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Capítulo 9

Dos días después...

Llegando a casa con todos sus recuerdos vivos y latentes en mí, llegué con el mismo vestido dulce, con el que él me había conocido aquel día, y dejé el equipaje en el suelo. Mis padres se me acercaron sorprendidos.

_ Hija.

_ ¡Lucrecia! ¡Has vuelto, hija!

Ambos corrieron a mí y me abrazaron. Yo los abrasé y las lágrimas se me desprendieron.

_ Te extrañamos tanto, hija.

_ Y yo a ustedes, pero ¿Y tú papá? ¿Por qué estás levantado? ¿Cómo te has sentido? - ambos se tensaron, y en eso, bajó Santiago por las escaleras y mi mundo colapsó.

_ ¿Qué tal Lucrecia? Tanto tiempo sin vernos.

_ ¿Santiago? ¿Qué hace él aquí? – Santiago sonrió.

_ Verás, desde que te fuiste, han pasado muchas cosas aquí - miré a mis padres.

_ Es cierto hija. Lamentablemente, hace un par de meses, tú hermana, Rosita, murió.

_ ¡¿Qué?!

_ Por desgracia enfermó gravemente y falleció.

_ No, no es posible. Mi hermana...

_ Y Santiago se casó con ella...

Abrí los ojos abruptamente y miré anonadada a Santiago. Él me miró fijamente.

_ Te casaste con mi hermana ¡Eres un descarado!

_ Hija, por favor.

_ Tú eres la única descarada en esta casa, por haberte ido como lo hiciste. Te fuiste con otro.

_ ¡Si me fui con otro, como dices, te lo tuviste bien merecido! ¡Al menos, él si me ama y me valora, no como tú! - se enfureció.

_ Pues ese amor que tienes, no te durará mucho más.

_ No tengo porque seguir escuchándote. Sí regresé, a esta casa, fue únicamente porque mi padre está mal de salud - Santiago esbozó una sonrisa y yo miré a mi padre, el que solo me miró.

_ ¿Papá?

_ Lo siento Lucrecia, pero, de alguna u otra forma, tenías que volver y esta fue la única manera.

_ ¿Qué?

_ Santiago vive en esta casa. Es parte de esta familia y lo seguirá siendo.

_ ¿Mamá?

_ Así siempre tuvo que ser.

_ Me engañaron ¡Ustedes me engañaron! ¡¿Cómo fueron capaces?! ¡¿Tú, papá, fingiste estar enfermo, para que yo solo regresará?! ¡No lo puedo creer! - Pensé en Joey - Esto no se los voy a perdonar nunca... Me voy de aquí - mi padre intervino.

_ No lo volverás a hacer. Santiago...

Me volteé y Santiago me tomó de los brazos, impidiéndome que yo me fuera...

_ ¡¿Qué es lo que haces?! ¡Suéltame! ¡Suéltame, Santiago!

Miré a mis padres desentendida, con desilusión, y Santiago me tomó con más fuerza.

_ ¡¿Qué pasa?! ¡Déjame! ¡Déjame, Santiago! - mi padre se me acercó.

_ Lo siento, Lucrecia, pero tú no volverás a irte de esta casa, y menos a los brazos de ese don nadie.

_ ¡Joey no es un don nadie! ¡No lo es!

_ ¡Suficiente! Llevémosla a su habitación.

_ ¡¿Qué?! ¡No! ¡Déjenme! ¡Mamá! ¡Mamá, ayúdeme, por favor!

_ Lo siento, pero yo estoy de acuerdo con tu padre, Lucrecia.

_ ¡No! ¡No me pueden hacer esto! ¡Suéltenme!

<< ¡No, Joey! >>

Mi padre y Santiago me llevaron a la fuerza a mi habitación, tomada de sus brazos y yo negándome, todo fue inútil. Los que creí que me apoyarían, me tendieron una trampa y yo como tonta caí en ella.

Me encerraron con llave en mi habitación y ahí mi mundo se me hizo trizas. Corrí a la puerta, la golpeé con todas mis fuerzas y rompí en llanto.

_ ¡No me pueden dejar encerrada aquí! ¡Déjenme salir! ¡Por favor! ¡Quiero irme con Joey! ¡Por favor!...

Corrí a tomar mi celular y a llamé a Joey desesperada...

Ido en sus pensamientos, y triste, su celular sonó. Allá era media noche y él no podía dormir.

_ ¡Halo, hermosa!

_ ¡Joey! - escuchó mis gemidos y se preocupó.

_ ¿Qué pasa? ¿Por qué estás llorando amor?

_ Sácame de aquí por favor. Todo fue una trampa de mis padres.

_ ¡¿Qué?! ¡¿Cómo?!

_ ¡Ayúdame! ¡Me tienen encerrada aquí! – más se alarmó.

_ ¡No es posible! ¡Ahora se las verán conmigo!

_ Por favor, date prisa. Santiago está viviendo aquí y quieren obligarme a casar con él.

_ ¡No! ¡Eso no lo voy a permitir!

_ Joey, mi amor ayúdame...

De pronto, mi padre entró.

_ ¿Con quién crees que estás hablando?

_ ¡Papá! ¡No! - me quitó el celular y escuchó la voz de Joey.

_ ¡Lucrecia! ¡Lucrecia!

_ Deje de molestar a mi hija, señor. Ella está comprometida y muy pronto se va a casar.

_ ¡Eso no es verdad! ¡Lucrecia y yo estamos juntos!

_ No insista. No volverá a ver a mi hija... - Joey se desesperó.

Mi padre botó el celular y este se hizo pedazos en el suelo.

_ ¡No! - grité desesperada.

_ ¡Halo! ¡Lucrecia! ¡Lucrecia!...

Me puse a llorar desquiciada y miré con odio a mi padre.

_ Con esto, ese sujeto no podrá contactarte de nuevo.

_ ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué me haces esto papá?! ¡Soy tu hija!

_ Y como tal, tienes la obligación de ampararnos a tú madre y a mí en lo económico y solo lo podrás hacer casándote con Santiago. Tú hermana ya no está, como para poder seguir ayudándonos, así que solo dependemos de ti y debes hacerlo.

_ Son unos egoístas. No me casaré con Santiago. Quiero irme con Joey.

_ No lo harás y aunque te opongas, te casarás con Santiago, quieras o no.

_ ¡Te odio! ¡Te odio!

Mi padre hizo oídos sordos y salió de mi habitación. Volvió a dejarme encerrada y yo solo pensando en Joey, rompí en lágrimas...

Desesperado, solo pensó en mí y comenzó a empacarlo todo...

Angustiada, me paseaba por todo mi dormitorio. Solo anhelaba que Joey volviera por mí; miré girar su tierno caballito y osito en la bola de cristal, escuché su dulce melodía y se me llenaron los ojos de lágrimas.

<< Amor mío, llega pronto por mí... >>

Esa misma noche...

Pegada junto la ventana, solo anhelaba que Joey me sacara de esa casa, y entró Santiago, y mi padre. Me miraron decisivos.

_ ¿Qué hacen aquí? ¡Largo! ¡No quiero verlos aquí! - Santiago me miró en seco.

_ No hay tiempo – mi padre lo miró.

_ Hay que hacerlo ahora ya...

No comprendí a lo que se referían...

_ ¿De qué están hablando? - Santiago volvió a mirarme.

_ No voy a permitir que ese sujeto te vuelva a encontrar - abrí los ojos y temí lo peor.

_ No. Ustedes no me pueden hacer esto ¡Papá!

_ Yo estoy de acuerdo con él, Lucrecia. Tú no puedes volver a ver a ese hombre - se me llenaron los ojos de lágrimas.

_ ¡NO! - pensé en Joey - ¡Ustedes no me prohibirán nada! ¡Me iré de aquí, les guste o no!

Torpemente pase frente a ellos y ambos me tomaron fuerte de los brazos. Mi mundo otra vez colapsó.

_ ¡NO! ¡Déjenme! ¡Déjenme! - mi madre llegó - ¡Mamá, no permitas esto por favor! – Ella me ignoró.

_ ¿Ya guardaste toda su ropa?

_ Si, tal como me lo dijiste- más me descoloqué.

_ ¡¿Qué?! ¡¿A dónde piensan llevarme?! - los tres se miraron.

_ Entonces, ya es hora. Tenemos que llevárnosla.

_ ¡¿Por qué hablan de mí, como si yo no estuviera!?

_ Lucrecia, como sigues tan empecinada en regresar con ese hombre, no nos queda otra opción que llevarte al pueblo vecino y que recapacites de todo lo malo que has hecho.

_ ¡¿Qué?! ¡Ustedes no saben nada! ¡Si yo me fui ese día de aquí, fue únicamente por la culpa de...!

_ ¡No digas más mentiras, Lucrecia y asume tu error! Reconoce que, si no te hubieras escapado, con ese vividor, para el día de nuestro compromiso, tú y yo ahora estaríamos felices casados - lo miré con odio.

_ ¡Eres un infeliz y mentiroso Santiago! ¡¿Como me pude fijar en ti?! - me miró lleno de rabia.

_ Vámonos, señor Eugenio.

_ ¡No! ¡No me iré a ninguna parte con ustedes!

Cegada, le di un fuerte codazo a Santiago en su estómago y salí corriendo...

_ ¡No! ¡Deténgala!

Dijo mi padre alarmado...

Bajé rápidamente por las escaleras y mi único pensamiento fue Joey. los tres tras de mí, de pronto sonó el teléfono y ellos más urgidos, yo corrí a tomarlo desesperada.

_ ¡Halo!

_ ¡Halo, Lucrecia!

_ ¡Joey sácame de aquí! ¡Mis padres! ¡Me quieren llevar al otro lado de la ciudad! – grité alterada y Joey entró en pánico.

_ ¡¿Qué?! - Santiago y mis padres interfirieron.

_ ¡Quítenle el teléfono! – Joey más se desesperó y me escuchó llamarlo con exasperación.

_ ¡JOEY!

_ ¡HALO! ¡LUCRECIA!

Santiago me dio un fuerte puñetazo frente a mis padres y yo caí inconsciente al suelo. Ellos noqueados, no hicieron nada, y yo con el labio sangrando, Santiago me cargó en su hombro.

_ Lo siento señor Eugenio, y doña Sofía, pero era la única forma.

_ No te preocupes, Santiago. Lo comprendemos, ahora llevémosla, antes que vuelva a despertar.

_ Si, vámonos...

Joey desesperado, volvió a llamar al teléfono y yo desmayada en el hombro de Santiago, me subió al auto, junto con mis padres, y me sacaron de la ciudad.

Ahogado, pensó en mí con locura y la angustia lo consumió al ver que me había perdido para siempre...

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