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Capítulo 9

— ¿Ahora? — Sus manos se aferran a mis hombros.

— Si.

— ¿Estás segura de eso? Él sigue siendo tu esposo.

— Lo sé, pero quisiera que mi primera vez fuera algo más que ser tomada a la fuerza.

— Ana — Sus ojos se suavizan — No creo que sea lo correcto.

— Supongo que tienes razón, tú estás con la doctora Lincoln y yo no quisiera causarte problemas.

— No es eso, es que... Podría perder mi licencia médica si alguien se entera.

— Es cierto, necesito a alguien más, ¿Tal vez contratado? No sería la primera mujer que paga por sexo.

— ¿Qué? No puedes hacer eso, es arriesgado.

— Tendrá que ser así, no voy a entregarle eso a José — Resopla no muy convencido.

— Bien.

— Si me voy ahora, podría encontrar a alguien...

— No. Yo lo haré.

Dice de pronto y giro para mirarlo. Su expresión seria me indica que está considerándolo por mi, de verdad va a ayudarme.

— No hay tiempo de ir hasta mi departamento, tendrá que ser aquí.

— ¿De verdad? — Una sonrisa nerviosa se dibuja en mi cara.

Lo veo caminar hasta la puerta para poner el seguro y señalar la litera que se encuentra en el rincón de la habitación.

— ¿Cómo quieres hacer esto? — Se detiene frente a mi para sujetar mi rostro.

— No lo sé. ¿Qué debería hacer?

Sus dedos acarician mis mejillas antes de bajar por mis hombros para despojarme del suéter y la blusa sencilla que llevo. Mis manos torpes busca los botones de su camisa para desnudar a un hombre por primera vez en mi vida.

Mis zapatos terminan a un lado de la cama mientras Christian desliza el pantalón lejos de mi. El rubor enciende mi rostro por la desnudez en la que le encuentro hasta que me acomodo rápidamente sobre la cama.

Aún lleva pantalones cuando se dirige a un estante junto al escritorio para tomar un empaque metálico: un condón. Entonces caigo en cuenta que este lugar es más que sólo la sala de descanso de los doctores.

— Estás preparado — Digo con una risita.

— Esta es un área común, te sorprenderían la cantidad de cosas que pasan aquí dentro.

— ¿Aquí? — Señalo la cama en la que estoy acostada.

— Tranquila, yo he estado aquí todo el día y nadie ha entrado.

— Oh.

Regresa junto a mí en la cama y se quita los pantalones con una mortal lentitud. Cuando puedo verlo completamente desnudo, la vergüenza me invade y cubro mis ojos.

— ¿Nunca has visto a un hombre desnudo?

— No.

— Entonces deberías verme bien — Se ríe — No creo que tu esposo luzca como yo.

Mierda.

— ¿Podrías por favor no mencionar a José?

Quito las manos de mi rostro para fruncir el ceño, su perfecta sonrisa es lo único que lleva puesto.

Madre mía — Balbuceo.

— ¿Gracias?

Parpadeo para disimular la mirada fija en su cuerpo, su torso bien formado y sus abdominales perfectos. Definitivamente José no luce así en lo más mínimo.

Christian se sienta frente a mi y tira de mi mano para que me siente en la cama. Lentamente besa la comisura de mi boca, desciende por la línea de la mandíbula y mi cuello, así que pongo mis dedos en su cabello para acariciarlo.

Se asegura de besar mis clavículas y mis pechos, al tiempo que acaricia mis muslos. A pesar de mi prisa, él se toma su tiempo para recorrer mi piel, logrando que el calor se acumule en cierta parte de mi cuerpo.

— Christian — Jadeo cuando abre mis piernas para situarse en medio de ellas.

— Shh, tranquila, no querrás que nos escuchen.

Niego con la cabeza, o por lo menos creo que lo hago porque mi mente ya está nublada de deseo. No me arrepiento de esto y eso me hace sentir ligeramente culpable.

Cuando me doy cuenta, estoy sobre mi espalda con Christian acariciando el punto sensible de mi cuerpo, sus ojos grises me observan con curiosidad.

— Toda tu piel está sonrojada — Besa uno de mis pechos — Me gusta lo que puedo provocar en ti.

— Presumido — Pongo los ojos en blanco aunque no puede verme.

Cuando su rostro queda a mi altura, lo beso con desesperación y me aferro a su espalda. Mis piernas se entrelazan en su cadera para aumentar la profundidad de mi beso, como si quisiera mantenerlo ahí por siempre.

En algún momento después de eso, se coloca el condón y se desliza dentro de mí con cuidado, como si temiera lastimarme.

— Iré despacio, ¿Está bien?

— Si.

— ¿Te duele?

— No, solo es... Raro.

Apoya la frente en mi hombro cuando sus movimientos aumentan el ritmo y la intensidad, incluso muerde un poco mi piel ocasionándome un escalofrío placentero.

— Esto es mejor que el porno.

— ¿Qué? — Jadea sin dejar de moverse — ¿Porno?

— Si, olvídalo — Río nerviosa.

Me aferro a sus brazos cuando siento la presión acumularse, ligeros chillidos se escapan de mi boca pero no puedo controlarlos. La presión de su cuerpo me lleva hasta el límite con fuerza.

Ambos jadeamos agitados por el esfuerzo, me cubro el cuerpo con la sábana mientras él se levanta para ir al pequeño cuarto de baño.

— Debo irme — Digo con resignación.

— ¿Te irás con tu esposo?

— Si. Dijo que vendría por mí esta noche.

— ¿Y solo te irás con él?

Me enderezo en la cama para mirarlo, porque su tono de voz suena como si estuviera molesto. ¿Es mi imaginación?

— Pues si, es mi esposo. Tú lo dijiste.

— Solo no estoy de acuerdo en lo que haces, creo que tienes opciones.

Me levanto de la cama para buscar mi ropa ya que él ha decidido reprocharme de la nada mi relación con José. ¡Mi buen humor se esfumó!

— Gracias por preocuparte — Gruño con sarcasmo — Pero este es un asunto que no te concierne. Lo siento mucho si mis motivos no te parecen justos o si crees que lo hago por comodidad.

— ¡Tienes alternativas! — Se coloca la camisa con gesto furioso.

— ¡Lo sé! ¡Encontraré la forma de arreglarlo! Pero no ahora, no mientras mi papá siga aquí hospitalizado.

— ¡Bien! — Agita sus manos en el aire.

— ¡Bien! — Me doy la vuelta para destrabar la puerta y salir cerrándola de golpe.

¿Quién rayos se cree? ¿Mi consejero? ¿Mi conciencia? ¡Agh! ¿Por qué me involucré con él?

Mis pisadas resuenan por el silencioso pasillo, pero se detienen de pronto cuando distingo a la figura frente a mi.

— Ana, es hora de irnos.

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