ─ Quiero creer que no es lo que estoy imaginando.
─ Apartir de este momento, serás la princesa Leonor, mí hija.
─ ¿Qué? ─ Intento escapar de su agarre, huir de sus palabras. ¿Ser la princesa Leonor? Pero, ¿de qué está hablando? ¿qué tipo de orden es esa? Además, ser la princesa Leonor, yo no podría. ─ No, no puedo. No podría hacerle eso a la princesa, jamás, no puedo. Majestad, no puedo.
─ No pasa nada, mientras mi hija Leonor no aprenda de sus errores, tú serás la legítima princesa y serás presentada en el gran baile. ¿Quieres dinero, joyas, reputación, educación? Todo eso y más te daré, a cambio de hacerte pasar por mi hija.
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