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Capítulo 7: 18 de septiembre de 2003

Este día fue un completo desastre, querido diario.

Todo comenzó con tu narradora obligándose a sí misma a cumplir con la labor que tocaba. Evidentemente, había verificado mi peinado, mis ojeras y mi vestuario antes de salir de casa. Me había hecho saber Wil que mamá permanecería hospitalizada hasta la semana siguiente, lo que también significaba que habría de asumir su trabajo en más ocasiones de las que hubiera considerado apropiadas. Y, como dije al principio, no fue el mejor día para alguien como yo. Todo por causa de Ana.

La ruta que elegí tomar, para esta vez, fue una vía más tranquila en comparación con la habitual. El sol estorbaba en mi camino para cuando abandoné la fachada de mi hogar, aunque lo cierto es que faltaba poco para que los árboles del bosque cubrieran la mayor parte de su luz. Por eso hice lo posible por tranquilizarme, repitiendo en mi mente que tan solo tendría que soportar el efecto durante otro par de minutos... Qué mala suerte. Tanto mi familia como yo odiamos el sol, no solo por la evidente sensación de calor, sino porque, frente a él, nos pasa de lo más extraño del mundo.

Te lo explicaré con mayor detalle conforme avancen las páginas, lo prometo.

En cualquier caso, la "Casa Blanca" ya no resultaba tan amenazante como en los días anteriores. Por primera vez, no tuve miedo de timbrar porque me sentía más segura de mi propio actuar: los comentarios de Lukas ya no me afectaban en absoluto y tampoco me aterrorizaba estar a solas con él, aunque ello no implicaba que mi nerviosismo se hubiese esfumado por completo. Ayer era capaz de mantener la situación bajo control, aún con todos esos imprevistos que casi consiguieron desarmarme por completo.

«Hoy no será la excepción»

Intentaba fortalecer mi entusiasmo cuando la puerta se abrió de pronto, acabando con todo rastro de esperanza que había conseguido reunir para mí misma. Esto ya no solo era irónico, sino también indignante. Vamos, que cada día fuera alguien distinto quien me invitara a entrar parecía más un chiste que un mero producto del azar.

En esta ocasión, fue una niña la que tuvo la tarea de recibirme. Su apariencia me resultó un tanto extraña, tal vez demasiado para ser confundida con una chica alemana. Su complexión delgada la hacía parecer más joven de lo que probablemente era, aunque su baja estatura se compensaba de lleno con sus bonitos ojos azules. ¿La típica rubia que te hace la vida imposible?

«Espero que se trate de una simple exageración»

Ella me miró de arriba a abajo, como si estuviese tratando de inspeccionarme para algún tipo de examen antes de limitarse a alzar la voz:

—¡Lukas! ¡Aquí hay otra niña! —gritó, utilizando un peculiar acento que la llevó a arrastrar las palabras.

Eso me molestó. Aunque solo un poco.

«¿Otra?»

—Se llama Yvonne, Ana —escuché a Lukas responder, lo bastante alto para darme cuenta de que sus pisadas se aproximaban de poco en poco hacia la puerta.

—¿Y debería de dejarla pasar? —dudó ella.

—Pues es obvio que sí —le dijo él con cierta pesadumbre.

Ana retrocedió unos pasos para dejarme cruzar hacia el interior, asegurándose de cerrar la puerta tras de mí.

—¿Hay otra chica aquí?

Esa pregunta era para Lukas, mas fue ella quien se adjudicó el derecho a contestar:

—Tan solo somos tú y yo por ahora, pero con las mañas de este chiquillo, ya no se sabe cuándo...

—¿Qué están esperando? —la interrumpió él, adelantándose un par de metros en dirección al pasillo de las esculturas—. No tienen pensado quedarse ahí paradas, ¿o sí?

Ambas cruzamos una mirada rápida antes de limitarnos a seguirlo. Lukas optó por dirigirse hacia el segundo piso, de modo que tuvimos que acelerar nuestros pasos para darle alcance a la velocidad de sus zancadas.

Su caminata nos llevó hasta el cuarto de juegos, una habitación de la que sí había escuchado hablar, pero que solo hasta ahora había tenido la oportunidad de conocer: los muros blancos, las baldosas de cerámica y las decoraciones lujosas eran similares al resto, la diferencia radicaba en las mesas de póker y billar, que ocupaban una gran cantidad de espacio a las orillas de la sala. Mis ojos se desviaron hacia el mazo de cartas que yo misma había comprado hace un par de días, pero que, ahora, reposaba sobre la mesa central. Aquello fue suficiente para confirmar que ambos jugaban con los naipes antes de mi llegada.

—¿Qué trajiste hoy, Yvonne? —se interesó en preguntar Lukas.

—Creí que sería divertido jugar Rummikub —le propuse, tomándome unos segundos para sacar la caja de mi mochila.

Coloqué el juego encima de la mesa, extrayendo todas las fichas para dar inicio a su repartición. A continuación, me dejé caer sobre un sofá y observé con frustración cómo ellos se sentaban en el extremo opuesto, cada uno muy cerca del otro. ¿Por qué me molestaba tanto? Apreté la boca y me dediqué a terminar con mi trabajo, dividiendo las piezas en tres grupos. No deseaba concentrarme en ese detalle ni tampoco en la sensación incómoda que me generaba, así que no me permití vacilar antes de precipitarme en ubicar la primera ficha.

«El juego ya va comenzar»

Al menos era así como había contemplado que sucedería, pues al llegar el turno de Ana, ella ni siquiera se movió.

—¿Qué te pasa? —la cuestionó Lukas, prestando toda su atención a aquella chica.

—Es que... —balbuceó ella— no sé jugar.

Mantuve la boca cerrada.

—Yo puedo enseñarte —lo escuché sugerir con entusiasmo—. Entender las normas de un juego es fundamental para participar de manera significativa. Las reglas nos dan estructura y claridad, y si queremos promover la igualdad de oportunidades entre los tres, entonces estoy en la obligación de intentar todo lo posible por hacer que entiendas el juego.

—De acuerdo —accedió Ana, sonriendo—. Gracias, Lukas.

«¡Oh, vamos! ¿Es en serio?»

Me resigné a tomar una bocanada de aire.

Habían pasado casi diez minutos y el pobrecillo de Lukas continuaba explicando el juego. Permanecer inmóvil y clavar la mirada en mi reloj de muñeca fue lo único que pude hacer para mantener mi mente distraída, sobre todo mientras Ana seguía haciendo alarde de la misma pregunta ridícula:

—Pero ¿cómo voy a saber qué ficha debo poner?

Después de varios intentos, simulaciones de práctica y un esquema ilustrado, incluso Lukas se vio en la penosa obligación de interrumpir, por fin, el discurso divagante de la chica:

—Vamos, Ana, tampoco es tan difícil.

—¡Me conoces! —contestó en tono de reproche, llevándose las manos a la frente—. Sabes que no soy buena para esto.

—Sé que puedes hacerlo —la animó Lukas—. Es más, piensa en todo lo que ya te expliqué y... Mientras tanto, iré por algo de comer, ¿vale? Tal vez unos gramos de azúcar puedan ayudarte a mejorar.

Como mínimo parecía que su antigua promesa continuaba en pie. Y esperaba que así se mantuviera.

—Apuesto a que traerás el bote de helado —insinuó Ana en respuesta.

«¿Soy solo yo, o en verdad parecen saber mucho el uno acerca del otro?»

Lukas le dedicó una media sonrisa antes de levantarse del asiento y disponerse a salir de la habitación. En eso, me pregunté si aquel "escape" había sido su forma de darse un respiro, aunque enseguida me recordé que no habría de tener tanta paciencia a no ser que Ana en verdad le importase.

«Su tolerancia sí que es digna de aplaudir»

Fingí que no me molestaba su aparente interés en ella y me dediqué a reagrupar mis fichas, ordenándolas de tantas maneras como me fue posible con tal de evitarme cualquier clase de conversación con ella. Pasados unos minutos, tomé conciencia del modo en que me recorría el vestuario con la vista, con tanto descaro como si estuviese tratando de evaluar cada aspecto de mi persona. Clavé mis ojos en los de ella. Tan solo unas miradas inquisidoras bastaron para concluir que habría de distraerme con otra cosa.

«La lectura siempre funciona»

Extraje un libro de mi mochila: tipos de enfermedades en el ser humano, un tema que podía mantenerme intrigada incluso durante días.

Lukas no tardó mucho en regresar; no obstante, lo hizo curiosa y exactamente como Ana había predicho que lo haría: con un trío de cucharas y un enorme bote de helado entre las manos. Lo vi colocar aquello sobre la mesa de enfrente y desviar la vista hacia mí, notando que había preferido pasar mi tiempo leyendo que charlando con la chica que todavía permanecía sentada a unos metros de distancia.

—Pensé que estarían hablando —farfulló Lukas y, dedicándome un ceño fruncido, no tardó en acuclillarse un poco para poder leer el título del libro—. ¿Ciencias Avanzadas de la Salud?

Cerré con frustración el grueso encuadernado antes de volver a alzar la voz:

—¿Qué sucede, Lukas? ¿Te molesta el tema acaso?

Estaba enojada, y con eso me refiero a que podía sentir el rencor creciendo en cada parte de mi cuerpo. ¿Por qué? No tenía idea, pero era justo la razón por la que tampoco deseaba dirigirle la palabra a alguien tan insoportable como Ana.

—Para nada —contestó—, pero no sabía que también te gustara la medicina... ¿A qué escuela vas?

—No voy a la escuela —confesé entre murmullos.

—Entonces no tienes amigos —dijo en voz baja, aunque dejando de lado la intención, su comentario me lastimó con tanta dureza que ni siquiera lo pensé dos veces antes de levantarme a secas del asiento.

—¿Tiene algo de malo no tenerlos? —protesté al momento.

—No, de hecho, yo...

—Entonces ¿por qué lo dices como si lo tuviera? —repuse.

—Es que jamás había conocido a otra persona que...

—¡Estás comenzando a cansarme, Lukas! —lo interrumpí a gritos, harta de no tener siquiera una pista de lo que ocurría conmigo—. ¡Que tu mejor amiga y tú sí vayan al colegio no les da el derecho a burlarse de mí!

Sí, bueno... No creo haber tomado la más sabia de las decisiones. Desconocía si era así como las personas solían comportarse, o si era yo quien acababa de exagerar los límites permisibles de tan curiosa situación... ¿En verdad estaría él tratando de ofenderme? ¡No lo sabía! Había convivido tan poco con humanos que distinguir la forma más adecuada de expresarme me resultaba increíblemente complicado.

—¿Mi mejor amiga? —Arqueó una ceja, extrañado—. Ella ni siquiera... Bien —suspiró—, fui yo, ¿vale? No tienes por qué meter a Ana.

Que pusiera en duda la denominación "mejor amiga" hizo que un escalofrío de extraña decepción me recorriera el cuerpo. Desde luego, porque era casi seguro que se trataba de su novia.

—De acuerdo, no voy a meterla si eso es lo que quieres —increpé, casi escupiendo las palabras—, pero con la única condición de que ella deje de mirarme de esa forma.

—¿Mirarte cómo? —preguntó Lukas—. Ana no quiere más que entender las reglas del juego.

—No creo que sea el caso —insistí.

—¿Te dijo un insulto o algo parecido?

—No, pero... —Tomé una bocanda de aire—. ¿Podrías pedirle que no me mire como si estuviera tratando de hacerme un examen?

—No te entiendo, Yvonne —replicó él, ladeando un poco la cabeza.

—¡Es lo único que ha hecho desde que llegué aquí! —traté de explicar—. ¡Fue más evidente en cuanto te fuiste!

—¿Estás enojándote conmigo? —se escuchó confundido.

—No, más bien...

—Entonces, ¿qué te pasa?

—Fuera de lo molesta que es ella, Lukas, ¡no me pasa absolutamente nada!

En eso, alguien hizo sonar el timbre, obligándome con premura a cerrar la boca.

—Creo que han venido por mí —intervino la chica en voz baja, poniéndose de pie mientras se esforzaba por mantener la cabeza gacha—. Yo... iré a revisar si son mis padres.

Lukas parpadeó varias veces, tal vez un tanto aliviado por aquella interrupción. Formó una mueca de disgusto y enseguida le indicó a Ana que fuera detrás de él, guiándola hasta el final de la habitación como si estuviera intentándolo todo con tal de alejarla de mí. Me permití recuperar el aliento en cuanto los vi abandonar la sala. Discutir con él nunca fue mi intención, y estaba claro que tampoco debí gritarle de esa forma porque... fue un completo error.

—Rayos, ¿qué fue lo que hice? —me lamenté entre quejidos—. ¡Agh! En verdad lo lamento, Lukas.

«Tendrás que pedirle una disculpa»

Y no solamente a él.

Me apresuré a salir del cuarto de juegos, recorriendo el pasillo alfombrado del segundo piso hasta detenerme al borde de las escaleras. Necesitaba hablar con Ana, explicarle que aquello no había sido culpa suya y hacerle saber que mi forma de reaccionar no había sido la más correcta... Suena poco creíble, ¿no es cierto? Como ya has de haber intuido, no tuve el valor de hacer siquiera alguna de esas cosas, y ahora estoy por explicarte el porqué:

Desde allá arriba tuve a la vista el panorama completo, ambos —tanto Lukas como Ana— caminaban con lentitud hacia el final del corredor. Cuando alcanzaron la puerta, observé a la chica ponerse en puntillas para acercarse a él, haciendo un esfuerzo por susurrarle algo al oído. No pude escuchar nada, pero Lukas asintió casi enseguida. No es que me importe demasiado, aunque habría pagado cinco euros por saber lo que aquella chiquilla buscaba mantener en secreto... Tal vez un poco menos. Ana dibujó una especie de sonrisa justo antes de darle un beso en la mejilla. Fue entonces que, sin razón aparente, quedé congelada en el sitio.

El nudo en el estómago, el sudor en las manos y la tensión en cada parte de mi cuerpo... Los segundos pasaron tan lento y el corazón me tembló con tal estremecimiento que no pude más que salir corriendo.

Me sentí perdida en la infinidad del pasillo. No fui capaz de reconocer las puertas y encaminé mis pasos en otra dirección, una cuyo rumbo desconocido me llevó hasta el interior de una nueva habitación. Me topé con un patio pequeño iluminado por un tragaluz, algo similar a un jardín artificial que solo una familia como la de Lukas tendría la oportunidad de sustentar. Bajo otras circunstancias, quizás el lugar me habría parecido un plantío mucho más impresionante, pero en ese momento, solo pude vislumbrarlo como lo que era: el sitio perfecto para desaparecer por un tiempo.

Mis ojos se posaron sobre una hilera de arbustos casi de inmediato, y aquel espacio se asemejó de pronto al escondite que tanto anhelaba. Continué avanzando, esquivando algunas plantas y pisando sobre el césped con cierto cuidado. Sentir los rayos de sol (cosa que normalmente trataba de evitar) no me importó en absoluto una vez estuve al centro del jardín.

Querido diario: acuclillarme junto a ese montón de arbustos fue, hasta cierto punto, liberador.

Pude oír que Lukas gritaba mi nombre; sin embargo, opté por permanecer inmóvil mientras observaba cómo el aspecto de mi piel cambiaba radicalmente al entrar en contacto con el sol. Intentaba convencerme de que las cosas seguían en orden, aunque lo cierto es que tampoco conseguí engañarme a mí misma: había algo mal conmigo, y lo sabía. Era una sensación terrible, un vacío insoportable que no hacía más que estrujarme el pecho al reparar en lo mucho que Lukas parecía preocuparse por aquella chica.

«Piensa que todo estará bien, incluso cuando sepas que no lo estará»

Entonces él entró en la habitación. Pasó la mirada de un extremo a otro, pero por razones que solo a alguien de mi familia le resultarían obvias, verme no estuvo dentro de sus posibilidades.

—¿Yvonne?

Se marcharía, continuaría buscando alrededor de la enorme mansión y jamás daría con mi paradero porque era así como se esperaría que sucedieran las cosas. Te tengo una noticia: ocurrió todo lo contrario. La probabilidad de que pasara lo que en ese instante aconteció era tan baja que en serio me sorprendo cada vez que lo recuerdo... Como estoy segura de que no entiendes ni un ápice de lo que digo, trataré de describirlo para ti con mayor detalle.

Presta atención:

Al avanzar unos pasos hacia el centro del jardín, la sombra de Lukas me cubrió por completo hasta terminar protegiéndome de los rayos del sol. En consecuencia, mi piel regresó a la normalidad de un momento a otro. Las circunstancias se complicaron en cuanto uno de mis casi inaudibles sollozos hizo que él echara un vistazo hacia atrás. Girar el rostro le bastó para poder distinguirme a simple vista. ¿Puedes imaginar la clase de escena que se vio obligado a presenciar? Una exagerada y tonta chica de trece años, con las mejillas cubiertas de lágrimas y las rodillas pegadas a la superficie del césped. Sí, esa era yo.

—Demonios, Yvonne, no te vi cuando entré —se quejó a toda prisa, sobresaltado.

Volví la cabeza hacia otro lado. No podía sostenerle la mirada, yo... sencilamente no podía.

—Oye, ¿algo de lo que dije hace rato te hizo sentir mal o...?

—Puedes irte con tu noviecita a cualquier otra parte —musité con fastidio—, quiero estar sola.

Un paso más que diera y el sol volvería a tocarme.

«No te muevas, por favor»

La risa de Lukas abarcó de lleno la estancia.

—¿Qué dijiste? —me preguntó en tono de burla.

—Necesito algo de espacio, ¿comprendes? Así que, en lugar de venir tras de mí, mejor sigue a tu novia antes de que crea...

—Ana y yo somos primos, Yvonne.

Fruncí el ceño y levanté la cabeza con sorpresa.

—Son... ¿primos?

—Primos —me confirmó mientras asentía—. Mi madre y su padre son hermanos.

No pude haber sido más ridícula. Mis mejillas se encendieron de vergüenza y de pronto quise esconder mi enrojecido rostro de su vista.

¿Por qué tenía que precipitarme en aceptar conclusiones sin fundamento? He pensado mal de Ana y he juzgado a Lukas sin tener ni una clase de prueba, quiero decir, ¿quién era yo para inventar una historia como esa? Mi compañero de juegos era un chico dulce, alguien que no merecía quejas tan estúpidas como las mías. Tal vez estaba celosa, pero eso implicaba por añadidura que algo en él empezaba a gustarme y... Aguarda, ¿acaso dije dulce? No, olvida que escribí algo como eso. ¿Gustarme? ¡Bah, qué tontería!

—Perdona, no tenía idea de que... —Cerré los ojos durante algunos instantes—. ¡Agh! Ni siquiera sé por qué me molesté tanto.

—Está bien, Yvonne.

—No, no está bien porque dije cosas muy feas sobre Ana y... —solté un suspiro— tampoco debí gritarte a ti.

—No estaba tratando de hacerte enojar —apuntó.

—Lo sé. —Bajé la cabeza, apenada—. Lo lamento, la verdad es que no suelo hablar mucho con otras personas de mi edad...

—Entonces somos más parecidos de lo que creía.

Alcé la vista justo a tiempo para ver cómo dibujaba una sonrisa.

—¿Parecidos? —dudé.

—Mejor párate antes de que actives el aspersor de agua.

Me puse de pie sin pensar en las consecuencias y olvidando que, sin la sombra de Lukas cubriéndome, la luz del sol no tardaría en volver a tocarme la piel. Fui muy imprudente, no tomé las precauciones adecuadas y desaparecí justo frente a él en el peor de los momentos. Así sin más, sin advertencias ni avisos previos. Me maldije a mí misma por tal descuido, en especial por no haber anticipado a tiempo los efectos caóticos que mi insensatez provocaría.

—¿Yvonne? —El rostro de Lukas palideció al instante—. ¡Yvonne! —gritó mi nombre—. ¿Estás ahí?

Escuché cómo tragaba saliva, tan asustado que ni siquiera fue capaz de mover ni un solo músculo. No lo culpaba por ello. Después de todo, desaparecer bajo la luz del sol no es una capacidad tan... cotidianamente normal.

—¿Yvonne? —Se acercó unos pasos más, tal vez intentando comprender aquello que, para él, carecía de explicación—. ¿Hola?

Avanzó con cautela, metro a metro reduciendo la distancia que nos separaba hasta que estuvo frente a mí. Admito que pasaron unos segundos sin que hallara la forma de poder respirar: Lukas se detuvo a escasos centímetros de mi rostro y él ni siquiera lo sabía.

—Oye, ¿estás ahí? —me dijo.

Por fin pude enfocar sus ojos sin que los nervios me traicionaran: diferentes tonalidades de verde, unas más claras que otras, que se entremezclaban entre sí para formar una combinación parecida al color de las esmeraldas. No había errado en aquella ocasión... Sus ojos eran tan bonitos que, en definitiva, eran dignos de fingir atragantarse con una goma de mascar.

—¿Yvonne?

No podía mentir ahora, ya no. Es probable que haya cometido un grave error, pero en aquel instante, explicarle las cosas me pareció una mejor opción que simplemente ser la causa de su desconcierto.

«No me tengas miedo, por favor»

La decisión fue mía: me aparté de él con cuidado, retrocediendo de poco en poco hasta que estuve lo suficientemente lejos del tragaluz. En cuanto me aparté del centro del jardín y los rayos del sol dejaron de tocarme, sus ojos volvieron a posarse sobre mí.

—Tú estabas... —titubeó, señalando la antigua posición en que me encontraba—. Aguarda, Yvonne, ¿cómo hiciste eso?

—Desde pequeña, el sol en mi piel tiene este efecto. —Me resigné a estirar un brazo hacia la luz, solo una vez más a fin de mostrarle lo que trataba de darle a entender—. No es permanente, ¿lo ves? Invisible en la luz, visible en la sombra.

—¿El sol te hace desaparecer? —intuyó sin mucho esfuerzo—. ¿Igual que cuando te sientes tan abrumado por las demandas sociales que puedes fantasear con la idea de desaparecer como una forma de escapar temporalmente de esas situaciones estresantes?

—Pues... —me reí—. Cielos... Sí, eso supongo.

—Guau, ¡es genial! —exclamó con fascinación—. Nunca hubiera imaginado que tú...

—No vas a contárselo a nadie, ¿verdad? —lo interrumpí mientras juntaba las manos a manera de ruego. Tenía muy claro que aquello no debía saberlo nadie a excepción de mi familia—. Prométemelo, ¿quieres?

—¿De qué hablas? Si se los dijeras a los demás... ¡Todos pensarían que es increíble!

—No lo creo —lo contradije sin dudar.

—Podría apostarte que sí —insistió.

—Y yo podría apostarte que solo serviría para que me llamaran "fenómeno".

Mi confesión hizo que le cambiara el gesto así de repente. Ladeó la cabeza y clavó la vista en el suelo, como si estuviera concediéndose un momento para reflexionarlo.

—¿Y qué tal si ser un fenómeno no fuera tan malo, Yvonne?

Los dos nos sobresaltamos con el sonido de una puerta, señal de que alguien acababa de cruzar por el acceso principal de la casa.

—Deben ser tus padres —murmuré, más para mí misma que para él.

—Vas a irte entonces, ¿no? —me cuestionó para confirmar—. Seguro que estarán esperándote abajo.

—Y es un hecho que tampoco van a pagarme por hacer horas extras —ironicé.

—Pagarte por hacer horas extras... —Se perdió un momento en sus pensamientos—. Cierto. Ellos te pagan.

¿Era solo yo o era que tal comentario acababa de afectarle el ánimo en más de un sentido? Lo observé con desconcierto cuando avanzó unos pasos, quizá buscando la manera despedirse de mí. A pesar de ello, al final optó por mantener la mirada gacha al tiempo que se movía un poco para permitirme el paso a la puerta.

—Tal vez te encuentres con ellos cuando estés por las escaleras, o tal vez por la sala principal —dijo entre balbuceos—. Tardarías un aproximado de un minuto con cuarenta y cinco segundos para salir de esta habitación y alcanzar el último de los escalones.

—Oye, yo... —Me dio la impresión de que no podía marcharme sin dejar aquel asunto aclarado—. No vengo solo porque me paguen, ¿de acuerdo?

—Necesitas el dinero.

—Eso no es verdad. —Negué con la cabeza para reformular mi oración—: O sea, lo es porque sí necesito el dinero, pero...

—Pero nadie trabajaría por hacer horas extras —puntualizó—. Es cansado, fastidioso y abrumador.

—Me refiero a que eres un buen amigo para mí, Lukas, independientemente de que tus padres me paguen o no.

Levantó la cabeza casi enseguida.

—¿Crees que soy tu amigo? —preguntó—. ¿Lo dices en serio?

—Sí —admtí sin pena.

—¿Uno bueno?

—Uno muy bueno.

Dibujó una leve sonrisa, un gesto que lo hizo lucir un tanto... ¿tierno? ¡Bah! No creo que se trate de la palabra correcta, aun así, su angustia pareció esfumarse tan rápido que tampoco tuve problemas para concederme el permiso de ir a la salida. Le eché un último vistazo antes de cruzar por la puerta, solo para asegurar que todo con él se encontrara en orden. Pues ahora es Lukas quien también sabe el secreto de mi familia, querido diario, y ese es un detalle que no es conveniente dejar pasar.

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