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Capítulo 2

La brisa nocturna acariciaba las calles de San Juan, trayendo consigo el aroma a sal del mar cercano y los ecos de risas y música que se desbordaban de los bares y restaurantes. Mónica Rivera se movía entre la multitud con la gracia de una sombra, sus ojos escaneando cada rincón, cada rostro. Aquella noche, su objetivo era simple: un robo, pero no uno cualquiera. Este sería el golpe que la catapultaría aún más en el mundo del crimen.

El bar "El Espiral" era conocido por ser un refugio de criminales de poca monta, un lugar donde las transacciones ilegales se llevaban a cabo bajo el ruido de la música en vivo. Mónica había estado observando el lugar durante semanas, familiarizándose con sus rutinas y sus clientes. Su meta esa noche era un hombre: Javier "El Tigre" Morales, un traficante de armas cuya suerte había empezado a cambiar. Morales estaba en problemas, y eso lo hacía más peligroso, pero también más vulnerable.

Con un vestido negro ceñido al cuerpo y tacones altos que resonaban sobre el suelo de adoquines, Mónica se mezcló entre los clientes. Sabía que su apariencia llamaría la atención, pero en su mundo, la apariencia era una ventaja. Nadie la vería como una amenaza; solo un rostro bonito en un lugar oscuro. Se acercó a la barra, donde el barman, un hombre de mediana edad con una barba descuidad, le ofreció una sonrisa.

"¿Qué vas a tomar, hermosa?" preguntó el barman, con una voz llena de interés.

"Un mojito, por favor," respondió Mónica, deslumbrando con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

Mientras el barman preparaba la bebida, sus ojos se desviaron hacia el fondo del bar, donde una mesa ocupada por tres hombres llamaba su atención. Javier Morales estaba allí, con su cabello corto y rizado, su rostro marcado por cicatrices que hablaban de sus años en el negocio. A su lado, dos hombres más, uno de ellos visiblemente nervioso, intercambiaban miradas que Mónica pudo interpretar de inmediato: estaban planeando algo.

"Aquí tienes," dijo el barman, colocándole el vaso en la barra.

Mónica pagó con un billete de veinte, agradeciendo al barman antes de tomar un sorbo de su bebida. Con una mirada casual, giró en dirección a la mesa de Morales. Era el momento de acercarse. Aprovechando un momento de distracción, se deslizó hacia la mesa, con una sonrisa coqueta en su rostro.

"¿Puedo unirme?" preguntó, aunque sabía que su presencia no necesitaba permiso.

Morales levantó la vista, su expresión intrigada. "Claro, hermosa. Siempre hay espacio para una belleza como tú," respondió, con una sonrisa arrogante.

"Me llamo Mónica," dijo mientras tomaba asiento, disfrutando de la atención que recibía. "He oído mucho sobre ti, Javier."

"Todo bueno, supongo," respondió él, con un guiño. "Aunque no esperaba encontrarme con alguien como tú en un lugar como este."

Mónica sonrió, mientras su mente trabajaba en cómo jugar sus cartas. "A veces, las cosas no son lo que parecen. ¿Qué se dice de ti en la calle?"

"Que soy el mejor," dijo, con confianza. "Y que tengo las mejores armas en la isla. Pero dime, Mónica, ¿qué te trae por aquí? No pareces el tipo de chica que frecuenta estos lugares."

"Busco algo emocionante," respondió, jugueteando con su cabello. "Algo que me haga sentir viva."

"Podría ofrecerte eso," dijo Morales, inclinándose hacia ella. "Tengo un cargamento que podría interesarte. Armas que pueden hacer de cualquier noche una aventura."

Mónica ocultó su interés tras una sonrisa. Había oído rumores de las operaciones de Morales, pero nunca había tenido la intención de entrar en ese negocio. Sin embargo, ahora que estaba tan cerca, podría obtener información valiosa. "Me encantaría saber más. Pero me pregunto, ¿cómo puedo confiar en ti?"

Él se rió, un sonido profundo y lleno de arrogancia. "Confianza es un lujo que pocos pueden permitirse. Pero si estás dispuesta a jugar, podrías descubrir que los riesgos valen la pena."

En ese momento, Mónica sintió una vibración en su bolsillo. Era un mensaje de su padre, recordándole que no se alejara demasiado. La advertencia era clara: no debía involucrarse más de la cuenta. Pero el peligro era precisamente lo que la mantenía viva.

"Quizás deberíamos hablar en otro lugar," sugirió ella, mirando alrededor para asegurarse de que nadie estuviera prestando atención. "Hay cosas que creo que deberíamos discutir en privado."

Morales asintió, intrigado. "Claro. Hay un lugar más tranquilo en la parte de atrás. Sigamos." Se levantó, guiándola a través de la multitud.

Mónica lo siguió, sintiendo una mezcla de emoción y adrenalina. Sabía que estaba jugando con fuego, pero también que cada riesgo que tomaba la acercaba más a la vida que había elegido. Cuando llegaron a la parte trasera del bar, un pequeño salón privado con una puerta cerrada, Morales la hizo pasar primero. Una vez dentro, cerró la puerta tras de sí, creando una atmósfera más íntima.

"Así que, ¿qué tipo de armas buscas?" preguntó, cruzando los brazos.

"Todo depende de lo que ofrezcas," respondió Mónica, sosteniendo su mirada. "He oído que tienes una buena reputación, pero no me gustaría involucrarme con alguien que no puede cumplir lo que promete."

"Te prometo que mis armas son las mejores que encontrarás," dijo Morales, acercándose un poco más. "¿Y qué te traería a mí, Mónica? No pareces alguien que necesita armas. Tal vez buscas algo más."

Ella sonrió, sabiendo que el momento era perfecto para jugar su mano. "Quizás solo busco una manera de sobrevivir en este mundo. Quizás estoy cansada de estar siempre un paso detrás de los demás."

"¿Te gustaría unirte a mí?" preguntó Morales, su tono convirtiéndose en una mezcla de desafío y oferta. "Podrías ser mi socia. Juntos, podríamos hacer grandes cosas."

La propuesta le sonó tentadora, pero Mónica sabía que jugaría con fuego. Si aceptaba, podría perder el control de su vida, algo que nunca había permitido. "Necesito pensarlo," respondió, mostrando más desinterés del que realmente sentía. "Pero no puedo involucrarme con alguien cuya vida está llena de problemas."

"Siempre hay problemas, cariño. La cuestión es cuán dispuesta estás a enfrentarlos," dijo, su voz un susurro seductor.

Mónica sintió una chispa de desafío en el aire, pero su instinto le decía que no se dejara llevar. Con un movimiento casual, se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. "No estoy lista para eso. Pero quizás podamos hacer negocios en el futuro. Siempre estoy en el mercado de buenas oportunidades."

Al abrir la puerta, se encontró cara a cara con un hombre alto que estaba de pie en el pasillo, una expresión de sorpresa en su rostro. Mónica sintió una punzada de inquietud. No había previsto a nadie más en el camino.

"¿Qué haces aquí, Javier?" preguntó el hombre, su voz llena de hostilidad.

"Solo hablando con una amiga," respondió Morales, levantando las manos en un gesto de rendición. "Todo está bien."

El nuevo visitante lo miró de reojo antes de centrar su atención en Mónica. "¿Quién es ella?" La pregunta sonó como una acusación.

"Solo una chica," dijo Morales, con una sonrisa nerviosa. "Nada de qué preocuparse."

El hombre no parecía convencido. "No me gusta que estés hablando con extraños. Ya tienes suficientes problemas como para sumar más."

"Relájate, hermano. Solo estamos charlando," dijo Morales, intentando suavizar la tensión.

Mónica aprovechó el momento. "Debería irme," dijo, sonriendo con desdén mientras pasaba entre ellos. Pero, en el fondo, sabía que no podía permitirse volver.

Una vez fuera del bar, el aire fresco le dio un respiro, pero la adrenalina todavía corría por sus venas. Se adentró en la noche, consciente de que había estado demasiado cerca del peligro, demasiado cerca de cruzar una línea de la que no podría regresar.

Mientras caminaba, reflexionó sobre lo que había ocurrido. Era evidente que Javier Morales tenía potencial, pero no podía dejar que sus emociones la llevaran a tomar decisiones imprudentes. Si había algo que había aprendido de su vida, era que cada decisión tenía consecuencias, y muchas veces, esas consecuencias podían ser mortales.

Sin embargo, había algo en la propuesta de Morales que resonaba en ella. Tal vez había una oportunidad que podía aprovechar, pero para eso, necesitaría ser astuta y cuidadosa. En su mente, comenzó a trazar un plan, sopesando los riesgos y las recompensas de acercarse a un hombre como él.

Al llegar a su casa, se detuvo frente a la puerta, el corazón aún acelerado. La tensión en el aire parecía palpable, como si el mundo estuviera esperando su próximo movimiento. Esa noche, la sombra de la incertidumbre se cernía sobre ella, y sabía que había un nuevo desafío esperándola en el horizonte.

Pero Mónica no era ajena al peligro. Se había enfrentado a él desde que tenía memoria, y lo había superado cada vez. Así que, mientras cerraba la puerta detrás de ella, sintió que el camino hacia el futuro estaba lleno de posibilidades, y estaba lista para enfrentar lo que viniera.

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