Isabel: 27 de abril de 1991
Como ya era costumbre, recorrí el resto del camino para tomar asiento sobre la banca de madera que, a mi parecer, disponía de la mejor vista hacia el campo de flores que decoraba el final del parque. Él no tardaría mucho en llegar... "Sábado 27 de abril, 6.45 de la tarde" fue exactamente lo que dije, y si Nicolaus se enorgullecía de algo que no fuera de sus propias cualidades, era de la puntualidad y de los calendarios esquemáticos.
Miré mi reloj de muñeca para asegurar que se tratara de la hora correcta: 6.43 p.m. Justo a tiempo.
Recargué la cabeza contra el respaldo de aquella banca mientras hacía lo posible por ajustar los botones de mi abrigo de lana. Ese pequeño bulto en mi vientre no debía ser perceptible a simple vista. No debía notarse a través de la ropa porque, de lo contrario, Nic no haría más que darme la espalda y volver caminando por el mismo empedrado que lo guiaría de vuelta a la entrada.
Era un hecho que me sentía nerviosa, en especial siendo consciente de que una noticia tan inesperada como esa sería un golpe duro para Nic. La parte más compleja de todo era que, para colmo, no tenía ni la menor idea de cómo comenzar a decírselo.
—¿Querías verme, Isabel?
Si había una cosa que podía distinguirlo de entre todos los demás, era su facilidad para resaltar incluso estando en medio de una multitud de personas. Su presencia era destacable; la forma tan elegante en que vestía era en gran parte la causa, aunque la formalidad de su semblante y la seguridad que reflejaba tras cada paso al andar también contribuían al modo en que otras mujeres solían seguirlo con la mirada.
—Hola, Nic. —Le dediqué una sonrisa antes de indicarle que tomara asiento junto a mí—. ¿Cómo has estado?
Hizo lo que le pedí, no sin dejar de lado ese ritmo acelerado que tanto le caracterizaba. Típico de Nicolaus: siempre a prisa.
—Ocupado —contestó.
—¿Ocupado?
—Demasiado trabajo, preciosa, sabes muy bien que apenas tengo un momento para tomarme una taza de café. —Puso los ojos en blanco y respiró hondo—. Siempre hay problemas que son incapaces de resolver sin mí.
—Imagino que debe ser difícil para alguien de tu posición...
—No puedo quedarme por más de diez minutos —interrumpió, haciendo caso omiso a mi comentario anterior—. Ya perdí mucho tiempo en la primera reunión del comité científico.
Lancé un suspiro al aire. Llevaba semanas con ese nudo en la garganta, días enteros con la incertidumbre del "qué dirá" o el "qué pasará". Sin embargo, cada vez que quería confesárselo, Nic se excusaba con la gran cantidad de pendientes que le quedaban por atender.
—Nunca debí inscribirme a esa tonta organización de filántropos ineptos —continuó lamentándose entre quejidos—. Esa reunión fue peor que haber presenciado una obra de teatro mal ejecutada, solo repleta de conversaciones patéticas e idiotas vacilantes.
—Eso es terrible, Nic, pero me gustaría hablar contigo sobre un tema que...
—¿Puedes creerlo? —Soltó una débil carcajada—. Inclusive había entre ellos un hombre que se creía parte de la especie equivocada.
—Vale... Escucha, tengo algo importante que decir.
—¡Faltaba más! Estuvo hablando sobre su familia durante casi media hora —resopló, incrédulo—. ¿A mí qué demonios me importa que la segunda de sus hijas esté a unos meses de cumplir el año?
Ya no podía soportarlo más: tenía que decírselo. Simplemente tenía que hacerlo.
—Preferí dejar a ese tal Thomas en la ignorancia, en especial tomando en cuenta...
—Nic, estoy embarazada —farfullé a toda prisa.
—¿Perdona?
—Estoy embarazada —repetí.
Respondió con una risa nerviosa.
—No es momento para bromas, Isabel, la reunión de hoy me quitó tanto el ánimo que...
—Tengo cuatro meses y dos semanas. —Tragué saliva de manera audible antes de atreverme a añadir—: El médico ha dicho que es un niño.
Tras una pausa que tuvo tintes de ser eterna, no pudo más que levantarse del asiento a la par que soltaba otra carcajada.
—¿De qué demonios estás hablando? —inquirió—. ¿Es un chiste, acaso?
—Lo he pensado durante varios días y... no creo que sea algo malo.
—No, preciosa. —Negó con la cabeza, dando la impresión de que ya empezaba a tomarlo por un tema serio—. Basta ya de tonterías, ¿quieres?
—¿No estaba dentro de tus planes ser padre, Nic?
Adoptó un gesto grave.
—Yo no quiero un niño, ¿me oyes?
—Lo sé —asentí—, pero no es solo un niño, es... tu hijo.
—No lo quiero —sentenció con frialdad, completamente molesto.
—Tal vez no ahora, pero...
—Estoy hablando en serio. —Me miró a los ojos y me apuntó con el dedo—. No quiero que me metas en tus asuntos como si en verdad tuviera yo algo que ver contigo.
Vaya... Era demasiado tarde para eso, ¿no?
—Lo haría con mucho gusto —sonreí con ironía—, pero fuiste tú quien quiso meterse conmigo, ¿recuerdas?
—Por supuesto, ¡ahora resulta que todo esto es culpa mía! —increpó.
—No es lo que quise decir, ¿vale? —Alcé las manos para tratar de tranquilizarlo—. Me refiero a que empezamos esto juntos, es obvio que no puedes dejarme atrás.
—No, yo no accedí a esto.
—Sí lo hiciste —reiteré con firmeza, en especial porque no estaba dispuesta a dejar que se excusara bajo un pretexto tan ridículo como ese—. Lo hiciste, Nic. No vengas a decirme que no tenías ni idea de que algo como esto podría pasar.
Porque esta responsabilidad no era únicamente mía, era de ambos. ¿Cómo podía ser que él no comprendiera la importancia de tal compromiso? ¿Acaso no se daba cuenta de que era una vida lo que había creado conmigo? Era difícil entender cómo alguien podía ser tan inmaduro para negarse a enfrentar los hechos, pues el caso no se trataba solo de mí, sino del futuro de nuestro hijo.
—Estás siendo demasiado egoísta, Nic.
—¿Egoísta? —bufó—. Eres tú quien está insistiendo en tenerlo cuando sabes perfectamente que yo no quiero formar parte de esto, es más, ¡ni siquiera estás en la obligación de tenerlo!
—Vale, claro —le dediqué una sonrisa forzada—, ¿y qué diantres esperas que haga con el niño?
Se encogió de hombros.
—Abórtalo si es necesario.
—Por Dios, Nic. —Me rodeé el vientre con ambos brazos—. No voy a hacer eso, yo... no quiero hacer eso.
—Es que no es una sugerencia, Isabel. —Apartó la vista de mí, incapaz de sostenerme la mirada—. Más bien te estoy ordenando que lo hagas.
—¿Disculpa?
—Voy a llevarte a una clínica mañana... Los gastos serán por cuenta mía.
—¿Estás hablando en serio, Nic? —protesté, sin poder creer lo que escuchaba—. Esa decisión no le corresponde a nadie más que a mí.
Él se echó a reír.
—No me compliques más las cosas, preciosa.
—Lo siento —contesté, cruzándome de brazos—, pero ni siquiera tienes derecho a decirme qué hacer o no hacer.
—¡Entonces tampoco me pidas cuidar de un crío que lo único que hará será arruinarme la vida!
Negué con la cabeza. Estaba decepcionada, en especial del modo tan ingenuo en que había imaginado que él comprendería la situación. Lo más importante para mí era mi bebé, al menos así lo era desde hacía un par de semanas. Mas, al final de todo, fui yo quien acabó cayendo en cuenta de una certeza indiscutible: el verdadero Nicolaus era una persona muy diferente a la que creía conocer.
—No te estoy obligando a quedarte —espeté—, puedes largarte ahora mismo si eso es lo que deseas. —Me apresuré a limpiarme las lágrimas que ya sentía correr por mis mejillas—. Pero en serio me duele que creas que tu vida entera se iría a la ruina por un niño.
—Los bebés son inútiles, Isabel.
—No me digas eso, ¿quieres?
—Solo estoy diciendo la verdad —musitó a regañadientes.
—Estás diciendo tu verdad, Nic, porque la mía es distinta por completo. —Tensó la mandíbula con enfado, aunque ni siquiera su evidente molestia bastó para hacerme callar—. Este bebé es alegría desde donde yo lo miro. Es luz, brillo, cariño y... Por primera vez, tengo la oportunidad de darle a alguien todo lo que alguna vez quise para mí.
Imaginaba que mi hijo sería capaz de tomar sus propias decisiones, de elegir sus amistades con libertad, de practicar los deportes que yo nunca pude jugar o de percibir que hay mucho más en la vida que solo negocios, poder y dinero. Sé que, para mis padres, ninguna de estas cosas resultaba relevante. Pero, para mí, estas experiencias lo significaban todo. Por eso me aseguraría de que mi bebé tuviera lo necesario para apreciar lo que yo había tardado casi veinte años en entender.
—Él será mejor que yo —le garanticé—. Estoy convencida de que, algún día, logrará todo eso que yo jamás podré hacer.
Entonces algo cambió. No sé qué, cómo, ni por qué; pero algo en mi discurso consiguió lo que nunca creí posible: reemplazar el gesto inescrutable de Nic por una mueca de sorpresa. Ladeó la cabeza con curiosidad antes de clavar la mirada en las orillas del empedrado, como si en serio estuviera tomándose un momento para asimilar aquello.
—¿Qué dijiste? —preguntó segundos más tarde.
—¿Sobre qué?
—Sobre eso de... lograr lo que tú jamás podrás.
Le dediqué un ceño fruncido.
—Sabes lo estrictos que son mis padres, ¿no? —aclaré para él—. Son insensibles y de mente cerrada, te lo he contado cientos de veces.
—¿Y qué tiene que ver eso con lo demás?
—Que siempre quise hacerles entender mi modo de ver las cosas —resumí—. Sabía que, si tan solo me permitieran mostrarles el mundo que yo deseaba ver, tal vez no tendrían ningún problema con dejarme cambiar todo aquello que ya estaba harta de soportar.
—Pero...
—Huí de casa porque, al final, no pude cambiar nada... Yo no era la persona correcta para hacerlos cambiar. —Eso último lo llevó a parpadear varias veces—. No iba a quedarme. No podía quedarme y tampoco estaba dispuesta a iniciar algo que jamás podría terminar.
Nicolaus permaneció callado, tan absorto en sus pensamientos que en verdad creí que no tardaría ni unos instantes en volver a sentarse sobre la banca.
—Oye, Isabel —intervino de pronto, acercándose unos pasos con cierta vacilación—, ¿crees que podría...?
Verlo mover el brazo en dirección a mi vientre fue suficiente para intuir lo que planeaba.
—Claro —accedí—. Después de todo, también es tu hijo.
Colocó una mano sobre mi abdomen casi enseguida y, cerrando los ojos, se dispuso a guardar silencio mientras esperaba pacientemente por alguna clase de respuesta. Ni siquiera sé muy bien qué intencionaba con ello, aunque era consciente de que su inexplicable petición no era ni por asomo una simple casualidad.
—Se parece a mí —lo oí murmurar.
—¿Cómo dices?
—Es igual que yo, es... —Por un momento, me pareció ver una leve sonrisa en su rostro, aunque descarté de lleno tal posibilidad en cuanto me percaté de que su gesto continuaba tan solemne como siempre—. Es exactamente igual a mí.
—¿De qué estás hablando, Nic?
—Aunque tratara de explicártelo, preciosa, no tendrías ni la menor idea de lo que esto significará para todos..., en especial para mí.
—Soy su madre —le recordé—. Lo entendería aún con los ojos cerrados.
—Y yo su padre —me contradijo en tono arrogante—. No me cabe ni la menor duda de que esto queda fuera de tu alcance.
—¿Su padre? —enfaticé, enarcando una ceja—. ¿Estás utilizándolo como excusa o lo dices con total seriedad?
Obtuve un suspiro profundo de su parte antes de que se limitara a pronunciar:
—Tampoco tienes que ser tan escéptica al respecto.
Me llevé ambas manos a la boca, sin poder dar crédito a lo que escuchaba.
—Diantres, Nic, yo... no sé qué decir...
—Sin balbuceos, Isabel —ordenó a toda prisa.
—Ni siquiera entiendo por qué... Vale, lo siento —me reí—. Es solo que ni de cerca esperaba que cambiaras de parecer.
No me estaba rechazando, no me estaba abandonado a mi suerte, no me estaba dejando atrás. Por primera vez, parecía que las cosas empezaban a acomodarse y estaba segura de que tener su apoyo a mi favor marcaría la diferencia en todos los sentidos.
—Gracias, Nic. —Mirándolo con ilusión, lo abracé sin pensar—. No sabes lo que esto supondrá para mí... y para Lukas.
—¿Lukas? —preguntó, disgustado—. Por un demonio, Isabel, ¿de dónde has sacado ese nombre?
—No lo sé —me encogí de hombros—, me ha encantado desde chica.
—Elige uno diferente, ¿quieres?
—Vamos, Nic, tampoco suena tan mal. —Lo rodeé por el cuello con ambos brazos y lo miré a la cara—. Además, tiene un significado bastante lindo.
—¿Eso es lo que quieres para el niño? —protestó—. ¿Que su nombre esté ridículamente relacionado con su significado?
—Sí.
—Demonios, Isabel... —inhaló profundo—, eso es terrible.
—La llegada de mi bebé es como una luz para mí, ¿de acuerdo? Así que Lukas le queda más que perfecto.
Volví a pegar la cabeza contra su pecho, todavía incapaz de ocultar el alivio que, en cierto modo, nunca pensé que alguien como yo tendría la oportunidad de sentir.
Nicolaus sería un buen padre.
Lo sabía. Estaba convencida de ello.
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*Bethmannpark, Frankfurt
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