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Capítulo 13: 30 de septiembre de 2003

Pasemos ahora al amanecer del 30 de septiembre. Cometí muchos errores, querido diario, algunos de ellos bastante estúpidos... Lo juzgarás tú en cuanto tengas la versión completa de los hechos, ¿no? Sé que no me queda ninguna otra opción además de continuar narrando para ti el resto de la historia, así que dejemos ya de divagar y vayamos a ello:

Ya era medianoche para cuando el despacho de mi padre volvió a encontrarse vacío. Al mirar por la ventana, caí en cuenta de que el bosque estaba en completa penumbra, tan oscuro que ni siquiera fui capaz de distinguir ni un solo árbol. Sabía que era tiempo de actuar, pero la imagen de papá volvía a mi cabeza cada vez que intentaba concentrarme en el plan que había llegado el momento de poner en marcha.

Con las responsabilidades aturdiendo mis pensamientos, fue cuestión de tiempo para que las lágrimas resbalaran por mis mejillas. Y lloré. Lloré por todo. Mamá no parecía salir de su enfermedad, Wil se encontraba molesta conmigo, papá estaba muerto, Charlie no respondía a ninguna de mis cartas y Lukas permanecía en manos de un peligroso grupo de hombres...

«Basta, Yvonne»

Tomé un respiro profundo antes de dejarme caer sobre el asiento, aquel acolchonado sofá que ocupaba un lugar detrás del escritorio. Mi vista se desvió hacia los cuadros que colgaban de las paredes: recortes periodísticos que papá había considerado interesantes, algunos de ellos con notas extrañamente inquietantes. No estoy exagerando: "¡Se declara estado de guerra! Hitler invade Polonia" y "Las SS permiten el rápido avance de los alemanes por el resto de Europa" no son encabezados muy gratos de observar.

No pude más que guardar silencio y hundir la cabeza entre mis piernas. Tenía miedo, pero también sabía que no era motivo para perder de vista el objetivo. Daría todo de mí, incluso aunque el temor me estuviese retorciendo por dentro porque, en el fondo, era consciente de que la angustia se esfumaría una vez hiciera lo posible por ignorarla.

¿Y qué si las cosas no salían como tenía contemplado que lo harían? No iba a quedarme de brazos cruzados, no sabiendo que la vida de Lukas deambulaba entre mis errores y los propósitos desconocidos de una organización de tintes macabros.

Por eso me obligué a mí misma a recobrar la compostura.

«15 de septiembre de 1991: nacimiento de Lukas. Hoy: 30 de septiembre de 2003... La diferencia es de doce años y quince días»

Me aseguré de salir de casa lo antes posible, todavía con algo de miedo e incertidumbre, pero totalmente convencida de que el medallón que colgaba de mi cuello sería capaz de otorgarme las posibilidades que tanto anhelaba tener devuelta. Me coloqué a un costado del huerto para evitar ser vista por algún miembro de mi familia, cualquiera procedente del pasado que pudiese interferir con mis acciones y, por tanto, dificultar mi ya contemplada huida.

Después de haberme ocultado tras un par de arbustos, no lo pensé demasiado antes de presionar el interruptor número 12 una vez y, enseguida, el número 15 en dos ocasiones. Y entonces todo volvió a cambiar. Me encontraba en el mismo sitio, pero algunas cosas no aparentaban ser iguales; desde el paisaje hasta la fachada de mi casa, ya nada lucía tan sombrío como en un principio me lo parecía.

Para este punto de la historia, las cosas todavía simulaban tener algo de sentido. Nótese el énfasis en la descripción intencionada del "para este punto de la historia".

Sabía que debía recorrer un sendero alternativo si lo que deseaba era llegar al centro de la ciudad. En los alrededores todo era montaña y pino, de modo que introducirme en la parte norte del bosque sería un atajo más práctico. Por desgracia, se trataba de la única ruta que jamás me había atrevido a cruzar sin la presencia de papá, en especial porque la distribución de los árboles hacía que aquella zona se asemejara a un revoltoso laberinto.

«Acéptalo, tendrás que atravesarlo. No hay otra opción»

Era un camino más corto que cualquiera de los anteriores, aunque con el peligro de convertirse en un pasadizo tan confuso que bastaría con cometer una simple equivocación para terminar en caso perdido. Por suerte, contaba con una ligera ventaja: papá me había hecho memorizar esta ruta cientos de veces, incluso más de las que me había pedido mantener nuestra naturaleza en secreto. Sabía cómo esquivar los caminos sin salida y qué atajos tomar para encontrarme con la frontera de la ciudad, de allí que la idea de adentrarme en el bosque no resultara tan descabellada como para convencerme de no intentarlo.

Debo admitir que en serio creía tener lo necesario para enfrentarme a esta misión. Fue un error. No me permití vacilar, y eso también contribuyó. Eché a correr en esa dirección sin pensar en que el problema no sería cruzar el área con éxito, sino aprender a lidiar con los efectos tras haberlo conseguido.

Seguí las instrucciones de mi memoria como si en serio se tratasen de un estricto reglamento. Centré todos mis esfuerzos en imitar la ruta que no solo había estudiado en mapas y guías, sino que, además, había tenido la fortuna de poner en práctica cada vez que mi familia se tomaba la libertad de pasar un fin de semana cerca del mundo humano.

Así que simplemente corrí, corrí sin detenerme.

No requirió de mucho tiempo para que las luces de la ciudad empezaran a ser distinguibles a través de las copas de los árboles, obligándome a ir con mayor cautela. Algunos trozos de hoja quedaron pegados a mi cabello para cuando alcancé los límites de la frontera, aunque mi apariencia desfavorable pasó a segundo plano en cuanto los letreros que anunciaban los nombres de las calles capturaron mi atención.

Hay una interrogante importante que, seguro, estarás poniendo en duda: ¿cómo rayos haría yo para localizar a la Isabel del pasado y dar con el hospital correcto sin invertir mucho tiempo en ello? Frankfurt estaba repleto de clínicas y sanatorios, la probabilidad de que por mera casualidad me topara con el lugar indicado era absurda, ¿no es así? Cierto, pero existe un detalle que todavía ignoras. ¿Recuerdas la libreta de mamá? Aquel expediente incompleto no solo fue provechoso para intuir que ofrecer azúcar sería una excelente forma de chantajear a Lukas, sino también para obtener unos cuantos datos que, solo hasta ahora, comenzaban a ser de verdadera utilidad: mamá había enmarcado una secuencia de oraciones en la esquina superior de la página, un párrafo que incluía tanto el apellido de Lukas como su centro médico de cabecera. Krankenhaus Garten, Frankfurt am Main... Leerlo una vez me bastó para memorizarlo.

El mapa de la ciudad era extenso, pero eso no me impedía conocer con anticipación que aquel establecimiento se encontraba cerca de las orillas del río Main. Vamos, que mi padre me hubiese convencido de lo "fabulosas" que resultaban las guías geográficas ya no parecía un asunto de coincidencia, y mientras hacía lo posible por identificar la ruta correcta, mis pensamientos se ocuparon de la única cuestión que resultaba cada vez más obvia: ¿acaso papá había insistido en que estudiase esta clase de temas porque sabía de antemano que, algún día, necesitaría dicha información? Quizá la respuesta era un sí, aunque en aquel momento, solo podía preguntarme cómo había hecho él para ser el primero en enterarse de todo.

La segunda parte del trayecto me pareció más tediosa de lo que tenía por supuesto. Haber caminado durante casi dos horas me tenía agotada, y no fue hasta que me topé con la acera empedrada del hospital que mi cabeza recobró la claridad. Las bonitas decoraciones florales y los modernos complejos de edificios me hicieron reparar en lo costoso que aquel sitio debía ser y, por consiguiente, en lo complicado que infiltrarme en sus instalaciones sería. A pesar de ser consciente de tan preocupante detalle, el impulso por continuar avanzando fue imposible de parar.

Llevé mis pasos en dirección a los jardines que rodeaban la entrada. El medallón que colgaba de mi cuello era demasiado valioso para verse inmiscuido en el asunto, por lo que creía que esconderlo entre los arbustos sería una mejor alternativa que llevarlo conmigo. Si por algún infortunio conseguía ser descubierta por los miembros del personal médico, estaba segura de que mantenerlo fuera del conflicto sería lo más conveniente. Al menos era eso lo que pensaba, pues más tarde comprendí que haberme separado de la reliquia fue, en primer lugar, la razón por la que terminé envuelta en serios problemas.

Me desprendí de él con cierta cautela antes de introducirlo entre el ramaje de una jardinera, asegurándome de cubrirlo con algunas hojas para evitar que fuese visible para cualquiera que vagara por los corredores.

«Así estará mucho mejor»

Una vez concluida mi tarea, cambié de dirección y guié mis pisadas hacia las puertas de cristal. Dentro había mucha luz en comparación con el exterior, y la sala principal era tan elegante que, por un momento, me vi abrumada por los extensos muros blancos y sus costosos cuadros decorativos. Avancé unos pasos por el umbral de la recepción, sintiéndome observada por varios pares de ojos casi de inmediato.

—¿Puedo ayudarte en algo, pequeña? —Fue una mujer la que no tardó en acercarse a mí, impidiéndome el paso hacia el resto de los pasillos.

—No, yo solo... —Mi vista se posó en su uniforme refinado y en la notable credencial que la identificaba como empleada del centro. Entonces bajé la mirada hacia mi sucio par de botas y el montón de restos de tierra que habían quedado impregnados en las suelas. No había modo de que me dejaran entrar, mucho menos de fingir que alguien como yo tendría el permiso de recorrer un sitio tan distinguido como ese—. Creo que no he dado con la dirección correcta.

Ella asintió con sonrisa forzada.

—Acompáñame al mostrador —me dijo—. Si me proporcionas tu número de domicilio, quizás pueda ayudarte.

Con una mano me indicó que la siguiera, pero unos segundos bastaron para que aquella mujer fuera interceptada por un cliente, un hombre de mediana edad que exigía el reemplazo de su tarjeta de acceso a las habitaciones. Fue un imprevisto totalmente conveniente. Las quejas de aquel sujeto capturaron las miradas de todos los presentes, de forma que resultó fácil escabullirme entre los pilares de mármol hasta atravesar la recepción sin dificultades. Tuve que ocultarme de los ojos de unas cuantas enfermeras, aunque me sentí aliviada en cuanto alcancé el final del primer pasillo.

«¿Cómo fue que acabé involucrándome en tan agobiante situación?»

Estaba por cuestionar la verdadera razón por la que hacía todo esto cuando mis ojos se cruzaron con una amplia habitación de cristal, una cuya puerta se hallaba identificada bajo la ansiada etiqueta de área de cuneros. Me permití respirar con alivio al comprobar que el espacio se encontraba libre del personal médico, tampoco me costó mucho esfuerzo girar el picaporte de entrada y darme prisa en ir hacia el interior del cuarto. Estuve cerca de creer que sería sencillo continuar con el resto de mi plan; no obstante, mi seguridad se extinguió por completo en cuanto caí en cuenta de que no era solamente yo quien parecía tener intenciones de visitar aquel sitio.

Me coloqué detrás de un muro al mismo tiempo que observaba con cautela a los tres hombres que dirigían sus pisadas hacia la entrada. Vestían con ropas extrañas y formales: uno era calvo, de aspecto inocente en comparación a los otros dos; el segundo, de cabello oscuro, sonreía maliciosamente mientras alzaba la cabeza con orgullo; y el último, de cabello negro y ondulado, tenía la mirada más fría e insensible con la que me hubiese topado antes. Por alguna razón, mi cuerpo se estremeció con las voces que de pronto abarcaron el silencio de la estancia:

—Hechicero Beker, ¿cree que debamos consultarlo con la madre?

—Él se enfadará si acatamos cualquier orden que no haya sido aprobada con anticipación —respondió el de cabello ondulado.

Pegué las rodillas al suelo con el propósito de recorrer el sitio a gatas, ocultándome de su vista hasta colocarme detrás de la última cuna. Era crucial que identificase al niño lo más pronto posible, y la única forma de lograrlo (sin ser descubierta) era limitándome a asomar la cabeza por encima de la hilera de adorables camitas.

«Sabes cómo luce, Yvonne, has visto a este bebé»

Hacía unos días me había topado con una fotografía en casa de Lukas, un retrato suyo que, solo hasta ahora, comenzaba a ser de verdadera utilidad. Reconocerlo tampoco debía ser tan difícil, ¿o sí? Mis ojos se posaron sobre el único niño cuyas facciones me parecieron más familiares de lo que hubiera esperado.

«Perfecto»

Estuve a punto de ponerme de pie, lo hubiera hecho de no ser porque aquellos sujetos avanzaron en mi dirección de manera preocupante. Ninguno de ellos pareció reparar en mi presencia aun habiéndose detenido frente al niño que acaparaba todo mi interés.

—¿En serio crees que sea conveniente marcarlo? —escuché preguntar—. Es algo exagerado, ¿no te parece?

—Él dijo que lo hiciéramos —se excusó el hombre del semblante frívolo antes de extraer una varita de su bolsillo—, y no pienso darme el lujo de cuestionarlo.

No le costó mucho esfuerzo inclinarse hacia Lukas, lo suficiente para sujetarlo de un brazo y dejarle marcado sobre la muñeca el extraño contorno de un sello. Así es, querido diario: el mismo símbolo que yo había confundido hacía unos días por un tatuaje mal trazado.

—Listo —anunció a los demás, guardando la varita en su bolsillo—. No me miren así, ¿quieren? —prostestó—. Las órdenes fueron suyas.

—Claro, Beker, ¿pero no fue usted quien empezó a hacerle las preguntas?

—Nunca pensé que fuera a tomárselo tan en serio.

—¿Tratándose de él? —resopló otro—. Por favor, ¡desde luego que iba a hacerlo!

Abandonaron el área todavía discutiendo entre ellos, acusándose unos a otros mientras se olvidaban de notar que era yo quien aún permanecía escondida en el interior de la habitación.

Fuera lo que fuese que hubieran hecho, sabía que nada bueno podría resultar de un hechizo como ese. Estaba confundida, tal vez más de lo que deseaba admitir, pero dejar de lado el montón de dudas que empezaron a agobiarme fue la única alternativa que estuvo a mi alcance. Me obligué a fingir que todo continuaba en orden, incorporándome de un salto antes de retomar mi objetivo y colocarme frente al pequeño bebé que, estaba segura, involucraba más problemas de los que aparentaba.

Llevarme a Lukas a los brazos fue lo primero que traté de conseguir. Si estaban interesados en él, no tardarían en detenerme al alcanzar la puerta, aunque...

«¿Qué tan absurdo sería simplemente tratar de burlar su vigilancia?»

Paso a paso, crucé la sala en completo silencio. Los tres conversaban en grupo, demasiado distraídos para advertir mi caminata sigilosa. Solo unos metros más y estaría en posición de acelerar mis pisadas hasta desaparecer tras alguno de los pasillos. Por desgracia, fue justo cuando creía haber logrado mi cometido que el bebé Lukas soltó un quejido. Un muy audible quejido.

«Rayos»

Se volvieron hacia mí. Confusión en sus gestos y mi reflejo en sus ojos: estaba claro que no llegaría muy lejos.

—¿Qué hace esa chica con el niño?

A menos que... corriera.

La probabilidad de un escape exitoso no era muy alta, eran tres contra uno. Todo indicaba que perdería la carrera. Ninguna posibilidad a mi favor y, a pesar de ello, no tuve siquiera la intención de darme por vencida.

—Para ya, ¿quieres? —me gritaron deste metros atrás—. ¡Lastimarás al niño si sigues corriendo de ese modo!

No me detuve, pues era consciente de que todo terminaría una vez volviera a adueñarme de ese medallón. Con tal hilo de pensamientos, no vacilé antes de cruzar también por el vestíbulo principal, llamando no solo la atención de los guardias de seguridad, sino provocando, a la par, el inicio de una persecución que predecía un desenlace terrible en toda clase de sentidos.

—Ya es suficiente, ¡acabemos con esto de una vez por todas! —oí exclamar a alguien, detalle lo bastante preocupante para hacer que me atreviera a echar un vistazo por encima de mi hombro.

«¡Están sacando las varitas, Yvonne!»

—¡No! Nada de magia —ordenó aquel a quien llamaban "hechicero"—. Nos meterás en graves problemas si el niño resulta herido.

—¿Problemas? ¡Los tendremos más graves si lo perdemos de vista!

—¡Usaremos el rastreador y ya está, imbéciles!

Mi velocidad reducía, la suya aumentaba. Estaba cerca del medallón, pero la distancia que me separaba de ellos era, también, cada vez más corta.

«Tres metros, dos metros, un metro...»

Tropecé con la banqueta a unos centímetros de la reliquia que tanto buscaba. Estiré el brazo un poco más, lo suficiente para alcanzar a sujetarla con la punta de los dedos. El llanto de Lukas aturdió mis oídos, exigiéndome que actuara más rápido y, de manera casi automática, presioné el botón de retorno justo a tiempo para ver a uno de ellos abalanzarse sobre mí.

Fue un episodio tremendamente cardíaco.

Para cuando mi vista volvió a nublarse y la sensación de temblor se apoderó de mis piernas, comprendí que el medallón acababa de activarse y que ya no sería necesario improvisar para librarme de ese montón de hombres. Giré la cabeza en todas direcciones, solo para terminar notando que aquella calle empedrada volvía a encontrarse vacía.

—Cielos, ¡eso estuvo demasiado cerca! —Lanzar un suspiro al aire ayudó a tranquilizar los latidos acelerados de mi corazón.

«¿Asustada?»

Por supuesto, pues estaba al tanto de quiénes eran ellos. Lo supe desde el momento en que sacaron la varita: magos. Papá decía que eran peligrosos, que se creían superiores a los nuestros y que malgastaban su poder tratando de impresionar a otros. Enfurecerlos era una pésima idea... ¿Qué podía tener Lukas en común con todos esos seres de naturaleza engreída? ¿Acaso también buscaban algo que solo él podría ofrecerles? Debía de ser algo muy importante si es que ambas especies estaban interesadas en obtenerlo.

Sin apartar la vista de la luna, mis dedos se deslizaron hacia el sello que había quedado marcado sobre la piel de Lukas. No era un simple símbolo, ahora lo tenía claro, aunque los motivos para ocupar su muñeca continuaban siendo un completo misterio.

«Su brazo es demasiado pequeño» reparó una voz en mi cabeza.

Y entonces el alma se me cayó a los pies.

—¡No puede ser verdad! —Mis ojos se desviaron hacia el bulto de sábanas que todavía aferraba con fuerza—. No, no, no... ¡No llores! —traté de tranquilizarlo, alarmada—. Tú no eres Lukas, digo, ¡ni de chiste podrías pasar por alguien de doce!

«Esto no debería de estar pasando, ¿o sí?»

—¡Se suponía que volverías a la normalidad! —le reproché mientras miraba hacia donde pensaba que estaba su cara—. ¿Hola? Estás en el presente, ¿sabes? ¡Ya puedes crecer!

Lo agité un poco esperando por alguna clase de cambio. Nada ocurrió.

—¿Lukas?

Aguardé unos segundos con la esperanza de que su estatura aumentara, de que pronunciara alguna palabra o de que, tan siquiera, me concediera la bendición de detener su llanto. Tengamos la sinceridad de admitir que nada de eso sucedió.

—¿Qué fue lo que hice? —Aquel cuestionamiento de pronto vino acompañado por una idea brillante—. A menos que...

«¿Regresarlo a casa y recrear su antigua vida no sería, acaso, la única manera de volver todo a la normalidad?»

Estaba por preguntarme cuál sería el mejor modo de hacer aquello cuando mis ojos se toparon con un brillo rojizo, una luz tenue que parecía provenir del centro del medallón. Aun cuando algo en el fondo me advirtiera sobre lo preocupante que aparentaba ser dicha situación, me obligué a ignorar el asunto antes de tomar la reliquia entre manos y llevármela al bolsillo interno de la chaqueta. Tenía otros asuntos más importantes por atender, y dejarme angustiar por el verdadero significado de esa luz solo entorpecería el resto de mis planes.

¿Qué hice entonces? Concentré todos mis esfuerzos en localizar la gran mansión de la familia Diederich. Esta vez, me aseguré de caminar con mayor tranquilidad, buscando la manera de calmar el llanto de Lukas que, a partir de ese momento, pasó de ser un simple inconveniente a convertirse en el más reciente ítem de mi nueva lista mental: "circunstancias inesperadas que terminan siendo terriblemente agobiantes". No tuve intenciones de reacomodar la tela que le cubría el rostro y tampoco me atreví a echar un vistazo bajo la manta, pues tenía la impresión de que mirarlo de frente solo me haría sentir cien por cien culpable.

Aumenté la velocidad de mis pasos en cuanto reconocí el camino que, por costumbre, solía recorrer. Mis ojos divagaron de calle en calle, edificio por edificio, siguiendo la ruta memorizada hasta toparme con el ingreso de la zona residencial. Tomé la desviación habitual para, finalmente, encontrarme con la inconfundible acera blanca que había representado para mí un segundo hogar. No lo pensé dos veces antes de precipitarme hacia el umbral de la entrada, golpeando la puerta con desesperación mientras rogaba por que su madre aún estuviera en casa.

—¡Señora Isabel! ¡Señora Isabel!

No sé cuántas veces presioné el timbre, aunque estoy convencida de que mi insistencia provocó más molestias de las que cualquiera hubiera podido soportar.

—¡Isabel! —continué gritando—. ¡Déjeme pasar, por favor!

Mi petición fue aceptada en cuanto mi voz volvió a romper con el silencio de la cuadra. La misma mujer en quien tanto confiaba fue quien abrió la puerta, pero algo en ella resultaba... diferente.

—¿Qué diantres ocurre? —se quejó con agobio, clavando la vista en el montón de sábanas que mis brazos cargaban—. ¿Por qué tanto escándalo, corazón? ¿Te sucede algo?

—Yo no... —empecé a balbucear—. En verdad lo lamento.

—¿Disculpa?

—Solo quiero devolverlo. —Acerqué al niño hacia ella, indicándole que lo tomara de regreso—. Vendré a cuidarlo todos los días, se lo prometo. Fui yo quien...

—Es muy probable que te hayas equivocado de domicilio —me espetó de repente y con el gesto serio.

—¿Equivocado? —Negué con la cabeza—. No, estoy segura de que es aquí.

—Lo siento mucho, corazón, pero ni siquiera tengo idea de quién eres.

Eso último me dejó un tanto desorientada, aunque tampoco permití que la incertidumbre se convirtiera en un impedimento para continuar insistiendo:

—Su hijo no tardará en crecer, realmente espero que...

—En serio, debes estar confundiéndome con alguien más. —Me dirigió una sonrisa forzada—. Yo no tengo hijos.

—¿Cómo dice?

—Yo no tengo hijos —repitió, esta vez enfatizando las sílabas con mayor lentitud.

—Pero él es su...

Detuve mi discurso divagante casi de inmediato. Luego razoné: había viajado en el tiempo para modificar un momento del pasado, lo cual afectaría directamente al modo en que sucederían los hechos del presente. Haberme llevado a Lukas del hospital... ¿no implicaba también haber borrado su existencia del presente que yo conocía?

—No puedo creerlo —murmuré entre dientes, estupefacta.

—¿Te sucede algo?

No contesté su pregunta porque el alboroto que sucedía dentro de mi cabeza no me permitió pensar con claridad. Mis decisiones fueron tan impulsivas que no solo había terminado por empeorar la situación de Lukas, sino que realmente acababa de arruinarle la vida.

«Rayos, Yvonne»

¿Cómo te sentirías tú si, así de pronto, supieras que tus acciones no han hecho más que condenar a una persona a quien en verdad quieres? Estaba enojada conmigo misma, en especial porque admitir la culpa que yo tenía en todo esto era todavía más desgarrador que concebir las consecuencias de cualquier otra equivocación.

—¿Te gustaría llamar a alguno de tus padres, corazón? —Ella se agachó un poco para estar a mi altura—. Tengo un teléfono aquí adentro.

Solo pude preguntarme qué clase de cambios habría provocado mi imprudente intervención si, ahora, era la mismísima Isabel quien parecía haber olvidado la existencia de su propio hijo.

La miré a los ojos, tragando saliva de forma audible antes de atreverme a alzar la voz:

—La noche del quince de septiembre..., ¿acaso no la recuerda?

Su gesto se endureció.

—¿Perdona? —Parpadeó varias veces—. ¿Cómo sabes el día...? —vaciló un poco antes de reformular su pregunta—: ¿Quién te lo ha dicho?

—Nadie, es solo que...

«No lo menciones, Yvonne. Robaste a su bebé recién había nacido y, seguro, la destrozaste por completo. Es obvio que Isabel trataría de olvidarlo»

—Mil novecientos...

—... noventa y uno —completó mi frase en voz baja—. Septiembre, lo sé. —Se aclaró la garganta, como si estuviera tratando de reprimir el llanto—. Por supuesto que lo recuerdo.

—En serio es su hijo, usted... tiene que creerme —supliqué.

—Han pasado varios años, corazón, eso sería imposible. —Posó la mirada sobre Lukas—. ¿Quién te ha contado sobre esa noche?

«No, Yvonne»

—Yo...

«No te atrevas a decirlo»

No sería conveniente que Isabel se enterase de lo ocurrido, un presentimiento me indicaba que permanecer en silencio sería la mejor opción. No cabía duda de que habría de mentir. Esa molesta alternativa comenzaba a ser, desde hacía varias horas, mi única salida.

—Solo... lo escuché de unos amigos.

—Claro —añadió con una sonrisa forzada—. Sé que solo buscas un hogar para el niño, es muy amable de tu parte.

—No, pero...

—¿Estás perdida? —inquirió—. Tus padres deben de estar muy preocupados por ti.

—Estoy bien, gracias por... su tiempo.

Ella asintió con alivio, tal vez deseando que me marchase de una vez por todas. Me giré hacia la calle con la mente en blanco. Pude escuchar cómo cerraba la puerta tras de mí, dejándome sola en medio de aquella vacía y desconcertante penumbra.

«Tiene que ser una broma»

Tal vez ignoraba cuál sería la mejor manera de continuar, pero lo cierto era que jamás me había sentido tan ansiosa como en el instante en que traje a mi memoria un detalle todavía más alarmante: aquel brillo rojizo que hacía un rato había logrado encandilarme provenía de un medallón cuya principal ocupación consistía en juzgar las actividades de su portador.

Tomé una bocanada de aire antes de extraer la reliquia del fondo de mi chaqueta, comprobando que dicho resplandor aún iluminaba el rubí. Recordaba a la perfección las advertencias de papá, así que clavar la vista en los destellos se tornó, de pronto, en una experiencia verdaderamente angustiante. Había que aceptar que acababa de decepcionarlos a todos (incluyéndome a mí misma), aunque también era consciente de que tomar la responsabilidad de mis actos sería la única alternativa que aún aparentaba tener cierta dosis de sentido.

—He activado un desafío, ¿no? —pronuncié en voz alta, no muy segura de que fuera la manera correcta de comunicarme con la reliquia—. ¿Es eso lo que tratas de decirme?

Fue casi instantáneo: el brillo se esfumó para dar pie a que cientos de figuras comenzaran a dibujarse en el centro del rubí, como si se tratara de la pequeña pantalla táctil de un ordenador. Sin embargo, tuve que acercar el rostro para distinguir que aquellos símbolos no eran figuras, sino más bien un montón de letras. Palabras que empezaban a ordenarse para construir el cuerpo de un mensaje:

💢Un problema ha surgido por tu incompetencia. Para librarte de mí, un desafío hay que cumplir. La idea es que tus dudas antes debes aclarar y solo una vez te podré ayudar, mas tanto tú como la persona que escojas de lo ocurrido jamás se olvidarán. Doce hay que hallar, aunque no serán fáciles de encontrar. Un año tendrás para la cronología poder reparar. Un consejo más: cuida tu tiempo o él desaparecerá.💢

El sentimiento de impotencia se apoderó de mí al caer en cuenta de que no había comprendido ni una sola palabra. Opté por dirigir mis pasos hacia la salida de la zona residencial, convenciéndome de que el miedo era el causante de mi ignorancia y de que tan solo debía vaciar mis pensamientos para lograr un mejor entendimiento del texto.

«¿Metáforas y adivinanzas, eh? Ahora puedo verlo»

Mi cabeza repasó el desafío una y otra vez.

"La idea es que tus dudas antes debes aclarar y solo una vez te podré ayudar", me parecía que el significado era abordable: el medallón me obsequiaría un último viaje al pasado con el fin de que despejara mis inquietudes y determinara cómo llevar a cabo la misión. Una única oportunidad que sabía con exactitud con quién utilizar. Ir con papá sería el mejor modo de obtener una interpretación correcta del resto del mensaje.

—Voy a elegir a mi padre —le anuncié con firmeza—, ¿tienes idea de cuál sería el mejor momento para visitarlo?

Así, pues, el medallón hizo lo suyo. No tuve que presionar ningún botón para que aceptara hacerse cargo del asunto; estaba dentro del juego y, en esta ocasión, era consciente de que no había manera de dar marcha atrás. La escena cambió frente a mis ojos y un leve temblor en las rodillas me indicó que el nuevo escenario traía consigo un instante ya ocurrido, un pasado que sin más remedio volvía a ser el presente.

«De ahora en adelante, no más errores»

Correr nunca fue mi fuerte, aunque la cantidad de pasos que me separaban de papá parecían un chiste comparado con la urgencia apremiante de llegar a tiempo. Mi padre. Tendría la oportunidad de encontrarme con él una vez más si tan solo me dejaba arrastrar por la voluntad del medallón, si me obligaba a ignorar el estruendoso llanto de Lukas y si me repetía que faltaba poco para llegar a casa.

Volver a toparme con la fachada de mi hogar hizo que cada zancada valiera la pena.

Me abalancé hacia la puerta de manera precipitada, olvidando por completo que esta época no se trataba precisamente de la mía. Me sentí confundida, en especial cuando una niña de aspecto adormilado se interpuso en mi camino justo en el instante en que yo trataba de ingresar por el corredor. Hice un intento por hacerla a un lado, pero la chiquilla pareció ofenderse con mis movimientos desesperados. Me observó de pies a cabeza para después dedicarme un ceño fruncido, y no fue hasta que sus ojos grises me dieron una pista de su identidad que me resultó sencillo convencerla de que necesitaba cruzar por el pasillo:

—Tu padre se enfurecerá si descubre que aún no estás en la cama, Yvonne.

Bajó la cabeza, cubriendo con ambas manos su ropa de dormir para que aquello no fuera tan evidente.

—Pero... solo quería algo de leche —se excusó.

—No es saludable beber tanta, ¿me oyes? El bosque está lleno de criaturas peligrosas —improvisé—. De noche, a algunas de ellas les encanta salir para comerse a las niñas que tienen sabor a leche.

Ella abrió los ojos de par en par, dirigiéndome una mirada cargada de espanto antes de girar sobre sus talones y salir disparada hacia el interior de mi propia habitación.

En alguna ocasión, sorprendí a mamá al comentarle que una "chica del bosque" me había visitado para advertirme que tomar leche por las noches sería peligroso. Wilhelmine siempre creyó que se trataba de una simple pesadilla e, incluso a la fecha, suele asegurar que he sido yo quien se ha inventado cada detalle de esa historia. Era un hecho que, por fin, acababa de confirmar la veracidad de mi relato.

Avancé con sigilo por la sala con la intención de asegurar que nadie más se percataría de mi presencia. Mientras me aproximaba de poco en poco hacia el despacho de papá, el sonido débil de unos pasos me hizo girar la cabeza de golpe: pude ver a mamá acercándose por el corredor, dispuesta a encender la luz de la cocina para verificar el relato que, probablemente, mi "pequeña yo" acababa de contarle como parte de mi vieja costumbre de abrir la boca.

—Debió tratarse de un sueño, cariño, las chicas del bosque no aparecen en el mundo real.

Me apresuré a girar la perilla hasta encerrarme dentro del único cuarto que ansiaba con urgencia poder visitar. Solté un suspiro de alivio en cuanto escuché a mamá decir que sería la última vez que se dejaría despertar por un simple vaso con leche.

—¡Qué susto! —exclamó alguien detrás de mí—. ¿Qué diablos está ocurriendo?

Me concentré tanto en pasar desapercibida que olvidé por entero lo que una intromisión repentina debía significar para mi padre. Lo vi incorporarse de un salto, aterrado.

—Hola —me limité a saludar.

—¿Quién...? —Sus ojos se posaron sobre el medallón que colgaba de mi cuello y, enseguida, sobre el niño que llevaba entre brazos—. Oh, no.

—Sé que es arriesgado e inoportuno, papá, pero en verdad me vendría bien tu ayuda.

Tragó saliva de manera audible.

—¿Yvonne? —preguntó para confirmar.

—Es muy importante, yo.. —¿Cómo empezar a decírselo? No tenía ni idea—. Cometí una equivocación que... Aguarda. —Hice una pausa—. Antes que nada, necesito que me hagas una promesa.

—¿Perdona?

Sabía que papá volvería a ser testigo de mis "saltos en el tiempo" dentro de algunos años. En realidad, yo ya había realizado dicha visita justo el día de ayer, hacía unas cuantas horas. Desde luego que no era normal que él hubiese actuado con naturalidad ante el primero de mis viajes, lo cual me llevaba a formular la siguiente conclusión: de alguna u otra forma, estaba advertido de que aquello sucedería y, seguro, había tenido una buena razón para no comentarme nada al respecto.

—Volveré a venir en unos años. —La sorpresa se hizo notar en su rostro—. Estoy convencida de que no debes contarme nada de lo que te diré ahora, es importante que no lo hagas porque... simplemente me da la impresión de que es así como deben suceder las cosas.

—De acuerdo. —Apretó la mandíbula, pero asintió en respuesta—. Te escucho, hija.

Por primera vez, estaba dispuesta a confesarle absolutamente todo. Para obtener a cambio su ayuda, habría de admitir frente a él cada uno de mis errores, aunque eso implicara tener que reconocer también mi clara desobediencia ante sus reglas. Sabía que la explicación que estaba a punto de darle sería razón suficiente para que, a su vez, papá optara por preparar a mi "pequeña yo" con todo tipo de estrategias de supervivencia, mapas, direcciones y guías geográficas. Lo que fuera necesario con tal de asegurar que la Yvonne de antes fuera la Yvonne de ahora.

—Para empezar... ¿Tienes alguna cosa que pueda mantenerlo distraído? —sonreí, avergonzada por la presencia del chiquillo que todavía llevaba cargando.

Papá se acercó a nosotros entre pasos vacilantes, mirándome a los ojos antes de disponerse a tomar al niño en sus brazos.

—¿Es tuyo? —añadió en voz baja, simulando de una pésima forma su aparente "desinterés" por aquella respuesta.

No encontré el modo de reprimir una carcajada.

—Es obvio que no —traté de tranquilizarlo.

—¿Cuántos años tienes, eh?

—Trece.

Respiró hondo.

—Apenas trece, claro. —Hizo un esfuerzo por olvidarse del asunto, lo supe por el modo en que sus hombros se relajaron—. Es un alivio escuchar eso. —Se concedió la libertad de retirar las sábanas para poder ver con claridad el rostro de Lukas—. Madre mía, ¡eres toda una belleza!

—Es un niño, papá.

—Oh, vaya. —Volvió a mirarle—. Tendrás que disculparme por eso, amigo.

Se arrimó a su escritorio con la intención de recostar al chiquillo sobre la superficie, tomándose un momento para acomodar el enredo de mantas cuya principal culpable quizás se trataba de mí.

—Está claro que no eres buena para esto —se burló.

—¡No he podido parar de correr! —Era una excusa tonta, pues lo cierto era que desconocía por completo cómo cuidar de un recién nacido—. Además, no es justo compararme contigo porque tú sí tienes experiencia.

—Las cosas son diferentes cuando eres padre.

Bajé la cabeza para ocultar una sonrisa. Aquello me recordó demasiado a lo mucho que él solía preocuparse tanti por Wil como por mí.

—Ven aquí, Yvonne, no esperarás que haga esto yo solo, ¿o sí?

—Pero yo no... —Me llevé una mano a la frente—. Rayos, ni siquiera sé cómo cargarlo.

—¿Sabes cambiar un pañal?

Solo un segundo bastó para que esa pregunta empezara a revolverme el estómago.

—No me hagas pensar en eso —supliqué. Definitivamente era el último tema que deseaba tocar—. Por favor.

—Oye, todavía ignoro la razón por la que has traído un bebé a casa, así que al menos haz el esfuerzo de...

Que callara de súbito me hizo girar la cabeza hacia él. Supuse por su gesto serio que algo andaba mal, mas fue hasta que distinguí el terror en su silencio que me di prisa en reunir el coraje suficiente para alzar la voz:

—¿Qué sucede?

—¿Por qué tienes...? —Me dedicó una mirada cargada de angustia.

—Por qué tengo, ¿qué?

Sujetó al niño del brazo para dejar en manifiesto el extraño símbolo que aquel mago había dejado marcado sobre la piel de su muñeca.

—¿Por qué está aquí este niño, Yvonne? —me cuestionó—. ¿Cómo pudiste traerlo a casa?

—Yo solo... ¿De qué hablas? —dudé, confundida—. Es solo un bebé.

—No. Esta cosa es una condena asegurada, es... ¡Es prácticamente suicida! —gritó de repente, retrocediendo unos pasos con tal de alejarse lo más posible del escritorio—. ¿Cómo consideraste siquiera la opción de llevarlo contigo?

Vi el miedo reflejado en los ojos de mi padre, su desconcierto, incluso la decepción dibujada en cada parte de su rostro. Y entonces no pude soportarlo más, querido diario: no podía continuar fingiendo que yo no sabía nada acerca de esto. Sabía que Lukas era diferente, un presentimiento que también dejaba en evidencia cómo todo empezaba a salirse de mi control.

—Es la marca de la comunidad mágica, lo sé... —Mis ojos se desviaron hacia el niño justo a tiempo para verlo soltar un tierno bostezo—. Pero él no es peligroso, papá, puedo asegurarte que no lo es.

La comunidad mágica es algo parecido a un centro secreto para magos, un pueblo cuya localización es tan misteriosa como la misma naturaleza de su especie. Su marca, un símbolo compuesto de dos figuras de extremidades entrelazadas (una parte clara unida a otra de tonalidades más oscuras), indicaba un artículo de interés, un producto de valor. ¿Por qué habían marcado a un niño con el mismo símbolo que utilizaban para distinguir objetos y mercancías? Aún no lo tenía muy claro, pero también era consciente de que aquel sello funcionaba igual que un rastreador. Sería cuestión de tiempo que el mago culpable del grabado fuera capaz de detectar la ubicación de Lukas.

—¿No pensabas decírmelo? —me reprochó.

—No creí que fuera tan importante, yo... tenía otras cosas en qué pensar y...

—Escucha, Yvonne —me interrumpió de golpe—. Cuando los magos marcan algo...

—... no debes tocarlo —completé su frase con cierto agobio—. Lo sé, me lo repetiste cientos de veces.

—¿Y, aun así, no fue suficiente para ti? —inquirió, molesto—. ¡Tenías que haberme obedecido!

—Despertarás a mamá...

—La magia no es un juego, ¿me oyes?

—No me hubiera involucrado con ningún mago si lo hubiera sabido desde antes, papá, ¡lo juro!

Tres hombres rodeando la misma cuna y un hechizo que marcó la piel de Lukas fueron las pistas que me permitieron descifrar todo aquello.

—Bien, de acuerdo. —Papá cerró los ojos con firmeza—. Fuera de la vista, fuera de la mente —murmuró para sí mismo—. Escucha, Yvonne, no complicaré más las cosas, solo... quiero entender esto.

«No más regaños, por favor»

—El niño fue robado hace casi cuatro años, los magos lo buscan desde hace tiempo. Todos nos enteramos de ello cuando las SS emitieron un informe de alerta, la comunidad mágica estaba furiosa porque el niño era especial para ellos y... —Alzó ambas cejas con sorpresa, expresión que al instante se convirtió en una mueca de incredulidad—. Tú lo has hecho, ¿no es cierto? —intuyó—. ¡Acabas de robarlo!

No pude más que encogerme de hombros, lo suficientemente apenada para que papá dedujera la respuesta.

—Diablos, Yvonne, ¡no puedo creerlo!

—Fue un error —admití—, eso lo sé.

—Es que no es solo un error, es una estu...

Detuvo su oración antes de terminar la palabra y, llevándose las manos a la frente, negó con la cabeza varias veces antes de lanzar un suspiro profundo.

—Quiero arreglarlo —intervine a toda prisa—. Voy a hacer lo que sea necesario con tal de corregir...

—¿Cómo? —se rio—. ¿En serio planeas seguir con todo esto?

Quizás era tonto y arriesgado, pero no estaba dispuesta a abandonar a Lukas porque él significaba... Vamos, tengo la impresión de que ni siquiera necesito completar la frase.

—¿Sabes por qué están tan interesados en un niño humano? —traté de indagar.

—¿Humano? —resopló con incredulidad—. Lo lamento mucho, Yvonne, pero no pienso que se trate de un humano.

«Aguarda, ¿qué?»

—Ni siquiera creo que sea inofensivo, está marcado como si fuera una especie de producto maldito o algo parecido.

«¿Producto maldito?»

—No le hables así, ¿quieres? —repliqué sin pensar.

—Así, ¿cómo?

—Como si fuera una... cosa —alegué—. Es una persona, ¿sí? ¡Una persona!

—¿Estás defendiéndolo ahora? —preguntó con aire de ironía.

—Estás tratando a un bebé como si fuera un criminal.

—Es un ejemplar peligroso, cariño, incluso la misma comunidad mágica lo sabe.

Me crucé de brazos y aparté la vista.

—Lukas —pronuncié a regañadientes—. Su nombre es Lukas.

—¿Importa acaso?

—Sí.

—No —reiteró con firmeza, no sin que una débil carcajada se le hubiera escapado de la boca—. Madre mía, Yvonne, ya basta.

«Será mejor que cierres la boca»

—Es mercancía maldita y punto —sentenció.

—Pero yo no...

«¿Quieres ver enojado a papá?»

Ni de chiste.

—¿Al menos tienes idea de qué es lo que buscan de él? —cambié el tema enseguida.

—No. —Empezó a caminar alrededor del espacio—. Eso lo han mantenido en secreto desde el principio.

—¿Qué sabes, entonces?

—Tengo la claridad de que es valioso para los magos, pero el informe de las SS no decía nada más. Los nuestros han tratado de localizarlo desde entonces para evitar que la comunidad mágica logre su cometido, cualquiera que este sea.

Tragué saliva de manera audible.

—Y si yo... —pensé en voz alta—. ¿Qué pasaría si hubiera sido por mí que las SS obtuvieron accidentalmente su ubicación?

—¿De qué hablas?

—Viajé en el tiempo porque las SS capturaron a Lukas. Fue mi culpa y... fue por medio de una computadora —quise explicar—. Nunca creí que el asunto llegaría tan lejos, pero ahora sé que insistieron en llevárselo solo porque se dieron cuenta de quién era en realidad.

—Eso fue antes de que cambiaras el pasado, cariño. —Puso una mano en mi hombro a modo de consuelo—. En esta línea temporal, las SS siguen sin dar con su ubicación y la comunidad mágica le ha perdido el rastro casi por completo. Es bien sabido para todos que el niño lleva más de tres años desaparecido.

—¿Eso significa que yo...?

—Tienes lo único que ambos grupos desean —concluyó—. Es un hecho que eso te convierte en el enemigo principal.

¿Arruinarle la vida a Lukas no era ya lo bastante espantoso? Porque fomentar una rivalidad entre dos especies... Eso parecía mil veces peor.

—Vaya, en serio acabo de empeorarlo todo —me reprendí—. Eso explica el desafío.

—¿Activaste un desafío?

Con pesadumbre, me despojé de la cadena para mostrarle el medallón: las letras en el rubí parecieron todavía más notorias una vez lo sostuve frente al rostro de papá. Fui fulminada con la mirada el tiempo suficiente para caer en cuenta de lo molesto que en realidad se encontraba.

—Estás haciendo que me sienta peor —le hice saber con una sonrisa forzada.

Me arrebató la reliquia de las manos antes de dirigir su atención hacia el mensaje.

—No es muy fácil de interpretar —farfulló para sí mismo.

—Es la verdadera razón de mi visita.

—Mmmm... Me parece que el medallón te obsequiará un solo viaje al pasado. —Vaciló un instante antes de tomar asiento sobre su escritorio, no sin haberle echado un vistazo al niño que aún reposaba a su lado—. Tú y la persona que escojas mantendrán sus recuerdos intactos a pesar de que hayan ocurrido en una línea temporal distinta... Eso significa que todos los demás solo podrán recordar lo que haya sucedido dentro de la cronología original.

—Sí —coincidí—, estoy usando esa visita contigo.

—El desafío consiste en encontrar doce objetos... —Hizo una pausa para reflexionarlo—. ¿Cuántos años has retrasado?

—Doce.

—Quiere decir que el niño también tenía doce —divagó en voz alta—. No creo que la repetición del número se trate de una casualidad.

Me tomé la libertad de aproximarme a Lukas mientras papá trabajaba en inferir todo aquello, asegurándome de limpiar la saliva que resbalaba por su boquita al mismo tiempo que, por primera vez desde hacía horas, me concedía un instante para mirarlo con mayor detenimiento: su cabello era más claro que de costumbre, sus ojos estaban apenas abiertos como dos pequeños bolsillos y su cara era tan regordeta que desbordaba ternura. Todo en él resultaba inocente, a excepción de ese terrible símbolo en su muñeca que se volvía cada vez más detestable. Quería disculparme con él, hacerle saber cuánto lamentaba que todo esto se hubiera salido de control... No pensaba que fuera capaz de entender mis palabras, así que me limité a acariciarle la mejilla, esperando que al menos pudiera sentir lo que deseaba comunicarle.

—Me parece que los doce objetos son niños en realidad —dijo papá de repente.

—¿Perdona?

—Vamos, hija, piénsalo un poco —me apremió, bajando de un salto de su escritorio para acercarse a los libreros—. Has borrado doce años de su vida, lo justo sería hacer lo posible por recuperarlos.

—¿Dices que el medallón está buscando la manera de arreglar mi desastre? —inquirí.

—Por supuesto, es justo el objetivo de sus desafíos.

—No lo entiendo. —Me crucé de brazos.

—Lo único que quiere la reliquia es corregir los hechos que han resultado alterados o, en otras palabras, encontrar la forma de restituir la cronología original.

El sobrenombre de "guardián del tiempo" que papá había utilizado para describir al medallón durante mi anterior visita ahora tenía todo el sentido del mundo.

—Claro, está protegiendo la línea temporal —concluí mientras asentía—. Las cosas siempre deben suceder de la misma manera, ¿no?

—Exacto.

Recorrió la estantería a pasos lentos hasta detenerse frente a unos encuadernados.

—Lo he investigado, Yvonne. Después de lo que ocurrió conmigo, no pude olvidarme del tema. —Extrajo una libreta y recorrió las hojas con rapidez, como si en verdad conociera a la perfección cada una de las páginas—. Por eso escondí el medallón, no solo porque tiene la habilidad de manipular el tiempo, sino porque es capaz de arreglar el error cometido por el usuario —apuntó—. ¿Sabes lo peligroso que sería este artefacto de magia negra en las manos equivocadas?

La idea central de su explicación fue fácil de entender a pesar de que desconocía el verdadero significado de "magia negra".

—Te permite cambiar el pasado y reparar cualquier equivocación que se cometa durante el viaje...

—...a través de un desafío riesgoso —completó él—. No es sencillo superar un desafío, implica más que un montón de simples retos.

—¿Y cómo sabes que son niños a quienes debo encontrar?

—"La respuesta a un desafío siempre involucra aquello por lo que se cometió el error" —leyó en voz alta, mostrándome el encuadernado para que pudiese distinguir tal anotación—. En tu caso, el niño cumple con esa función.

—No me queda muy claro...

—Tienes que encontrar a Lukas, todo encaja.

«Eso no encajaba ni por un ápice»

—¿Olvidas que Lukas está justo aquí, papá? —ironicé al momento.

—¿Y si tuvieras que encontrar a doce Lukas diferentes?

«Demasiado extraño para ser real»

—Cielos —me reí—. Oye, en verdad creí que tú sabrías cómo descifrarlo.

Puso los ojos en blanco antes de limitarse a regresar la libreta a la estantería.

—Intentaré explicártelo, ¿de acuerdo? Digamos que... —Se precipitó hacia su escritorio, abriendo las gavetas con desespero hasta que pudo agrupar algunos marcadores, todos de color rojo—. Imagina que esto es una masa de pizza. —Señaló para mí el primero de aquellos marcadores.

«¿Masa de pizza?»

—Ahora, un panadero preparó la masa en el año 2000, pero la dejó en el horno durante doce años para que se cocinara a la perfección.

—Ese año ya pasó —corregí, aunque solo conseguí que lanzara un suspiro al aire—. ¿Por qué no usas el actual?

—Un número que termina en ceros es más práctico —refunfuñó.

—Está bien, quiero decir, solo estaba...

—Mejor presta atención, ¿quieres? —me interrumpió con cierto toque de irritación—. Si el panadero viaja en el tiempo y retrocede doce años, ¿cómo se vería la pizza?

—Estaría cruda, supongo.

Él asintió para indicarme que estaba en lo correcto.

—¿Y si solo retrasara seis años? —continuó preguntando.

—La masa estará a medio cocer.

—Cierto —confirmó, y enseguida tomó doce marcadores más aparte del que ya sujetaba entre manos—. Entonces se podría decir que este marcador, o sea la masa —señaló al marcador inicial—, estará dividida en doce si doce años son los retrasados. Cada año mostrará una etapa diferente de la pizza, ¿comprendes?

—Pues... —le dirigí una sonrisita— no tanto como tal vez debería.

—¡Madre mía, Yvonne! Me refiero a que una persona cambia con cada año que transcurre —explicó, enfatizando con lentitud cada palabra—. Borraste sus doce etapas, ¿recuerdas? El desafío es el medio para recuperar los años extraviados.

—¿Doce años equivalen a doce niños?

—Razón por la que cada uno será también de edad diferente —contestó—. El bebé es el marcador inicial, la masa cruda, por eso no cuenta como uno de los doce.

—Comprendo.

—Tendrás un año para conseguirlo, es lo que dice el mensaje. —Regresó los marcadores al fondo de la gaveta principal—. Si completas el desafío, tu error será reparado como recompensa y, entonces, será como si nunca hubieras robado al niño.

—¿Y si no puedo lograrlo? —dudé, preocupada.

—No creo que quieras saber esa respuesta, cariño.

La seriedad de su gesto me hizo palidecer al instante.

Un año parecía bastante tiempo para agrupar a doce chiquillos diferentes; sin embargo, ni siquiera tenía idea de por dónde empezar a buscarlos. ¿Tendría que visitar los alrededores de la ciudad, acaso? ¿Caminar dentro del bosque? ¿O era que, incluso, debía tomarme el atrevimiento de salir de Frankfurt? ¡Qué confuso! Tan solo pensar en cómo haría para lidiar con eso era ya por sumo desgastante como para, además, atribuirme la responsabilidad de divagar en las posibles implicaciones.

—¿Te sientes bien, Yvonne? —me preguntó papá con perspicacia.

—Creo que... —Me llevé una mano a la frente, mas no fui capaz de esconder mi nerviosismo—. No —dije la verdad—, creo que no.

—¿Cómo te sientes, entonces?

—Asustada —admití.

La intención de papá estaba puesta en contestar a mis inquietudes, aunque fue por una interrupción inesperada que se vio forzado a cerrar la boca de golpe:

—¿Papá? —La voz de mi "pequeña yo" fue reconocible desde el otro lado de la puerta—. ¿Estás allí?

—Sí, cariño —contestó él—, solo... espérame un segundo, ¿de acuerdo?

Nos miramos el uno al otro.

—Vas a decirme que ya es hora de que me vaya, ¿no es así? —le insinué allí mismo en un intento por ocultar mi tristeza—. Es importante que ella no me vea.

—Quizás sería lo mejor. —Sonrió levemente.

—Entiendo..., sé que no sería bueno provocarle más sustos teniendo apenas cinco años.

Me limité a soltar un suspiro, rindiéndome a la idea de avanzar mis últimos pasos en dirección a su escritorio.

—Aguarda, Yvonne. —Me detuvo del brazo—. Antes de que te vayas, tienes que ayudarme con una cosa.

Caminó hacia el final del librero, haciendo a un lado un par de gruesos encuadernados para extraer del fondo dos cajitas de cartón, ambas decoradas con cintas de colores y moños de estampados floreados. Dos regalos tan hermosos que ni siquiera dudé en asumir que se trataban de obsequios de cumpleaños.

—Uno es para ti —me explicó—, el otro es para tu hermana.

—Cielos, papá —expresé con asombro—, ¡son preciosos!

—¿Te gustan?

—Muchísimo. —Asentí enseguida.

—Me alegra saberlo, porque en verdad temía que la decoración fuera un poco exagerada.

—¿Estás bromeando? —resoplé—. Para dos niñas que adoran los dibujos, las flores y los arcoíris, esto se trata del mejor regalo del mundo.

—Qué alivio —suspiró—. Me llevó horas enteras tratar de descifrar la mente de mis dos pequeñas traviesas.

Esas palabras me derritieron el corazón, y el modo en que sonreía mientras se tomaba un tiempo para abrir ambas cajitas casi hace que el estruendoso llanto se apoderara de mí. Extrañaba a papá, y tan solo pensar en que no volvería a verlo bastó para que una lágrima resbalara por mi mejilla. Él no lo notó, por supuesto, en especial porque me apresuré a limpiarme el rostro con la manga de la chaqueta.

—¿Cuál de los dos te gusta más, eh? —continuó interrogándome—. Aún no sé si debería darle este a Wil, o si tú preferirías utilizar el de la correa dorada.

Me mostró el interior de ambos regalos, y no lo pensé demasiado antes de hacer mi elección:

—Yo quiero el plateado.

Ese era el mío, siempre lo había sido. Mi viejo reloj de pulsera, que ahora lucía como nuevo, había sido tan especial para mí que en muy pocas ocasiones había tenido la intención de desprenderme de él. Admito que, incluso, llegué a entrar en la bañera con aquel accesorio puesto en mi muñeca. ¿La parte imperdonable del asunto? Saber que acababa de perderlo hacía tan solo unos días.

—Eso fue rápido.

—Es porque el verde esmeralda es mi color favorito —justifiqué, señalando las piedras verdes que llevaba incrustadas alrededor del círculo de cristal.

Él regresó la vista al reloj para observarlo con mayor detenimiento.

—Vaya, ni siquiera las había notado —murmuró, sorprendido.

—Ah, ¿no?

—Mis ojos a esta edad no funcionan tan bien como los tuyos.

Eso era gracioso, en particular porque había sido justo él quien, hacía años, me había hecho reparar en aquellas incrustaciones al instante en que abrí el obsequio.

—Haz que se de cuenta de lo hermoso que es ese color y te prometo que le fascinará por completo —garanticé.

—Muy bien, así lo haré...

—¡Papá! —interrumpió otra vez mi "pequeña yo", acompañando su montón de exclamaciones con un par de golpes a la puerta—. ¡Papá! —insistió—. ¿Por qué tardas tanto?

«Cielos, a veces mi impaciencia sí que resulta asfixiante»

—¡Ya voy, cariño! —respondió papá.

Regresó aquellos relojes a sus empaques correspondientes, volviendo a ocultarlos detrás de los manuales del librero antes de dirigir sus pasos hacia la puerta.

—Será mejor que te escondas, Yvonne.

Hice lo que me pidió, aproximándome a la esquina de la estantería con el bebé Lukas en brazos para asegurar que la niña no tendría la oportunidad de toparse conmigo.

—Mamá no me cree —se quejó la otra Yvonne al momento que papá le permitió el pase al despacho—, le dije que había una chica del bosque en la casa, ¡pero dice que no es verdad!

—Tienes que volver a la cama, cariño. —La voz se dirigía a ella, pero los ojos de papá estaban fijos en mí—. Piensa que todo estará bien, incluso cuando sepas que no lo estará.

«Esas palabras son para ambas»

—La chica me visitó, papá, ¡mañana se lo contaré a Wil!

El timbre agudo de mi antigua voz fue capaz de escucharse aún después de que papá cerrara la puerta tras de sí. Estaba sola, una vez más, exactamente como en un principio temí que lo estaría.

—Piensa que todo estará bien, incluso cuando sepas que no lo estará —me repetí, armándome de valor antes de bajar la mirada hacia el medallón y presionar el interruptor de retorno que tanto había evitado tocar.

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