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Final alternativo.

Este es un final alternativo, no es el oficial por el cual me guiaré, el oficial es el anterior... ¡No me maten! Dioses, necesito el otro final para la historia de Marly, luego verán por qué.

En fin, espero lo disfruten, me inspiré para hacerlo, en verdad, mi trasero plano es la prueba.


Lucy intentaba no chocar con las ramas de los árboles mientras corría tras el venado, aunque ya tenía varios rasguños en los brazos y las mejillas, ignoraba todo eso mientras sujetaba su arco y flecha con determinación.

Estaba a punto de lograrlo, iba a atrapar al maldito venado, luego se lo llevaría ante Thalía y le demostraría que sí pudo, pero falló.

Soltó un sonido exasperado y se recostó en un árbol, dejó el carcaj a un lado junto con su mochila, al igual que el arco para luego pasar una mano por su joven rostro.

Si no se hubiese vuelto cazadora, ahora tendría veinte años y definitivamente no tendría ese rostro de una chica de dieciséis. Su cabello era más largo ahora, y brillante, tal como sus ojos y su vida.

Últimamente sí podría llamarlo vida. Porque al fin comenzaba a olvidarlo.

Cuatro años se necesitaban para que Lucy Weasley comience a olvidar a Fred Weasley.

Ya no lograba recordar más allá de una cabellera pelirroja como la suya.

Lucy intentaba no ver su reflejo, porque ella sabía, con dolor, que su genética Weasley le mostraría la versión femenina de Fred. Además de recordarle a su primer y último amor, le recordaría que no podían estar juntos, que fue la genética la que siempre interfirió.

Cerró los ojos, estaba cansada, tal vez llevaba treinta minutos corriendo tras ese animal infernal. Después de todo, volvería a Thalía con las manos vacías y la hija de Zeus podría burlarse de ella a más no poder.

No contó los segundos o minutos que llevó así, pero cuando sintió una respiración ante ella, sabía que pasó un buen tiempo desde que se recostó por el árbol.

Ella quedó sin aliento, sus ojos se abrieron con horror. No podía creerlo, era un espejismo, su maldito cerebro le jugaba una broma.

Ante el atardecer, con el sol haciendo su cabello de un tono aún más anaranjado, Fred le miraba atentamente, como si admirara a un maravilloso fantasma.

Los recuerdos la marearon, sus ojos, su nariz, sus pecas... todo.

Una notable barba se veía en el rostro del chico que ya se volvió hombre.

El cuerpo de Lucy se estremeció.

—Lu... —incluso su voz era tan profunda como ella se permitió imaginar—. Lucy.

—No... no es verdad —fue lo que ella susurró.

Una sonrisa tiró los labios de Fred—. Es tan real como que eres pelirroja, Lu.

— ¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Cómo diablos llegaste a mí?!

Se sintió mareada una vez más, pero con mucha más fuerza, se aferró al árbol, intentando fundirse en él. Con suerte lo haría, con suerte esos sentimientos dentro de ella también desaparecerían.

—Estoy aquí porque estoy acampando cerca... y jamás fue mi intención llegar a ti —algo de alivio se mezcló con dolor, pero Fred no había terminado, se relamió los labios y puso una mano junto a su cabeza, inclinándose sobre ella—. Pues claramente estoy aquí por ti y nada más que por ti, Lu. Eres difícil de encontrar, Lucy Weasley, pero supongo que andar como perro rastreador sirvió de mucho.

Su corazón iba a explotar, definitivamente iba a explotar, mientras Fred hablaba, no podía evitar desviar la vista a sus labios y recordar todos sus besos en la oscuridad. Y pronto quedarían en la oscuridad, porque ya estaba anocheciendo, ¿Será que volverá a probar esos labios así...?

¡Diablos, no! No podía ni pensarlo, era una cazadora de Artemisa, juró renunciar a los hombres... si su señora se enterara de lo que ha cruzado por su mente.

— ¿Por qué lo hiciste, Fred?

—Porque te amo, obviamente, y soy tan egoísta que vengo a buscarte para llevarte conmigo.

Las mejillas de la chica enrojecieron, había alucinado con las primeras palabras, pero las últimas le devolvieron su realidad.

Empujó a Fred para poder salir de su encierro y tomar aire, le dio la espalda un momento y volvió a girarse.

—No puedes venir y exigir eso —gruño levantando un dedo y clavándoselo en el pecho—. No tienes derecho y siquiera deseo hacerlo, por algo he renunciado a la compañía masculina... y fue por ti, idiota.

—Ya lo sé —tomó su mano, aun sosteniéndola sobre su pecho, sin alterarse, sin dejar de admirarla—. Vine por eso, pero eso no significa que voy a hacerlo.

— ¡¿Entonces qué diablos, Fred?! ¡Eres más difícil de comprender que una adolescente con menstruación!

—Seguro me merezco esa comparación pero... ugh, Lucía, qué asco.

No lo soportó y se largó a reír, porque después de años su corazón seguía siendo iluso que corría al verlo, no podía estar latiendo más rápido. Era ridículo, ella era ridícula... todo ese tema del amor era ridículo.

—Fue... agradable verte, supongo —colgó su mochila nuevamente a su hombro y se dispuso a irse—. Pero no soy tan idiota como antes, ya no voy a caer... primo.

Dio varios pasos antes de que él se interponga en su camino y la tome por los hombros, Fred se veía tan serio que daba miedo.

—¿Crees que he cruzado el mar para volver a hacer toda esa idiotez? ¿En verdad crees que soy tan... cruel?

—No dudo que eres tan estúpido —intentó calmarse por el contacto—. Y lo peor es que tampoco dudo que si me quedo apenas cinco minutos más, voy a volver a ser la niña de hace años.

—Yo solo quería...

—¡¿Cómo está tu familia?! —su sonrisa fue sumamente falsa, y su tono demasiado agradable para el bien de Fred. La palabra familia amargó la boca de Lucy.

—¿Qué familia? —murmuró él.

Quiso extirparle los ojos por semejante atrevimiento, ¿qué tan idiota cree que era?

—Pues esa por la que nos abandonaste cuando te necesitábamos, ya sabes, la zorra a la que embarazaste.

—Huh —sus manos cayeron y Lucy pudo librarse de los nervios por su toque—. Supongo que no es mi familia.

Le miró con los ojos muy abiertos, ¿Qué?

—No era mi hijo —se rascó la nuca y miró para otro lado—. Y a ella no le duró el amor.

—¿A qué te refieres?

—Cuando se dio cuenta de que yo tardaría en tener trabajo para una gran casa, decidió confesar que no era mi hijo —un toque de desilusión fue por su voz—. Hasta ahora me siento idiota, digo, yo lo dejé todo por ellos y... no lo valió.

—Ya veo que no.

Quedaron en silencio y ella se dedicó a jugar con el extremo de su chaqueta, lanzó un gran suspiro incómodo, no sabía que decir. Deseaba irse y olvidar todo, pero algo le tomaba de los pies, obligándole a permanecer allí.

— ¿Dónde has estado todo este tiempo? —se atrevió a preguntar al fin.

—Ucrania —respondió Fred.

—Pff, ¿Dónde queda eso? Suena a enfermedad de la piel —se burló, mecanismo de defensa a la incomodidad activado, Lucy Weasley comenzará con sus chistes malos para evitar el silencio.

Él sonrió al notarlo, su sonrisa era demasiado, sus ojos brillando eran demasiado.

—Sigues igual que como te recuerdo.

—Tú no. Estás viejo.

Tocó su barba al notar la mirada de ella en la misma—. Es que no todos tenemos juventud eterna.

—Quiero golpearte —admitió de la nada—. Pero me contengo por alguna extraña razón.

—Y yo quiero besarte, pero ves que apenas me contengo.

—Eso fue tan fuera de lugar.

—Siempre lo ha sido —a Lucy le sorprendió ver lo cerca que estaba, tan cerca que veía las pecas en su nariz—. Y antes no me detenía, perdóname.

Se inclinó y unió sus labios, en la cabeza de Lucy se repitió el juramento que había hecho a Artemisa, una y otra vez, mientras intentaba apartarlo, pero llego un punto en el que se dijo al diablo y echó sus brazos sobre él.

—Y esto no significa que te perdono —recalcó al separarse, jadeando—. Todo sigue siendo tu culpa.

—Quisiera culpar a nuestro parentesco, pero en realidad es mi culpa por tomarle tanta importancia a eso.

—Es que hay que tomarle importancia a eso, Fred —observó alterada como él negaba repetidamente con la cabeza.

—No es importante, no debería ser más importante que lo que siento por ti.

Pasó una mano por sus ojos, otra risa nerviosa—. Mira cuando lo dices, idiota.

— ¡Ya lo sé! Deberías golpearme, para tener a mano todo eso de los deseos.

Fred abrió los ojos como platos luego de que el pequeño y pálido puño de la chica haya impactado contra su rostro, el dolor llegó a toda su cara, pero lo ignoró para mirar sorprendido a Lucy.

— ¿En verdad creíste que no lo haría?

—En realidad me lo esperaba... pero no en la cara.

—Mi plan era romperte la nariz.

—Qué adorable.

En algún punto de la siguiente, cayó una gran tempestad que los obligó a refugiarse en una cueva cercana, Lucy la reconocía, habían estado allí antes con las cazadoras, sus tripas se retorcieron al recordarlas... había faltado a su juramento.

Recibiría un castigo por ello...

— ¿Qué te sucede? —Fred preguntó preocupado cuando notó su rostro pálido ante la luz de la luna.

—He faltado a mi juramento... se suponía que no debía acercarme a un chico de esa manera —miró a Fred a los ojos—. Van a matarme por esto.

— ¡Oh mierda! ¡Oh mierda! —él exclamó casi arrancándose el cabello—. ¡Que siempre hago idioteces! Todo lo hago mal...

—Eso no es lo peor, Fred —le puso una mano en su hombro, sonriéndole con lagrímas en los ojos—. Lo peor es que no me arrepiento.

La respiración de Fred se cortó mientras ella se le acercaba cada vez más, en realidad creía que le había golpeado muy fuerte... porque iba a desmayarse.

—Y quiero más.

Volvió a besarlo, con más ferocidad que antes, y él tampoco quedó atrás, Lucy se dijo que si iba a morir, mejor que muera por algo bueno... y algo que ha deseado desde hace ya tiempo.

La espalda de Fred estaba contra la roca del suelo, Lucy estaba sobre él, sin dejar de besarlo, parando para respirar apenas separándose un centímetro.

—¿Qué es esto? —preguntó él con los ojos cerrados.

—¿Un impulso pre-muerte?

—Oh, yo lo veía como incesto del bueno.

Una risa rara salió de los labios de Lucy antes de que Fred vuelva a tomarlos, ahora girándola para quedar sobre ella.

Nada más que besos pasó esa noche, bueno, tal vez durmieron abrazados, fingiendo ser una linda pareja de enamorados que al día siguiente no moriría por romper una promesa con una diosa.

Lucy fue la primera en despertar, cuando aún no amanecía, se levantó intentando no despertarlo, no deseaba una despedida, la despedida de anoche le bastó.

Caminó de puntitas, pero al parecer Fred ya estaba despierto.

—Me gustaría preguntar si el castigo se puede compartir —se levantó estirándose un poco—. Porque siendo sinceros, yo comencé todo esto.

—Ni una pizca de mentira en lo que dijiste —se volteo para verlo salir de la cueva con el cabello revuelto y los labios hinchados—. Realmente lo iniciaste hace diez años.

—Lo justo es que muera contigo —sonrió de lado, con los ojos apagados.

—SÍ —murmura mirando al suelo.

Escuchó los pasos de Fred cuando este se acercaba, y luego sintió su presencia muy cerca de ella.

—Lucy... espero que en la otra vida nuestra sangre no nos separe —murmura con los labios sobre su frente.

Ella cerró los ojos con las lágrimas corriendo por sus mejillas—. Yo espero que me ames.

—Voy a amarte tal como lo hago ahora... pero espero no ser tan idiota.

La chica rio y Fred le acarició la mejilla, Lucy sintió algo húmedo caer en su nariz y subió la vista, los ojos de Fred estaban inundados de lágrimas.

—Me odio por todo lo que hice, me odio tanto que me duele estar contigo ahora y ver que me aceptas cuando deberías estar matándome.

Permanecieron en un largo silencio, llorando, mirándose a los ojos, hasta que Lucy habló.

—Pues te mato... pero si lo hago, me odiaría tanto que me mataría a mí misma luego.

Fred tragó saliva antes de decirlo—. Pues entonces matémonos a la vez.

— ¿Morirías conmigo?

—Si no puedo tener una vida contigo, moriré a tu lado.

Lucy asintió lentamente mirando el hombro del chico, aterrada y poco confiada. Se le cruzó por la mente que era una broma, que él se acobardaría a último momento, y ella llegaría a la muerte con gran vergüenza, por haber muerto por alguien que no lo merecía.

Entonces subió la vista nuevamente, y fue como ver a Fred hace años, cuando le decía que era una niña bonita, una princesa. Ni una pizca de mentira, ni cobardía, él realmente lo haría.

Temblando se volvió a la cueva, frotó sus manos antes de abrir su mochila.

Fred observó con curiosidad mientras se limpiaba el rostro, su corazón dio un vuelco cuando Lucy se volteó hacia él con dos dagas en sus manos, observándole con la cabeza ladeada, tentándole a irse, pero se obligó a permanecer firme.

No volvería a huir, ya nunca más. Si lo hacía, la perdería, en esta y en otra vida.

Estiró la mano para recibir el arma, Lucy se la entregó con la sorpresa plasmada en sus ojos. Él empuño el arma con seguridad, mirándola, esperando a que Lucy diga algo.

De pronto estaban frente a frente, con el sol a un costado, a punto de descubrirlos, el filo de las dagas se hallaban justo ante sus corazones, Lucy respiró hondo mientras intentaba que la mano con la cual estaba a punto de asesinar a Fred no tiemble.

—Admito que odio tener que lastimarte —murmuró Fred, apenado por tener que dañarla.

—No lo veas como eso... míralo como un reclamo a lo que es tuyo —Lucy sonaba tan madura aunque se veía de 16, además de la seguridad en sus ojos cuando le miraba—. Mi corazón es tuyo, tómalo.

Fred tomó una gran exhalación y dio un paso al frente, Lucy observó horrorizada la sangre brotar de su pecho, mientras que ella seguía ilesa. Fred ignoró eso y repitió las mismas palabras—. Mi corazón es tuyo, tómalo.

Entonces ambas dagas se incrustaron en sus pechos, hasta llegar a lo reclamado, un simple órgano, pero era el que representaba sus vidas, y ellos estaban dispuestos a todo porque una vida sin el otro, de nada servía.

¿Creen en la reencarnación? ¿Me creerían si les dijera que mientras esos jóvenes se regalaban sus últimas miradas, un par de bebés nacían en otros puntos del mundo?

El deseo les ha sido cumplido, la sangre ya no los separa, y lo más importante, el amor no ha muerto.

Yo, Eros, prometo que seguiré a esos niños e incrustaré mis flechas en el mismo lugar donde sus dagas fueron clavadas, tan solo para que recuerden el amor que ambos sentían

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